Scientifica historica

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IAN CLEGG


Título original  Scientifica Historica Edición  David Breuer, Tom Kitsch, Niamh Jones, Elizabeth Clinton, Kate Shanahan Diseño  Anna Stevens, Michael Whitehead Dirección artística  James Lawrence Documentación iconográfica  Sally Nicholls Fotografía  Neal Grundy Traducción  Alfonso Rodríguez Arias Doctor Ingeniero Industrial

Coordinación de la edición en lengua española  Cristina Rodríguez Fischer Primera edición en lengua española 2020 © 2020 Naturart, S.A. Editado por BLUME Carrer de les Alberes, 52, 2.º, Vallvidrera 08017 Barcelona Tel. 93 205 40 00 e-mail: info@blume.net © 2019 Quarto Publishing plc, Londres I.S.B.N.: 978-84-18075-48-3 Impreso en China Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor.

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C110418


CONTE N I DO INTRODUCCIÓN

6

1 EL MUNDO ANTIGUO SE PONEN LOS CIMIENTOS

22

2 EL RENACIMIENTO IMPRESO LA REVOLUCIÓN EN LIBROS

74

3 CLÁSICOS MODERNOS ESTABILIDAD VICTORIANA

4 POSCLÁSICOS

140

EL MUNDO REVOLUCIONADO

192

5 LA NUEVA GENERACIÓN

TRANSFORMACIÓN DEL CONOCIMIENTO BIBLIOGRAFÍA 258 ÍNDICE 266 CRÉDITOS DE LAS ILUSTRACIONES BRIAN CLEGG/AGRADECIMIENTOS

270 272

230


De los palos de conteo a la escritura

CARÁCTER DE «PUERTA» EN CHINO TRADICIONAL Aunque muy estilizado, el carácter de puerta tiene cierto parecido con una puerta tradicional con un dintel.

{ 26 } el mundo antiguo

Con el transcurso de los siglos, las imágenes sencillas y los simples palos de conteo se convirtieron en pictogramas. Como su nombre indica, los pictogramas se basaban en imágenes, pero a diferencia de las pinturas rupestres, se estilizaron en una forma estándar para representar conceptos individuales. Algunos caracteres chinos modernos aún adoptan esta forma. Con cierta imaginación, los pictogramas se podían utilizar también para transmitir nociones menos concretas. Por ejemplo, se podría usar una serie de pictogramas para comunicar el proceso de poner un pan en una canasta. Si vemos un pan, luego una mano y después un pan en una canasta, el mensaje es bastante claro. En esa forma básica no hay un símbolo independiente para mostrar el concepto de «en» o «dentro de», lo que significa que necesitamos un gran número de pictogramas. Tendría que existir, por ejemplo, un símbolo distinto para un pan en una canasta y para un perro en una canasta. Pero no es difícil imaginar la utilización de algo como una flecha para indicar la relación de «en», después de lo cual solo necesitamos los pictogramas para pan (o perro) y canasta con esa imagen de flecha de enlace. Un símbolo como esta flecha se conoce como un ideograma, ya que indica algo significativamente más abstracto que un objeto o una acción. Este tipo de abstracción gradual fue lo que condujo a la creación de la protoescritura, precursora de la escritura moderna, que parece haberse desarrollado hace 6000 años como mínimo. Un primer ejemplo en el que aparece cierto tipo de protoescritura son las tablas de Tărtăria, en la actual Rumanía, en lo que en su día fue Transilvania. Se trata de tres tabletas de arcilla grabadas con una mezcla de pictogramas, líneas y símbolos. Como no sabemos lo que significan, cabe la posibilidad de que fueran puramente decorativos, pero, por lo general, se asume, por su estructuración, que son precursores de la escritura y que contienen información. De un modo parecido, los jeroglíficos egipcios combinaban, asimismo, pictogramas e ideogramas, pero lo hicieron con estructuras más perceptibles. Los símbolos no solo podían representar palabras, sino que también podían formar parte de ellas, lo que hacía posible formar palabras compuestas mediante una combinación de símbolos, que requiere una menor cantidad de imágenes diferentes. Tendemos a considerar que los jeroglíficos eran la forma estándar de escritura en el antiguo Egipto, ya que es lo que vemos en las tumbas antiguas y en las pinturas murales, pero, de hecho, se desarrollaron como un medio de escritura formal para ocasiones especiales, y eran demasiado complicados para su uso cotidiano. Al mismo tiempo se creó otro sistema, el hierático, que requería menos símbolos pero más sofisticados, semejantes a los caracteres chinos, que permitía escribir con más rapidez que los jeroglíficos. Sin embargo, los egipcios no fueron los primeros en desarrollar un sistema de escritura estilizado. Otra de las antiguas potencias de la región, la civilización sumeria (que más tarde se convirtió en la babilónica), ideó su escritura cuneiforme alrededor del año 3600 a. C., que se convirtió en el primer sistema de escritura conocido. En un principio, este sistema de escritura combinaba marcas de punzón que representaban números con una forma de escritura basada en pictogramas. Un milenio más tarde, la escritura se había estilizado aún más, con todos los caracteres formados por combinaciones de marcas en forma de cuña (cuneiformes) incisas en tabletas de arcilla usando un estilo: este es el origen de las palabras «estilo» y «estilizado». El nombre del alfabeto europeo es griego (alfa y beta son las dos primeras letras del alfabeto griego), aunque sus antecedentes son más complejos. Parece que derivó originalmente del


