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Inmaculada Concepción, manantial de Fe, y esperanza de Salvación

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La Medalla

La Medalla

En una amable misiva, unas semanas atrás, mi querido amigo José Joaquín Luque, me pedía que, para el segundo número de la Revista “Pasión y Glorias”, escribiese a cerca de mis vivencias en torno a la advocación de la Inmaculada Concepción de María, desde el año 1995 titular de Gloria de la Archicofradía Sacramental de Paz y Caridad, de la cual formo parte de su nómina de hermanos desde el año de mi nacimiento. Sinceramente, lo debo confesar abiertamente, en un primer término me causó extrañeza esta encomienda, pues entendía, y aún sigo haciéndolo, que en nuestra Hermandad hay personas más cercanas a nuestra Venerada imagen que un servidor, no obstante, y como yo no sé decir que no, y menos a un gran amigo, pues aquí estoy, escudriñando en el baúl de los recuerdos y de los sentimientos para, al menos decentemente, cumplir con lo que se me ha pedido y, a ser posible, provocar un mínimo interés en el lector para que no abandone la lectura de este artículo hasta el final. Pues bien, entrando ya en faena, debo aclarar, que frente a lo que yo pensaba, o mejor dicho, recordaba hasta que empecé con la redacción de este artículo, mi relación con esta advocación mariana de gloria, ni es tan reciente, ni se debe exclusivamente a mi pertenencia a Paz y Caridad, pues fueron muchos, desde mi niñez, los ocho de diciembre que con gran alborozo familiar, celebrábamos esta fiesta de la Virgen, gracias a mi abuela materna, Conchita Cobos, en la cercana localidad de Puente Genil, cuyo marido, mi abuelo José Cabello y Cabello, insigne poeta local, es el autor del himno que, fervorosamente, todos los pontanenses cantan a su Patrona, la Purísima Concepción, y que como un recuerdo indeleble ha brotado a la superficie de mi memoria, impregnada de un sentimiento de nostalgia por aquellos que ya se fueron. No obstante, el destino es caprichoso, y a pesar de las ausencias, hoy día también sigo celebrando esta festividad litúrgica en el seno familiar más íntimo, pues mi mujer también celebra su onomástica en este día, hecho este, por tanto, que da mayor emotividad a mi participación en los cultos, internos y externos, que nuestra Hermandad celebra en honor y alabanza a nuestra Titular, la Pura y Limpia Concepción de María, pues a mi devoción espiritual, cristiana y cofrade, se une en este caso, mi devoción, carnal y terrenal, por la persona con la que, desde hace ya 16 años comparto mi vida. Pero, hablando ya de la veneración hacia la representación iconográfica de este advocación letífica de la Madre de Dios que hoy forma parte del acervo devocional de los hermanos y hermanas de Paz y Caridad, debo confesaros que, al menos por lo que a mi persona corresponde, es consecuencia de un proceso que, a diferencia de las otras dos imágenes titulares de la Cofradía, no hunde sus raíces en la tradición heredada, sino en el día a día de un cofrade comprometido con su Hermandad y que con el paso de los años ha sabido abrir su corazón a nuevos sentimientos y emociones hacia María Santísima, dando así mayor sentido a su innato sentimiento mariano, y reforzando, aun cuando ello no hacía falta, su convicción en que María, y lo que Ella representa, es el mejor camino para llegar a su hijo, Dios. Por ello, no tengo ninguna duda que cuando mi Hermandad decidió incorporar la imagen de la Inmaculada Concepción de María como cotitular de la Cofradía y, años más tarde, con motivo de la celebración en nuestra Diócesis del CL aniversario de la proclamación del Dogma Concepcionista, recuperar su salida procesional, el día 8 de Diciembre, después de que dejara de hacerlo desde mediados de los años sesenta del pasado siglo, ello ha significado un gran acierto en muchos sentidos. Así es, en primer lugar, para Estepa, pues los devotos de esta venerada imagen, y los cofrades en general, han recuperado