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La Vera Cruz de los marrajos

Cartagena Semana Santa 2019 La Vera Cruz de los Marrajos

Hace sesenta años, un 29 de marzo de 1959, la cuarta procesión de la Cofradía Marraja, procesión de la Vera Cruz, iniciaba oficiosamente su andadura en la pasionaria cartagenera toda vez que la aprobación eclesiástica y definitiva de la misma llegaría al año siguiente, en 1960. Y con su primera salida tomaba carta de naturaleza en las procesiones cartageneras, tras un proceso de gestación previo que podríamos situar en el año 1955 y siguientes no exento de polémicas y legítimas aspiraciones por parte de marrajos y californios en ocupar ese día libre de procesiones en nuestra ciudad. La nueva procesión de Cartagena nacía una vez más de la misma raíz a la que debe nuestra Semana Santa su grandeza: la necesidad permanente de emular una cofradía a la otra, de mejorar y superar en brillantez a las procesiones del color diferente al de cada uno, y de la “sana rivalidad” como motor, en esos años como lo venía siendo desde los primeros del siglo XX, del esfuerzo generoso de los procesionistas que paso a paso les llevó a poder configurar y ofrecer la Semana Santa que hoy disfrutamos.

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Fueron diferentes las vicisitudes que se dieron hasta llegar finalmente a esa tarde de 1959, debiéndonos situar para comprender todo ello en la mitad de la década de los años cincuenta del pasado siglo. Y en una Cofradía Marraja pensando la manera de poner en la calle una nueva procesión, la cuarta procesión que sin embargo podría haber sido en el Domingo de Resurrección tras la primera salida de un cortejo ese día en el año 1943 responsabilidad de la agrupación marraja de Nuestro Padre Jesús Resucitado, origen de la Cofradía que hoy procesiona en esta jornada. En todo caso no sería esa finalmente la ansiada procesión morada y si la de un novedoso cortejo en el hasta ese momento Sábado de Gloria y Sábado Santo a partir de 1956 al amparo del nuevo Orden Litúrgico dictado por Roma, y bajo las nuevas disposiciones en el establecidas destinadas a facilitar a los fieles el cumplimiento de sus obligaciones de asistencia a los cultos de Semana Santa, los oficios, en un horario que dejaría margen en las primeras horas del sábado para un desfile pasionario que no perturbara en ningún caso la asistencia a las celebraciones religiosas, fijadas para ese día a partir de las diez de la noche.

Pero hasta llegar a esa tarde de 1959, y a esta cuarta procesión de la Cofradía, lo que subyace es la mencionada y referida pugna entre marrajos y californios por ocupar el Sábado Santo. Y prueba de ello es que tres años ante la prensa local recogía el 2 de abril de 1956 la novedad ese año en este controvertido día de la procesión de “La Soledad de la Virgen María de los marrajos a las seis de la tarde del Sábado, que se cerró con el sermón que al final, frente a la iglesia de Santa María… pronunció el arcipreste, señor Cebrián, que fue escuchado con fervoroso recogimiento en un ambiente de honda emoción” y la del “Cristo de la Fe, de los mineros, de la Cofradía California, a la una de la madrugada del Domingo de Resurrección”. Pugna que se debía de vivir meses atrás porque la misma prensa el día 23 de marzo de 1956 hablaba de la salida “el Sábado 31 de marzo a las 6 de la tarde de la procesión del Cristo de la Fe, de los mineros” sin referencia alguna al cortejo pasionario de los marrajos que finalmente fue el que tuvo lugar en ese día y a esa hora. Y que sólo puede explicarse por las gestiones con las autoridades eclesiásticas de los cofrades marrajos, ante la intención publicada de la cofradía california, haciendo prevalecer su solicitud, su apuesta por procesionar en el Sábado Santo, y de este modo que al menos ese año ambos cortejos acabaran celebrándose como la prensa lo plasmó al concluir las celebraciones pasionarias de este año 1956.

En todo caso para la Cofradía Marraja la procesión de la Vera Cruz, que como resultado del interés y de las gestiones realizadas sin duda ante el obispado tanto por una como por otra cofradía supuso ocupar con un cortejo morado ese día hasta aquel momento libre en nuestra Semana Santa, es el broche de oro a un periodo importante de su historia reciente. Aquel que arranca finalizada la Guerra Civil de 1936-39, con su rastro de desastre y destrucción que tanto afectó a la Semana Santa y a las cofradías, y cuyo final podemos situar al inicio de los años sesenta y a lo largo de dos décadas. Si desde el primer cuarto del pasado siglo y hasta el año 1936 la Cofradía Marraja comienza a escribir sus páginas más brillantes siguiendo lo que parece ser un guion perfecto y unos criterios: calidad, rigor, cronología, estética, religiosidad, y cofradía, sobre todo cofradía, que hoy todavía y más que nunca reivindicamos los marrajos para nosotros y para la Semana Santa en su conjunto, los años más traumáticos de la historia reciente de España parecían poner freno y dar al traste con todo el trabajo, con todas las ilusiones, y eran el peor presagio para la antiquísima tradición pasionaria y sin embargo “joven” Semana Santa de nuestra ciudad.

