¿Qué hace tan extraordinaria la torre Eiffel?

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Título original What’s so Great about the Ei‫ ٺ‬el Tower? Edición Gaynor Sermon, Liz Faber Diseño The Urban Ant, Charlie Bolton Documentación iconográÅ ca Peter Kent Traducción Remedios Diéguez Diéguez Revisión técnica de la edición en la lengua española Josep María Rovira Gimeno, Catedrático, Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, Universitat Politècnica de Catalunya

Coordinación de la edición en lengua española Cristina Rodríguez Fischer Primera edición en lengua española 2017 © 2017 Art Blume, S.L. Carrer de les Alberes, 52, 2, Vallvidrera 08017 Barcelona Tel. 93 205 40 00 E-mail: info@blume.net © 2017 Jonathan Glancey © 2017 Laurence King Publishing Ltd, Londres ISBN: 978-84-9801-975-9 Impreso en China Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor.

WWW.BLUME.NET Este libro se ha impreso sobre papel manufacturado con materia prima procedente de bosques de gestión responsable. En la producción de nuestros libros procuramos, con el máximo empeño, cumplir con los requisitos medioambientales que promueven la conservación y el uso responsable de los bosques, en especial de los bosques primarios. Asimismo, en nuestra preocupación por el planeta, intentamos emplear al máximo materiales reciclados, y solicitamos a nuestros proveedores que usen materiales de manufactura cuya fabricación esté libre de cloro elemental (ECF) o de metales pesados, entre otros.


¿Qué hace tan extraordinaria la torre Eiffel?

70 preguntas que cambiarán su forma de pensar sobre la arquitectura Jonathan Glancey


Contenido 6 Introducción 8 El Partenón: ¿Formalismo frío o exuberancia clásica? 12 Venecia: ¿Museo de arquitectura o ciudad viva? 15 Mies van der Rohe: ¿Menos es más o menos es un aburrimiento? 18 Catedral de San Pablo: ¿Obra de arte barroca o farsa renacentista? 20 Gran Pirámide de Guiza: ¿Tumba real gigantesca o entrada sublime al cosmos? 22 Stonehenge: ¿Símbolo internacional o monumento aislado? 24 Catedral de Chartres: ¿Laberinto de geometría sagrada o de un kitsch inefable? 28 Skyline de Manhattan: ¿Antiguo o moderno? 30 Sagrada Família: ¿Genialidad o baratija? 34 La Volkshalle de Albert Speer: ¿Un nuevo Panteón, o un diseño de escenario para Götterdämmerung? 36 Torre Eiffel: ¿Obra maestra de ingeniería o chapuza estética? 39 Casa del Fascio/Casa del Popolo: ¿Moderna o clásica? ¿Totalitarista o democrática? 41 El Guggenheim de Bilbao: ¿Disparate emblemático o escultura urbana inspirada?

54 Crystal Palace: ¿Maravilla pasajera o uno de los edificios más influyentes de la historia? 56 Centro Pompidou, París: ¿Refinería de petróleo o galería pública refinada? 58 Ayuntamiento de Säynätsalo, Finlandia: ¿Nuevo vernáculo convincente o precursor del kitsch vernáculo? 60 Carcassonne: ¿Europa medieval revisitada, o semillas de Disneyland? 62 Arquitectura de la revolución rusa: ¿Revolución por el comunismo o el capitalismo? 64 Barro: ¿Material de construcción magnífico o primitivo? 66 Shreve, Lamb and Harmon: ¿Se puede diseñar uno de los edificios más conocidos del mundo y caer en el olvido? 70 Aeropuerto de Stansted: ¿Terminal ideal o centro comercial trivial? 72 Taj Mahal: ¿Gran arquitectura o una historia todavía mejor? 74 San Carlo alle Quattro Fontane: ¿Locura u obra maestra? 76 Bibliothèque du Roi, París: ¿Fantasía absolutista, o poesía de la Ilustración francesa? 78 Bibliothèque Nationale, París: ¿Disparate junto al Sena, o nueva biblioteca nacional sensata? 80 Le Corbusier: ¿Héroe o villano?

