Colaboraciones Literarias Particulares
En Memoria de Eduardo Vidal García, “El Tuerto” Ángel García Verduch
C
orrían los años sesenta. Vivía en mi casa natal, calle Pelayo número 3, de Cheste, junto con mis hermanos, padres, abuelos y tía. Yo tendría unos cuatro años, aproximadamente, y empezaba a descubrir el mundo que se abría más allá de mi calle. Todas las tardes vivía una gran aventura, acompañar a mi abuela Filomena a la vaquería de la tía Raquel, que estaba en la calle Barón de Cheste número 32, para traer la leche que necesitábamos en casa. Siempre tenía que pasar un pequeño mal trago, pues cuando me veía la tía Raquel, dejaba de ordeñar a la vaca, me cogía, me levantaba, me abrazaba y me gritaba... Angeliiiiin!!!. Yo sabía que pasaba pronto y luego venía la tranquilidad. Fue en la vaquería donde vi por primera vez al tío Eduardo, el marido de Raquel, hombre enjuto, de mediana estatura, pelo peinado hacia atrás, de movimientos enérgicos y precisos. Andaba entre las vacas y a la vez que les daba una palmada en el lomo a modo de saludo, repartía paja con los pies por todo el establo. Yo creía que allí se encontraban las vacas más grandes del mundo y que daban leche para todo el pueblo. Fui creciendo, estudié en el instituto Jose María Haro Salvador, después en la Universidad Laboral cursé magisterio y al acabar tuve que ir a la Marina para hacer el servicio militar, año y medio por la zona del estrecho de Gibraltar en un patrullero de vigilancia costera. Cuando acabé el servicio militar volví al pueblo y me dediqué a aprender esperanto con Enrique Arnau, a preparar oposiciones, pero con pocas ganas... y me pasó por la cabeza pedirle trabajo a Eduardo Vidal, “el Tuerto”, sabía que dirigía a un grupo de jornaleros. En aquellos tiempos, salvo los días de lluvia, siempre había trabajo en el campo, y me dijo: “Veas!!!... mañana a las seis y media acude a la Agrícola con almuerzo”. Yo pensé, rápido va esto.... Fui a la cita el día siguiente, y empecé a ver cómo funcionaba el sistema. Las personas que iban a trabajar al campo acudían a la Agrícola y Eduardo se encargaba de distribuirlas, organizar los coches para desplazarse, algunos también utilizaban motos, y explicarles el lugar y el trabajo que tenían que hacer. A la hora prevista salían todas las personas a realizar los trabajos agrícolas que eran necesarios. Allí conocí a la base de la cuadrilla y lo normal era llamarse por el apodo: Picola, Merengue, Suchet, Churumbel, Pacal, Currito, Falcas, Colilla, Mueña,…
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Eran tiempos todavía cercanos. No sabíamos de número ni porcentajes de personas en el paro, pero sí que quién quería trabajar lo tenía fácil. El polígono industrial de Cheste empezaba a pegar fuerte, la factoría de LOIS trabajaba a tres turnos y las personas que querían incorporarse a trabajos agrícolas tenían las puertas abiertas de par en par. Venían de camino, pero todavía no conocíamos qué era el riego por goteo, el teléfono móvil, ni un control de alcoholemia. Con la balsa de riego de “la Safa” todo el mundo tenía piscina a un precio y con un horario inmejorable. En aquellos tiempos todavía se podían ver en el frontón partidas de pelota valenciana con alto nivel. Quién quería ir a discoteca podía “triar” entre la Montecristo o la Adán y Eva. Había muchas personas que plantaban cebollas en plan serio y si acertaban el año podían convertirse en los reyes del mambo. El producto que nunca fallaba era la uva “roya”, también conocida como uva de cardinal. Entre Godelleta y Cheste servían este
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