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La ocultación y hallazgo de imágenes perseguidas • Una figura olvidada del cortejo procesional en Osuna:

La ocultación y hallazgo de imágenes perseguidas

El fenómeno de ocultación de imágenes religiosas ante el riesgo de la barbarie de su destrucción o destrozo por cuestiones políticas y religiosas es una constante a lo largo de la historia, que se constata desde el principio de las religiones. En el cristianismo paradigmáticas fueron las persecuciones de Roma o las luchas entre iconoclastas e iconóludos en el imperio bizantino desde el siglo VIII, que provocaron un conflicto a nivel político, religioso, artístico y social de enorme trascendencia. También lo fue la Reforma de los protestantes en la Europa del siglo XVI, que provocó la reacción de la ortodoxia católica con el Concilio de Trento y la Contrarreforma. En este contexto se sitúa la conocida cita de Jerónimo Gudiel al tratar sobre el IV conde de Ureña, al asegurar que “[...] al tiempo que Alemania e Inglaterra inficionadas de la heregia Lutherana despedian de si los ornamentos e imágenes de las iglesias, el [Juan Téllez-Girón] velando con animo Christiano, como verdadero de la Iglesia las recogia y amparaua, y aun muchas vezes con suspiros y lagrimas: y assi dexo en su villa de Osuna y en todo su estado del Andalizia tan gran numero de imágenes, y de tan excelente mano, que con difficultad se podrian juntar en gran parte del reyno, y ni mas ni menos muchos ornamentos de los que compró en Inglaterra, menospreciados de los Luteranos [...]”1 .

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El hallazgo de imágenes antiguas y con carisma durante el Barroco Desde época medieval fueron numerosas las leyendas que relataban el hallazgo de imágenes milagrosas que habían sido escondidas para que no cayeran en manos de los musulmanes. A partir del Concilio de Trento y especialmente durante el Barroco, con el refuerzo de la doctrina tradicional, tomaron especial relevancia aquellas imágenes antiguas que estaban reforzadas por historias recogidas en viejos documentos, ratificados y enriquecidos en época moderna, que les confería un aura de leyenda y una trascendencia que las convertía en instrumentos muy valiosos. La cualidad que más se valoraba en ellas no era tanto su belleza o perfección artística como su aspecto singular y devoto y, especialmente, su origen remoto y capacidad milagrosa. Sobre lo primero se fabulaba con su antigüedad, que se solía remontar a la noche de los tiempos o como muy pronto a los momentos en que se restableció el cristianismo en las respectivas diócesis. En este contexto encontramos las que fueron halladas en el mar o fueron extraídas de pozos, montañas o de los gruesos de los muros de edificios donde siglos atrás habían sido guardadas para protegerlas de la profanación. Algo en común a todas ellas era el reconocimiento de su gran poder taumatúrgico, probado a través de los muchos milagros reconocidos que agradecían sus muchos devotos y la jerarquía eclesiástica se encargaba de ratificar, potenciar y difundir, por medio de documentos oficiales, concesión de indulgencias y publicación de textos apologéticos2 .

Incluso se prodigó un modelo arquetípico de relaciones con un cierto esquema dentro de la variedad que narraban el hallazgo de imágenes, ajustado en su redacción a unas pautas estructurales muy precisas y estables. En el relato del hallazgo el “inventor” era generalmente un personaje joven, sin estatus relevante, como era el caso de campesinos o pastores, a los que se le sumaron religiosos y religiosas a partir del siglo XVII.

1.- GUDIEL, Gerónimo: Compendio de algunas historias de España, donde se tratan ciertas antigüedades dignas de memoria, y especialmente se da noticia de la antigua familia de los Girones y de otros muchos linajes. Dirigida al Excelentisimo Señor D. Pedro Girón, cuarto de ese nombre, Duque primero de Osuna, y quinto Conde de Ureña, Alcalá de Henares, 1577, fs. 119r.-v. 2.- RAMALLO ASENSIO, Germán Antonio: “La imagen antigua y legendaria, de aparición o factura milagrosa: imágenes con vida, imágenes batalladoras. Su culto en la catedrales españolas durante el Barroco”, La catedral, guía mental y espiritual de la Europa Barroca Católica, Germán Antonio Ramallo Asensio (coord.), 2012, pp. 37-102.

Su presencia en el lugar no era intencionada, ya que no había ido a buscar una imagen, ni era dueño del lugar, de manera que tendría que entregar el hallazgo a otra persona o institución. Aunque el acontecimiento era inesperado, se habían producido algunas señales previas que delimitaban el sitio con exactitud. De manera que primero acontecía lo misterioso (las señales), que se convertía en una categoría de lo sagrado ya que tras desvanecerse daba paso al descubrimiento. A continuación la imagen encontrada era reconocida y se producía entonces el paso de “una señora” a “la Señora”. Acto seguido, se producía el traslado y la comunicación del acontecimiento a la comunidad, que se convertía en testigo comprometido de una verdad de fe local y particularizada. A partir de entonces se propiciaba la propagación social de la leyenda, que se difundía fácilmente entre las capas populares, que asumían la historia incondicionalmente, y se producía el proceso de apropiación de la comunidad y su institucionalización, de manera que “la Señora” se convertía en “Nuestra Señora”. La leyenda, que afirmaba la vinculación de la comunidad a una imagen y un lugar, era el punto de partida de una sucesión de acontecimientos de relación con la imagen, consideraba especial y sobrenatural3 .