44 Bauhaus, Dessau: ¿Visión de un paraíso moderno o purgatorio funcionalista?

84 Skyline de la ciudad de Londres: ¿Pesadilla o reflejo acertado del mundo de las altas finanzas?

47 Capilla del Santo Sudario, Turín: ¿Milagro religioso o arquitectónico?

86 Villa Capra: ¿Hogar italiano o idea renacentista?

50 Deconstructivismo: ¿La arquitectura se encuentra con la filosofía o con la moda?

89 De architectura: ¿Una filosofía de la arquitectura o un manual de bricolaje?

52 Palácio da Alvorada, Brasilia: ¿La Bauhaus en Brasil, o Brasil interesado en la Bauhaus?

92 Thomas Jefferson: ¿Valores políticos de la antigua Roma o de Estados Unidos moderno?


94 Altes Museum (Museo Antiguo), Berlín: ¿Símbolo de la ilustración prusiana o cimientos de la modernidad miesiana? 96 Les Espaces d’Abraxas, Marne-laVallée: ¿Versalles para el pueblo, o gueto parisino posmoderno? 98 Casa Dymaxion: ¿Una casa Ford Modelo T o un diseño excéntrico irrepetible? 100 Edificio del Parlamento Nacional, Dacca: ¿Antigüedad reprimida o diseño atemporal? 103 Sinan el Magnífico: ¿Burócrata brillante o gran arquitecto? 105 John Portman: ¿Arquitecto futurista o promotor inmobiliario? 107 Templos de Khajuraho, India: ¿Experiencia religiosa o parque erótico? 109 Catedral Metropolitana de Liverpool: ¿Obra de época de la década de 1960 o lugar canónico de oración?

136 Brutalismo: ¿Hormigón deprimente o adorable? 138 El automóvil: ¿Libertador de ciudadanos o conquistador de ciudades? 140 Diseño paramétrico: ¿Moda pasajera de juego de ordenador o nuevo futuro duradero para la arquitectura? 142 Gótico victoriano: ¿Romance del siglo XIX o plaga vulgar? 144 Ópera de Sídney: ¿Símbolo de altruismo o nimiedad? 147 Estilo shaker: ¿Diseño para la vida o la muerte? 148 Outrage: ¿Campaña valiente o inútil? 150 Albert Kahn: ¿Héroe americano o títere soviético? 152 Adolf Loos: ¿Un flirteo con la genialidad o con la locura? 154 Philip Johnson: ¿Arquitecto para cualquier ocasión, o golfo de Nueva York?

112 TWA Flight Center, Nueva York: ¿Futuro o pasado de los vuelos comerciales?

156 Arts and Crafts: ¿Rusticidad noble o danza Morris para los arquitectos?

113 John Pawson: ¿Ligeramente minimalista o visionario discreto?

158 Charles Rennie Mackintosh: ¿Gran Scot o atracción turística?

115 Posmodernismo: ¿La modernidad redimida o traicionada?

160 Arquitectura y moralidad: ¿Imperativo u oportunismo?

118 Fallingwater: ¿Recuerdo o carga?

162 Art Nouveau: ¿Arte innovador o concepto frívolo?

120 Termas de Vals: ¿Construcción integrada en el paisaje o paisaje integrado en la construcción? 122 Metabolismo: ¿Declaración de intenciones de una moda japonesa o diseño verdaderamente radical? 125 Eladio Dieste: ¿Haciendo mucho con muy poco, o una gran arquitectura con un presupuesto ajustado? 127 Zaha Hadid: ¿Talento considerable o rebelde? 131 San Petersburgo: ¿Arcadia neoclásica o Hades zarista? 134 High-tech: ¿Una aventura personal o un estilo revolucionario de nuestro tiempo?

