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Un cuento de navidad

UN CUENTO DE NAVIDAD… LAS REFLEXIONES DE UN ZORRO AVISPADO

Marolep Opac

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- Estos días navideños promueven en mí la introcepción, Sarcan.

- No me sorprende, anciano antiguo: con los años, aumenta la sensibilización afectiva.

- Son fechas que favorecen la rememoración de las pérdidas. De manera mecánica, te hacen recordar, con nostalgia y añoranza, más de ésta que de aquélla, cuanto tuviste y ya no es.

- Es uno de los precios que tenéis que pagar los humanos: la consciencia…..y la conciencia.

- Fíjate, zorro lenguaraz: ayer hablaba con un buen amigo. Debatíamos acerca de las borrascosas relaciones que se producen entre padres e hijos. Tengo para mí que las pérdidas más dolorosas son las que ocurren cuando, desposeído de algo vital para ti, sigues sabiendo que existe, y sigues sabiendo dónde se encuentra, y sigues sabiendo que no lo recuperarás.

- Cierto es, Marcelo. Creo que, cuando un hijo maltrata a su padre, se produce una forma de muerte. El padre sufre la pérdida del hijo, cual si de la misma muerte se tratara.

- Sí, Sarcan. Pero, hay una diferencia sutil: el maltrato del hijo al padre produce un duelo mucho más largo y duradero. Más duradero. Intensamente duradero: dura toda la vida... del padre, por supuesto.

- También el hijo sufre, Marcelo. Muchas veces, inmerso en el desenfreno de su propia vida, puede que no llegue a ser consciente de su sufrimiento, pero sufre, vive el Cielo.

- No estoy seguro de cuanto dices, Sarcan. Si ese sufrimiento fuera tal cual lo describes, es seguro que el propio hijo trataría de remediar la disonancia.

- Sólo tienes que observar, sólo tienes que observarte: tu trasiego mental se ha ido incrementando con tu edad. ¿Acaso crees que eres un ser especial?. No. No lo eres. Todos los humanos pasáis por ese devenir. En algún momento de vuestra vida echáis cuentas de vuestra propia vida, y revisáis los acontecimientos de esa memoria autobiográfica, y, con sorpresa, os redescubrís, y, las más de las veces, predominan los desencuentros vitales.

- Déjame que te proponga un reto, zorro presumido.

- ¿Qué será, viejo cascarrabias?

- Podrías escribir un breve relato con esas descabelladas ideas que ahora expresas. Seguro que no eres capaz de argumentar con solvencia tales extravagancias.

- Acepto el reto. Con una condición.

- Veamos por dónde te lleva ese deambular mental tan errático que te caracteriza en las últimas lunas.

- Mi condición es que, si te convence mi relato, públicamente lo reconocerás. Además, -la socarrona sonrisa del zorro presagiaba algo inesperado-: si mi relato te convence, serás tú quien se ocupe de aprovisionarnos de tabaco durante todo el año que recién empezará.

- Trato hecho. Ahora, creo que ejerceré de confesor con mi querida amiga: creo que su relación con el nuevo galán hace agua por todas partes.

- Ah, tu querida amiga, y eterna contrincante en esas alocadas batallas de canasta.

- No te disperses, Sarcan: tienes tarea. Mañana, cuando el sol te avise, me avisas. Quiero deleitarme con tus quebrantos mentales.

- Así sea.

Los primeros rayos de sol encontraron a Sarcan preparando ese aromático café, y los primeros aromas del café tropezaron con un Marcelo resistente al despertar.

- Por Dios bendito, Sarcan: ¿todavía no duermes?

- Dormí, y soñé, y desperté. En cambio, tú, parece que sólo duermes.

- Puede que estés en lo cierto. Tengo el presentimiento de soñar menos cada noche. Las ensoñaciones permiten vivenciar el tiempo de sueño con un ajuste bastante certero al tiempo que transcurre durante la vigilia. Si me duermo, y despierto con la sensación de haber empezado el sueño hace un instante, no existe ese ajuste con el tiempo de vigilia, luego hay poca o ninguna ensoñación.

- Tomemos café, Marcelo. Tienes que estimular tu mente. La noto bastante renqueante.

- No te burles, zorro. Tomemos ese café, y prepárate para tu relato.

- Preparado está.

- ¿Y bien?, ¿por dónde han derrotado tus escasas neuronas, zorro fugaz?

Como no podía ser de otro modo, mi relato podría llevar por título “Un cuento de Navidad”, pero he querido añadir la coletilla de “Carta al hijo errado”. Es, creo yo, una historia bastante común entre los humanos. Allá voy.

- “Algún día, alguien te dirá: “tu padre está mal”. Como siempre, y con la monotonía y cansancio habituales, llamarás preguntando: “¿qué pasa?”. Una voz, probablemente desconocida, o no, te dirá: “tu padre ha muerto”...

