Las aves

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Las aves

Las aves

La Edad de Oro de la ilustración de aves

PHILIP KENNEDY


Título original The Bird edición Zara Larcombe, Sara Goldsmith, Felicity Maunder diseño Alexandre Coco traducción Antøn Antøn Revisión de la edición en lengua española Abel Julien Vila Profesor de Ornitología coordinación de la edición en lengua española Cristina Rodríguez Fischer Primera edición en lengua española 2021 © 2021 Naturart, S. A. Editado por BLUME Carrer de les Alberes, 52, 2.º, Vallvidrera 08017 Barcelona Tel. +34 205 40 00 e-mail: info@blume.net © 2021 Philip Kennedy © 2021 Laurence King Publishing (The Orion Publishing Group Ltd), Londres ISBN: 978-84-18725-50-0 Depósito legal: B.11741-2021 Impreso en China Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor.

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Las aves La Edad de Oro de la ilustración de aves

PHILIP KENNEDY


Esplendores de la naturaleza: breve historia de la ilustración ornitológica 06

Aves marinas 18

Aves costeras, limícolas y rascones 56

Aves acuáticas 96


Aves cinegéticas y aves domésticas 128

Aves canoras 166

Loros y otras aves exóticas 216

Aves no voladoras 268

Rapaces 300

Índice 344 / Bibliografía 348 / Créditos de las imágenes 351 / Agradecimientos 352


Esplendores de la naturaleza: breve historia de la ilustración ornitológica

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as aves llevan siglos despertándonos la creatividad, la curiosidad y la imaginación. Esta fascinación ha dejado huella en las obras de arte más antiguas, y su presencia cultural en la vida cotidiana se sigue percibiendo incluso en la actualidad. Nuestra curiosidad por las aves se ha explorado y expresado de muchas formas distintas a lo largo y ancho del mundo. El afán por comprenderlas ha dado lugar a una gran cantidad de increíbles descubrimientos e invenciones. Ha sido a través del acto de crear imágenes como hemos obtenido algunos de nuestros conocimientos más valiosos sobre estas magníficas criaturas. Este libro gira en torno a las aves, pero también es, como no podía ser de otra manera, un libro sobre imágenes. Cada una de las imágenes de este volumen es obra de alguien que percibió el valor de este acto de creación. Dibujar es una forma de expresar cómo entendemos el mundo, pero también es un proceso que nos lleva a comprenderlo mejor. Las ilustraciones de este libro existen porque el dibujo puede expresar cosas de una forma que las palabras a menudo no pueden. El acto de dibujar conlleva el acto de observar, y nuestra comprensión de las aves se ha formado, sobre todo, mediante este sencillo acto. Pese a que la ornitología, que es el estudio científico de las aves, en realidad no surgió como disciplina hasta mediados

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del siglo XVIII, siempre hemos sentido curiosidad por estos seres. De hecho, las personas llevamos dibujándolos desde que comenzamos a hacer marcas. Nuestros antepasados prehistóricos primero se sirvieron de rocas y cuevas para representar a muchas de las criaturas que vivían junto a ellos. En las inmensas tierras salvajes de la Tierra de Arnhem, Australia, podemos encontrar una representación en ocre rojo de dos aves gigantes semejantes al emú. Se ha calculado que esta imagen, obra de los aborígenes australianos, pudo haberse creado hace unos 40 000 años. Al otro lado del mundo la gente también ha dibujado aves. En las cuevas de Lascaux, Francia, podemos encontrar la representación de un pequeño pájaro posado junto a la figura de un hombre. Este hombre, creado hace unos 15 000 años, resulta un tanto enigmático, ya que tiene cabeza de ave. Desconocemos qué significado tiene este hecho. Sin embargo, puede deducirse que tenía alguna importancia o algún significado profundo. La figura se concibió como un mensaje permanente que pudiera proyectarse hacia el futuro. Son dibujos que funcionan como forma de comunicación y de transmisión de conocimientos. Habrá quienes piensen que la figura con cabeza de ave era algo más que una mera imagen, que, aunque la cueva está repleta de muchas otras representaciones de animales, esta figura puede interpretarse como un símbolo: una serie de marcas que representan una idea más compleja y, en general, más abstracta. Y lo cierto es que nuestra relación con las aves ha mantenido esta dualidad. El ave es algo que deseamos comprender, pero, también, un símbolo que puede ayudarnos a entendernos a nosotros mismos. Las primeras


abubilla

Upupa epops Lucas Schan, Historia animalium, 1551-1558

Las xilografías de la Historia animalium de Gessner fueron realizadas por el artista de historia natural y cazador de aves silvestres Lucas Schan. Además de proporcionar estas ilustraciones, Schan también agregó descripciones del comportamiento de algunas de estas aves.