164 Hormigón: ¿Material deprimente o cimientos del ingenio? 166 Capilla de la Academia de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, Colorado Springs: ¿Homenaje a Dios o al ejército? 168 Ecociudades: ¿Credenciales medioambientales o engaño verde? 170 Piña de Dunmore, Escocia: ¿Autocomplacencia cara o inversión en el deleite arquitectónico? 172 Índice 176 Créditos de las fotografías y agradecimientos


Torre Eiffel ¿Obra maestra de ingeniería o chapuza estética? El día de san Valentín de 1887, el periódico francés Le Temps publicó una especie de carta de amor a París del autodenominado «Comité de los Trescientos». Adoptó la forma de un ataque contra la radical torre de hierro forjado, de 300 m de altura, que Gustave Eiffel construía en aquel momento en el Campo de Marte. La carta estaba firmada por figuras del arte como el escritor Guy de Maupassant, Charles Gounod (compositor de la ópera Romeo y Julieta) y William-Adolphe Bouguereau, el prolífico pintor de desnudos céreos. «Nosotros, escritores, pintores, escultores, arquitectos y devotos apasionados de la belleza hasta ahora intacta de París —clamaban los trescientos— protestamos con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra indignación en nombre del menospreciado gusto francés, contra la erección [...] de la inútil y monstruosa torre Eiffel». La altísima hazaña del ingeniero francés no era más que «una detestable columna de chapas metálicas atornilladas» para aquellos hombres de gusto refinado de finales del siglo XIX. Cuando se terminó, en 1889 (sirvió como entrada de la exitosa Exposición Internacional de París de aquel año), algunos amigos de Maupassant afirmaron que el escritor acudía a disfrutar de un picnic bajo la torre o a comer en alguno de sus restaurantes todos los días, ya que eran los únicos lugares desde donde no podía ver aquella monstruosidad. Lejos de ser inútil, como los «Trescientos» afirmaron, la torre Eiffel se convirtió en una importante torre de comunicaciones en una época en que las historias de Maupassant se leían a través de la nueva tecnología sin hilos y que no muchos años más tarde se convertirían en obras televisadas a través, claro está, de la «detestable columna». En los inicios de la primera guerra mundial, un transmisor de radio situado en la torre bloqueó las comunicaciones inalámbricas alemanas, lo que ayudó a salvar a París de la invasión. ¿Habría cambiado de opinión Maupassant, que luchó como soldado en la guerra francoprusiana de 1870-1871? Boceto del ingeniero Maurice Koechlin, 1884

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Carcassonne ¿Europa medieval revisitada, o semillas de Disneyland? Entre los viñedos y el relieve escarpado del Languedoc-Rousillon, Carcassonne parece la perfecta ciudad amurallada medieval. Sus torreones, torres y defensas sugieren un mundo de caballeros corteses enzarzados en justas, damiselas refinadas y valor militar al servicio de Dios. Aquí, más que en cualquier otro lugar, un rey tendría su cámara con mesa redonda y hablaría de la búsqueda del Santo Grial, un objeto mencionado en Perceval, le conte du Graal (Perceval o el cuento del Grial), una novela francesa inacabada escrita por Chrétien de Troyes a principios del siglo XII. De cerca, y una vez atravesada su perfecta entrada, Carcassonne es un santuario del turismo moderno: las gorras de béisbol sustituyen a los cascos con penacho; las camisetas, a los tabardos; los palos de selfie, a las espadas. Nadie podría ser acusado de cinismo si al entrar en Carcassonne se le ocurre pensar «¿Esto es el Languedoc medieval o Disneyland?». Es un pensamiento muy habitual. Fortaleza militar desde tiempos romanos, o incluso antes, Carcassonne se encontraba en un estado tan ruinoso a mediados del siglo XIX que en 1849 el gobierno francés emitió un decreto para demoler la que en el pasado fue una fortaleza medieval imponente y sinónimo de la ciudad. Recibió un enorme rechazo. Aquel mismo año, el arquitecto y teórico Eugène Viollet-le-Duc recibió el encargo de restaurarla. Viollet-le-Duc tenía una visión muy particular sobre las restauraciones. «Restaurar un edificio —escribió en Dictionnaire raisonné— no consiste en mantenerlo, repararlo o reconstruirlo, sino en restablecerlo a un estado completo que podría no haber existido nunca antes». Ya había restaurado Notre-Dame, en París, a la que añadió los detalles (y las gárgolas) que consideró oportuno. En Carcassonne, Viollet-le-Duc invitó a la controversia demoliendo los edificios antiguos que consideraba indignos de su gran proyecto y utilizando materiales de construcción traídos de diferentes lugares de Francia. De ese modo, el neogótico francés se convirtió en una especie de «hombre del saco» para los conservacionistas de otros países, y en 60


