Malaga Mayores Solera nº139 nov-dic 2020

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MI MESA CAMILLA

� recuрdo � p�ta� Vivo allí donde estuve

Que levante la mano el que haya tenido la suerte de encontrarse un tesoro en el buzón de casa, alguna tarjeta manuscrita escondida entre los sobres del banco y la publicidad para adelgazar. Por culpa de los mensajes cortos de los teléfonos móviles cualquiera te puede mandar una fotografía y un mensaje desde el puerto de El Cairo.

No es lo mismo un me gusta que un ya estoy aquí. No es lo mismo un emoticono que una caricia: ese abrazo infantil que le dabas al otro de pequeño, echándole el brazo por encima, trenzados, como si fueseis un mismo cuerpo. Seis de cada once personas duerme muy cerca de su teléfono. Y con el amigo lejos.

En las míticas películas del salvaje oeste, si el vaquero protagonista era requerido o se enteraba de un suceso trágico, le faltaba tiempo para montar su caballo, cruzarse las Montañas Rocosas, atravesar Arizona, llegar a Nuevo México, matar de paso a cinco o seis indios, impedir el asalto de una diligencia y presentarse en la cantina del pueblo un poco antes del entierro. Todo para tomarse un whisky con el colega del que hacía mucho que no sabía nada. Hoy lo resolvería desenfundando el móvil y enviando un WhatsApp.

Hubo un tiempo en que no fue así. A los 12 o 13 años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho más divertidos que el tío Jorge. Durante muchos años nadie estará más cerca de nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse amigos, es ese el periodo para conseguirlo. Después será demasiado tarde.

Cada vez nos escribimos más y peor, para decimos menos y más vacío. Despersonalizar la correspondencia es tremendamente cómoda y fuertemente adictiva: estar con el otro sin estar; acompañarle en el sentimiento sin tener que poner cara de pena; quedar bien sin tener que quedar.

Entonces a los amigos se les iba a ver. Y si no, se les llamaba por teléfono o al portero automático. O a voces desde la calle. Servían dos envases de yogur unidos por una cuerda para hacerse entender. O un walkie-talkie enorme que nunca funcionaba. Los amigos estaban muy cerca. Porque no había otra forma de estar. Ni modo de estar a medias. Nono Villalta


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