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Amado Fernández, la presencia constante
Fotografía: María Edén Fernández Suárez
Más allá de ferias de turismo y eventos extraprovinciales que muestren la excelencia de la Semana Santa leonesa por distintas ciudades de la geografía española, y que sirven de reclamo y llamada a gentes foráneas en busca de lo singular, de lo genuino de sus actos y peculiaridades, existe otra geografía en la propia ciudad de León plagada de nombres, una toponimia próxima de hitos vinculados a los orígenes, a las celebraciones y hasta a la intrahistoria de esa semana larga que tantos ojos, pasos y corazones congrega. Geografía callejera, callejeos de pasos, Pasos de arte. Geografía humana en suma, cálida, anotada en una onomástica indeleble que va de las piezas de arte a los rincones que las vieron nacer o que se identificaron para siempre con su tránsito o reposo.
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Una calle humilde pero singular en esa presencia referida es la calle de Pablo Flórez, porque siempre estará unida al nombre de Amado Fernández Puente. En esa calle, en un rincón de esa calle,
tenía él su estudio, donde se afanaba en la ardua tarea de fabricar un trono que dejara insuficiente la palabra fabricar o en tallar alguna de las figuras que ya se han incardinado de manera definitiva en la Semana de Pasión leonesa. En especial, queremos traer a la memoria dos que este año celebran otro aniversario: la imagen que sustituyó a la original del Cristo de los Balderas, que cumple nada menos que medio siglo, y la de virgen de palio “Madre de la Paz”, que ha llegado a los treinta y cinco desde que salió de sus manos.
Evidentemente, la talla original del Cristo de los Balderas no es obra suya, salió de las manos del imaginero, lucense de nacimiento, Gregorio Fernández hace cuatro siglos, en su taller de Valladolid. 1631 es una fecha sin error ni duda anotada en el comienzo de la historia de esta imagen que con todo lujo de detalles está anotada y es conocida. La que nos concierne es la otra talla del Cristo de los Balderas, la que hace ahora cincuenta años salió a la luz de León para servir de guarda a la original, y que en nada desmerece de aquélla.
La historia, que nunca es simple en sus hechos ni compleja en su relato, es la siguiente. En 1957, la cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno solicitó permiso a la parroquia de San Marcelo para que le fuera cedida en fechas concretas la imagen del Cristo de los Balderas, la de Gregorio Fernández, a fin de figurar en la procesión de los Pasos del Viernes Santo de aquel año. Y en efecto fue aquella la primera vez que la luz del día iluminó para los ojos de todos los leoneses la dolorida belleza ascética del crucificado de la escuela castellana.
Doce años continuó paseando, ininterrumpidamente, aquel “estremecimiento divino” – como fuera calificado por un discípulo de su autor – por las mañanas de los Viernes Santos de esta capital. El último fue el de 1968, y en ése se encuentran la fecha y motivo de origen del de Amado Fernández. Antes de rubricar ese final, es preciso decir que la presencia de esta talla tan singular se había acentuado a partir del año 1963, en que tras el nacimiento de la cofradía de Las Siete Palabras, comenzó a ser compartida por ambas hermandades. Además, esta cofradía recién aparecida le había concedido a esta talla de Gregorio Fernández la titularidad de “La Séptima Palabra” en la procesión que abría la tarde del santo viernes. A partir de ese momento, era digno de ver cómo en cada uno de esos Viernes en que la artística talla era compartida, tras recogerse el cortejo del Dulce Nombre en la capilla de Santa Nonia, el crucificado era transportado, sin pérdida de tiempo, hasta la iglesia de San Marcelo para asentarlo sobre la carroza que lo mostraría por plazas y calles en cuanto concluyera el sermón que la tradición obligaba a cumplir antes de la salida de la cofradía.
Concluida la Semana Santa de ese año 1968, desde el Obispado llegó la orden de que la talla del Cristo de los Balderas permaneciera ya siempre en su capilla, en su lugar de culto de la iglesia de San Marcelo, y nunca más fuera expuesta a las posibles inclemencias meteorológicas. Fue así como ambas cofradías, la de Jesús Nazareno y la de Las Siete Palabras se vieron abocadas a tomar nuevas decisiones, a emprender nuevos rumbos. La primera recurrió a la cesión de la talla del crucificado que se guarda en el monasterio de San Pedro de las Dueñas, próximo a Sahagún; la segunda encargó, por indicación episcopal, a Amado Fernández Puente la copia que aquí nos ocupa.
