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Introducción

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Conclusiones

Conclusiones

Claroscuros en el abordaje de la violencia contra las mujeres en la política

Dhayana Carolina Fernández-Matos

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Palabras clave: género, violencia política, América Latina, derechos humanos de las mujeres.

ABSTRACT

The purpose of this chapter is to present a reflection on violence against women in politics, first, from a historical perspective, to explain certain currents of thought that have justified their absence from political spaces, based on cultural patterns and gender stereotypes. Then the cases of the American and mainly English suffragist are presented, who suffered violence and exclusion from the political space, even before the recognition of the right to vote. Secondly, under an interdisciplinary approach, a characterization of this type of violence and its legislative development in Latin America is carried out. Thirdly, an analysis is carried out under a human rights approach, which implies the recognition by the States of the right of women to a political life free of violence and a model law prepared based on the provisions of the Inter-American Convention to prevent, punish and eradicate violence against women. Finally, there is a call to be attentive to certain conservative and extreme right positions that, with their speeches, contribute to women being seen as upstarts or invaders of the political space, which favors violence. Keywords: gender, political violence, Latin America, women’s human rights.

INTRODUCCIÓN

No resulta extraño ver en una entrevista a una mujer política –bien sea candidata, electas mediante sufragio o en ejercicio de un cargo público por designación– que se le hagan las siguientes preguntas: ¿cómo hace usted para conciliar su vida política con sus “obligaciones” en el hogar?, ¿qué opinan su esposo y sus hijos sobre su carrera política?, e incluso, se indaga si sabe planchar, cocinar, en fin, realizar el conjunto de trabajos domésticos que se dan por descontado “deben” hacer las mujeres, en virtud de los roles de género mediante los cuales se les asignan las tareas reproductivas, aquellas que se realizan en el ámbito de lo privado, vinculadas a la familia y al cuidado de sus miembros.

Claroscuros en el abordaje de la violencia contra las mujeres en la política

Dhayana Carolina Fernández-Matos

Michelle Bachelet Jeria, primera mujer electa como presidenta de Chile (2006-2010) y reelecta para el periodo presidencial 2014-2018, se quejaba de la cobertura mediática a su imagen en el año 2005: “Al ser mujer, ellos [los medios] se meten en la vida privada, ven el traje, el peinado, o sea, temas que nadie evalúa en un hombre, y a las mujeres se les exigen cosas que, en realidad, a los hombres en la política, no” (citada por Valenzuela & Correa, 2006, p.89)2 .

En un artículo publicado en el periódico La Vanguardia del año 2008, en donde la noticia principal era –para quien escribe este capítulo– el apoyo en una manifestación que hubo en París a Ingrid Betancourt (secuestrada por la guerrilla en Colombia) por parte de quien en ese momento ejercía la presidencia de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, el trabajo se tituló “La boina de Cristina” y se centró principalmente en consideraciones sobre el gusto de la presidenta por la moda y otros aspectos que, cuando se trata de un hombre presidente, pasan totalmente desapercibidos: “ama con demasía el bótox y con igual empeño la moda cara, a pesar de su enconado verbo populista (…) Es femenina, le encanta la moda, gasta como cualquier mujer rica, tiene estilo propio, y además tiene poder” (Rahola, 2008, La Vanguardia). Cristina Fernández en ese momento era una mujer con poder porque había sido electa mediante sufragio directo, universal y secreto como presidenta de Argentina. Hacer énfasis en características personales alejadas de aquellas que se consideran necesarias para gobernar y asignadas a los hombres, no

2 Bachelet resume en estas palabras lo que Virginia García Beaudoux, Orlando D’Adamo y Marina Gavensky (2018, pp.121-123) encontraron en una investigación sobre los estereotipos de género presentes en la cobertura mediática de las mujeres candidatas, tanto por la prensa escrita como por la televisión, y en la cual se identificaron cuatro clases de estereotipos: 1) aquel que enfatiza el papel de madres y los aspectos de la vida doméstica y privada de las candidatas; 2) el que explica las carreras políticas, los logros y los méritos de las candidatas por su relación con hombres poderosos o influyentes; 3) el referido a la falta de control, racionalidad e inteligencia emocional de las mujeres candidatas y, 4) el estereotipo que enfatiza la importancia de la apariencia física y la vestimenta de las candidatas.

