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Un búho muy real
from Miajadas Feria 2022
by editorialmic
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Fotos: José Bulnes Tardío
Al igual que todas las rapaces, tanto diurnas como nocturnas, el búho real es una especie protegida que no tiene depredadores naturales, por lo que se encuentra presente en toda la Península Ibérica. ‘El Gran Duque’, como lo denominaba el gran naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, es un ave de una inmensa belleza, que en Extremadura presenta unas poblaciones muy interesantes.
El búho real es la rapaz nocturna europea de mayor tamaño, imposible de confundir con ninguna otra. De entre 2,5 y 3,5 kg de peso, tiene una talla de unos 70 centímetros de longitud y puede alcanzar los 180 centímetros de envergadura alar. Su corpulencia aumenta por el denso y velloso plumaje que la caracteriza, pardo anaranjado. De cabeza grande con penachos a modo de anchas y largas orejas, y ojos también grandes de color rojo anaranjado.
Sedentario, nocturno y parcialmente crepuscular, de día duerme en el denso arbolado o en grietas. Se desplaza a grandes distancias durante sus noches de caza, para capturar todo tipo de animales. El búho real, como otras rapaces, tiene posaderos habituales desde los que otea la actividad a su alrededor, esperando que una presa delate su presencia, momento en el que cae sobre ella. Su elevada capacidad auditiva y perfeccionada visión nocturna, junto a su vuelo silencioso y a sus poderosas garras, capaces de acabar en segundos con la vida de animales del tamaño de un conejo, lo convierten en uno de los más eficientes depredadores nocturnos. Se alimenta de una enorme variedad de presas, principalmente de mamíferos (topillos, ratones, erizos, conejos, liebres…) y pájaros de mediano tamaño (palomas, gaviotas, córvidos y anátidas), pero también puede llegar a capturar a otras rapaces, carnívoros e incluso pequeños zorros.
De carácter reservado y solitario, el búho real es un ave relativamente común en nuestra comarca, donde podemos encontrarlo durante todo el año. Vive principalmente en bosques y roqueros, siempre que tengan acantilados o paredes rocosas en los que anidar y presas con las que alimentarse, pero también puede instalarse en otros hábitats, incluso en la proximidad de las ciudades. Así, se habían visto algunos ejemplares de búho real en el núcleo rural de Trujillo, aunque hasta ahora no teníamos constancia de su presencia en el casco urbano de Miajadas, menos aún en la Iglesia de Santiago, un edificio que sí han frecuentado otras especies similares: autillos, mochuelos y lechuzas, principalmente.
Los búhos entran en celo cuando empieza a intuirse la llegada de la primavera. Hembras y machos se juntan cada año para tener descendencia, aunque cuando los polluelos se independizan, emprenden caminos separados. Febrero y marzo suelen ser los meses elegidos para criar.
A veces, los búhos muestran un comportamiento oportunista y optan por un nido abandonado de otra especie de ave, siempre que lo consideren como un buen refugio. En una de las repisas más altas y resguardadas de la Iglesia de Santiago, en el frontal este del edificio, se situaba uno de los nidos ocupados
habitualmente por las cigüeñas y extrañamente vacío este año, un lugar ocultado parcialmente por un ramaje crecido entre los muros de piedra. Mediaba ya el invierno cuando la antigua cuna de las cigüeñas se convirtió en el lugar que eligió una pareja de búhos reales para anidar. Increíble pero cierto.
Esta especie tiene una única puesta al año, que normalmente consta de tres a cuatro huevos y que solo la hembra incuba, sin separarse ni un instante del nido durante el tiempo de incubación, entre 29 y 34 días. Durante este período, el macho se encarga de alimentarla.
La pareja de Miajadas solo consiguió sacar adelante a un polluelo, que nació a primeros de marzo con un aspecto más bien feo, como casi todas las crías de las rapaces, cubierto con un plumón corto y de color parduzco sucio. El padre siguió trayendo alimentos al nido y la madre los regurgitaba para alimentar al pequeño hasta que éste cumplió tres semanas de vida, cuando ya era capaz de alimentarse por su cuenta. Muchos que desconocían su presencia, se preguntaban por los despojos de los animales que algunas mañanas podían observarse tirados por el suelo en el lateral este de la Iglesia. Parecía extraño que el atropello de un coche hiciera desaparecer la mitad del cuerpo de los animales, algunos de los cuales se hallaban justo al lado de la pared. Qué cosa más extraña. Eran los restos que escapaban de las garras y pico de los papás búhos cuando daban de comer a su bebé y del pequeño buhito cuando éste tuvo que aprender a comer, que caían de lo alto del nido: medio cuerpo de un conejo, otro tanto de una rata... La cría creció a buen ritmo y, aproximadamente a las seis semanas de nacer, comenzó a salir fuera del nido, de exploración. Con la sustitución del plumón por las plumas, le llegó la capacidad de volar y el joven búho se hizo ‘volandón’.
Es a las ocho o nueve semanas cuando las crías del búho real empiezan con cortos vuelos, que no superan unos escasos metros alrededor del nido, y hasta que no cumplen catorce semanas, no son capaces de abandonar el nido por completo, pudiendo permanecer junto a los padres hasta las veinte semanas, en la mayoría de los casos. Nuestro buhito no había nacido precisamente en el mejor sitio para aprender a volar. Salía del nido y ensayaba los vuelos a muy corta distancia y altura, hasta que un día cayó a un tejadillo situado por debajo de su nido. Y de ahí, al suelo, donde tranquilamente se puso a caminar, sin ser consciente del peligro que corría. Tuvo la buena suerte que lo viera enseguida un buen vecino miajadeño, quien lo llevó al Ayuntamiento. Una llamada bastó para que se lo llevaran al Centro de Recuperación de Fauna y Educación Ambiental ‘Los Hornos’, en Sierra de Fuentes, donde ingresó el día 2 de junio. La veterinaria del Centro constató que el animal se encontraba bien de salud y no sufría ningún tipo de lesiones. Alejado de los humanos, lo cuidaron en uno de los voladeros del