Así fue como desde mediados de 1968, Amado comenzó en la rinconada de la calle Pablo Flórez a elaborar la copia de la citada talla. El resto de ese año y los primeros meses del siguiente los empleó en dar forma al crucificado >
> En 1957, la cofradía del Dulce
Viernes Santo de aquel año.
que en adelante uniría su nombre también al de este imaginero leonés. Ni que decir tiene que aquel encargo encerraba también una enorme responsabilidad que Amado asumió y resolvió cumplidamente. Su “Varón de Dolores”, su crucificado replicaba fielmente la serena belleza sufriente del de Gregorio Fernández. No sólo las manos, sino también el corazón, el alma toda, entregó Amado a esa imagen en la que imprimió, como acto de respeto, un pequeño detalle que lo distingue del original, y que sigue siendo objeto de observaciones, no pocas valoraciones y admiración cada año.
La reverencia
Estas líneas bien podrían concluir aquí. Se podría decir, por ejemplo, que la imagen del Cristo de los Balderas de Amado Fernández – no quiero escribir ya “copia” se ha enseñoreado ya para siempre de las tardes de Viernes Santo en la procesión de Las Siete Palabras. Pero no concluyen porque hace unos años quiso la casualidad que pudiera ser testigo de un hecho entrañable, tan precioso que no me resigno a no anotarlo aquí. Tuvo lugar en la mañana del Viernes Santo, bien pasado el mediodía, cuando la Ronda del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, al frente del desfile, desembocó desde la calle Legión VII en la plaza de San Marcelo y, apartándose del recorrido, se dirigió hacia el pabellón que la cofradía de las Siete Palabras había instalado en un lateral de la plaza. Vi al Cristo de los Balderas que estaba en la entrada del pabellón, y la Ronda que llegaba se dirigió hacia Él. Fue un acto breve, intenso, cargado de emoción: una reverencia, unos golpes de esquila, seguidos de los alaridos del clarín y los redobles destemplados del tambor. Una conmoción respetuosa colmó la mañana y unió en ese sencillo gesto el pasado compartido de ambas cofradías con el presente de ambos crucificados, el de Gregorio Fernández y el de Amado Fernández.
Esa ceremonia sin ceremonia, ese hito no consignado en las guías de la Semana Santa leonesa fue unos de esos instantes que se graban a fuego en la memoria y engrandecen todavía más a las gentes que de ayer a hoy han llevado adelante la Semana de Pasión. Esta sí es la rúbrica perfecta para este aniversario, para estos cincuenta años ya cumplidos de la talla de Amado Fernández Puente.
Fotografía: María Edén Fernández Suárez
Madre de la Paz
En este 2019 se cumplen también treinta y cinco años de la aparición de otra imagen salida también de las manos de Amado Fernández Puente. Se trata de una figura de la Virgen nombrada con la advocación de “Madre de la Paz”. No hay que confundir esta imagen con la de Nuestra Señora de la Paz, que se venera en la iglesia de Santa Marina la Real, representada con el Niño en brazos y una rama de olivo en la mano izquierda. Esta Madre de la Paz que aquí se refiere es la talla procesional que cierra el cortejo penitencial que cada Martes Santo realiza la cofradía del Santo Cristo del Perdón. Esta cofradía, fundada en 1965 y con sede canónica en la iglesia parroquial de San Francisco de la Vega, hizo el encargo de la imagen a Amado Fernández Puente que la entregó acabada poco tiempo después, en 1984. Se trata de una talla de bastidor esculpida en madera de pino norte. Su presentación tuvo lugar el 8 de abril de aquel año de 1984, en la propia iglesia parroquial de San Francisco de la Vega. Fue bendecida por el entonces vicario general de la Diócesis de León, D. Julián Gutiérrez Tejerina.
La Madre de la Paz es una virgen de palio que en la actualidad es llevada a hombros por 94 hermanas. El palio que luce fue confeccionado por las Madres Benedictinas, “Carbajalas”. Las mismas que confeccionaron, con gran urgencia, el primer manto que lució la imagen; aquel que llevaba enmarcada en su centro un ánfora rodeada de flores.
Hoy en la rinconada de la calle Padre Flórez, que antaño ocupó el taller, reina el silencio. Ya nada queda de aquel espacio donde sonaban los ecos del trabajo que además de las obras citadas dio vida a dos tronos que adquirió la Real Cofradía de Minerva y Vera Cruz hace cuarenta y ocho años, y que estaban destinados al Yacente del Santo Sepulcro, obra de Jacinto Higueras, y a la Virgen de la Piedad, de Luis Salvador Carmona. Para la misma cofradía, dos años más tarde, realizó el Cristo de la Agonía que puede verse cada año impar en la procesión del Santo Entierro.
Queda dicho que hace tiempo que las gubias de Amado Fernández Puente callaron y reposaron, pero su arte vive y sigue llenando de emoción las calles, que él tanto pisó y amó, para guardar memoria de su arte y manifestar lugares de devoción. •••