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resulta excepcional en la cobertura mediática de mujeres lideresas políticas, por el contrario, desde hace varias décadas se realizan investigaciones que muestran que los medios de comunicación social tratan a las mujeres que actúan en los espacios políticos de manera diferente a como tratan a los hombres (Van Zoonen, 2001; García Beaudoux, 2017; Topic y Gilmer, 2017; García Beaudoux, D’Adamo y Gavensky, 2018). Casos sobre este trato diferenciado sobran. Por ejemplo, en el mes de abril de 2008, por primera vez en España, una mujer, Carmen Chacón, tomaba posesión de su cargo como Ministra de la Defensa y pasaba revista a las tropas. Sin embargo, este hecho histórico no fue al que se le dio más cobertura mediática. Se resaltó el avanzado estado de gestación en el que se encontraba o se cuestionó su vestimenta, algunos como Antonio Burgos, aprovecharon para cuestionar el gabinete paritario del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, el primero compuesto por el mismo número de ministros y ministras en España. Burgos se refería a la presencia de mujeres en el gabinete ministerial del nuevo gobierno en los siguientes términos: “ZP no ha nombrado un nuevo gobierno, sino que como medida de precaución ha organizado su Batallón de Modistillas Ministeriales, donde las señoras superan ya a los caballeros” (Burgos, 2008, ABC). En Israel dos periódicos judíos ultra ortodoxos manipularon las fotos del gabinete del primer ministro Benjamín Netanyahu para que no aparecieran las dos mujeres ministras. El diario Yated Neeman reemplazó las imágenes de las ministras Limor Livnat y Sofa Landver por la de dos hombres, mientras que The Shaa Tova ensombreció la imagen en las zonas donde estas estaban ubicadas. La razón de estos actos se debió, según estos diarios y la corriente ideológica que representan, a que la exhibición de mujeres en imágenes “supone una violación de la modestia femenina” (Periodista Digital, 2009, s.n.).

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En Colombia, uno de los periódicos nacionales más leído, El Tiempo, hacía referencia al estilista de la candidata presidencial por el Polo Democrático, la economista y abogada Clara López. Un artículo publicado en mayo de 2014 se tituló “El estilista de Clara López, otra ficha más en la campaña”, en este se hacía referencia al cambio de look de la candidata, al hecho de que su estilista la acompañara en su desplazamiento por distintas regiones de Colombia y se le atribuía a este señor la responsabilidad “de que la candidata se vea fresca, hasta cuando está en las zonas más calurosas” (El Tiempo, 2014, s.n.). Cuando se trata de un hombre candidato, hay pocas referencias a su aspecto físico o a su manera de vestir; los medios se concentran en su mensaje político, en su pasado político, en su programa de gobierno, en los debates con sus oponentes, en fin, en un conjunto de factores asociados propiamente con el tema político-electoral y no en su físico, hecho común en la evaluación y referencia a las mujeres candidatas. Quizás el caso más paradigmático sobre este tema es el de Hillary Rodham Clinton, mujer presente en la política estadounidense desde hace más de tres décadas, en sus inicios como Primera Dama del estado de Arkansas y después del país de 1993-2001, posteriormente fue senadora por el estado de Nueva York. En 2008 se presentó como precandidata presidencial por el Partido Demócrata y perdió la nominación en unas elecciones primarias ante Barack Obama, quien terminaría electo como presidente de Estados Unidos y nombró a Hillary como Secretaria de Estado. Luego, en 2016, fue la candidata presidencial por el Partido Demócrata y perdió las elecciones frente a Donald Trump, candidato del Partido Republicano (Pereda, 2017). La relación de Hillary Clinton con los medios nunca ha sido fácil. Desde los tiempos en que ocupó el puesto de Primera Dama de Estados Unidos, ha estado en permanente confrontación con estos por actuar de forma distinta a lo que se esperaba debía ser la conducta propia de la esposa de un presidente. A diferencia de antecesoras como Jackie Kennedy reconocida

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por su elegancia, Nancy Reagan quien llevó el glamour hollywoodiense a la Casa Blanca o la imagen maternal de Bárbara Bush, quienes se mantuvieron dentro de los roles que se esperaban de ellas, acompañando a sus esposos, vistas en las galas sociales, pero sin que se les escuchara en los debates sobre política, Hillary Clinton opinaba sobre los problemas políticos, lideró la reforma a la atención sanitaria, respondía con inteligencia las preguntas y comentarios de la prensa, por lo que se le cuestionó su sarcasmo y la ironía con que respondía, e incluso, se llegó a señalar que debía ser más suave, más conciliadora, consejo que los medios no le darían a un hombre, ya que la fortaleza y polemizar son atributos considerados masculinos, de manera que cuando un hombre los exhibe son valorados como rasgos positivos. Posteriormente, cuando se presentó como precandidata presidencial en 2008 frente a Obama, en los primeros momentos, aunque ella lideraba todas las encuestas, los medios no se cansaron de enviar el mensaje de que era necesario que se retirara y dejara de dividir al Partido Demócrata. En 2016, al calor de la campaña presidencial, se le cuestionó por formar parte del feminismo liberal en un momento en el que se necesitaba un feminismo diferente. En definitiva, aunque los tiempos han cambiado, así como las críticas dirigidas contra Hillary Clinton, los resultados de esta forma de representarla son los mismos, el socavamiento de su imagen y avance profesional3 (Topic & Gilmer, 2017). ¿Qué tienen en común todos estos hechos? La respuesta forma parte esencial de lo que se pretende explicar en este trabajo. En estos casos, las representaciones sociales que se tienen de las mujeres llevan a analizar su presencia en la esfera política bien como un hecho excepcional, ya que lo “normal” es que estén en el hogar y cuidando de su familia, o se utilizan estereo-

