MI MEMORIA CARNAVALERA Mucho ha cambiado el carnaval de Isla Cristina y a veces no como a muchos nos hubiera gustado; en mi memoria quedaron aquellos momentos que mejor dejarlos perdidos en el olvido; sin embargo, muchos tengo para enmarcar; eso sí; sabiendo que somos herederos de un legado que tenemos imperiosamente que saber guardar. El Carnaval isleño es patrimonio inmaterial de nuestra ciudad; debería vivir en el corazón de todos los que somos parte integrante de esta sociedad que rezuma sal por los cuatro costados. La década de los sesenta planteó un reto que supieron asumir con una valentía digna de encomio desde el alcalde de entonces: don Emiliano Cabot del Castillo, hasta la última mascarita que en los años mentados paseaba por la calle sus encantos. De igual importancia fueron los setenta; ya podíamos escribir en los carteles CARNAVAL en letras grandes. El despertar de la idiosincrasia de las comparsas, murgas y coros entonó la impronta del legado patrimonial de los gigantes que nos precedieron. Los años 80 llevamos los isleños al techo del sumun carnavalero y alcanzó sus máximas cotas. En la cabalgata fuimos únicos; el concurso llegó a trescientos millones de hispanohablantes, propios y extraños copiaron desde el entierro de la sardina hasta las marchas carnavaleras y chascarrillos que los isleños inventábamos de manera espontánea, improvisada, heredada y trasmitida a través de generaciones… en resumen: las fuentes inagotables del carnaval de Isla Cristina dio de beber a miles de nuevas fiestas de la máscara. En otras palabras: fuimos la universidad carnavalera para la provincia de Huelva y más allá…. Pero, el desahucio sufrido hacia un palacio que no dejo de ser nave industrial, parece que se llevó por delante las ilusiones de los nacidos en los alrededores de la Gran Vía carnavalera.
Francisco Santos, conocido cariño- Disfraz callejero en el Paseo de las Flores samente como “El Choquito”
sopor que aún se palpa en el ambiente; “llegamos a salir por salir… para divertirnos”… sin entender que lo nuestro, nuestro carnaval, es para la visión de otros que también disfrutan. Si queremos seguir siendo potencia del carnaval, debemos abrir más la mente, tenemos que ser lo que fuimos; seguir haciendo de nuestro carnaval de dentro para fuera. Sin anquilosarnos, ni dormirnos en los laureles, sin ver lo que hacen los demás habiendo venido a beber a las fuentes isleñas. Sí. Somos los mejores, aquí hay que venir a… aprender pero…. sin olvidar que no todo está bien, que hay mucho potencial para desarrollar y que todo nos es para salir del paso. El carnaval isleño debe de estar regulado por una fundación que se llame como quiera que sea pero, que sienten las bases de una vez por todas y que no esté a la deriva, sujeto a caprichos individuales, ni bajo el paraguas de asociaciones que han perdido la esencia carnavalera. Hay que abogar para que nuestro patrimonio esté cuidado por manos firmes y amorosas, pero también con el sentido isleñista que recibimos de aquellos gigantes que nos precedieron.
Fuimos de un lado para otro cual refugiados, y aunque la pujanza del concurso del nuevo milenio trajo la ubicación del nuevo espacio escénico del carnaval, caímos en una especie de
Miguel Gómez Martínez. Miguelín 24