La “invención” del “Tesoro del cielo”: el hallazgo en Osuna de la imagen en piedra de la Virgen Los mercedarios en la villa de los Girones contaban con una imagen mariana “antigua y milagrosa” que puede encuadrarse dentro de esta tradición. Su “invención” se ajusta al modelo y cumple la mayoría de los requisitos expuestos más arriba. El padre fray Pedro de San Cecilio, cronista general y definidor por la provincia de Andalucía, en su obra Annales del Orden de Descalzos de Nvestra Señora de la Merced, publicada en Barcelona en 1669, daba noticias del asunto. Al parecer, en el convento de Osuna se veneraba una imagen “entallada en piedra blanca” de la Virgen con su Hijo en brazos, de tan “estremada hermosura” que reconfortaba “interiormente a todos los que atentos” la miraban. La corona, la gargantilla en el cuello y la cinta en la cintura también estaban “grauadas en la misma piedra”. Tenía un pie descubierto, calzado de estrellas de oro por la fimbria del ropaje. La corona estaba dorada de “tiempo antiguo” y la gargantilla compuesta a modo de grandes cuentas de corales, “a cuya imitación” fueron pintadas del “color mismo que en ellos es natural”. La cinta era negra y en el manto y la túnica tenía algunas labores doradas. A su juicio, con la peana tenía aproximadamente algo más de una vara de alto.

Sobre su origen todos convenían que sin duda “esta Santa imagen” era “antiquissima”, e incluso “muchos sujetos de gran juicio presumen ser vna de las que (por cèlebres, y famosas) ocultaron los Christianos en la perdida de España, a fin de librarlas de las furia de los Moros vencedores”. Según era “fama constante” su hallazgo lo “reseruò Dios” para que se produjera en 1614, cuando los mercedarios habitaban el convento antiguo de Señora Santa Ana. Por entonces vivía allí, próximo a su profesión, fray Antonio de San Pedro, que acostumbraba pasar todas las noches arrodillado y en oración en un rincón del coro. Fue en una de aquellas ocasiones cuando supo por “reuelacion diuina” que en la huerta de aquella casa habían ocultado algunos cristianos devotos en tiempo de los musulmanes una imagen de la Virgen. De inmediato dió cuenta de todo a su prelado para que le ordenase lo que debía hacer. Una vez examinado el “sobrenatural recibo” se trajeron hombres para que cavasen el pedazo de tierra donde se suponía que estaba el “Tesoro del cielo”. Apenas se habían marcado unos pocos surcos cuando se vieron vestigios que obligaron a profundar en la tierra con “diferente genero de instrumentos”, hasta que acabaron por descubrir lo que se buscaba, “gozandose todos en el Señor por auerlos enriquecido con tan inestimable prenda”. Los mercedarios esperaban que tal descubrimiento habría de ser de gran beneficio espiritual y

3.- VELASCO, Honorario M.: “Las leyendas de hallazgos y de apariciones de imágenes. Un replanteamiento de la religiosidad popular como religiosidad local”,

La religiosidad popular. II Vida y Muerte: La imaginación religiosa, C. Álvarez Santaló, M.ª J., Buxó y S. Rodríguez Becerra (coords.), Barcelona, 1989, pp. 401 y ss. 4.- SAN CECILIO, Fr. Pedro de: Annales del Orden de Descalzos de Nvestra Señora de la Merced, pp. 730-731.

temporal para la villa. Y al parecer así fue, según describían los Annales al segurar que le “tomaron sus vecinos gran deuocion”4 .

Esta leyenda con la que los frailes de la Merced pretendían robustecer su presencia en la villa con una imagen milagrosa de origen remoto y hallazgo providencial, fue recogida de manera diferente por Antonio García de Córdoba en el siglo XVIII. Lo refiere al tratar sobre los años que duró la “esclavitud” de los moros y la “soledad ignominiosa” en la que quedaron los templos y las “injurias que experimentarían” las imágenes que no pudieron ser puestas a salvo “por no haber dado tiempo a la aflicción y a la angustia que supeditara los ánimos de los vecinos y a la pronta opresión de los infieles”. Hubo muchas sin embargo que sí fueron escondidas por “piedad cristiana” en pozos y grutas de montañas y despoblados, como lo acreditaban “las repetidas invenciones que después de los Reyes Católicos redimieron la Monarquía, han acaecido de muchas prodigiosas imágenes que hoy veneramos con el debido culto y de que están llenas las historias”. Fue en 1664 cuando un vecino de Osuna llamado Juan de Cazorla, labrando una heredad que tenía en el partido del Barranco, halló escondida una de esas imágenes de la Virgen, de alabastro y “tres cuartas de alto”, que a su juicio debió ser escondida para preservarla de la “irreverencia de los Bárbaros”. Con mucha veneración fue colocada en el convento de mercedarios descalzos de Señora Santa Ana5. Como vemos el origen fortuito del hallarzo señalado por García de Córdoba resulta diametralmente distinto al milagroso que querían los Annales para gloria de los mercedarios en la villa ducal. Tampoco coincide la fecha de su hallazgo, que uno situaba en 1614, en pleno proceso de instalación de la Orden en Osuna, y el otro 50 años más tarde.

