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ENTRE LÍNEAS Memorias del rebalaje

~Entre líneas~

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Por Maritina Romero Ruiz

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Hay palabras que nos trasportan a lugares luminosos. Evocan el verano, el mar y la brisa, momentos felices y libertad. Para mí esa palabra es “rebalaje”

Siempre he sabido lo que es, pero nunca me había parado a explicar lo que significa. Todos los malagueños la hemos escuchado o dicho alguna vez, aunque quizá no la conozcan los más jóvenes. Si la buscas en Internet encuentras estas acepciones en el diccionario de la lengua española:

Rebalaje: 1. Remolino que forman las aguas al chocar con un obstáculo cualquiera. 2. Reflujo del agua del mar en las playas. 3. Zona de la playa donde ocurre el reflujo.

Pero el rebalaje es mucho más que eso.

Es el lugar de mis primeros juegos en la orilla, de castillos y fantasía rebozada en arena esperando que las olas llenasen el foso o arrastraran, mar adentro, lo que con tanto cuidado había construido.

El sitio donde mi madre ponía a refrescar la sandía, cuando los domingos llegábamos a la playa cargados de comida y bártulos. Sentados bajo el chamizo, teníamos que esperar a que ella nos embadurnara en Nivea para poder bañarnos. Después de comer nos obligaba a guardar la digestión y era entonces cuando más disfrutábamos del rebalaje. Allí empezamos a competir con otros chicos, a hacer carreras pisando fuerte la arena húmeda a ver quién llega el primero o lanza más lejos las piedras haciéndolas brincar sobre la superfi cie del mar.

Donde niños y niñas jugábamos a las prendas y recibí el primer beso de aquel chico de pelo requemado y piel tan oscura y brillante como el charol.

En las noches de San Juan servía de lecho a las hogueras en las que quemábamos, con los “júas”, los primeros desengaños. Emociones a fl or de piel, tan cándidas y sinceras como nuestra adolescencia.

Fue escenario de mis primeras moragas, cuando me daban permiso para llegar tarde y todo era mágico: el mar, la noche, los amigos, el primer “cubata”.

Lugar de besos y confi dencias al anochecer de la mano de mi novio, imaginando un futuro en el que todo era posible.

Me gusta el rebalaje aunque con los años haya perdido el esplendor de las primeras veces y se haya ido convirtiendo en una rutina a la que no pienso renunciar. Porque durante muchos veranos he disfrutado con la familia y los amigos de ese lugar tan mágico donde hasta el vino y los espetos saben mejor.

He visto crecer a mis hijos y ahora tengo la suerte de contemplar cómo se repite el ciclo maravilloso de la vida en mis nietos, verano a verano, sentada en el rebalaje.

Maritina Romero Ruiz

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