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La naturaleza paradójica de la fiesta moderna

LA FIESTA LA NATURALEZA PARADÓJICA DE LA FIESTA MODERNA

Antonio Ariño | Universitat de València

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Cumplir 100 años, como sucede en 2017 con La Terreta, debe ser motivo de celebración singular. La Terreta es patrimonio cultural de Massanassa. Con este motivo, quiero dedicar esta reflexión sobre la fiesta moderna a dicha conmemoración.

En las pequeñas comunidades rurales donde la mayoría de los seres humanos han vivido a lo largo de la historia, las fiestas construían el orden del tiempo social (el calendario), interrumpían las rutinas y tareas cotidianas, y, al concentrar a las gentes del lugar en un único espacio, producían una experiencia de comunidad.

Los forjadores de la sociedad moderna, industrial y capitalista, guiados por la ética del trabajo como vocación y por la maximización de la ganancia, pensaron que tales celebraciones distraían del trabajo, constituían un trastorno intolerable en el venturoso camino del progreso -en suma, que las fiestas eran un mal y que “del mal, el menos”- y se aplicaron con ahínco al incremento del número de días laborables. Imaginaron centros urbanos donde a su entrada ya no habría aquella seductora leyenda medieval de “la ciudad hace libres”, sino esta otra: “el trabajo es la obligación santa que Dios mismo escribió en la frente del hombre”. Y el residual espacio dejado al tiempo libre se ocuparía con la concentración de diversiones en eventos mercantiles denominados ferias, exposiciones, olimpiadas o con la industria del entretenimiento y los parques temáticos.

La gélida escarcha de este puritanismo anti festivo azotó Europa durante algún tiempo. Pero hoy nuestros pueblos y nuestras ciudades mediterráneas y de raigambre católica siguen teniendo fiestas vigorosas y se entusiasman con vibrantes acontecimientos lúdicos. Es verdad que los cambios demográficos y socioeconómicos han transformado su fisonomía, pero no por ello se han desnaturalizado.

La fiesta actual es, ante todo, un ambiente. En las sociedades plurales, fragmentadas en clases y categorías sociales, transidas por el proceso de individualización, la fiesta es un clima, un nicho ecológico, efímero pero cíclico, sin límites temporales y espaciales claramente delimitados, que permite a los sujetos entrar y salir del mismo sin conflictos. En ella no hay lugar para el aguafiestas. A nadie obliga y a todos invita. Cada cual selecciona, con su grupo, con su red, con sus agrupaciones más o menos híbridas y blandas, las formas y momentos de su implicación. Quien no quiere interrumpir su ritmo de vida cotidiana y desconectarse de las rutinas, puede hacerlo sin graves trastornos; y a quien la fiesta y sus tumultos le resulten opresivos, le queda la opción de aislarse o salir de la ciudad.

La fiesta actual está administrada y manufacturada burocráticamente. Los poderes locales destinan partidas del presupuesto, equipos de funcionarios y especialistas, a la programación y organización de los festejos. Pero, a su vez, difícilmente lograrán arraigar los actos programados, si no existe un amplio tejido asociativo de base, cuyos afiliados viven para su organización y celebración durante todo el año. Esta participación masiva, estructurada en asociaciones de funcionamiento democrático, constituye un requisito ineludible de la fiesta implantada.

La fiesta moderna combina, con una rara habilidad, festejos innovadores y ritos tradicionales. Una verdadera fiesta es una institución generadora de espontaneidad, por ello hay que afirmar rotundamente que no hay auténtica fiesta sin espacio para la libertad y la creatividad. Si un riguroso protocolo rige los actos, sin margen para salirse de ellos, estaremos ante una ceremonia, pero no en una fiesta; si un reglamento estricto marca roles, dicta las palabras que han de ser dichas, los gestos y movimientos a realizar, estaremos ante un ritual, pero no en una fiesta. Sin embargo, con el mismo énfasis hay que mantener que en el corazón de toda fiesta habita el ritual y la ceremonia, la tradición. Algunas de ellas tienen el privilegio de ser portadoras de un rico patrimonio cultural, con manifestaciones folclóricas como danzas, leyendas, representaciones, figuras, símbolos o imágenes sagradas. Entonces, los pueblos que las celebran se sienten instalados en una historia profunda, seguros de sus raíces, proyectados hacia un futuro en el que tradición e innovación se combinarán creativamente.

Cuando un pueblo o una ciudad gozan de una fiesta de honda raigambre condensan en ella lo más sublime de su patrimonio cultural y de vez en cuando, o cada cien años, como en las solemnes fiestas de un centenario, celebrarán el gozo que supone sentirse conectados, en medio del furor y la agitación del cambio histórico, con las generaciones pasadas y con las todavía no nacidas. En definitiva este es uno de los principales papeles que cumplen los centenarios: servir de conectores intertemporales, intergeneracionales, para una comunidad.

Pero la fiesta moderna, además, mantiene intactas otras virtualidades milagrosas: su esencia sigue siendo la transgresión paradójica (es una institución generadora de espontaneidad que interrumpe la duración para reconfortarnos con ella) y la transgresión metafórica (dice en la práctica aquello que no sabríamos expresar con palabras). La proliferación de símbolos, de ornamentaciones, de olores y músicas, la invasión de todos los sentidos que procura la fiesta no tiene más fin que pregonar a los cuatro vientos los anhelos, suspiros y esperanzas que nos mueven y que no sabríamos decir de otra manera.

Con todos estos ingredientes amasa la fiesta moderna su identidad. Y aún habría que añadir que justamente es en esta sociedad moderna (o posmoderna) donde se revela con mayor sorpresa su más extraña cualidad: organizar pautas comunes de acción a pesar de, gracias a y con, la diversidad. Siendo en gran medida irreductibles las diferencias de quienes vivimos en una ciudad, la fiesta nos hace converger en sus actos. ¿Podríamos llamar a esto producción de comunidad? ¿Qué otro nombre podría darse a esa experiencia de proximidad física y simbólica? No, no hay otro nombre. Eso es la fiesta.

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