sistema de escritura abyad proto-cananeo. Un abyad es como un alfabeto, pero sin vocales, que se implican o muestran mediante tildes (tanto el árabe como el hebreo utilizan abyades modernos). El abyad proto-cananeo se usó en algunas zonas de Oriente Medio hace unos 3500 años. Empleado por los fenicios, fue la fuente de donde proceden las letras griegas y romanas. Sin embargo, parece ser que el griego fue el primer alfabeto verdadero, con las vocales con caracteres propios, y tuvo su origen hacia 1000 a. C. El alfabeto empleado en la mayor parte de los países occidentales se denomina a menudo latino o romano; nuestras letras mayúsculas son prácticamente iguales a las utilizadas por los romanos en sus inscripciones, sus equivalentes a los jeroglíficos egipcios. (La disposición de los caracteres no es idéntica, ya que los romanos no diferenciaban las letras J y U de la I y la V, respectivamente, ya que eran más fáciles de esculpir). Del mismo modo que los egipcios con el hierático, los romanos también tanían un conjunto de caracteres de uso habitual, conocido como cursiva romana, que se convirtió en nuestras letras minúsculas. Para los romanos, estos dos estilos eran del todo diferentes y nunca se mezclaban, pero después de la caída del Imperio romano, se empezaron a usar diversas combinaciones de ambos, como el empleo de mayúsculas para resaltar nuevos fragmentos de un escrito, o para destacar los sustantivos (como ocurre en el alemán moderno). Sin embargo, cuando se introdujo su uso, estas letras no se denominaban mayúsculas y minúsculas. Esta terminología data de la época de los tipos móviles, cuando las páginas se componían utilizando tipos con letras metálicas individuales unidas para formar una página (véase página 14). Los dos tipos de caracteres se guardaban en cajas separadas, con las letras básicas (las llamadas técnicamente minúsculas) en una caja más baja y las más elegantes versiones mayúsculas en una caja más elevada. (De ahí que mayúsculas y minúsculas se denominen también caja alta y caja baja, respectivamente).

FRESCO DE LA TUMBA DE NEFERTARI, SIGLO XII a. C. La cámara funeraria de Nefertari en el Valle de las Reinas, en Luxor, alberga fragmentos y escenas de varios capítulos del Libro de los muertos. Aquí, tres genios protegen la segunda puerta del reino de Osiris, del capítulo 144.

el mundo antiguo { 27 }


Euclides

ELEMENTOS DE GEOMETRÍA, COPIA, 888 Página del manuscrito más antiguo que se ha conservado de Elementos, el D’Orville Euclid, escrito por Stephanus Clericus, en la que se ve un detalle del teorema de Pitágoras.

Euclides

THE ELEMENTS OF GEOMETRY, JOHN DAYE, 1570 Frontispicio de la primera traducción inglesa de la obra de Euclides de hacia 300 a. C., impresa en Londres, con un prefacio del matemático y ocultista isabelino John Dee.

{ 42 } el mundo antiguo


Euclides

DIE ELEMENTE, ERHARD RATDOLT, 1482 Primera edición impresa de Die Elemente (superior izquierda).

Euclides

ELEMENTOS DE GEOMETRÍA, COPIA, SIGLO XIII Traducción árabe del polímata persa Nasir al-Din al-Tusi (superior derecha).

Euclides

THE ELEMENTS OF GEOMETRY, PICKERING, 1847 Elegante traducción inglesa de Oliver Byrne, que incluía figuras de colores para ilustrar las demostraciones (izquierda).

el mundo antiguo { 43 }


Ausencia de mujeres

Antoinette Brown Blackwell

STUDIES IN GENERAL SCIENCE, G. P. PUTNAM AND SON, 1869

Portada del libro de Brown Blackwell, que recibió una respuesta positiva de Maxwell quien (de algún modo) asumió que el autor era un hombre.

