ADOBE STOCK
Mont Louise.
ALEJANDRO MARTÍN LÓPEZ
M
ont Louise es una ciudad y fuerte abaluartados, diseñados por el marqués de Vauban en el siglo xvii para defender la frontera de Francia en los Pirineos. Aunque hoy en día, este conjunto incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, se nos antoje espectacular, lo cierto es que los soldados destinados durante los inviernos pirenaicos en la vigilancia de sus vecinos del sur, debían desear que el ejercito español llamase a sus puertas, para volver a la campiña francesa, abandonando su puesto en la frontera. Desde los somontanos aragoneses o desde las llanuras de Toulouse los Pirineos se perciben como una frontera infranqueable, como el fin del territorio. Una masa agreste y desafiante que durante siglos ha constituido una frontera política. Sin embargo, esta perspectiva preconcebida desde la planicie cambia cuando viajas a través de sus valles y puertos para descubrir un patrimonio cultural que se cuela entre las fronteras administrativas. Desde las primeras comunidades humanas que habitaron este sistema montañoso, ha existido una voluntad de comunicación, de domesticación de la montaña para facilitar el paso de los viajeros. No hay que olvidar que algunas de
Un reino invisible las calzadas romanas que comunican la Península con Europa todavía son visibles hoy, como en Hecho (Huesca) o en la Jonquera (Girona) o que el Camino de Santiago tiene algunas de sus jornadas más significativas precisamente a través de los Pirineos. Ya a principios del siglo xx, esos caminos de montura se convirtieron en caminos de hierro. De ese nuevo afán de comunicación la protagonista más misteriosa es sin duda la estación internacional de Canfranc. Entre las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial compartido destacan las mascaradas de invierno y carnaval que en ambos lados del Pirineo ponen en contacto a poblaciones vecinas. También hay conexiones entre la música tradicional y los instrumentos que los Luthiers de ambas vertientes siguen construyendo. Sin olvidar, otros elementos más cotidianos, como la gastronomía que establecen lazos entre los diversos valles de Este a Oeste. Los caldos, ollas, guisos y las mil formas de cocinar el cordero, que calentaron los fríos inviernos, aho-
ra son disfrutados por miles de visitantes cada temporada. Tras siglos de intentos de los diversos estados por establecer fronteras a lo largo esta cordillera, la comunicación cultural entre las sociedades que la habitan fue más fuerte que las delimitaciones administrativas. Aun así, esta política de control de las montañas también se ha convertido en Patrimonio Cultural que define la historia de sus gentes. Castel León en el Valle de Arán, Foix, Mont Louise, Villafranque de Conflent, Bellegarde (Le Perthus), San Ferran (Figueres), Jaca, además de un sin fin de pequeños edificios de vigilancia a los que habría que unir los búkeres de la Línea P construida por la dictadura de Franco, constituyen un viaje a través de la arquitectura militar de más de 1000 años. Viajar a través de los Pirineos significa descubrir que tanto la cultura material como inmaterial de los pueblos que los habitan tienen más elementos en común que diferenciadores. Significa descubrir leyendas similares, que en idiomas diferentes nos describen una misma mitología. La mitología de un Reino Invisible. Peregrinos, disidentes religiosos o políticos, refugiados, aventureros románticos o pioneros del deporte han encontrado durante siglos en este Reino una patria sin fronteras. UN REINO INVISIBLE
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