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Cuando abres el viejo baúl.
Finales de agosto y la mujer sabe que no lo puede posponer más. Apenas queda tiempo. El baúl es antiguo, de madera y hierro, herencia de familia. Es pesado, pero la tapa cede fácilmente al esfuerzo. Hay ropa de invierno pulcramente doblada, abrigos, bufandas, gruesas rebecas. Pero la mujer sabe que, bajo ella, hay chilabas, blusas de raso, diademas de lentejuelas. Y entrelazados con los tejidos y los velos de tul, aparecen recuerdos que creía ya olvidados. En cada pliegue de la ropa, en cada fleco, en cada delicado bordado, se esconde una imagen, un sonido, una voz, un beso. Cirios de longitud abrumadora, una chaqueta de vestir, una sonrisa. La impaciencia de llegar a tiempo a misa mayor. Raso y pasamanerías engarzando antiguas vivencias.
—A quina hora ve el tio? —Com sempre, vora les dotze.
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Y, efectivamente, el viajero llega en el autocar al que el pueblo llama la Conxa, cargado de sonrisas y fotos en blanco y negro. De nuevo los recuerdos emergen entre las colgaduras de balcón y los mantones de Manila. La mujer lo sabía de antemano: abrir el viejo baúl ha sido como abrir la caja de Pandora, ya no hay forma de cerrarla. Es darse de bruces con el abismo del pasado, donde los recuerdos permanecen desordenados pero diáfanos.
Ya ha encontrado la capa bordada, la blusa con apliques de pasamanería, las babuchas verdes, y entre ellos, de nuevo, la memoria avivada de tantas cosas: el aperitivo en la mesa, la pelota de cocido, la toña. Y en torno a la mesa, ellos, los que ya no están y ahora susurran palabras de esperanza desde el fondo del baúl.
El aire es intenso. Huele ya a pólvora, a sudor, a naftalina, a ilusión contenida y ansiada. La mujer coge aire y continúa rebuscando en el viejo baúl. Y encuentra sonrisas y lágrimas cosidas a cada pespunte. Las prendas cobran vida, como si quisieran recuperar los cuerpos que albergaron. Es verdad que la infancia nunca vuelve, pero permanece para siempre agazapada en ese pantalón de raso de la talla cinco, que ha pasado de hermanos a hermanos y luego a primos.
La mujer intenta cerrar el baúl pero no puede. las bisagras se resisten como si tuvieran vida propia. Las voces le hablan ahora de seguir adelante, sin mirar atrás, al compás de las marchas, moras o cristianas, que dentro de unos días llenarán las calles. Por fin, no sin esfuerzo, ha cerrado el baúl con profunda nostalgia. Las voces han callado de repente. Han vuelto a la cálida oscuridad de los recuerdos mientras la brisa cálida de finales de agosto agita las cortinas de cretona.
La vida sigue. La fiesta empieza a lo grande, como siempre, con música y campanas al vuelo, pero ella sabe que algún día seremos nosotros lo que susurremos palabras desde el fondo del baúl. Y presiente que serán palabras de esperanza. •