Pero no quedó ahí el asunto. Demostrada su antigüedad, faltaba probar su sacralidad e incuestionables cualidades milagrosas. Según fray Pedro de San Cecilio, cuando fue encontrada la escultura los asistentes pudieron apreciar que a la Virgen le faltaba una mano y “auiendo mucho diligenciado hallarla, no pudieron dar con ella”, por lo que entendieron que “ay en esto no pequeño misterio, cuya manifestación reserua nuestro Señor para cuando la mano aparezca”, ya que incluso se había experimentado que otra que en su lugar se le puso no permanecía muchos días en su lugar. Le faltaba también el título que cuando la tallaron le pusieron con letras de oro en la peana. Aunque las había consumido la “humedad, y la tierra donde tantos siglos estuuo ocultada, por no estar esculpidas, sino solamente doradas en llano”, todavía se podía ver “por vnos tenues vestigios del oro primitiuo”.

Cuando la nueva iglesia de los mercedarios estuvo acabada la imagen fue colocada en un lugar privilegiado, sobre el sagrario del altar del comulgatorio, “vno de los dos principales del crucero de la capilla mayor”, propiedad de Juan Muñoz, “vezino, y de lo muy calificado de Ossuna”, que como sus padres había manifestado una “muy afectuosa deuocion” al venerable hermano fray Antonio de San Pedro, cuyo cadáver estaba depositado “a vn lado de dicha Imagen”. La vinculación espacial de la escultura de la Virgen con el venerable, protagonista de la revelación que propició su hallazgo, no debió ser una cuestión baladí, sobre todo si tenemos en cuenta que la escultura mariana estuvo involucrada en uno de los muchos milagros que supuestamente realizó el mensajero de los designios divinos. Según describían los Annales, a través de este “bendito religioso”, tanto en vida como después de difunto, obró “Dios en aquella tierra innumerables marauillas”. La primera fue la que viene al caso, por la que todos los vecinos devían tener “perpetuo agradecimiento” por haberlos librado de un “huracán furiossisimo”, que sobrevino una noche del verano de 1615, poco tiempo después de la “invención” de la escultura. Se produjo cuando cierta noche “oyeronse en el ayre horribles vozes de demonios, que dezian: Destruyamos este lugar, pues Dios nos lo manda”. Se vieron también por el aire “muchos leones de fuego, de aspecto ferocissimo, que despedían bocanes de llamas por sus bocas”. La confusión de la población fue tremenda y los “alaridos de todos entonces fueron como de dia de Juizio”, al juzgar que ninguno escaparía vivo del “lamentable destrozo que todo esto amenazaua”. Se arruinaron gran cantidad de casas, se arrancaron muchos árboles, y se perdió la mayor parte del trigo y la cebada que estaban en las eras en “gauilla, y trillado”. Todas las comunidades de religiosos y religiosas se pusieron a implorar con oraciones y otros ejercicios de auxilio divino, “perseuerando en essa suplica hasta después del Sol salido”, hasta que finalmente “Aplacóse con esto el Señor, compadeciéndose de aquel pueblo, y esperándole a penitencia”. Muchas personas, “no solo de las conocidas por virtuosas, pero de las mas estragadas“, vieron en el aire al hermano fray Antonio “abraçado con la Imagen nueuamente hallada”, y a otro religioso lego de la Orden de San Francisco, que a la sazón vivía en el convento del Santo Calvario. La presencia de ambos ahuyentó a los demonios, que “se vieron obligados a confessar a vozes, tan descomunales como las que al principio dieron, que ya no podían executar la comisión que traían; porque aquellos dos Frayles santos de los conuentos de Santa Ana, y del Calvario auian mitigado la ira diuina con sus oraciones , y santos exercicios”6 .

Con todo ello se pretendía componer un icono de trascedencia espiritual que por sus orígenes remotos y probadas cualidades milagrosas aumentara su poder de atracción hasta ganarse la popularidad del vecindario para que se favoreciera su culto. De la mano iba uno de las figuras emblemáticas de los religiosos mercedarios, la del venerable fray Antonio de San Pedro, cuya figura se vió involucrada en un proceso, a la postre infructoso, hacia la santidad.

El largo siglo XIX

A lo largo de los siglos XIX y XX fueron numerosos los factores que motivaron la dispersión y pérdida del patrimonio religioso. El difícil siglo XIX trajo consigo una serie de acontecimientos sin precedentes como fueron la ocupación de los franceses y los distintos procesos desamortizadores en los que se suprimieron

5.- GARCÍA DE CÓRDOBA, Antonio: Compendio de las Antigvedades y excelencias de la Ill.ma Villa de Ossuna. Y noticias de sus preexcelsos dueños q. ha tenido desde su Fund.on, (manuscrito, 1746), ff. 46v-47r. 6.- SAN CECILIO, Fr. Pedro de: Annales del Orden de Descalzos…, pp. 731-732.

las órdenes religiosas, se cerraron conventos y sus bienes fueron confiscados, lo que supuso el desmantelamiento de su patrimonio artístico. Lo viejos complejos religiosos fueron parcelados y, una vez entrado el siglo XX, algunas de sus iglesias se vinieron abajo.