especial de Inglaterra, donde el eminente crítico victoriano John Ruskin defendía la restauración sutil y auténtica de los edificios históricos. El diseñador, poeta y activista político William Morris (fundador de la Sociedad para la Protección de Edificios Antiguos, basada en el principio de lo que él denominó anti-scrape) portó el estandarte de Ruskin. En otras palabras, la pátina acumulada a lo largo de los siglos no debía ser eliminada de los edificios venerables. Estas ideas eran tonterías para Viollet-le-Duc, motivo por el que Carcassonne tiene el aspecto de un decorado del siglo XIX y no de una ciudad medieval fortificada restaurada. Todavía hoy, los conservacionistas franceses (véase catedral de Chartres, pág. 24) tienden a seguir los pasos de Viollet-le-Duc a pesar de la adopción, más o menos extendida en todo el mundo, del anti-scrape. Carcassonne realmente tiene un aire a Disneyland. A Walt Disney y sus socios les encantaba el aspecto de la ciudad restaurada. Y, a pesar de todo, cuando la observamos entre los viñedos y las montañas que recorrieron los cátaros, Carcasonne parece gloriosa. Carcassonne con la igualmente espectacular Montaña Negra al fondo

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Skyline de la ciudad de Londres ¿Pesadilla o reflejo acertado del mundo de las altas finanzas? Hasta hace relativamente poco, la serena cúpula de la catedral de San Pablo dominaba el skyline de la ciudad de Londres. Reunidas en torno al diseño considerado hermoso de Wren estaban las torres y las agujas de las numerosas iglesias que este arquitecto reconstruyó después del gran incendio de 1666. Entre este encantador juego de formas y materiales arquitectónicos discretos pero imaginativos, tan adecuados para la ciudad (piedra de Portland, plomo, ladrillo romano en un tono rojizo suave), se agruparon bancos, mercados y pubs, salas consistoriales y restaurantes baratos, en calles serpenteantes, callejones estrechos y patios medievales. A pesar de los intentos de la Luftwaffe por reducirla a escombros durante el Blitz de 1940-1941, la ciudad sobrevivió bastante intacta. Hubo un gran trabajo de reconstrucción, pero ello no impidió que durante las dos décadas siguientes la ciudad conservase su carácter especial. Visualmente, todo parecía funcionar: los edificios de piedra de Pintura de San Pablo rodeado de las iglesias de Wren, por Charles Cockerell

