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Golondrina
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En una mañana en la que me encontraba muy triste, pues no me habían pasado cosas alegres y el día estaba con niebla y lluvia, de pronto, algo me hizo detenerme. Era como un ruido de aleteo y un piar de ave. Me asomé a la terraza y allí estaba una preciosa golondrina con un ala rota. Me impresionó su forma de piar y mirarme; me estaba pidiendo auxilio. Es como si nos hubiésemos compenetrado, ella con su ala rota y yo con el alma herida.
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Me incliné y la cogí con mucho cuidado, examiné su problema para ver de qué forma podría ayudarla. No estaba grave y pude ponerle una venda con un trocito de palillo, para de esa forma, inmovilizarle el ala. Fue un encuentro en el que las dos nos hicimos el bien mutuamente; las dos estábamos heridas y nos necesitábamos. Ella se dejó ayudar por mí, y yo me dejé ayudar por ella. Le puse por nombre “Esperanza”.
Fueron pasando los días y su recuperación era extraordinaria, nos entendíamos a las mil maravillas; aunque esto parezca imposible, yo podía conversar con un ave herida, la cual se dejó hacer lo que todo ser vivo necesita, como puede ser: la compañía, la amistad (y no lo digo en broma) su comida y su agua. Llegó el momento de quitarle el vendaje, todo fue muy bien. Lo primero que hizo fue andar y después, realizar unos vuelos cortos, como si se estuviera probando a sí misma su capacidad de aguantar el vuelo y salir por la ventana con toda la libertad por descubrir de nuevo, pero…no salió tan deprisa como yo pensaba.
Esperanza levantó un poquito el vuelo acercándose a mí y posándose en mi hombro; yo me eché a llorar de emoción y ella no paraba de trinar. Creo que nunca lo había hecho de esa forma, fue impresionante, las dos estábamos emocionadas. Volvió de nuevo a arrancar el vuelo y se marchó. Pensé que no la volvería a ver más, pero para mi sorpresa, hizo su nido en el techo de la terraza. Cada mañana me alegraba con sus trinos, yo le daba los buenos días y mi respeto por sus crías.
Llegó el tiempo de la migración y se fue. Sobre fi nales de febrero del año siguiente, entró por la ventana en una preciosa tarde y se puso a trinar lo más fuerte que su cuerpecito podía aguantar. Restauró el nido y crió a sus polluelos. Esto lo hizo cada año durante cuatro años. Fue algo tan inexplicable y al mismo tiempo tan maravilloso, que puede que alguien piense que esto solo es una forma de contar una historia inventada como tantas otras, pero no fue eso, lo viví, lo experimenté y lo disfruté, ambas nos ayudamos. Esperanza, aún no he podido olvidar tu canto, está en mi corazón. ¡Cómo nos quisimos!
Paqui Pérez