En Osuna y su entorno la entidad que más negativamente sufrió el periodo bonapartista fue sin duda la iglesia colegial. Los prebendados sufrieron acaso como ninguno las consecuencias de la confiscación decretada contra los bienes de la casa ducal. La supresión del Patronato, “en virtud del secuestro que S.M. el Emperador había impuesto a sus bienes”, supuso la pérdida de posesiones rústicas y urbanas de la institución colegial. No obstante, el principal atentado que sufrió el tesoro de la colegiata tuvo un origen depredatorio, el pillaje que impetraron las tropas francesas. Al parecer, se produjo un auténtico expolio en el tesoro de la institución ducal ya que, entre otras cosas, se llevaron “más de cinco quintales de objetos de plata”7. Con motivo de la ocupación napoleónica de Osuna encontramos un caso insólito de ocultación, aunque en este caso no se trata de imágenes religiosas sino de restos mortales.

Desde su llevada a la villa las autoridades bonapartistas apreciaron la situación ventajosa del copete de la villa, la antigua acrópolis de los Girones, y tuvieron en mente la idea de instalar en la zona un fuerte aprovechando los edificios de la colegiata, el colegio-universidad y el monasterio de mercedarias descalcas. Fue el 13 de agosto de 1812 cuando el cabildo colegial tuvo conocimiento del decreto del mariscal Scoult, despachado en Sevilla el día 6, con el que se refrendaba la orden del gobernador Beauvais de Préau, que confirmaba el desalojo del edificio de la colegiata por causa de “la fortificacion que se intentaba hacer con explanada para artillería en sus anden y demas sitios inmediatos”. Sin otra alternativa, la corporación secular, resignada, concertó con el ayuntamiento un lugar para el destierro, que no fue otro que el convento de los mínimos de la Victoria, cerrado desde la exclaustración de sus frailes en marzo de 1810. El obligado éxodo se puso en marcha el domingo 16, llevando consigo, “en agradecimiento al fundador”, los restos mortales D. Juan Téllez Girón, IV conde de Ureña, los de sus progenitores y los de su esposa, que habían sido exhumados de la capilla de Profundis del Santo Sepulcro por temor a una posible profanación de sus tumbas”. Dichos restos fueron colocados en una caja de cuatro divisiones e introducidos en un arca con llave que fue depositada en una taca de la sacristía del convento de los mínimos8. La mirificación de la figura del prócer fundador, al que se apodaba con el sobrenombre del “conde santo” y el “conde católico”, en cuya vida y muerte sus cronistas y biógrafos, movidos por una impulso sentidamente encomiástico, apreciaron claros signos de providencialismo y santidad, debió ser la razón principal de aquella extraordinaria iniciativa. Los conflictos sociales y bélicos de la década de los años treinta del siglo XX

El fuerte anticlericalismo que venía sufriendo España desde el siglo XIX tuvo uno de sus episodios más negros en las revueltas populares del 11 y 12 de mayo de 1931, cuando todavía no había transcurrido un mes de la proclamación de la Segunda República, acaecida el 14 de abril. La mecha de la conocida como “quema de conventos” en el que una masa acalorada e intoxicada se lanzó con odio contra la Iglesia para aniquilarla y borrar su recuerdo prendió en Madrid, desde donde se extendió a gran parte de país, con especial virulencia en ciudades como Sevilla, Granada Valencia o Málaga. Junto a Madrid la ciudad de la Costa de Sol fue la localidad española más afectada durante estos trágicos episodios en los que buena parte de su patrimonio religioso, artístico, cultural e histórico fue destruido. En Osuna la posibilidad de que se dieran brotes de violencia fue aplacada con medidas disuasorias como, entre otras, la llevada a efecto por el consistorio en la feria de aquel año, cuando nombró una “Guardia Cívica” para que protegiera templos y conventos de posibles agresiones9. Para evitar saqueos e incendios por aquel tiempo se tomaron decisiones particulares como tapiar desde dentro la puerta principal de la iglesia de San Agustín. En el caso del templo agustino también se tomó la determinación de trasladar la imagen de Santa Rita a una sala de la casa de la familia Arregui, donde se decía misa, y las de Santo Tomás y San Agustín se escondieron bajo unos paños en una habitación de la planta alta, y el resto fueron introducidas en la cripta de la capilla de la Virgen de la Expectación. Una vez pasó el peligro se decidió realojar a las imágenes en sus respectivos retablos, menos una de Santa Mónica, que por ser de papelón, a causa de la humedad que había soportado quedo muy deteriorada y fue incinerada10 .

