EL CARNAVAL DEL AÑO 20 En 2020, se inicia el primer Carnaval de una nueva década. Debe ser el inicio de una nueva etapa, donde la renovación constante de ideas y las formas de entender y hacer la fiesta han de imprimir un antes y un después. Las décadas marcan época, y en ellas deben florecer nuevos conceptos, nuevas agrupaciones, directores, autores, peñas, carrocistas etc., en definitiva, evolucionar, para que se continúe engrandeciendo y escribiendo con letras mayúsculas las páginas de nuestra gran y genuina historia carnavalesca.
las circunstancias tanto sociales como económicas. Hace un siglo, Isla Cristina contaba con 9567 habitantes, y el Carnaval de 1920, se celebraba durante los tres días que marca la tradición, de lunes a miércoles. Según las crónicas del momento, no fue muy animado, ya que al segundo día irrumpió la lluvia. Las máscaras que se vieron disfrutaron por las calles, pero cuando más concurridos estaban los paseos Cánovas y Las Palmeras, donde la juventud estaba pintarrajeada y cubiertos de grotescas caretas chillando y ahuyentando a los pacíficos transeúntes hizo acto de presencia un gran aguacero. El tercer día estuvo lloviendo a intervalos pero como era el último día de las carnestolendas, no quisieron dejar de rendir tributo al Dios de la Farsa.
Los más jóvenes del lugar en un futuro dirán, yo viví, o participé en los carnavales de los años 20. Pero en Isla Cristina, que tenemos una gran tradición de las carnestolendas, esos que ya vamos peinando alguna que otra cana, y hemos conocido muchos carnavales, si para referirnos, dijéramos el Carnaval de los años 20, rápidamente nos transportará a los veinte del siglo pasado, es decir, al siglo XX, aunque dudo que ninguno de nosotros tenga memoria para recordar, ni años para haberlos disfrutado.
Una sola comparsa salió ese año, “Fantomas Zeta” quién para gusto de la mayoría fue bastante deficiente y que se vio acompañada de otra venida de la localidad de Ayamonte, “Moros y Cristianos”. La zona más concurrida como era tradicional era el “Paseo de Los Reyes” donde se concentraban las máscaras y los curiosos. Los confetis y los papelillos brillaron por su ausencia restando esplendor a las carnestolendas, en cambio, según las crónicas, abusaron de las esencias y de jeringuillas rellenas de agua que sin esperarlo mojaban a quienes se pusieran por delante, propinándoles un lavatinazo mayúsculo.
La prensa local, es un fiel exponente de lo que somos y fuimos en esto de las carnestolendas, pero ni todo lo antiguo fue tan bueno como lo pintamos, ni todo lo de ahora es tan malo como queremos hacerlo ver. Cuando solemos evocar y hablar del pasado, tendemos a magnificar y a idealizar, así no es raro oír de vez en cuando esta expresión: “los carnavales de antes eran mejores que los de ahora”, y en algunos aspectos podría hasta serlo, pero en la mayoría de ellos no. Los carnavales de hoy, sencillamente son de hoy, y quién lo vive, disfruta y participa lo recordará con la misma intensidad y pasión que lo vivieron otras generaciones en su momento.
Las jóvenes en su mayor parte ataviadas con trajes usuales lucieron algún que otro pequeño detalle de carnaval y otras, las menos, con mantones de manila, en cambio entre los hombres, como nos narra el periódico La Higuerita, hubo soldados, niñeras y machotas, “vestidos interiormente de curdas, melopeas, cogorzas, trancas, peos, jumos, pítimas etc., etc.” es decir, con un jumazo de “dos pare de cojones”.
Cada etapa es especial, distinta, donde siempre existió esa rivalidad y competitividad que nos ha hecho crecer, por eso es importante contextualizarlos en su momento histórico y en su tiempo, valorándolos desde el punto de vista en que se celebraron, analizando cada periodo, así como
Referente a los bailes, se celebraban de forma privada por la empresa de los Hermanos Noya, del Salón Victoria, quienes organizaron bailes 22