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EL CALAMBRILLO Lolo
~ El Calambrillo ~
L� o
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Nono Villalta Isabel Pavón
Me llamo Manolo, aunque todos me conocen por Lolo. Tengo pareja, pero de fi n semana, aunque, eso sí, siempre la misma. Asun, que así se llama, es bastante atractiva, dulce y generosa. Donde de verdad gana mucho es en la cama, parece de goma, es como darse un revolcón con un teleñeco. Y luego está lo otro, la ropa interior. Yo, la verdad, siempre he pensado que era más de ropa interior universitaria, sin encajes ni transparencias. Blanca, de algodón, desparejada, sencilla. Pero claro, llega mi Asun con ese coulotte transparente, que le puedo contar los vellos púbicos, los lunares y hasta las intenciones desde el otro extremo de la habitación y claro, me descoloca. ¡Ah! No me confundan; sexo puro y duro no, éste debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, sueños, fantasías, música y sentimientos. Y también la fi delidad, aunque la carne es débil y ya se sabe. Verán lo que me ha pasado.
Andaba distraído en el super cargando mi carrito cuando me choqué con los pechos de acero de una señora con traje de chaqueta. El suave acento escandinavo de su disculpa me llegó cuando miré hacia arriba. La travesura que dibujaba su sonrisa junto al azul cielo de sus ojos me resultaban conocidos. Seguí con mis compras y cuando pensé que le había dado esquinazo, apareció detrás de mí mostrándome dos botes de colutorio, «¿Cuál te gusta más?» me preguntó «No sé, aunque deberías elegirlo tú» le sonreí. «No, es para ti, para cuando despiertes en mi casa mañana por la mañana». Nunca había tardado tanto tiempo en ligar y esto me hizo dudar. Me dirigí hacia las cajas y por supuesto ella colocó su carrito tras de mí dejando caer en una de mis bolsas una tarjeta suya. Pedí a la parejita que tenía delante que me dejase pasar y aunque al chico no le hizo mucha gracia, ella me miró entre admirada, envidiosa y comprensiva y se echó a un lado cuando vio mi compra.
Llegue a su casa ya anochecido y Astrid me abrió la puerta con la más ardiente de sus sonrisas, casi me muero al ver que su cuerpo tenía de todo menos ropa. Entré, me besó, la besé, me paré un segundo y me froté los ojos por si mi mente calenturienta me estaba jugando una mala pasada. Pero no, estaba todo en el sitio justo y en las proporciones adecuadas. «Hola cariño» me dijo suavemente. Muy despacito, sin dejar de mirarme, me llevó de la mano hasta el dormitorio. Me desnudó y me acarició diciéndome: «hoy sabrás cómo es el paraíso». Después nos perdimos bajo el edredón de plumas.
Una hora más tarde besaba mi espalda, después de un primer round de sexo salvaje y primitivo que terminó en empate. Se acurrucó abrazándome y me susurró al oído dulces palabras de amor. Adormecido, comencé a soñar con el descubrimiento de una mujer en toda su inmensidad y hermosura, con la misma fuerza de La valkiria de Wagner.