La situación de incertidumbre que se vivía, el clima de inseguridad y el miedo a posibles ataques hicieron que en Sevilla la Semana Santa de 1932 se celebrase en su mayoría a puerta cerrada en las iglesias, con imágenes expuestas que se ocultaban durante la noche. Solo hizo estación de penitencia la Estrella, conocida por ello desde entonces como “la valiente”, que en las casi seis horas que estuvo en la calle sufrió varios atentados, algunos con tiros de pistola. En abril habían dado comienzo los ataques con la primera quema de la iglesia de San Julián y la pérdida, entre otras, de las imágenes de la Hiniesta, la Dolorosa atribuida a Martínez Montañés y la talla gótica, lo que motivo el primer periodo de ocultación de imágenes. La hermandad de la Macarena llegó a planear un sótano bajo su capilla en San Gil para que las imágenes fueran escondidas por la noche, aunque descartaron la idea por la complejidad y coste del proyecto. Por entonces el hermano mayor recibió el chiva-

7.- RODRÍGUEZ BUZÓN-CALLE, Manuel: La Colegiata de Osuna, Arte Hispalense, nº 28, Sevilla, 1982, pp. 21, 27-29, 75 y 82; DÍAZ TORREJÓN, Francisco Luis:

Osuna napoleónica (1810-1812). Una villa andaluza y su distrito durante la ocupación francesa, Córdoba, 2001, pp. 261-265. 8.- DÍAZ TORREJÓN, Francisco Luis: Osuna napoleónica…, pp. 258-259. 9.- ESPUNY RODRÍGUEZ, Víctor: “Semana Santa en la Historia”, Semana Santa y Gloria de Osuna, 2005, pp. 24 y 27, n. 4. 10.- CUEVAS SARRIA, Beatriz y MORENO ORTEGA, Rosario: La iglesia del convento de San Agustín de Osuna, Osuna, 2006, p. 32.

tazo de un posible ataque vandálico y decidió ponerla a salvo en un lugar insospechado, la casa de la limpiadora de la iglesia parroquial de San Gil11 .

Al amparo de las leyes impulsadas por el gobierno republicano contra la Iglesia Católica, la comisión municipal de Osuna acordó el 1 de abril de 1932 que en un plazo de 24 horas los particulares retiraran de la vía pública imágenes y atributos religiosos. El odio a lo sagrado se extendía y en consecuencia las cofradías decidieron por unanimidad no hacer estación de penitencia pública por las calles del pueblo. Se limitarían a celebrar en las iglesias los cultos anuales que prescribieran sus respectivos estatutos. También se suprimió el Miserere que tradicionalmente se organizada cada Miércoles Santo y Jueves Santo en la colegiata. Solo salió aquel año la procesión del Corpus Christi por los alrededores de la colegiata. El miedo sin duda estaba más que justificado. En junio hubo intentos de incendiar la iglesia de Santa Clara12. La tensión era palpable y el cerco se iba cerrando, tal y como manifestaron unos vecinos en un escrito dirigido al diario ABC, que fue publicado el 2 de mayo. En la columna se exponía lo siguiente:

“Una numerosa comisión de Osuna, compuesta por más de 30 personas de todas las clases sociales, viene a rogar a ABC que se asocie a su protesta, por la conducta del alcalde de dicho pueblo, que en la noche del sábado se presentó en el domicilio de un moribundo, que estaba recibiendo los últimos sacramentos, y dentro de la casa y en actitud airada e irrespetuosa trató de impedir el traslado de Su Divina Majestad de vuelta a la iglesia de donde procedía, dirigiendo esta pretensión al sacerdote oficiante en forma desconsiderada y fundando su actitud en que aquello era una manifestación religiosa que él no consentía.

A duras penas los asistentes consiguieron que el referido alcalde no se opusiera a que la sagrada Forma fuera restituida a la iglesia, acompañada de dos solos fieles con luces, impidiendo que los demás las llevaran y anunciando que en lo sucesivo no consentiría que eso pasara más.

Los comisionados protestan a la vez de que dicho alcalde tenga prohibido desde hace días que se celebren religiosamente los entierros católicos, aunque los fallecidos hayan expresado su deseo de que fueran enterrados con arreglo al rito de la Iglesia”13 .

Paralelamente el ayuntamiento continuaba acordando medidas restrictivas como la que promulgó en la sesión del 16 de diciembre, cuando se prohibió el toque de campanas de iglesias y conventos entre las siete de la tarde y las ocho de la mañana. La prohibición era tajante, lo que impidió que se tocara para la misa del gallo de aquella Nochebuena. En la Semana Santa del año siguiente tampoco se hicieron presentes las cofradías14 .

El cambio de gobierno en las elecciones generales de noviembre de 1933, con el triunfo de una coalición de partidos conservadores católicos, gracias al apoyo de los miembros de la CEDA de Gil Robles, posibilitó una “reconciliación” con la Iglesia Católica, lo que hizo posible que se rebajara la tensión y en la primavera siguiente algunas hermandades volvieran a salir en sus respectivas estaciones de penitencia, caso de la Humildad y Paciencia, Jesús Caído y la Vera-Cruz. La crónica del periódico local El Paleto sobre lo acontecido por entonces resulta esclarecedora del clima que se vivía, al manifestar que “como prueba de la confianza que va renaciendo en el espíritu público ante unas más justas disposiciones emanadas del Gobierno, también las Hermandades de Osuna perdieron el miedo y sacaron a la calle sus imágenes para ofrecerlas a la pública veneración”.