Nada de esto ocurriría, y la realidad nos ofreció a los marrajos posiblemente los mejores 20 años de los últimos cien vividos, y una obra casi acabada que hemos sabido conservar y ha llegado afortunadamente hasta nuestros días. Recordemos en este sentido las tallas que después de la guerra, en los años cuarenta, Capuz sigue ofreciendo a los marrajos para sustituir a las desaparecidas: las de San Juan, Soledad y la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno que se unen a La Piedad, Yacente y Descendimiento salvadas de la destrucción, y su postrer y extraordinario trabajo del Grupo del Santo Amor de San Juan en la Soledad de la Virgen de 1956.

Y entre las joyas más preciadas una procesión, la de la Vera Cruz. Procesión que con la lógica evolución que ha tenido en estos 60 años transcurridos y las nuevas incorporaciones de tercios y tronos desde ese sencillo desfile de 1959 de la Cruz solitaria, al que se incorpora a partir del año siguiente la imagen de la Soledad de los Pobres, continúa fiel a sus orígenes y nos remite al final de una época sin duda brillante de nuestra historia. De aquellos años la historia de la Cofradía guarda el recuerdo de la personalidad de cofrades y procesionistas de enorme valía, y entre ellos emerge la figura del Hermano Mayor D. Antonio Ramos Carratalá. Si sus predecesores, D. Juan Antonio Gómez Quiles y D. Juan Muñoz-Delgado Garrido, son los hermanos mayores del escultor José Capuz, los artífices del encuentro afortunado del genial artista con la Cofradía Marraja, a D. Antonio Ramos Carratalá le cabe el mérito y la responsabilidad de haber completado el patrimonio de los marrajos durante su mandato al COFRADÍA MARRAJA

frente de la Cofradía con sus dos últimas grandes obras, debidas una y otra a la maestría de Juan González Moreno: la Soledad de los Pobres y el grupo del Santo Entierro. Obras maestras que se sumaron de esta manera al monumental conjunto de Capuz, el conjunto que no olvidemos vino a vertebrar y dar pleno sentido a los cortejos marrajos y sin el cual hoy no se entenderían, cuya belleza y calidad artística incuestionable conviven desde su llegada de forma perfecta con el tesoro que pieza a pieza los marrajos fuimos recibiendo del insigne escultor valenciano.

Pero además D. Antonio Ramos jugaría un papel fundamental en el conjunto de circunstancias que condujeron a la definitiva salida de la procesión de la Vera Cruz en la primavera de 1959. Y es así que no sólo trajo a la Cofradía la imagen donada por él de una bellísima Virgen para este cortejo reflejo y resumen admirable del sentimiento profundo de soledad, recogimiento, y sin embargo esperanza máxima en la resurrección y en la vida que emana de la cruz desnuda que le precede. Sino que es ante todo y por encima de todo el Hermano Mayor que consigue culminar y dar respuesta a la aspiración y el anhelo de los marrajos de procesionar el Sábado Santo y poner en la calle una cuarta procesión marraja, ésta de la Vera Cruz.