{ 190 } clásicos modernos

Antes de concluir este capítulo es necesario reconsiderar el papel de las mujeres en la ciencia y la bibliografía científica. Durante el siglo xix ya se había iniciado una lenta revolución, pero resulta evidente que aún eran muy pocos los libros sobre ciencia escritos por mujeres durante ese período, y no es necesario ir muy lejos para saber por qué. Basta con citar a Charles Darwin, uno de los héroes del siglo. En sus libros, en especial en El origen del hombre, sus opiniones estaban alineadas con la visión general de la época de que las mujeres eran intelectualmente inferiores (a pesar de que las mujeres de la familia de Darwin representaron una gran ayuda en sus trabajos). Escribió: «Si se hicieran dos listas de los más eminentes hombres y mujeres en la poesía, la pintura, la escultura, la música [...] la historia, la ciencia y la filosofía [...] las dos listas no se podrían ni comparar». Este punto de vista fue muy cuestionado por la autora estadounidense Antoinette Brown Blackwell. Había enviado a Darwin una copia de su primer libro, Studies in General Science («Estudios en ciencia general»), y recibió una respuesta muy positiva, pero se dio cuenta de que Darwin había supuesto que se trataba de un hombre. Su respuesta fue escribir, en 1875, otro libro titulado The Sexes Throughout Nature («Los sexos en la naturaleza»), que cuestionaba la idea de la inferioridad femenina. No se sabe cuál fue la respuesta de Darwin. Se ha intentado salvar la reputación de Darwin mostrando la abundante correspondencia que mantuvo con mujeres a las que parecía tratar como iguales intelectualmente, pero esto se contradice con la correspondencia condenatoria con Caroline Kennard, otra mujer estadounidense. Esta escribió a Darwin en 1881, escandalizada al descubrir que Darwin había sido citado como fuente de principios científicos que demostraban la inferioridad de las mujeres. Kennard se dirigió a él: «Si se ha cometido un error, se debería corregir debido al gran peso de su opinión y autoridad». Está claro que esperaba que Darwin soportara el concepto de la igualdad. Por desgracia, este contestó: «En realidad, creo que las mujeres, aunque generalmente son superiores a los hombres (en) sus cualidades morales, son inferiores intelectualmente, y me parece que existe una gran dificultad de las leyes de la herencia (si las entiendo de la forma correcta) para que puedan llegar a ser intelectualmente iguales al hombre». Parece que la respuesta de Darwin se basaba en la idea de que los hombres se han visto obligados a evolucionar más debido a las funciones tradicionales que tenían que desempeñar, mientras que las mujeres no han sido capaces de mantener el ritmo evolutivo, a pesar de heredar algunos rasgos positivos de la línea masculina. Darwin argumentó también que para que las mujeres pudieran ser iguales debían convertirse en sostenes materiales de la familia, lo que dañaría a sus hijos y a la felicidad de los hogares. Kennard respondió airadamente, haciendo notar que en la mayoría de los hogares (de las clases bajas) las mujeres trabajaban, pero que solo en puestos de poca importancia, y que la supuesta inferioridad se debía al entorno y a las restricciones sobre lo que podían hacer, no a su capacidad. De todos modos, a pesar de la actitud de Darwin y de muchos otros, hacia finales del siglo xix se estaban produciendo cambios en la ciencia, e iban cayendo las barreras. Se empezaba a admitir a las mujeres en el estudio de las ciencias y comenzaron a contribuir en la bibliografía científica. Fue un proceso lento, y muchos de los grandes científicos fueron bastante conservadores. Por ejemplo, cuando James Clerk Maxwell inauguró el laboratorio Cavendish de física experimental en Cambridge, en 1874, se mostró muy reticente a permitir el acceso


Ausencia de mujeres

Antoinette Brown Blackwell

STUDIES IN GENERAL SCIENCE, G. P. PUTNAM AND SON, 1869

Portada del libro de Brown Blackwell, que recibió una respuesta positiva de Maxwell quien (de algún modo) asumió que el autor era un hombre.

