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Con el nueve al hombro
A la sombra de este número impar se han conjugado fundamentos, hechos y destacados en la Semana Santa de León
Según el diccionario de la RAE la numerología, en su primera acepción, es “una práctica supuestamente adivinatoria a través de los números”, si bien en su segundo y definitivo registro el repertorio lingüístico, en paralelo, indica que se trata de un “estudio del significado oculto de los números”. En esta misma línea investigadora de los dígitos, para algún que otro estudioso de la materia –más o menos creíble, es cierto el nueve se alía con “el genio artístico, el sentido humanitario, la tendencia al romance y lo emotivamente sentimental”. Unificado todo ello con indisimulada generosidad y probada aquiescencia, está claro que la Semana Santa de León tiene ahí, en el guarismo del nueve, un hueco indiscutible. Un marcado fondo. De manera, que arriba con él. Con el nueve al hombro y paso corto, bracero.
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Pues bien, en esa vía numérica citada, está acreditado, por lo tanto, que varios son los nueves que, con afán conmemorativo, se incardinan en la amplia historia capitalina de las cofradías y hermandades –términos, uno y otro, que, por su ánima y núcleo, vienen a ser lo mismo en su concepto global y cristiano, porque son fuente de recordación colectiva cuando se repagina el grueso libro memorístico de estatuarias y papones.
De manera, que el índice bien puede tomar su cuerpo inicial en el año 1949, es decir, hace, ahora, setenta años con dos importantes efemérides que protagonizan –por orden de antigüedad fundacional las compañías (en palabra inmemorial y añeja) del Dulce Nombre de Jesús Nazareno –la más numerosa de hermanos en el nomenclátor estadístico y de Minerva y Vera Cruz, hoy con el añadido de Real en su enunciado. Y es curioso, a la vez, que ambos aniversarios giren alrededor del nexo artístico de un mismo nombre, el del siempre celebrado y reconocido escultor cántabro con probadas querencias leonesas, Víctor de los Ríos, adalid indiscutible de la imaginería religiosa española del siglo XX.
Dos realidades
En la Semana Santa del indicado año de 1949 dos son las obras de este autor que desfilan y se estrenan por las calles de la ciudad el Viernes Santo. Una, por la mañana, en la procesión de Los Pasos la bellísima y piadosa imagen de La Dolorosa, y, otra, por la tarde, en el cortejo del Santo Entierro, la del magnífico Yacente para los expertos una pieza cumbre de De los Ríos, que, de manera equivocada, tuvo un exiguo recorrido: debut y despedida. Las crónicas tildan la decisión de equivocada, incomprensible y desalentadora.
Los antecedentes del encargo de La Dolorosa al prestigioso –y, por aquella, aún joven entallador nacido en la localidad cántabra de Santoña, toman espacio un año antes, en 1948, cuando la junta de seises de Jesús Nazareno estima que ha llegado el momento de reemplazar la representación en soledad de María con casi un siglo de antigüedad y un tanto deteriorada por el tiempo por otra de igual advocación pero de diferente concepto y factura. Víctor de los Ríos, que a toda obra que haga para León le pone un especial cariño, consigue concluir un rostro que, en palabras del recordado papón Ricardo Ferradal, fallecido el 30 de mayo del pasado año, es “la expresión de resignación y sereno dolor de la Señora”. En corto y por derecho. Cayón Waldaliso, por su parte, la ‘bautiza’ como Pena Bonita, sobrenombre que, por su galanura admirativa, caló pronto entre los hermanos de la cofradía y, en concreto, en los braceros del paso. La suave imagen, que era y es un cofre de bondad y devoción en sí misma, se expuso en el desaparecido edificio de lo que fuera instituto de enseñanza media en la calle Ramón y Cajal –lástima del derribo de este bien inmueble y fue bendecida en la tarde del 13 de abril de 1949, Miércoles Santo, por el obispo de León en esa época el doctor don Luis Almarcha Hernándezdurante el transcurso de un acto en el que intervinieron Justo López Unzueta, como abad de Jesús, el dibujante Federico Galindo, de la Real Academia de Santa Isabel de Hungría, de Sevilla –que se había desplazado a León para hacer entregar a De los Ríos de la insignia de académico de la institucióny el periodista especializado en arte, Manuel Sánchez Camargo. Como era natural, el acontecimiento se clausuró con una sentida alocución del prelado de la diócesis de San Froilán.