11.- Sobre el fenómeno de ocultación de imágenes en Sevilla y su contexto durante este periodo nos remitimos a RECIO, Juan Pedro: Las cofradías de Sevilla en la II República, Sevilla, 2010. 12.- ESPUNY RODRÍGUEZ, Víctor: “Semana Santa...”, pp. 24 y 27, n. 5, 7, 8 y 9. 13.- “El problema religioso y sus distintas repercusiones. Una grave denuncia contra el alcalde de Osuna”, ABC, martes, 2 de mayo de 1932, edición de Andalucía, p. 30. 14.- ESPUNY RODRÍGUEZ, Víctor: “Semana Santa…”, pp. 24, 25 y 27, n. 13.

En aquella ocasión el numeroso público que presenció el desfile de las procesiones recibió “con aclamaciones de fervoroso entusiasmo la aparición de las imágenes”, a las que dedicaron “sentidísimas saetas”. El orden público estuvo perfectamente garantizado “mediante la continua y bien dispuesta vigilancia de los agentes de Investigación, Policía Municipal y Guardia civil”, cuya actuación fue “acreedora de muy justos elogios”. También los merecía el vecindario, que había dado “una nueva prueba de sensatez acogiendo, ora con el más digno respeto, ora con manifestaciones efusivas, la reaparición de una festividad religiosa profundamente arraigada en el alma del pueblo español”. Al año siguiente se continuó en la misma inercia que incidía en el brillante de los actos. La Semana Santa vino precedida de una procesión organizada el 31 de marzo para conmemorar el Año Santo, en la que participaron todas las hermandades, “que enviaron sus respectivas insignias y representaciones”, y el número de fieles que asistieron fue “enorme”. El cortejo recorrió las principales calles de la localidad con un “orden ejemplar” y en medio “del más profundo respeto por parte del público que, en su mayoría, por no decir en su totalidad, descubríase devotamente ante la grandeza de la Majestad que lo inspiraba”. Ante la naturalidad con que fueron desarrollándose los acontecimientos, el cronista se complacía en felicitar de todo corazón al pueblo de Osuna y a sus autoridades, “por esta prueba de verdadera libertad y respeto, propia de las colectividades cultas y civilizadas”. En el mismo número del periódico aparecía el programa procesional para próxima Semana Santa, con las cofradías que, “con toda seguridad”, harían estación de penitencia. De nuevo el cronista mostraba su absoluta confianza en que el pueblo de Osuna, “culto y civilizado como el que más, que dio pruebas inequívocas de ello con motivo del Jubileo del Año Santo”, sabría “rubricar nuevamente su hidalga compostura y hermosos sentimientos” en las festividades sagradas que se avecinaban, “presenciando el desfile de sus bellas imágenes, que reinan, dígase lo que se diga, en todos los corazones de los hijos de nuestra querida patria chica”. Así lo esperaba de todos y “singularmente de las autoridades”. A la postre los desfiles procesionales de 1935 fueron un éxito y por ello, en la sesión del ayuntamiento con fecha de 25 de abril, se acordó por unanimidad otorgar un “voto de confianza al Jefe de Orden Público y a las fuerzas de la Guardia Municipal” por el “celo y eficacia” con el que contribuyeron a la “más absoluta tranquilidad y orden” preservados en el transcurso de las estaciones de las cofradías15. Pese a todo, en las palabras del cronista se atisba un trasfondo de incertidumbre y desasosiego que, ante los años convulsos que se vivían, le impelían a hacer una llamada a la calma para que todo aconteciera con normalidad.

Las nuevas circunstancias políticas y los vaivenes sociales de febrero de 1936, con la victoria del Frente Popular en las elecciones generales, y el progresivo deterioro del orden público hacían presagiar lo peor. En Sevilla la última Semana Santa de la República transcurrió sin incidencias notables, aunque marcada por un tenso ambiente. Muchas hermandades sopesaron la conveniencia de extremar las medidas de seguridad ante el temor a nuevas “ofensivas” y, tal y como hicieran a comienzos de la República. Entre los meses de abril y julio se asistió a un nuevo período de ocultación de imágenes y se volvió a la vigilancia de iglesias con retenes de guardias nocturnas de cofrades y feligreses. Hermandades como la Estrella, la Cena o la Macarena, protegieron a sus titulares llevándolos a domicilios particulares, aunque en Semana Santa fueron devueltas a sus templos. Tras la Semana Santa, otras hermandades tuvieron idéntico proceder, lo que ofreció un panorama desolador, con numerosos templos con los altares vacios. En Osuna, según plantea Víctor Espuny, como ya ocurriera en el bienio republicano, probablemente las cofradías prefirieron no salir a la calle para evitar posibles altercados y agresiones a sus imágenes16 .