etapas de la historia de la humanidad están pobladas de estas dicotomías. En ellas, las imágenes se entreveran con los símbolos y lo objetivo se mezcla con lo subjetivo. En nuestros albores, no había límites entre el arte y la ciencia, por lo que nuestra búsqueda de una comprensión más profunda de las aves adoptó diversas formas. Las aves han sido protagonistas de mitos y leyendas de todo el mundo. Muchas religiones las han representado como dioses y deidades, y su vuelo suele significar un vínculo entre el cielo y la tierra. Es frecuente ver representado este nexo de una forma física: la deidad egipcia Horus, por ejemplo, se representa como un hombre con cabeza de halcón; en la mitología griega, Pegaso es un caballo divino que tiene alas de pájaro, y en la religión azteca, Hu tzilōpōchtli se suele representar como un colibrí o un águila. Aunque algunas religiones no opten por representar a su dios con las características de un ave, muchas siguen utilizando el pájaro como símbolo sagrado, lo que da muestra de la gran veneración que siempre le hemos profesado a estas criaturas. Aunque es fácil señalar el papel mítico y espiritual que las aves han desempeñado en la vida de los primeros seres humanos, es probable que el aspecto más físico y secular de nuestra relación con ellos sea algo menos frecuente o, al menos, no tan visible. Las aves y sus huevos llevan siendo fuente de alimento para el ser humano desde su origen, y, si había que transmitir algún conocimiento sobre estas, es de suponer que fuera el que permitiera saber cuáles evitar y cuáles cazar. Y, sin embargo, a medida que transcurría el tiempo, también aumentaba nuestra curiosidad.

Autoridades de la Antigüedad y criaturas mitológicas La clasificación de las aves se remonta, al menos, a la Antigua Grecia, donde Aristóteles (384-322 a. C.) estudió el mundo natural e intentó agrupar a los animales según sus parecidos. Su obra Historia animalium (Historia de los animales, h. 350 a. C.) es el primer sistema de clasificación conocido. En él, Aristóteles se dispuso a definir las características que separan los diferentes grupos de animales, para lo cual exploró su anatomía, su comportamiento y su hábitat. Esta, una las obras zoológicas más influyentes jamás escritas, siguió siendo una fuente primaria de conocimiento científico hasta, al menos, el siglo XVI. Entre tanto, se siguieron compartiendo los conocimientos sobre las aves y otros animales. Quizá lo más destacado sea la obra del naturalista romano Plinio el Viejo (h. 24-79 d. C.), cuya Historia naturalis (Historia natural, 77 d. C.) recopiló buena parte de los conocimientos de la época y puede considerarse la primera enciclopedia científica. Las secciones zoológicas de esta obra de ambicioso alcance se sirvieron de la división de la naturaleza de Aristóteles. Sin embargo, a pesar de que Plinio fue una autoridad en cuanto a conocimientos científicos en su época, hoy se sabe que buena parte de la información de la Historia naturalis es inexacta. Si bien la obra apenas sí explora nuevas vías de pensamiento, sigue siendo una impresionante recopilación de los conocimientos de la época. De hecho, estos tempranos trabajos académicos suelen adolecer de falta de precisión. Este hecho se pone más de manifiesto aún en la Edad Media, durante la cual 7



Aves marinas La adaptación a la vida marina les permite a estas aves volar, planear, flotar, nadar y bucear a la perfección. Algunas pasan la mayor parte de su vida sin ver tierra, mientras que otras prefieren hacerlo cerca de la costa. Suelen anidar en grandes congregaciones conocidas como «colonias» y, para nosotros, resultan misteriosas y esquivas.


charrancito común Sternula albifrons

John Gould y William Matthew Hart, The Birds of New Guinea and the Adjacent Papuan Islands, 1875-1888

