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Como nunca nadie. Por Mª Fuencisla García Casar
Como nunca nadie
María Fuencisla García Casar. Universidad de Salamanca.
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La sangre no ríe, la sangre duele en la soledad del ruedo.
Soleá de sangre y tarantos negros. Lejos, muy lejos, allá arriba, queda el albero, amasijo de gritos, de sonidos sin tregua para el silencio, como el rastro de un cometa en la soledad del universo.
La sangre no ríe, la sangre duele en la soledad del ruedo.
Dime, hombre de luces, dime, torero de cien arenas y volapié de acero: entre verónica y natural, ¿puedes sondear sus ojos?, ¿oir latidos en su cansado pecho?, ¿descifrar la casta que soberbia y esquiva por sus nervios resbala, gota a gota, hasta el suelo?, ¿te golpea, acaso, la inquietud amarga de su dolor ardiente y yerto? Mejor, ¡calla! Cíñete de angustiosa prisa pues, la tarde avanza hacia su ocaso… Tú, solo eres albero, febril humanidad sobre la ardiente arena. Él, ¡oh, ventura!, pertenece al Misterio, donde está cuanto escapa al dominio del hombre; eternamente esquivo, como una leyenda de civilizaciones, inalcanzable sueño, que ha besado el sol solo como nunca nadie.
La sangre no ríe, la sangre duele en la soledad del ruedo.