Con el estallido de la Guerra Civil la reacción de la izquierda popular contra los símbolos y referentes conservadores, representados por las iglesias y los conventos, fue igualmente virulenta. En Sevilla varias iglesias fueron arrasadas, caso, por ejemplo, de San Julián, quemada por segunda vez, Santa Marina o San Gil, donde estaba la Macarena, que había sido sacada varias horas antes y, tras varios rodeos en furgoneta, fue llevada a una casa particular. En la Sierra Sur sería especialmente traumática en pueblos conectados por la vía ferroviaria, medio de transporte que usaron los piquetes17. Y es que, como señala Jordán Fernández, que esta barbarie no fue obra de incontrolados lo muestra la repetición del ritual iconoclasta con idéntico proceder y que se le diera el mismo destino a los templos saqueados (economatos o almacenes de víveres)18. Los profesores José Hernández Díaz y Antonio Sancho Corbacho publicaron un balance de las iglesias saqueadas e incendiadas en la provincia de Sevilla con motivo del comienzo de la Guerra Civil. El estudio se completaba con una serie de fotografías que mostraban un panorama desolador de saqueos, incendios y destrucción. En el entorno de la Sierra Sur las localidades con edificios históricos que sufrieron destrozos y pérdidas de los bienes muebles fueron las siguientes: Aguadulce, Algámitas, Badolatosa, Casariche, Los Corrales, Herrera, Marinaleda, Martín de la Jara, Montellano, Morón de la Frontera, Pruna, La Roda de Andalucía, El Rubio, El Saucejo y Villanueva de San Juan. Sólo las poblaciones de Coripe, El Coronil, Estepa, Gilena, Lora de Estepa, Osuna y Pedrera se salvaron del desastre19 .

A diferencia de otros pueblos y ciudades, afortunadamente la villa ducal no sufrió la devastación de los ataques anticlericales.

15.- ESPUNY RODRÍGUEZ, Víctor: “Semana Santa…”, pp. 25-27, n. 15. 16.- ESPUNY RODRÍGUEZ, Víctor: “Semana Santa…”, p. 26. 17.- ROMERO TORRES, José Luis y DÍAZ FERNÁNDEZ, Ezequiel: “El patrimonio artístico de la Sierra Sur de Sevilla en los siglos XIX y XX”, Actas de las VIII Jornadas de Historia sobre la Provincia de Sevilla. La Sierra Sur entre los siglos XIX y XX. Historia, Cultura y Patrimonio, Estepa, 2011, pp. 131-132; el fenómeno ha sido esbozado en el contexto de la Sierra Sur en JORDÁN FERNÁNDEZ, Jorge Alberto: “Persecución religiosa en la Sierra Sur de Sevilla. Los sucesos del verano de 1936 en la comarca de Estepa”, Actas de las VIII Jornadas de Historia sobre la Provincia de Sevilla. La Sierra Sur…, pp. 321-337. 18.- JORDÁN FERNÁNDEZ, Jorge Alberto: “Persecución religiosa en la Sierra Sur... ”, p. 336. 19.- HERNÁNDEZ DÍAZ, José y SANCHO CORBACHO, Antonio: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla, Sevilla, 1937; sobre su contexto puede verse VELASCO HARO, Manuel: “La II República. La ocupación militar y sus consecuencias”, Actas de las

I Jornadas de Geografía e Historia de la Sierra Sur (Los pueblos vinculados a la Casa de Osuna), El Saucejo, 2006, pp. 123-191 y PRIETO PÉREZ, Joaquín

Octavio: “República, guerra civil y represión en la Sierra Sur”, VIII Jornadas de Historia sobre la provincia de Sevilla. La Sierra Sur entre los siglos XIX y XX,

Herrera-Lora de Estepa-La Roda de Andalucía-Estepa, 2011, pp. 71-122.

Ante la tensa situación que se vivía aquellos días, el alcalde Manuel Morales, el último alcalde socialista, mandó decir a los religiosos que no les ocurriría nada. Sí existe constancia del uso de inmuebles religiosos para fines militares, tal y como pone en evidencia la muerte del guardia civil que estaba apostado en la torre del convento del Carmen, que fue abatido por un disparo desde la plaza salitre20 . La circunstancia de que Osuna fuera rápidamente controlada por la Guarda Civil y consolidada como plaza en poder de los sublevados contribuyó a evitar los desastres de la inquina contra la Iglesia. Desde el 22 de julio la resistencia en manos de la CNT se replegó al entorno de su sede en la calle la Cruz, donde mantuvieron el control hasta que fueron bombardeados el día 22 de julio por un avión de Tablada. A duras penas aguantaron dos días más. Quizás la situación hubiera sido otra si el tren de milicianos que el día 27 se dirigía a la villa ducal para tomar el pueblo no hubiera sido repelido por la Guardia Civil de Osuna, auxiliada por fuerzas llegada de Écija y una nueva intervención del avión de Tablada, volando el puente por donde debía pasar. El aviso fue dado por la telefonista de la oficina de Aguadulce que en la tarde de aquel día dio noticia a Osuna del paso de un tren con fuerzas procedentes de la Roda de Andalucía21. Desde entonces Osuna se convirtió en el lugar más próximo y seguro para los derechistas de los demás pueblos de la Sierra Sur. Muchos de ellos en cuanto pudieron se escaparon hacia Osuna, aunque la mayoría se quedaron por el temor de ser vistos por los turnos de guardias de milicianos que rondaban las calles22 .