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Portland, los autobuses dobles rojos, los buzones rojos y los camiones de bomberos rojos. Continuaron apareciendo mercados cerca de la Bolsa. Restaurantes respetables, sastres y tiendas familiares se instalaron a lo largo de las orillas de aspecto imperial diseñadas por grandes arquitectos eduardianos. Las campanas de las iglesias seguían sonando, ya acompañadas de los sonidos que se escuchan en los taxis y los autobuses. Es la ciudad de Londres que recuerdo de mi infancia. Es donde mi abuelo materno tenía su imprenta, y donde aprendí mis primeras lecciones de diseño e historia de la arquitectura, visitando cada una de las iglesias, capillas y la única sinagoga antes de cumplir trece años. Hoy, el skyline de la ciudad es una desgracia, algo penoso, puntiagudo, chillón y chabacano que grita «dinero». Sus edificios ostentosamente nuevos se cuelan hasta los patios más pequeños o los callejones más estrechos al tiempo que eclipsan a San Pablo. Algunos de los edificios individuales de arquitectos contemporáneos muy conocidos serían un acierto en parques de negocios o en distritos abiertamente modernos como La Défense de París. San Pablo no solo queda degradado; su presbiterio mira a un feísimo conjunto de tiendas de las marcas ampulosas que se pueden encontrar en el West End de Londres y en cualquier centro comercial. Se debería haber evitado. Todo parece muy provinciano. Aquí, el dinero, la intimidación y la ignorancia han hecho lo que la Luftwaffe no consiguió: destrozar la ciudad de Londres. San Pablo hoy, empequeñecido por los rascacielos de Londres

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Ópera de Sídney ¿Símbolo de altruismo o nimiedad? «Los dibujos entregados para este proyecto son simples hasta el punto de ser esquemáticos. No obstante, los hemos estudiado una y otra vez, y estamos convencidos de que presentan un concepto de una ópera con potencial para convertirse en uno de los grandes edificios del mundo [...] debido a su originalidad, queda patente que es un diseño controvertido. Estamos absolutamente convencidos, no obstante, de sus méritos». Esas son las proféticas palabras del jurado compuesto por cuatro personas (entre ellas, Eero Saarinen) que en enero de 1957 eligió a Jørn Utzon, un glamuroso aunque casi desconocido arquitecto danés de 39 años, para diseñar la Ópera de Sídney. Cincuenta años más tarde, el edificio (que se inauguró en 1973) fue declarado Patrimonio Mundial de la Unesco. El informe de los expertos del Comité que realizó el nombramiento decía así: «Se trata de una de las obras maestras indiscutibles de la creatividad humana, no solo en el siglo XX sino en la historia de la humanidad». Esos sentimientos no calaron en David Hughes, el nuevo ministro de Obras Públicas nombrado en 1965 tras el éxito de los liberales en las Boceto esquemático del diseño de Jørn Utzon, 1957

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elecciones de Nueva Gales del Sur. La Ópera fue un proyecto laborista, y también caro. Como observó Elizabeth Farrelly, la arquitecta y crítica australiana, en una brillante necrológica de Utzon (1 de diciembre de 2008) publicada en el Sydney Morning Herald, «en una cena electoral en Mosman, la hija de Hughes, Sue Burgoyne, alardeó de que su padre pronto despediría a Utzon. Hughes no tenía interés por el arte, la arquitectura o la estética. Era un fraude, además de un filisteo, que se expuso ante el Parlamento y tuvo que abandonar su puesto de líder del Country Party cuando se descubrió que llevaba 19 años afirmando que poseía un título universitario que no tenía. La Ópera dio a Hughes una segunda oportunidad. Para él, como para Utzon, fue una cuestión de control, del triunfo de la mediocridad local frente al genio extranjero». La relación de Australia con la vanguardia, añadía Farrelly, siempre fue tímida. Los australianos eran curiosos pero desconfiados; tenían interés, pero una gran aversión por el riesgo. Tenían miedo. Y el Sídney de mediados de siglo, descrito para la posteridad por un crítico como «el gulag del rey Jorge», era el epicentro de esa timidez. La entrada de Australia en el mundo moderno iba atrasada, y por ello fue más violenta. El propio Utzon se vio atrapado en ese choque de fuerzas (miedo primitivo versus optimismo eufórico). El de Utzon fue un talento quijotesco, pero fueron el filisteísmo y el resentimiento de Hughes los que provocaron que los impagos al La Ópera iluminada con el puente del puerto de Sídney al fondo

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