El interés de D. Antonio Ramos Carratalá por ver convertido en realidad este proyecto y sus gestiones en esos años para conseguirlo son intensas, y de ello dan prueba la numerosa y elocuente correspondencia mantenida con el Obispado de Cartagena donde queda fielmente recogida su idea para este desfile y las características que le debían acompañar en aras de conseguir la ansiada autorización. De este modo el Hermano Mayor se refería en su carta en el mes de abril de 1956 a un cortejo de carácter penitencial “suprimiendo el alumbrado eléctrico que sería sustituido por cera y la dádiva durante el desfile de recuerdos de Pasión, a fin de quitar al desfile todo carácter de fiesta profana… para que ayude al pueblo en la meditación de los sagrados misterios de la Pasión y Muerte del Señor, dando así una lección gráfica a la conciencia cristiana del pueblo católico de Cartagena”. A esta primera carta donde curiosamente, y tres años antes, pedía “la autorización para el desfile procesional del Santo Entierro de Cristo para las cinco de la tarde de cada Sábado Santo”, el grupo del escultor murciano que nunca llegó a esta procesión y si a ocupar su lugar en la narración evangélica de la noche del Viernes Santo, y en la que no hay referencia a la Vera Cruz, seguirían otras más, incorporando ya al proyecto y a sus escritos un trono con la Cruz solitaria. Porque desde su primera comunicación escrita con la autoridad eclesiástica, a cada misiva de D. Antonio Ramos solicitando la autorización para la procesión le seguía una carta de respuesta por parte del Obispado denegando la pretensión y la aspiración de la Cofradía Marraja para el Sábado Santo por un “un convencimiento de razón pastoral” del Obispo y convencido igualmente el titular de la Diócesis de Cartagena de la paciencia de D. Antonio pues, afirmaba, “es una persona comprensiva y sabe lo que le estimamos y él sabe que si me opongo es por razones de conciencia que él sabe ponderar por encima de otras ventajas de menor valía”. Nada de esto convenció al Hermano Mayor marrajo que no cejaría en su empeño, y finalmente después de la salida de 1959 la autorización oficial del Obispo de Cartagena, D. Ramón Sanahuja y Marcé, llega en 1960. Y terminada la Semana Santa D. Antonio pone en conocimiento de las autoridades eclesiásticas cuál ha sido el desarrollo ese año de la procesión en un delicioso escrito de abril de 1960 que el Hermano Mayor dirige al Vicario General de la Diócesis Cartaginense, D. Juan de Dios Balibrea Mata, agradeciendo la autorización “para la procesión Marraja de la Stma. Virgen de la Soledad en Sábado Santo… sencillamente maravillosa por su acentuado carácter penitencial… con sólo luz de cirio y unas pocas flores”. La procesión, relata D. Antonio Ramos, se adentró en el barrio de la Soledad y Puerta de la Villa “En donde se dieron unos sobres con crecidos donativos a familias que comen y viven de milagro… con el doble sentido (la procesión) de amor y veneración a la Stma. Virgen y de caridad a los más pobres”.

Y explicaba el Hermano Mayor en su misiva la intención de la Cofradía, expuesta en el Cabildo celebrado ese año el Jueves Santo, de la puesta en marcha de una Constructora con el patrocinio “religioso” de la agrupación de la Virgen y “económico” de la Caja de Ahorros (Caja de Ahorros del Sureste de España, de la que él era Director General) y procurar viviendas a los más necesitados con la colaboración de la Junta de Damas de la Cofradía para, “vestir los hogares de los más humildes, proporcionarles empleo, velar por la educación cristiana de las familias… y hacer cuanto Dios nos manda para con nuestros hermanos necesitados de afecto y consideración social y de necesidades materiales: alimento de cuerpo y alma”. El ambicioso proyecto, que no llegaría a ser una realidad, ponía de manifiesto el alcance que para la Cofradía y para su Hermano Mayor como decisivo impulsor de este ansiado logro tiene la nueva procesión marraja. Una procesión dotada de pleno sentido religioso, ejemplo de ese espíritu que ha presidido a lo largo de su historia de las más diversas maneras la labor asistencial de la Cofradía.

Procesión de la Vera Cruz, finalmente, de la que este año conmemoramos su sesenta aniversario. Procesión de duelo frente a la muerte y de esperanza en la Resurrección donde la cruz desnuda testimonia que todo se ha consumado. Y en la que junto a la Cruz como símbolo máximo de la salvación, podemos contemplar el Sudario de Cristo, la reliquia que nos remite al relato de la Pasión de Jesús y el supremo icono de todos sus padecimientos, y el grupo de las Santas Mujeres que se acompañan en el dolor y esperan junto a la cruz de Jesús. Y encontrarnos de nuevo con el Evangelista, el discípulo amado que en el Santo Amor de San Juan asiste y arropa con amor filial en su soledad a la Virgen en la magistral composición que con este grupo Capuz, sin duda alguna “un escultor para la Cofradía Marraja”, dejara en el repertorio iconográfico de los marrajos y en la pasionaria cartagenera.

Para cerrar finalmente el desfile, cuando ya caiga la noche, la más emotiva, la más íntima, y la más contenida manifestación del abandono y la pérdida; la soledad de soledades, la Madre rota y exhausta representada en la hermosa y primorosa talla de la Virgen de la Soledad de los Pobres de Juan González Moreno. Y que de esta manera una Cruz marraja invite a la reflexión serena ante el camino de la Pasión que ya ha terminado, y una Virgen en su soledad derrame a su paso la luz de la esperada Resurrección.

Pedro María Ferrández García. Cronista de la Cofradía La Marraja.

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