En septiembre pasaba por Osuna la Columna Redondo en la campaña segunda que había salido desde Sevilla. En la villa fueron acogidos en casa de un terrateniente y la tropa en el Instituto de Enseñanza Secundaria. Su capellán militar, el cura Bernabé Copado, quien ensalzaba con entusiasmo las hazañas de la Cruzada, en tono hiperbólico expresaba sobre su paso por Osuna y la Serranía de Ronda que “En lo que se refiere al odio contra la iglesia, en profanaciones de templos y en brutalidad y salvajismo contra los objetos del culto, es la misma consigna e idéntico procedimiento; pero mientras en Aracena y en Rio-tinto encontramos pocos atentados contra las vidas de los sacerdotes y de las personas señaladas, aquí da horror ver el ensañamiento con que han procedido”23 .

De cualquier forma, de la acogida salieron tan satisfechos que al día siguiente se publicó: “¡Osuna sabe lo que es esta Cruzada. La restauración de la ley de Cristo y de la futura grandeza de España. Religión y patriotismo. Dios y España!”24 .

La evolución de la contienda debió favorecer el desarrollo de los cultos externos de las cofradías. En la sesión capitular del 8 abril de 1938 la comisión gestora que gobernaba el ayuntamiento de Osuna manifestaba que, con el fin de que la festividad religiosa de la próxima Semana Santa se celebrase con el mayor esplendor, se acordaba subvencionar el culto de la Semana Santa en la antigua colegiata, y el Miserere que habría de cantarse en las noches del Miércoles Santo y el Jueves Santo. Se planteaba también “estimular” al vecindario para que asistiera a “tan solemnes actos religiosos, que demuestren la mas fervorosa adhesión al resurgimiento de las glorias tradicionales de nuestra Patria”. Al año siguiente, coincidiendo con el final de la Guerra Civil, también hubo procesiones por las calles de Osuna25 .

El Dulce Nombre de Jesús en el contexto de los conflictos de la década de los treinta del siglo XX En este contexto de feroz persecución contra el clero y la religión cabría situar varias fotografías pertenecientes a una misma serie en las que aparece la imagen del Dulce Nombre de Jesús junto a una religiosa en una casa particular de Osuna. La identificación de uno de los patios de la vivienda y de la monja que aparece en las instantáneas nos permite situarlas en un espacio temporal concreto. La casa, situada en la Calle Nueva, por entonces era propiedad a una familia muy vinculada con la hermandad dominica. En cuanto a la religiosa, perteneciente a la familia propietaria del inmueble, se trata de sor María Antonia de San Rafael, en el siglo Antonia de Soto y de Castro, que tomó el hábito en el convento de Nuestra Señora de la Victoria de Antequera el 12 de febrero de 1917. Su profesión religiosa fue verificada el 29 de mayo de 1919, en el convento de terciarias franciscanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María de Antequera. Precisamente, la fundadora de la Congregación, la beata antequerana María del Carmen de Niño Jesús, más conocida como Madre Carmen, sintió especial afecto y devoción por la representación de la infancia del Salvador. También lo tuvieron las monjas de la Congregación en Osuna en el colegio que había fundado, que recibió el nombre Santa Ángela, en recuerdo de su gran bienhechora Ángela Tamayo, una de las hijas del marqués de la Gomera. El centro docente fue inaugurado un 3 de enero de 1893 con una solemne misa al Niño Jesús bajo la advocación del Dulce Nombre, cuya imagen se veneraba en la iglesia aneja de santo Domingo26 .

La monja que aparece en las fotografías falleció en Antequera el 7 de julio de 1949. Así pues, la ejecución de las instantáneas podría situarse entre 1919 y 1949. En la hermandad se conoce por tradición oral que la escultura del Dulce Nombre y otras imágenes y enseres de la cofradía fueron repartidos en casas de particulares con motivo de los ataques contra la Iglesia referidos más arriba. Es probable por tanto que fuera aquella la casa el paradero que dio cobijo a la menuda imagen del Divino Infante y que con motivo de una visita de la monja se hicieran las fotografías.

Pedro Jaime Moreno de Soto

20.- RUIZ CECILIA, José Ildefonso: “Osuna, 1936”, Mediodía. Revista del Centro de Profesores de Osuna, vol. II, 1996, pp. 169-170. 21.- RUIZ CECILIA, José Ildefonso: “Osuna...”, p. 169. 22.- VELASCO HARO, Manuel: “La II República. La ocupación militar...“, pp. 136-137. 23.- COPADO, Bernabé: Con la Columna Redondo. Combates y conquistas. Crónica de Guerra, Sevilla, 1937, p. 97. 24.- VELASCO HARO, Manuel: “La II República. La ocupación militar...“, p. 146. 25.- ESPUNY RODRÍGUEZ, Víctor: “Semana Santa…”, pp. 26-27, n. 18, 19 y 20. 26.- MAESO ESCUDERO, María del Carmen: Amor, humildad y fortaleza. Madre Carmen del Niño Jesús González Ramos, fundadora, Antequera, 2006, pp. 448-449; agradecemos a nuestro buen amigo Álvaro Reina García la referencia de los datos de la publicación.

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