Los charranes forman parte de la familia de aves marinas Laridae, que también incluye a las gaviotas, las tiñosas y los rayadores. El charrancito común es, como se puede inferir de su nombre, el más pequeño de los charranes. Estas aves crían en grandes colonias costeras y siempre están atentas al peligro. Como este puede llegarles tanto del suelo como del aire, los charrancitos comunes basan su seguridad en la presencia de grandes cantidades de ellos. En esta ilustración lo vemos tanto volando como posado. Se publicó originalmente en The Birds of New Guinea and the Adjacent Papuan Islands, de John Gould.

charrán ventrinegro Sterna acuticauda

John Gould y Henry Constantine Richter, The Birds of Asia, 1850-1883

He aquí otro charrán que también procede de una obra de Gould, aunque esta lámina está sacada del libro The Birds of Asia. El charrán ventrinegro, que vive cerca de los grandes ríos del subcontinente indio, se da sobre todo en la India, así como en ciertas partes de Pakistán, Nepal y Bangladés. El característico vientre negro se debe al plumaje nupcial, el cual aparece durante el verano. Fuera de la época de cría, tiene el vientre blanquecino. Su dieta consiste en pequeños peces e insectos, los cuales busca en tierra y agua. 24

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arao común Uria aalge

George Graves, British Ornithology, 1811-1821

En esta ilustración de un arao común, realizada por Graves, se dice que esta ave es un foolish guillemot («arao tontorrón»), nombre que era bastante común para la especie y que proviene del carácter notoriamente manso del ave. De hecho, existen relatos en los que incluso se dice que esta ave permanece impasible tras varios disparos.

Aves marinas

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SUPERIOR IZQUIERDA:

cormorán grande Phalacrocorax carbo SUPERIOR DERECHA:

alca común Alca torda

INFERIOR IZQUIERDA:

alcatraz atlántico Morus bassanus PÁGINA SIGUIENTE:

cormorán moñudo Gulosus aristotelis

John Gould y Henry Constantine Richter, The Birds of Great Britain, 1862-1873

The Birds of Great Britain es una obra que publicó John Gould entre 1862 y 1873. El libro se centra en las aves de su Gran Bretaña natal, y por ello resulta un tanto sorprendente que viera la luz en una época relativamente tardía de su carrera. Sin embargo, esta obra de cinco volúmenes da fe del constante afán de superación de Gould y pone de manifiesto el característico desarrollo de su estilo estético. Muchas de las ilustraciones presentan ambiciosas composiciones en las que figuran varias aves, sus hábitos de anidación y, en ocasiones, incluso sus crías. 36

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Mark Catesby 1683-1749

Con The Natural History of Carolina, Florida and the Bahama Islands, Catesby dio a conocer en Europa las maravillas del Nuevo Mundo y demostró el valor que tiene la documentación de la historia natural como forma de comprender el mundo.

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l primer libro en el que se representó la fauna norteamericana fue obra del naturalista inglés Mark Catesby. Publicada por entregas entre 1729 y 1747, The Natural History of Carolina, Florida and the Bahama Islands fue una obra pionera que ayudó a llevar la historia natural hacia una época de racionalidad y razón. Por aquel entonces, Carolina, Florida y las islas Bahamas formaban parte de las colonias británicas del sur. Aunque hacía más de dos siglos que los europeos conocían el continente americano, la mayor parte seguía siendo relativamente desconocida, y la obra de Catesby fue el primer estudio exhaustivo de su flora y fauna. Nacido en Essex en 1683, el primer viaje de Catesby a América lo hizo con veintinueve años, cuando una donación de su padre le permitió interesarse por el mundo natural. Este viaje lo llevó a Virginia, desde donde fue después a Jamaica. Para los europeos de la época, el Nuevo Mundo era una enorme tierra rebosante de incertidumbre, oportunidades y promesas. Como no se sabía qué vivía allí, para Catesby fue el lugar ideal en el que alimentar su insaciable curiosidad. Sintió un especial interés por la flora autóctona, y poco a poco se fue labrando una reputación por su habilidad para recolectar plantas y semillas. Para los hombres adinerados, la botánica se había convertido en la disciplina científica por excelencia, ya que prometía nuevas especies, nuevos tintes y nuevas medicinas. Cuando Catesby regresó en 1719 a Inglaterra, lo hizo con una impresionante colección de nuevos ejemplares. En aquella época Inglaterra era el centro de la ciencia y en el corazón de esta se encontraba la Royal Society. Fundada en 1690, y todavía en funcionamiento, es la institución científica nacional más antigua del mundo. La labor botánica de Catesby había llamado la atención de varios miembros de la Royal Society, los cuales le animaron a regresar a América en una expedición para recolectar plantas. El viaje contó con el respaldo del presidente de la Royal Society, sir Isaac Newton (1643-1727), así como con el apoyo económico de varias figuras importantes de la época, tales como el botánico inglés William Sherard (1659-1728) y el médico sir Hans Sloane (1660-1753). Cuando Catesby regresó en 1722 a las colonias, lo hizo con una nueva actitud y una mayor especificidad. Al viajar bajo los auspicios de la Royal Society, ya no era un mero observador, sino un «hombre de ciencia». De 1722 a 1726, recorrió varios territorios nuevos y conoció lugares tales como Carolina, Florida y Georgia. Adoptó nuevos métodos sistemáticos en sus investigaciones, recolectó ejemplares con

