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Anulación de la cita

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Juan José Pérez Burguillo entra decidido en el consultorio y se dirige al mostrador donde será atendido cortésmente por alguna de las empleadas. Se ha afeitado con esmero y se ha puesto el perfume caro que le regalaron para Navidad. Al caminar, procura enderezar su espalda y echar los hombros hacia atrás para parecer más alto. Cualquiera, al verle, diría que es un señor mayor bastante atractivo.

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—Buenas tardes–, dice mirando a los ojos, a la boca y a los pechos de una de las muchachas elegida intencionadamente.

—Buenas tardes, –contesta ella haciéndose la distraída, sin apenas prestarle atención.

—Vengo a anular la cita que me dio usted para el 28 del presente mes a las cinco.

La muchacha teclea con rapidez y busca la fecha en el ordenador.

—Imposible, señor. Ese día es lunes, y los lunes no tenemos consulta.

—Entonces estaré confundido, mire a ver si era el 25, o el 29, es que no recuerdo bien.

—¿Cuál es su nombre, por favor?

—Juan José Pérez Burguillo, para servir a Dios y a usted.

—Sí, efectivamente. Tenía cita para el viernes 25 a las 17 horas en la consulta de urología con el doctor Mata. Se la doy para el 15 de julio a las 17:40 ¿Le viene bien o prefi ere venir por la mañana?

—No, no, está bien. Estupendo. Muchas gracias, eh, y buenas tardes, señorita, es usted muy amable.

Cuando Juan José Pérez Burguillo se dirige hacia la puerta, se vuelve para echar una última mirada a la chica. Ella, a su vez, se aproximaba a su compañera para decirle con disimulo: —Es la quinta vez que este paciente viene a cambiar su cita. Me resulta extraño. Intuyo que es el mismo que me está enviando el ramo de margaritas todos los jueves durante las cinco últimas semanas, con la tarjeta anónima en la que sólo aparece un corazón dibujado con rotulador atravesado por dos flechas rojas, y creo que es el mismo que dices que llama repetidas veces y cuelga cuando respondes. Es conmigo con quien quiere hablar. ¿Te has dado cuenta de cómo me mira? Es bastante descarado, ¿no? Yo trato de hacerme la tonta todo lo posible pero me siento incómoda, verás, a su edad...

La compañera, que tampoco es tonta, intenta disimular su pícara sonrisa.

Juan José Pérez Burguillo sale al rellano y pulsa el botón del ascensor. Está encantado con la muchacha de recepción y no lo entiende. Sin embargo, todo en ella le atrae. Se siente seducido cada vez que la mira y ve insinuarse entre sus labios ese clarito central que separa sus dos perfectos paletones. No puede evitarlo. Es una sensación muy íntima, tan íntima que nota cómo algo antiguo se le aviva dentro, tanto que, cuando el ascensor llega al portal y se abren las puertas, al encontrarse de sopetón con la cara de su esposa que ha salido a buscarle, avergonzado se ve obligado a cruzar las manos sobre su vientre.

Photo by Martha Dominguez de Gouveia on Unsplash

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