La Virgen, la Pena Bonita, salía a la calle, desde la iglesia de Santa Nonia, en las primeras horas del día 15 siguiente, Viernes Santo, “con un tiempo espléndido” –eso recogía la prensa escrita de entonces, conjugándose con su presencia un imponente escenario mariano en el epílogo de la procesión. “La enlutada efigie de la Madre Dolorosa, cuya mayestática y triste belleza cautivó a quienes siguieron el itinerario del solemne y vistoso cortejo”, fue la estrella silente en ese día. Comenzaba, con estos bendecidos mimbres, una nueva historia con visos de futuro en la centenaria y tradicional cofradía de la corona de ocho huecos en su emblema.
Treinta años después, en 1979 Aurelio del Valle Menéndez es el abadLa Dolorosa se enriquece. Melchor
Gutiérrez San Martín hermano de Jesús y su esposa ofrecen un palio que realizarán ellos mismos. Va a ser, hasta donde los recuerdos alcanzan, la segunda ocasión en que la Virgen salga a las calles de León a cubierto. Con otro empaque. Más protegida. Más meritoria. Varios años atrás había lucido otro, pero de muy sencilla confección.
La familia Gutiérrez San Martín, con el fin de acreditar públicamente los motivos que le impulsaron, hace ahora cuarenta años, a llevar a efecto tan original y artístico cometido, lo dejó escrito, en el propio palio con estos versos: “A la Virgen / tan hermosa en el dolor / y en su triste soledad / la dedicamos nuestra labor / en ofrenda de amistad”.
Continuando con el nueve y su sorprendente alianza con la Semana Santa leonesa, la cofradía de Jesús Nazareno recupera en 1989 el acto de El Encuentro en la Plaza Mayor, escenografía que se había suprimido trece años antes, en 1976, con el objetivo de agilizar la procesión de Los Pasos en la mañana de Viernes Santo. De manera acertada y siendo abad de los enlutados hermanitos de Jesús, Miguel de la Puente Madarro, se tomó la decisión de devolver esta expresión urbana al cortejo, cuyo desarrollo tuvo lugar en el conocido como ‘puesto de los huevos’, en la confluencia de la propia plaza y las calles Mariano Domínguez Berrueta (antes Nueva), Escalerilla y Plegaria. Su programación a día de hoy, aún conservándose el entorno, difiere sustancialmente de sus orígenes. Es disímil cosa.
Sin embargo, la jornada más trágica de la Semana Mayor de aquel 1949 guardaba otra sorpresa de gran calado en la vespertina procesión del Santo Entierro. Y, de nuevo, era Víctor de los Ríos, el hacedor de formas y volúmenes, el responsable de tan esperada inquietud y primicia. La efervescencia que se vivía en la capital leonesa por contemplar la nueva talla –un Cristo yacente que la cofradía de Minerva y Vera Cruz había confiado al maestro imaginero, se antojaba tremenda. El barrio de San Martín, poso y origen de la erección canónica de la agrupación penitencial, semejaba un hervidero en ebullición una fotografía sin enmarcar los márgenes de gente piadosa, seria y emocionalmente entregada. Y cuando el Jesús huérfano de vida por el ajusticiamiento romano en la hora nona se hizo presente en la calle de la Plegaria, un silencio espesísimo se adueñó del ambiente. Aquel crucificado, reposando, transmitía serenidad, dolor y piedad sin dramaturgias retorcidas ni heridas impostadas.
No obstante –paradojas de la vida y actitudes incomprensibles, la imagen sería devuelta a su autor meses después porque, en palabras del entonces abad de Minerva, no había gustado (?) y “era grande para nuestra procesión”. El error fue mayúsculo. Y la justificación dada, carente del mínimo rigor artístico. La pieza, un modelo de escultura procesional que había costado 15.000 pesetas, acabaría recalando en la parroquia de San José, de la localidad cántabra de Astillero, desde donde, en la actualidad, se exhibe en la procesión que organiza la cofradía del Santo Yacente y la Dolorosa en su Semana Santa. Dos años más tarde, en 1951, Minerva y Vera Cruz estrenaría un nuevo yacente, obra, en esta ocasión, del escultor jienense Jacinto Higueras, quien realizó –porque al césar lo que es del césar un excelente y, por sus hechuras, destacado trabajo.
En cualquier caso, Minerva, en 1959, una década después –prosigue la estela del nueve sería la receptora de una donación excepcional y única en la capital leonesa. El obispo Almarcha hacía entrega a la penitencial y sacramental de una reliquia inigualable y sagrada: un pedacito de madera, una astilla de los restos de la Santa Cruz, que, como vestigio auténtico y ungido por la Iglesia, se venera en el monasterio de Santo Toribio de Liébana.