{ 190 } clásicos modernos

Antes de concluir este capítulo es necesario reconsiderar el papel de las mujeres en la ciencia y la bibliografía científica. Durante el siglo xix ya se había iniciado una lenta revolución, pero resulta evidente que aún eran muy pocos los libros sobre ciencia escritos por mujeres durante ese período, y no es necesario ir muy lejos para saber por qué. Basta con citar a Charles Darwin, uno de los héroes del siglo. En sus libros, en especial en El origen del hombre, sus opiniones estaban alineadas con la visión general de la época de que las mujeres eran intelectualmente inferiores (a pesar de que las mujeres de la familia de Darwin representaron una gran ayuda en sus trabajos). Escribió: «Si se hicieran dos listas de los más eminentes hombres y mujeres en la poesía, la pintura, la escultura, la música [...] la historia, la ciencia y la filosofía [...] las dos listas no se podrían ni comparar». Este punto de vista fue muy cuestionado por la autora estadounidense Antoinette Brown Blackwell. Había enviado a Darwin una copia de su primer libro, Studies in General Science («Estudios en ciencia general»), y recibió una respuesta muy positiva, pero se dio cuenta de que Darwin había supuesto que se trataba de un hombre. Su respuesta fue escribir, en 1875, otro libro titulado The Sexes Throughout Nature («Los sexos en la naturaleza»), que cuestionaba la idea de la inferioridad femenina. No se sabe cuál fue la respuesta de Darwin. Se ha intentado salvar la reputación de Darwin mostrando la abundante correspondencia que mantuvo con mujeres a las que parecía tratar como iguales intelectualmente, pero esto se contradice con la correspondencia condenatoria con Caroline Kennard, otra mujer estadounidense. Esta escribió a Darwin en 1881, escandalizada al descubrir que Darwin había sido citado como fuente de principios científicos que demostraban la inferioridad de las mujeres. Kennard se dirigió a él: «Si se ha cometido un error, se debería corregir debido al gran peso de su opinión y autoridad». Está claro que esperaba que Darwin soportara el concepto de la igualdad. Por desgracia, este contestó: «En realidad, creo que las mujeres, aunque generalmente son superiores a los hombres (en) sus cualidades morales, son inferiores intelectualmente, y me parece que existe una gran dificultad de las leyes de la herencia (si las entiendo de la forma correcta) para que puedan llegar a ser intelectualmente iguales al hombre». Parece que la respuesta de Darwin se basaba en la idea de que los hombres se han visto obligados a evolucionar más debido a las funciones tradicionales que tenían que desempeñar, mientras que las mujeres no han sido capaces de mantener el ritmo evolutivo, a pesar de heredar algunos rasgos positivos de la línea masculina. Darwin argumentó también que para que las mujeres pudieran ser iguales debían convertirse en sostenes materiales de la familia, lo que dañaría a sus hijos y a la felicidad de los hogares. Kennard respondió airadamente, haciendo notar que en la mayoría de los hogares (de las clases bajas) las mujeres trabajaban, pero que solo en puestos de poca importancia, y que la supuesta inferioridad se debía al entorno y a las restricciones sobre lo que podían hacer, no a su capacidad. De todos modos, a pesar de la actitud de Darwin y de muchos otros, hacia finales del siglo xix se estaban produciendo cambios en la ciencia, e iban cayendo las barreras. Se empezaba a admitir a las mujeres en el estudio de las ciencias y comenzaron a contribuir en la bibliografía científica. Fue un proceso lento, y muchos de los grandes científicos fueron bastante conservadores. Por ejemplo, cuando James Clerk Maxwell inauguró el laboratorio Cavendish de física experimental en Cambridge, en 1874, se mostró muy reticente a permitir el acceso


Stephen Hawking

A BRIEF HISTORY OF TIME (DAL BIG BANG AI BUCHI NERI), 1988 Primera edición del éxito de ventas de Hawking publicada por Bantam Press, junto a la traducción italiana publicada por Rizoli el mismo año, que intercambia el título y el subtítulo del original.

{ 238 } la nueva GENERAcIóN


Stephen Hawking

EINE KURZE GESCHICHTE DER ZEIT DIE SUCHE NACH DER URKRAFT DES UNIVERSUMS, ROWHOLT, 1988 Primera edición alemana del popular clásico de la ciencia de Hawking en el que el subtítulo se convierte en «la búsqueda de la fuerza primaria del universo», junto a una fotografía de Stephen Hawking de 1988.

la nueva GENERAcIóN { 239 }


S

cientifica historica es un recorrido por los grandes títulos científicos en el transcurso de los tiempos, que explora la historia, el desarrollo y la progresión no solo de las creencias e ideas científicas sino también del lenguaje y de los medios físicos en los que se han expresado. Desde inscripciones esculpidas y rollos a tomos de encuadernación lujosa, el presente libro expone de manera brillante la evolución de la comunicación científica al mundo. De los antiguos griegos y los sabios islámicos a los científicos medievales europeos y las celebridades de la televisión, Brian Clegg lo guía por un viaje bibliográfico a través del tiempo y analiza el modo en que los escritos científicos pasaron de dirigirse a un público académico a centrarse en un público general, ávido de aumentar sus conocimientos. Esta transformación muestra cómo la palabra escrita ha sido un medio fundamental para ampliar nuestro conocimiento del universo y de nosotros mismos.

C110418

ISBN 978-84-18075-48-3

9 788418 075483


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