Entre gol y gol... Opinión
La moral es muy frágil, pero es clave mantenerla alta
E
sa palabra, tan traída y llevada en todos los aspectos de la vida, tiene, según parece, una aplicación muy específica en el fútbol. Tan específica que, según criterio de la mayoría de quienes escriben sobre tal materia, en ella radican todos los males y todas las bondades de este deporte. Así, si un equipo gana varios partidos seguidos dicen que tiene buena moral. Si, por el contrario, los pierde, es porque está desmoralizado. En el sentido estricto de la palabra parece que debería ser así, puesto que moral viene de mores y mores son costumbres; si un equipo gana no cabe duda que tiene buena costumbre, puesto que con este fin se juega. Y si se pierde tiene mala costumbre y, por lo tanto, mala moral. Pero el asunto no es tan fácil como parece indicar el anterior razonamiento. La cosa es bastante más complicada. Lo es porque, en principio, no se puede hablar de una moral sola, sino que habrá que hacerlo de dos, la individual y la colectiva, puesto que en un partido intervienen cada
uno de los componentes del equipo con su moral privativa y de los once con su moral colectiva. Este es el punto difícil de la cuestión, aunar once morales individuales para formar una moral colectiva, puesto que en un partido intervienen cada uno de los componentes del equipo con su moral privativa y los once con la moral colectiva. Este punto tan delicado es el que olvidan con mucha frecuencia la mayoría de aficionados y algunas personas responsables dentro de los clubs. Cuando nos sentamos en nuestra localidad para presenciar un partido llegamos siempre con el ánimo dispuesto para ver funcionar una máquina perfecta, un autentico robot sin fallo alguno. Para nosotros, los jugadores son, en ese momento, engranajes de una maquinaria que, según nuestros cálculos, no deben de tener fallo alguno. No estamos dispuestos a admitir que aquellas piezas sean hombres con sus problemas. Hombres con todas las limitaciones del ser humano y lo que ello significa. Por eso, cuando el engranaje falla, los críticos de
El Mérida se proclama campeón de invierno, tras vencer en el Nuevo Vivero al Badajoz por 0-2, con goles de Jesús Perera y David Camps, el 4 de enero de 2015
FERIA Y FIESTAS DEL 28 DE AGOSTO AL 3 DE SEPTIEMBRE DE 2018
turno se sienten defraudados, y ojo, que no somos de Champions. Cuando ocurre tal evento nuestros ánimos se encrespan, nuestros nervios estallan, nuestras voces se oyen estentóreas, nuestros gritos de protesta pretenden aniquilar a los que pensamos nos están estafando, y hasta llegamos a las palabras ofensivas y a los insultos. Y precisamente aquellos hombres, que deberían constituir un engranaje perfecto, empiezan a fallar individualmente, se desaniman al sentirse blanco de las iras de los mismos a quienes pretendían agradar. Se apodera de ellos el nerviosismo. Se desmoralizan, y no son capaces de dar una a derechas. Y no digamos cuando en nuestro descontento llegamos al insulto personal, sin tener en cuenta que aquel a quien insultamos porque no hacen lo que nosotros queremos, o no lo hace como lo deseamos, es un hombre como nosotros, que está poniendo a contribución todas sus facultades y toda su buena voluntad para agradarnos. En tal caso, ese hombre, porque es un hombre, aunque nosotros los deshumanicemos, ese hombre, ante su impotencia para enfrentarse con nosotros, se desanima, agobiado por nuestros gritos, pierde la voluntad necesaria para enfrentarse con los contrarios, no puede concentrarse en su trabajo y marcha a la deriva durante todo el partido, arrastrando al fracaso a los demás compañeros, permitiendo así que los contrarios dominen la situación, y que nuestro equipo coseche un fracaso. Como es lógico, los únicos que salimos perdiendo con todo esto somos los espectadores. Deberíamos pensar que a todos nos gusta el halago y el aliento de los demás, que todos estamos deseando que alguien se acerque a nosotros, nos de una palmadita en el hombro y nos diga, más o menos entusiasmado: “Eres un monstruo”, para crecernos, para agigantarnos, para en definitiva, convertirnos en héroes. Porque hemos de tener presente que no hay héroes solitarios. Las heroicidades, las hombradas se hacen ante los demás, y para los demás. Si
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