Siempre Víctor de los Ríos
En esa misma añada de 1959 Víctor de los Ríos y, en este caso, por extensión y protagonismo, la Hermandad de Jesús Divino Obrero –también, como Minerva, con el título de Real en su titulatura actual convierten el Domingo de Resurrección en un nuevo y gratificante sucedido. En una apoteosis. Meses antes de la semana de imágenes y papones, Restituto Ruano, en su calidad de abad y presidente de la hermandad, había comprometido con el artista santoñés “la realización de un monumental grupo escultórico que representara el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos”. El resultado fue inenarrable. Una maravilla de espacio y equilibrio. Una pintura de inusitados relieves sobre el lienzo de la gloria. El Resucitado, con el pie izquierdo apoyado sobre el dintel curvo y pétreo del sepulcro, parece elevarse hacia los cielos en actitud paciente y con los brazos despegados del cuerpo. Un icono. >
Fotografía: María Edén Fernández Suárez
Fotografía: Miguel Seijas
La respuesta de la gente ante tan espectacular carroza –no es paso de pujafue llamativa. Era la primera vez que en la Semana Santa se contemplaba una escena de tan magnífica composición y originalidad. Un dije santo que puso de acuerdo a todos. La cabeza, el corazón, las manos y las gubias de Víctor de los Ríos seguían funcionando como un reloj para las cofradías leonesas. Desde las paredes de su estudio y taller, en Madrid, engrandecía, fusionado con la madera, los postulados de los papones leoneses. Tallaba por inclinación íntima con una manifiesta complicidad nunca ocultada.
La Hermandad de Santa Marta, inscrita con anterioridad en los registros obispales a la de Jesús Divino Obrero –la primera en 1945 y la segunda en 1955 también volvería a poner sus ojos en De los Ríos. La inigualable recreación de la última cena de Jesús, esculpida por el hacedor del arte para la hermandad en 1950, era la mejor tarjeta de visita. Cabe recordar en esta secuencia laudable, que, no en vano, al grupo de trece figuras se le considera como la culminación profesional del imaginero norteño, a quien, naturalmente, se le encomienda el conjunto escultórico que se titularía como La Casa de Betania. Tres figuras que representan la hospitalidad –la hermandad leonesa proviene del gremio de hostelería de Marta y María para con Jesús. Se estrena en la primavera de 1969.
Aquí, en esta nueva tarea, se descubre otro Víctor de los Ríos. Un escultor con diferente brío. Mantiene, sí, la esencia y la concepción de la generalidad de su obra, pero simplifica las formas. Se trata de figuras más alejadas del pronunciamiento clásico, pero no por ello distantes del vigor que De los Ríos acomoda por naturaleza en el desbastado de la madera. Refleja tres actitudes corpóreas y definidas. Presidiendo la escena un Jesús apaciguado descansando del camino sobre un severo asiento lleno de mansedumbre y rotundamente dulcificado en la mirada. Enfrente, a su izquierda una de las mujeres, María, arrodillada y absorta; y, a su derecha, la otra, de pie, Marta, dispuesta a ofrecerle el pan y el alma. En el pasaje quizá falte la figura de Simón, el dueño de la casa y conocido en la época por el remoquete de ‘el leproso’ “porque quizá tuvo esa enfermedad y Jesús lo curó”.
La conmemoración plástica, que se concebiría para ser rodada, es decir, como carroza, se enriqueció, tiempo después, con un muy digno trono –en lenguaje coloquial aunque ya un poco en desuso, andas diseñado y concluido por el leonés José Ajenjo Vega en 1982. Presidía Santa Marta el entrañable y querido papón José María Redondo Anaya. Transcurridos doce años, en 1994, la hermandad, con las modificaciones pertinentes e inexcusables al proyecto, reconvertiría el conjunto en un paso a hombros, portado –y es textual “por más de ochenta braceros (sin especificar el número) en la procesión de la Santa Cena”. Carlos Villamediana de Celis, abadpresidente en aquella ocasión, dio un vuelco importante al cortejo de la anochecida de Jueves Santo, debido a que era la primera vez que los hermanos de rojo y blanco –los símbolos de la sangre redentora y, respectivamente, la pureza virginal de Santa Marta pujaban de forma oficial. Lo habían hecho –pero con diferente ordenamiento a partir de 1983 en el llamado La Unción de Betania, paso que afrontó en el aspecto económico el Ayuntamiento de León a favor de la Junta Mayor, y en el que se integraron a todas las cofradías y hermandades leonesas en la tarde de Lunes Santo. Era en la desaparecida procesión de El Pregón. Sin embargo –conviene recordarlo, esta, la desintegración del cortejo, es otra historia con tintes, incluso, apócrifos.
