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Oye tu gastas espuma
Oye, ¿tú g� t� с � ma?
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30 de Julio Día Internacional de la Amistad
Para Alicia D. S.
Siempre quedan resquicios de un amor que pudo ser y no fue. Un querer darse en vano, una amistad ofrecida que quedó en mero intento y no maduró más allá del tiempo pues fue rechazada.
Siempre quedarán cariños enganchados al pasado, amistades paralíticas que se detuvieron por falta de fuerzas, que se olvidaron y, de cuando en cuando, salen a la luz como un vago recuerdo de lo que pudo ser y resultó truncado. Aquella compañera del colegio a quien querías porque era tu amiga íntima, porque era buena, porque te aceptaba como eras, cuyo nombre rememoras junto con sus dos apellidos. Aquel muchacho tímido del grupo con el que, por tu propia timidez, nunca fuiste capaz de cruzar con él la más mínima palabra, que te caía tan bien y que hace unos meses te enteraste de que murió de forma inesperada. La profesora de inglés que apenas te llevaba unos años y te habría gustado que fuera tu hermana mayor, u otra de tus mejores confi dentes, o tu mejor consejera.
Siempre quedan cariños guardados, quereres que estaban por ofrecer dentro de tus arcas y quedaron encerrados porque jamás tuvieron la oportunidad de salir de la oscuridad donde fueron forjados.
Siempre hubo motivos que desconoces, que malograron unos pasos que pudiste dar y te quedaste inmóvil. Caminos que pensabas transitar, por donde nunca anduviste y que, a veces, te asaltan el pensamiento en mitad del día o en medio de la noche y te preguntas: ¿Qué habrá sido si...?
La vida nos dirige por donde no decidimos ir y el paso de los días nos emborrona la imagen de aquellos seres que apreciábamos y con los que hubiésemos marchado largos trechos sin detenernos. Y si la melancolía aprieta, para no caer en la tristeza de no saber sobre sus vidas, dónde están, con qué otras personas andarán, cuáles serán sus sueños, buscamos
Foto: Trini Carrera
algún recurso que nos distraiga la memoria y nos saque de ese estado de incertidumbre. Porque no está siempre el cuerpo dispuesto para la añoranza, para imaginarse de nuevo hace tres o cuatro décadas con la inocencia en fl or, porque nos afecta y nos duele, porque no sabemos buscar la manera de encontrar soluciones.
Pero si por la gracia de Dios, alguna vez se produce el milagro de este tipo de encuentros con alguien de otra época, descubres, una vez más, que existe magia en la amistad y es posible que esa persona, digamos esa amiga, haya estado sintiendo la misma añoranza por ti, los mismos deseos de verte, de contarte y es probable que, después de saludaros sin necesitar más melindres que los precisos del momento, con dos besos y un abrazo apretando el pecho, donde ha desaparecido ya la angustia porque se ha llenado de gozo, os miréis a los ojos y, antes de que las palabras fl uyan con la fuerza de las grandes cataratas, antes de que los labios desborden sin parar multitud de palabras, historias, anécdotas, penas; antes de que de los ojos broten lágrimas contenidas, la primera duda que salga de la boca de ella, tal como si la última conversación que tuvo contigo fuese de ayer mismo en vez de hace veinte años, al ver que ahora te permites llevar la melena rizada que siempre tuviste y que en aquel entonces intentabas alisar para disimularla a toda costa, te pregunte: —Oye, ¿tú gastas espuma?