el culto público a Ntra. Sra. de la Concepción que, durante siglos, tuvo lugar en nuestro pueblo, rescatando así una tradición que nunca debió de perderse y que gracias al empeño de Paz y Caridad ha vuelto de nuevo a ser una realidad, colmando, seguro estoy, de ilusión y gozo a muchos estepeños y estepeñas que, en unos casos, después de tanto tiempo no pensaban que volverían a revivir, y en otros, que pudieran vivirla por vez primera. Y Estepa, madre y maestra en estas lides, ha sabido responder, desde entonces, con devoción y religiosidad, asistiendo y rezando con Ella en su Novena, o acompañándola fervorosamente por las calles de esta Estepa mariana, cuando en el día de su onomástica, sale en procesión de Gloria al encuentro de sus gentes como Reina soberana, inundando de celestial pureza todo aquello por donde Ella pasa. Especialmente emotivo, en los últimos años, resulta el trascurrir de la procesión por el viejo arrabal de la Coracha, al que accede por la calle que lleva el mismo nombre de Ntra. Señora, Concepción, junto a la Plaza de la Victoria, y donde en tiempos estuvo erigida la Ermita consagrada a esta advocación gloriosa de la Madre de Dios, y sede canónica de su primitiva Hermandad. Igualmente, el paso de la Santísima Virgen por la Plaza Hermanas de la Cruz, constituye un momento bellísimo y de incalculable valor devocional, cuando las hermanas de esta Congregación religiosa, verdaderas vírgenes en la tierra, salen al encuentro de la Madre celestial para cantar y orar antes sus plantas, haciendo brotar en el corazón de todos lo que presenciamos esta estampa, una paz interior verdaderamente evangelizadora. Y para la Hermandad, ¿qué ha significado?. Pues, empezando por lo puramente material y que, sin duda alguna, es lo que menos importancia tiene, un evidente enriquecimiento patrimonial, ya que junto a la imágenes del Santo Cristo Amarrado a la Columna y María Santísima de la Esperanza, la Cofradía es ahora también depositaria de una nueva imagen que, al margen de a quien corresponda su hechura, constituye una talla mariana de notable valor artístico, con un marcado carácter majestuoso, y a la que las manos primorosas, el buen hacer, el esfuerzo, y sobre todo el cariño depositado de sus vestidores, le han dado una impronta propia, haciendo que Ella luzca como nunca, cual azucena de luz resplandeciente. Pero, todo ello no tendría sentido si nos quedásemos solo aquí, en la belleza de una rostro delicado con resaltados pómulos rosáceos y mirada altiva, que enamora y embelesa a todo aquel que la mira, ya sea en su capilla, en la celebración de sus cultos o cuando pasea por Estepa el día de su onomástica, no, pues si así fuera, que vano habría sido nuestro empeño. Lo verdaderamente importante, y he aquí el sentido de estas líneas, ha sido, es, y seguirá siendo el enriquecimiento espiritual que esta imagen trasmite al cofrade de Paz y Caridad, pues la fe cristiana no se concibe sin la presencia de la Virgen en cuanto Esperanza y autora de Salvación, y en nuestro caso, gracias a esta dualidad devocional, su recuerdo es Luz de Fe y Esperanza que descansa en la Concepción Inmaculada de la Virgen, misterio maravilloso de Amor, y motivo por el que, entre todas las mujeres, Ella fue la elegida para ser el tabernáculo del Cordero de Dios. Así, llegado diciembre, Inmaculada y Esperanza son para esta Hermandad faro de Fe que no se apaga, aguacero de Amor ferviente, y Luz ardiente que nuestros pasos guían hacia un Cristo amarrado a la columna de nuestros pecados para nuestra salvación. Dichosos los hermanos de Paz y Caridad, pues en Ellas, Reinas celestiales que dan luz reflejando la Luz de Cristo, encuentran el consuelo de la Madre de Dios, impulsándonos a crecer en el camino de la Fe verdadera, esa que Ella acogió desde el primer momento ante el anuncio de su Concepción divina, gracia que le fue concedida por ser Pura y Limpia, sin pecado concebida.

Antonio V. Bustos Cabello

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