Tras la sorpresa inicial, tu cabeza empezará a bullir. De manera relampagueante, tus pensamientos trepidarán sin cesar sobre tus retinas. Y verás, y lo verás, y te verás. En cuanto a tus sentimientos, yo podría darte alguna pista.

por qué? Porque, desde hace ya mucho tiempo, tu padre era para ti cual pesada losa que comprimía tu corazón de forma asfixiante. Con su silencio, provocaba los gritos más angustiosos dentro de ti. Con tu silencio, lo fuiste matando. Con tu silencio, hiciste nacer quejidos de frustración, y de ira, y de tristeza, y de miedo, por ese orden. Con tu silencio, mataste la esperanza de todo padre, la esperanza del hijo, la esperanza de sí mismo después de su muerte. Sentirás alivio. Sí: mucho alivio. Pero, quizá no sepas lo que ocurrirá después de quitar esa losa que te atenaza. Esa losa que supone tu padre para ti. Ese alivio dejará tu alma desnuda frente a ti. Aparecerá lo que ese tipo de losas suelen ocultar: el vacío.

Por ejemplo, sentirás alegría. ¿Te sorprende? Sí. Es muy probable que experimentes alegría. Pero, tengo para mí que esa alegría será enfermiza. Probablemente, esa alegría esté relacionada con el bienestar transitorio que te produce el alivio.

Por ejemplo, sentirás ira. ¿No lo esperabas?: yo sí. Sentirás ira contra ti mismo: ¿por qué no he sido capaz de canalizar mi afecto de una forma saludable con mi padre? Sentirás ira contra esos personajes mezquinos que ensuciaron tu mente con sus sucias mentiras. Mediocres en todo, fabulosos en la nada y extraordinarios en la maldad. Sentirás una ira intensa, creo yo que también muy volátil, contra esa gentecilla que fue modelándote en el odio a tu padre. Gentecilla tenida por buena, pero con almas semejantes a cloacas putrefactas, capaces de provocar el vómito sólo con su pensamiento.

Por ejemplo, sentirás tristeza. ¿Verdad que lo esperabas? Sin embargo, no creo que la sientas de manera inmediata. Todavía no es el momento para ese trance, pero, no lo dudes: la sentirás. Sabes que tu padre siempre deseó lo mejor para quienes formaron parte de su vida, especialmente tú, en cuyo derredor tantos años giro su propia vida. Vivirás acontecimientos de todo tipo, y es mi deseo que larga sea la travesía de tu vida, e innumerables los acontecimientos que configuren tu esencia, si es posible, que predominen los gratos.

Pero, llegará un día, después de miles y cientos de ellos, en el que notarás que tu vida también se acaba, como también tu padre lo notó. Alguna vez te verás en tu último trance. Entonces, ya lo verás, aparecerá en tu mente esa figura gastada de ese padre al que tanto denostaste. Toda esa tristeza que no sentiste en el momento de la pérdida, ahora empezará a brotar de dentro de ti, hasta sentir que te ahoga con su espesura. La sentirás ahora, y no antaño. No la sentiste antes porque la “pérdida” no era tal para ti; la tristeza sólo se siente cuando la pérdida es/era valiosa para ti. Cuando no tiene valor la “pérdida”, realmente no hay pérdida.

Cuando perdiste a tu padre, no había mucho valor en esa pérdida. Ahora, sin dejar de manar desde lo más oculto de tu alma, no sabrás cómo negociar con ella para que no te nuble. Te inundará. Más allá del miedo que puedas sentir al saber que tu vida se acaba, quizá te parezca sorprendente que fluya un pensamiento en ti: “Dios mío: ¿qué le voy a decir a mi padre cuando lo vea?. En cualquier momento de ese momento de tu vida, probablemente después de una larga noche de guerra noctámbula, despertarán tus ojos, y, con sorpresa, descubrirás que tu padre te espera. Con amargo desasosiego, y grande desorientación, es probable que pienses: ¿cómo podré explicarle a mi padre que mi padre murió?. No. No tendrás ninguna dificultad: eres tú mismo quien llegas al encuentro de tu muerto padre. Y, en esa realidad, ambos compartiréis algo intangible: la esencia indeleble del viejo Caronte en su trasiego infinito: la muerte a todos iguala.

El silencio espeso en el viejo rincón donde Sarcan declamaba sólo era interrumpido por la letanía de cuatro grillos cabezones empecinados en menguar la floresta del descuidado jardín. Retornando a la realidad de la vida real, Marcelo apenas podía suavizar sus atropelladas palabras:

- ¡Por los clavos de Cristo, Sarcan!: me has hecho estremecer.

- Y bien, anciano gruñón: ¿tienes algo más que decir?

- Estoooo, sí, Sarcan: yo me encargaré del tabaco.

- ¿Algo más?

- Valeeeeee: es un buen relato, Sarcan.

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