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La familia. Por María González
from Hacendera nº6_2017
by editorialmic
LA FAMILIA
Como vivían las familias de los pueblos parameses de la provincia de León.
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Casi todos eran labradores y vivían de lo que producían sus campos. Criaban cerdos, conejos, gallinas…etc. También tenían animales para labrar la tierra y un rebaño de ovejas con dos o tres cabras, las cuales ordeñaban para el sustento familiar.
Su vida es esta: Por ejemplo, una pareja de jóvenes se enamoraban, que por lo general solían ser del mismo pueblo, se casaban y celebraban una boda muy rumbosa con muchos invitados, buena comida, baile y muchos regalos; pero sin viaje de novios. Todo era muy bonito, siempre juntos al trabajo y a todas partes. “Son muy felices”. Se van a vivir a una vieja casita de sus padres o arrendada a un vecino. Pasados unos meses, en lo que todo es alegría y felicidad, anuncian la pronta llegada de la cigüeña, con muchísima ilusión para toda la familia.
Llega el nacimiento del bebé, no hay hospitales ni médicos; la parturienta es atendida por una señora del pueblo que hace de comadrona. El bebé y la mamá son cuidados por los abuelos maternos y paternos. “Todo va muy bien”. Pero pasados unos 15 días, todo cambia, hay que atender al bebé, darle el pecho, cambiar pañales, lavarlos -porque eran de tela y no de usar y tirar-, y sobre todo aguantar los llantos por las noches,...etc. Todo esto es para la MARÍA GONZÁLEZ
mamá, porque el papá dice que “eso es cosas de mujeres”. Pero no es todo, si el niño nace en invierno, como en este caso, cuando las aguas de los ríos y regueros están heladas, tenían que romper el hielo para poder lavar la ropa. Cuando la mujer llegaba a casa con la ropa lavada -sus manos heladas y doloridas-, tenía que prender la chimenea y el brasero para calentarse. Todo esto mientras dormía un rato el bebé. Cierto es que en algunas casas había un pequeño pozo y el agua solía ser potable, así que los vecinos iban a pedirla para el consumo de la casa, beber y hacer comidas.
Preguntaréis…. ¿y el papá que hacía? Pues hasta la hora de la comida partía la leña para la chimenea y el brasero, dar de comer a los animales, -el que los tenía, claro-, y sino de parola con los vecinos a las esquinas.
Cuando llegaba marzo empezaban los trabajos en el campo, preparaban la tierra y echaban abono. Entonces el marido decía a la mujer: -Oye, mejor venías conmigo, así mientras yo derramo el abono, tú lo vas tapando con el arado-. La mujer dejaba al niño con la abuela o con la vecina y se iba al campo con el marido. Hacia las once de la mañana, regresaba a casa para dar el pecho al niño y poner los garbanzos con un poco de chorizo y tocino en el pote al fuego de la chimenea, para que cuando llegasen del campo estuvieran cocidos. El marido recogía el ganado y les daba de comer, luego se sentaba a descansar y la mujer que había trabajado tanto o más que él, tenía que dar el pecho al bebé, cambiarlo y hacer la comida. El marido después de comer dormía la siesta (“porque en febrero duerme un rato el obrero y en marzo un ratazo”), mientras la mujer recogía la casa, lavaba y otra vez a darle el pecho para poder dejarlo con la abuela o la vecina hasta la puesta del sol. Así que toda la tarde sin cambiarlo ni darle el pecho. Si lloraba le daban una especie de chupete, o sea, una moña: un poco de azúcar en un trozo de tela atado y así le quitaban el hambre. Así era la vida de una mujer con hijos durante todo el año. La que no tenía con quien dejarlos cuando los niños eran pequeños, los llevaba a la espalda atados con un “clengue”, como un chal con unas puntas muy largas que daban vueltas al cuerpo y sujetaban al niño. Así los llevaban al campo, a la siega, la lavar y a todos los trabajos del campo. Cuando eran un poco mayores los dejaban a la sombra o a la brigada del carro, y si era verano a la de las morenas (montones de pajas cortadas de trigo o centeno). Lo peor era cuando llegaba el segundo o tercer hijo, porque siempre venían cuando el marido quería ¡Como a él no le daban tanto trabajo…! Así que la mujer seguía con los mismos trabajos, pero duplicados.
Llega otra vez el invierno, cesan los trabajos en el campo para los hombres pero las mujeres siguen igual con la casa, con los hijos y las malas noches. El día no da para nada, el marido no ayuda a la mujer con los hijos ni con la casa. Después de comer se va a la cantina de la Ramona a echar la partida con los amigos. Ya tarde vuelve y dice a la mujer: ¿Me preparas algo para ir a la cueva con Juan, Pedro y Andrés? Y la mujer hasta le prepara una buena tortilla con chorizo. ¡Será tonta…! Mientras ella, después de dar de cenar a los niños y acostarlos, a la luz del candil o una vela, se queda haciendo punto y cosiendo. A las tantas de la madrugada llega el marido con unos tragos de más y la panza llena, y claro, se va a la cama. Si luego despierta o llora un niño, dice: Aquí no hay quien duerma, y se va para otra habitación.
Llega la mañana, la mujer se levanta muy temprano, prende la chimenea, pone el brasero para que cuando se levanten los niños y el marido esté la cocina caliente. Luego prepara a los niños para ir a la escuela, y otra vez a las labores de la casa. Ah! sí hay unos días de fiesta -los domingos y las fiestas patronales-, donde la mujer tiene más trabajo preparando a todos para ir a misa o procesión, pero el marido no se apura… Total, para ir a tomar el vermut, le sobra tiempo. Esta era la vida de la mayoría de las familias de mi pueblo hasta el año mil novecientos cincuenta.