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meticulosidad y realizó numerosas pinturas sobre el terreno. Todas sus observaciones procedieron directamente de una naturaleza compuesta de lugares salvajes e inhóspitos. Aún quedaba un siglo para la Revolución estadounidense, y amenazas como la malaria y los ataques de los piratas eran de lo más real. Los ejemplares que encontró eran difíciles de enviar a Inglaterra, y los hallazgos más grandes tenían que separarse en piezas y secarse antes de su transporte. Esto solía suponer un reto en el severo clima húmedo de Carolina. Los ejemplares más pequeños, como las serpientes, podían conservarse en botellas de ron y otros licores, pero a menudo los robaban los marineros que buscaban paliar el aburrimiento durante el largo viaje de vuelta a casa. A pesar de todo, Catesby consiguió recolectar una enorme cantidad de nuevas especies de aves, anfibios, peces, insectos, mamíferos, reptiles, plantas y semillas y llevarlas a Inglaterra. A su regreso, quiso plasmar estos hallazgos en un libro, pero sus patrocinadores no estuvieron muy dispuestos a financiar una publicación tan costosa. Sin dejarse intimidar por este contratiempo, se encargó de producir el libro por su cuenta. Y fue una labor titánica. Catesby no era artista, y para lograr su ambición se vio obligado a aprender a realizar aguafuertes. Con la ayuda del aguafuertista francés Joseph Goupy (1689-1769), transfirió sus acuarelas y gouaches a planchas de cobre. La primera entrega del primer volumen se publicó en 1729, y el libro tardó otros catorce años en completarse. El apéndice, una vez concluido, se publicó cuatro años después. The Natural History of Carolina, Florida and the Bahama Islands fue un logro extraordinario. La publicación final abarcaba dos volúmenes en folio y contenía 220 láminas con representaciones de aves, anfibios, reptiles, peces, insectos, mamíferos y plantas. De las 109 aves que contiene la obra, muchas de las descripciones de Catesby son las primeras documentaciones que se tienen de estas especies. El libro fue durante décadas el máximo exponente de su género. Con él, Catesby dio a conocer en Europa las maravillas del Nuevo Mundo y demostró el valor que tiene la documentación de la historia natural como forma de comprender mejor el mundo. Es más que probable que esta obra fuera el libro británico más caro que se produjo en el siglo XVIII. Con todo, pese a su importancia, y a los gastos que conllevó, la obra no le granjeó riqueza alguna a Catesby. Falleció en 1749, a la edad de sesenta y seis años, y se declaró que la causa de su muerte fue la «vejez». Fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Lucas, en el distrito londinense de Islington, pero hoy en día se desconoce el lugar en el que está su tumba.

Tras su muerte, la perspectiva científica se modificó y la taxonomía se convirtió en el principal objetivo de muchos. Pese a ello, Catesby desempeñó un papel crucial en la historia de la ornitología, ya que, además de influir en Linneo, también lo hizo en la labor de personas tales como Alexander Wilson, John James Audubon e incluso Charles Darwin.

piquero pardo Sula leucogaster

Mark Catesby, The Natural History of Carolina, Florida and the Bahama Islands, 1729-1747


Aves marinas

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