Un emeritense en la histórica aventura de Magallanes y Elcano
T
odos los años, cuando julio está a punto de expirar, desde el ayuntamiento recibo la llamada de mi buen amigo, Angelito Briz, que suele encargarme el artículo anual para la revista de ferias, un escaparate donde los cronistas de la ciudad tenemos la oportunidad de acercarnos a nuestros vecinos y compartir con ellos aspectos y personajes, presentes o pasados, de mayor o menor trascendencia pero que, de una u otra forma, aportaron – o aportan- carácter e identidad a Mérida. Convinimos este año en hablar sobre Jesús Cimarro, empresario en boga y que lleva desde hace siete años las riendas de la cuadriga del Festival de Teatro Clásico. Pero, la verdad, por casualidades de la vida, otra personalidad, en este caso del pasado, se cruzó en el camino y es el que va a protagonizar las líneas que siguen. Así que este año cambiamos la aventura del teatro por la de los mares y océanos desconocidos. No creo que a Jesús le importune, sobre todo si este espacio se la dedicamos a la Odisea, en este caso no protagonizada por griegos, si no por súbditos de la Corona Española. Fue en el transcurso de un viaje que hice a mediados de julio a Sanlúcar de Barrameda. Tras visitar el Palacio de los Duques de Niebla me dirigí a la imponente iglesia gótico mudéjar de Nuestra Señora de la O y al ir hacia las cercanas bodegas de Barbadillo, me topé con un curioso y original monumento en cerámica, erigido en el año 2013, dedicado a la gesta de Juan Sebastián Elcano (Lámina 1). Una gesta tan histórica como la de llegar a Luna, por ejemplo. Nada más y nada menos que culminar la primera vuelta al mundo iniciada por el portugués Magallanes en 1519, en naves no más grandes que el yate de Cristiano Ronaldo pero, claro está, sin las comodidades e instrumental de navegación de la embarcación del ilustre futbolista. Entre el grupo de frikis que aparece citado en este monumento y que
acompañó a Magallanes y a Elcano en tan arriesgada aventura, había un individuo de tierra adentro, Hernando de Bustamante, barbero para más señas, inscrito como ciudadano de Mérida si bien algunas fuentes lo citan como natural de Alcántara, que eran donde estuvieron afincados sus padres, hijo de Juan de Bustamante y Leonor de Cárdenas (o de Cáceres). Además, este monumento remacha lo que, en una placa de azulejos colocada en la Casa Consistorial, quiso recordar la corporación municipal sanluqueña en 1956 (Lámina 2). Por otra parte, ya me topé en el puertecito de Getaria, hace varios años, con este emeritense en dos monumentos a Juan Sebastián Elcano, del que recogemos el más imponente, construido en 1924, y del que insertamos una vista general y la relación de marineros que superaron la dura travesía. (Lam. 3 y 4) Hernando de Bustamante no tiene en nuestra ciudad una estatua u otra señal que recuerde su memoria, pero sí una
calle. Concretamente la que une la dedicada a otro paisano nuestro, presente en la conquista del Perú, Francisco Moreno de Almaraz, con la Avenida de Fernández López. Pero viajemos al pasado para seguir la pista de este insigne extremeño. Fernando de Magallanes es, hacia 1517, un experimentado piloto portugués que se ha hecho a la sombra de importantes navegantes lusos. Por entonces, un amigo le llena la cabeza de pájaros, hablándole de las islas Molucas, ricas en muchas materias preciadas y, sobre todo, en especias, que en el siglo XVI eran tan valoradas como los metales más nobles. Magallanes se obstinó en navegar hacia ese remoto lugar siguiendo la ruta del oeste sin rodear el continente africano. Pero, amigos, para lograrlo tenía que cerciorarse de que existiera un pasaje hacia el océano Pacífico, el denominado “Mar del Sur”, descubierto por el jerezano Vasco Núñez de Balboa en 1513. Presentó el proyecto a su rey, Manuel I, gran impulsor de iniciativas marinas (las de Vasco de Gama o Álvarez Cabral entre otras), pero el monarca le dio calabazas. No debió sentarle muy bien esta negativa a su súbdito, porque se pasó a la competencia hasta el punto de renunciar a su nacionalidad. Esa competencia no era otra que la del joven Emperador y Rey de las Españas, Carlos V que, además, era dueño de las supuestas Molucas según el Tratado de Tordesillas, donde los dos reinos peninsulares se repartieron el mundo “conquistable”.
En 1992 Julio López repitió el viaje de Elcano y, antes de su salida desde Sanlúcar de Barrameda, pudo departir con el entonces alcalde de Mérida Antonio Vélez, en una recepción en el ayuntamiento de Sevilla.
FERIA Y FIESTAS DEL 28 DE AGOSTO AL 3 DE SEPTIEMBRE DE 2018
Los costes y los riesgos de la propuesta debían de ser elevados, pues el organismo encargado de financiar los fletes, la Casa de la Contratación, no vio con buenos ojos la idea de Magallanes, pero donde manda patrón no manda marinero y el emperador dio su beneplácito en Valladolid al portugués, con el que firmó un contrato el 22 de marzo de 1518: cinco navíos con una dotación de doscientos sesenta y cinco hombres
28