Resultaría injusto concluir la remembranza numérica sin apuntar otro hecho muy significado en 1959. Por primera vez en el devenir de las cofradías, una banda penitencial de cornetas y tambores vestidos de túnica sus integrantes porque eran papones de la hermandad se incorpora a la Semana Santa. Es la de Jesús Divino Obrero quien toma la delantera, en este caso, a las históricas de Angustias, Jesús y Minerva, y a la novísima de Santa Marta. Una agrupación corta en cuanto a componentes veinte fueron sus primeros participantes, trece cornetas y siete tambores pero que se convirtió en el germen de sucesivos grupos de música procesional, como el de Jesús Nazareno que aparecería la siguiente década, en 1963, auspiciado por el abad Juan Díez Robles.
Hay que concluir señalando que el nueve, sin discusión, ha sido un buen guarismo para dignificar los avatares, ilusiones y hasta quizá los sueños de los papones leoneses que, en definitiva, son, y seguirán siendo, el sostén de las cofradías y hermandades de una irrepetible ciudad y sede que fuera de reyes y epopeyas: León. •••
Julio CAYÓN
Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno
Fundada el 4 de febrero de 1611, en el desaparecido Monasterio de Santo Domingo El Real, de la Orden de Predicadores. La Cofradía, que posee un patrimonio artístico impresionante, organiza, la mañana del Viernes Santo, la procesión de «Los Pasos», una visión catequética de la Pasión y Muerte de Cristo, mediante la puesta en escena de trece representaciones iconográficas. Incardinado en dicho cortejo penitencial, en la Plaza Mayor, aproximadamente a las 9:30 horas, se lleva a cabo «El Encuentro» entre la Santísima Virgen y San Juan, al que precede el estatutario «Sermón». Ambos actos están reflejados por Gustavo Adolfo Bécquer en sus artículos de costumbres. En este cortejo participan cerca de tres millares de papones y más de mil braceros.
Resaltan, entre otras, la magnífica talla de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de la escuela de Gregorio Fernández, o la Flagelación de Gaspar Becerra. Ahora bien es a diversos escultores del siglo XX a los que debe la Cofradía el grueso de su patrimonio artístico actual, destacando entre ellos, especialmente la figura del imaginero Víctor de los Ríos, autor de las tallas de los pasos de La Oración del Huerto; el Cirineo, que acompaña a la imagen titular de Jesús Nazareno; San Juan y La Dolorosa.
IMAGINERÍA
• La Oración del Huerto.
Víctor de los Ríos. 1952. • El Prendimiento. Ángel Estrada. 1964.
• La Flagelación.
Atribuido a Gaspar Becerra. Siglo XVI. • La Coronación. Higinio Vázquez. 1977. • Ecce Homo. Anónimo. 1905.
• Nuestro Padre Jesús Nazareno.
Imagen titular de la escuela de Gregorio
Fernández. El Cirineo que lo acompaña fue realizado por Víctor de los Ríos en 1946.
Fotografía: Miguel Seijas
• La Verónica. Francisco Pablo. 1926.
• El Expolio.
Francisco Díez de Tudanca. 1674.
• La Exaltación de la Cruz.
Navarro Arteaga. 2000. • La Crucifixión. Anónimo. 1908.
• Cristo de la Agonía.
Laureano Villanueva. 1973. • San Juan. Víctor de los Ríos. 1946. • La Dolorosa. Víctor de los Ríos. 1949.
LA RONDA
El Jueves Santo, cuando en el reloj de la Catedral suenan las doce de la noche, el Abad y la Junta de Seises, acompañados por los hermanos de la Cofradía, acuden ante las autoridades civiles, eclesiásticas y militares de la ciudad para anunciar la salida de la procesión de los Pasos. Durante toda la noche, y por calles, plazas y esquinas de la ciudad, La Ronda repetirá la llamada a la procesión con la frase “Levantaos, hermanitos de Jesús, que ya es hora”. Este anuncio lo reciben el Alcalde, el Obispo, el Presidente de la Diputación, el Delegado de Defensa, el Subdelegado del Gobierno, el Abad de la Cofradía, y luego todos los hermanos. •••
Año de
fundación: 1611
Abad:
Antonio García Rodríguez
Templo: Capilla de Santa Nonia
Hermanos: 4.500
Indumentaria:
Túnica negra, sencilla, con el emblema JHS bordado en color vivo morado sobre la tela negra. El morado simboliza dolor y esperanza en la resurrección. Los papones, que llevan capillo, van cubiertos durante todo el trayecto.
Emblema: Corona de espinas, de doble entrelazado con ocho huecos. En el centro, arriba, una cruz. En medio, JHS y debajo los tres clavos de la crucifixión.
PROCESIONES
• Lunes Santo:
Procesión de La
Pasión, organizada en colaboración con las cofradías de Minerva y
Veracruz y Ntra. Sra. de las
Angustias y Soledad.
• Jueves Santo:
La Ronda.
• Viernes Santo:
Procesión de Los Pasos.