3 Lo dicho no presupone que las razones de la derrota electoral de Hillary Clinton se pueden explicar únicamente por la forma en que los medios la representaron; es indiscutible que el fenómeno es muy complejo y analizarlo escapa de los objetivos de este trabajo.

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tipos de género que las excluyen de los espacios políticos y que parten de cualidades estimadas “propias” del género femenino como la sensibilidad, comprensión, preocupación por su aspecto físico, entre otras que no se consideran importantes en el ejercicio de funciones de naturaleza política, mientras que aquellas asignadas a los hombres, tales como agresividad, racionalidad, autoconfianza, competitividad, independencia, se asocian con ser un “buen líder” y participar en la política (Cuadrado, Navas y Molero, 2006, p.35). Una “buena mujer” es modesta, no habla de sus logros porque si lo hace “cae mal”, es juzgada y se le increpa con la pregunta ¿quién se cree que es?, además, los parámetros para evaluar su conducta son diferentes a los que se usan con los hombres: si estos son asertivos, se les denomina líderes, pero las mujeres asertivas son consideradas “mandonas” (García Beaudoux, 2017). También se ridiculiza la presencia de las mujeres en la política, se les subestima o, como en el caso de los periódicos israelí, se les invisibiliza porque alteran los roles de género asignados. En todo caso, se trata de una multiplicidad de prácticas que contribuyen a invisibilizar a las mujeres en la esfera pública y a excluirlas como actoras políticas en distintas partes del mundo, además de constituirse en factores a ser analizados en el abordaje de la violencia contra las mujeres por razones de género en la política (Krook, 2017). No se quiere decir con esto que los casos anteriormente descritos sean considerados como violencia política per se, lo que se trata de explicar es que esta manera de representar a las mujeres se basa en roles y estereotipos de género que perpetúan la situación de exclusión de estas del espacio público-político, fundamentándose en patrones culturales sustentados en la superioridad de los hombres para el ejercicio de cargos políticos y en la subordinación e incapacidad de las mujeres para ejercerlos.

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No es casualidad que en distintos instrumentos internacionales en los cuales se establecen compromisos de los Estados y de la sociedad en general para la erradicación de la violencia y acoso políticos contra las mujeres, se establezcan acciones de las cuales son responsables los medios de comunicación y las redes sociales. De esta manera, la Declaración sobre la violencia y el acoso políticos contra las mujeres de la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (MESECVI), emitida el 15 de octubre de 2015, hace un llamado a los medios de comunicación, redes sociales y empresas publicitarias para que incluyan en los códigos de ética, la discriminación de las mujeres en los medios y, además, se incorpore el abordaje de la violencia y acoso político que estas sufren en razón de su género. También, se les exhorta a eliminar “los estereotipos sexistas, descalificadores e invisibilizadores de su protagonismo y liderazgo en todos los espacios de toma de decisiones” (OEA y MESECVI, 2015, p.4). La resolución de las Naciones Unidas sobre La participación de la mujer en la política del 19 de diciembre de 2011, por su parte, hace un llamado a los Estados para que implementen enfoques inclusivos respecto a la participación política de las mujeres y adopten medidas para erradicar prejuicios sexistas basados en la superioridad de uno de los sexos y en la inferioridad del otro, “o en la atribución de papeles estereotipados al hombre y a la mujer, que obstaculizan el acceso de la mujer a la esfera política y su participación en ella” (Naciones Unidas, 2011, p.3). En la primera parte de este capítulo, se hace una revisión histórica para dar cuenta de algunas corrientes de pensamiento que, desde la Modernidad, han problematizado la “cuestión de las mujeres” para justificar su ausencia de los espacios públicos y del ejercicio de derechos, para lo cual se han basado en patrones culturales, en estereotipos de género y en la división sexual de los espacios (público-privado). También se hace una explicación

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