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El origen dominico de Los marrajos

Cartagena Semana Santa 2019 El origen dominico de Los Marrajos

En 1835, durante la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, y en el transcurso del proceso de Desamortización de los bienes de la Iglesia que se desarrolló en España en el primer tercio del siglo XIX, se completaba el proceso iniciado durante el Trienio Liberal (1820-1823) por el que se cerraron todos los conventos existentes en la ciudad de Cartagena.

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Más allá de una interpretación social o económica, más que discutible, lo cierto es que aquel acontecimiento supondría un antes y un después en una Semana Santa muy vinculada a la dimensión conventual de la ciudad de Cartagena desde mediados del siglo XVI, cuando la falta de respuesta de la Diócesis ante la expansión de la ciudad, llevó a ésta a suplir las carencias de parroquias o iglesias mediante la fundación de conventos que ofrecieran la atención religiosa que la población demandaba.

Así, la Contrarreforma en Cartagena se hace patente a través de los franciscanos –que tendrían dos conventos masculinos y uno femenino-, los agustinos, dominicos, carmelitas o mercedarios, junto a la presencia de jesuitas o de los hospitalarios de San Juan de Dios.

La Semana Santa barroca nace en dicho contexto, y hay documentos que hablan de cofradías –hoy desaparecidas- vinculadas a aquellos conventos, donde nacieron las primeras procesiones.

Los documentos más antiguos que conocemos hablan de una procesión de Viernes Santo en 1613, y sabemos que sería fray Jerónimo Planes quien, como guardián del convento de San Diego ordenaría la construcción de un Vía Crucis entre éste y la ermita de Santa Lucía, que daría lugar, en 1614, al nacimiento de la procesión de la Madrugada de Viernes Santo –la del Encuentro- que organizó la Cofradía del Rosario, con sede en otro convento, el de Santo Domingo.

Hoy, cuando han transcurrido casi dos siglos desde la Desamortización, apenas recordamos la Cartagena conventual más que por los nombres de calles y plazas (San Francisco, San Agustín, la Merced, el Carmen…), pero investigarla nos llevará a conocer nuestra Semana Santa, más allá incluso del recorrido de la procesión del Encuentro (en realidad del recorrido de todas las procesiones hasta 1930) o de la “cruz reliquia” de los marrajos.

La ausencia de parroquias hizo que Cartagena no tuviera una sucesión de cofradías que organizaran sus propias procesiones en cualquiera de los días de la Semana Santa, sino que éstas surgieran de manera ordenada como un relato de la Pasión, pues las dos procesiones marrajas se organizaron en torno a la liturgia de Viernes Santo en el interior del convento de los dominicos, como una escenificación teatralizada en el contexto urbano del recorrido del Nazareno por la calle de la Amargura y del cortejo fúnebre de Cristo Yacente. En medio, y en el interior de Santo Domingo, el desenclavamiento y la colocación del cuerpo de Cristo en el sepulcro, en el trono que habría de recorrer luego las calles de Cartagena.

Así sucedería desde que en 1663 el Obispo Juan Bravo encomendase a los marrajos reorganizar una Semana Santa que se había visto interrumpida por la epidemia de peste de 1648, y éstos, fundados desde el entorno del año 1641 en el convento dominico –orden que siempre tiene en su seno una cofradía del Rosario y otra del Nombre de Jesús en torno a la imagen de un Nazareno- comenzasen a organizar sus procesiones.

Sería precisamente esta forma de concebir la Semana Santa, la del carácter narrativo, la que condicionaría la elección de las escenas que compondrían a partir de 1747 el cortejo californio del Miércoles Santo: las escenas que precedían al Prendimiento (Oración del Huerto, Beso de Judas) y la que haría que, al estar la Crucifixión comprendida entre las dos procesiones marrajas y formar parte de la liturgia interna del templo, no procesionase ningún Crucificado en Cartagena –a diferencia de lo que sucede en otras ciudades- hasta 1881, cuando en pleno proceso de modificación de la Semana Santa en la ciudad, veamos innovaciones en la forma de los tronos o en las escenas que se irían incorporando –Cena, Caída, Calvario, etc.-.

La Cofradía Marraja, más allá de las leyendas surge, como han demostrado en sus estudios publicados en la ‘Biblioteca Pasionaria’ de la cofradía Montojo y Maestre sin un componente gremial entre sus hermanos, que era de la más diversa procedencia profesional.

Los conventos dominicos podían –como cualquier otro- ser sede de diversas cofradías, si bien había dos que necesariamente deberían existir en su seno y que, caso de existir con anterioridad, deberían obligatoriamente trasladarse a ellos: las de la Virgen del Rosario y la del Dulce Nombre de Jesús, que tenía como Titular la imagen de Jesús Nazareno. Así lo relataba a comienzos de 2019 en Cartagena Fray Antonio Bueno, superior de la Orden de Predicadores en la ciudad de Granada, en el transcurso de una conferencia organizada por la Cofradía Marraja que permitió escuchar de nuevo a un dominico en la iglesia de Santo Domingo. En ella contaba también que la Orden cierra cada día sus oraciones en la noche repitiendo varias veces “Jesús Nazareno, ten misericordia de mí”.

Jesús Nazareno es una imagen fundamental en el devocionario dominico, por lo que no puede extrañarnos que la más grande de las capillas de su templo cartagenero, situada junto a la del Rosario, fuera la que albergaba a esta cofradía. Una capilla que los fundadores de la hermandad compraron en 1641 y ampliaron entre 1695 y 1731, inaugurando en enero de 1732 el actual retablo.

Los dominicos fueron los directores espirituales de la Cofradía Marraja hasta la Desamortización, un dato que hoy, casi dos siglos después nos sigue ofreciendo una curiosidad, y es que pese al tiempo transcurrido los dominicos han estado más años al frente de la dirección espiritual de la cofradía que los sacerdotes diocesanos.

Del templo de Santo Domingo han salido tres de cada cuatro procesiones marrajas a lo largo de la historia, pues lo hicieron entre 1663 y 1935, debiendo hacerlo tras la finalización de la Guerra Civil desde el de Santa María, una situación que se mantiene hoy ya de forma irreversible, pues el crecimiento de los tronos y las procesiones hace inviable retornar a los orígenes marrajos salvo para casos excepcionales como el que tuvo lugar en 2013, cuando al celebrarse el 350 aniversario de las procesiones marrajas se celebró una procesión de gloria con la Virgen del Rosario que partió y se recogió de la hoy iglesia castrense.

La Virgen del Rosario es, junto a la llamada Cruz Reliquia el otro vínculo que hoy encontramos en el patrimonio marrajo con su origen conventual.

La Cruz, atribuida a Francisco Aguilar en torno a 1615, representa a un Crucificado y ante el mismo a la Virgen de la Soledad. Bajo ésta y en los extremos de su tramo horizontal encontramos el escudo dominico.

La Virgen del Rosario, obra del escultor José Esteve y Bonet (17411802), restaurada por Arturo Serra, autor del Niño Jesús que lleva en sus brazos y que la imagen había perdido, fue donada a la Cofradía que recoge con ella su origen dominico, en una imagen de gloria que recuerda a la cofradía de la que heredó, en 1663, la organización de las procesiones de Viernes Santo.

Agustín Alcaraz Peragón

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