RECOLETAS SALUD Segovia
Unidad de Psicología Sra. Rosa Criado Herrero
LA EDUCACIÓN EMOCIONAL
D
esde nuestros primeros pasos en el camino de la vida, aprendemos a pensar, sentir y comportarnos según las experiencias de las que seamos partícipes directa o indirectamente, y sobre todo, de las emociones que sintamos en cada una de ellas, lo que generará una imagen más o menos positiva de nosotros mismos, y en función de ésta percibiremos el mundo que nos rodea, con todo lo que ello conlleva (aprendizaje, relaciones sociales, etc.), como un entorno accesible y seguro, o como un medio amenazante. Por ello, además de los diversos aprendizajes (observación, aprendizaje vicario, modelado), modelos de referencia (parentales- iguales), y las continuas pruebas de ensayo-error, las emociones tienen un papel fundamental y determinante a lo largo de nuestra vida, y con mayor incidencia en las edades adultas, ya que vamos adquiriendo más experiencias pero también miedos mayores.
“Es determinante desde la infancia realizar una educación emocional como medida preventiva de patologías tan comunes y frecuentes como trastornos de ansiedad, del estado de ánimo, del sueño…”
La experiencia nos ayuda a aprender a vivir, pero cuando surgen emociones que desconocemos o nos desestabilizan por sentir algún tipo de malestar (tristeza, alta activación fisiológica, nerviosismo, angustia, euforia, etc.) la reacción inmediata es de miedo. Nos asustamos e incluso en determinadas situaciones se produce un bloqueo, lo que origina el desarrollo de esquemas de pensamiento de carácter anticipatorio y negativo relacionados con situaciones que ya han sucedido, pero que en el momento en el que se activan dichos esquemas no están aconteciendo. El miedo a no controlar lo que pensamos ni lo que sentimos nos conduce a la desestabilización a todos los niveles (fisiológico-neurológico-cognitivo-emocional), lo que conlleva a patrones de conducta de evitación.
miento desadaptados y orientados a evitar aquellas que generen la mínima emoción negativa o similar. Es por ello que los niños tienden a comportarse de manera impulsiva e imprudente, porque no conocen la sensación de miedo y tampoco anticipan pensamientos ni emociones negativas hasta el momento en el que sucede el hecho en sí. El miedo a sentir las emociones y a la desestabilización, y más concretamente el miedo en sí mismo, son mecanismos con los que nacemos, nos ayudan a preservar nuestra vida y son indicadores de cambio, de que algo no se está realizando bien o disfuncionalidad. Nuestra cabeza y nuestro cuerpo están “programados” para mantener la estabilidad. Cuando ésta se rompe, ambos “hablan” a través de diferentes síntomas que suelen asustarnos, cuando en realidad deberíamos de interpretarlos como señales de alerta pero orientadas a una solución o cambio, y no a un miedo irracional y a conductas de evitación, que concluyen en un estancamiento en nuestra zona de confort que tanto daño nos produce, y distorsionando profundamente la imagen que tenemos de nosotros mismos. Esa voz interior de nuestros pensamientos, que a todos nos acompaña como ayuda y complemento a nuestro ser en situaciones de inseguridad, se alimenta del miedo, adquiere el control por completo y nos domina hasta minar nuestra moral.
Las emociones que etiquetamos como negativas o ciertas reacciones o mecanismos de defensa están orientados a la protección de nuestra vida, sin embargo, cuando los padecemos o dichos mecanismos se activan, sentimos todo lo contrario, nos percibimos inseguros, incapaces de saber qué es lo que nos sucede, ni cómo conseguir controlar o al menos gestionarlo. Así es cómo la mente generaliza, establece relaciones ante situaciones análogas y desarrolla esquemas de pensa-
Por ello, es determinante desde la infancia realizar una educación emocional como medida preventiva de posibles patologías tan comunes y frecuentes en nuestro día a día, como sucede con los trastornos de ansiedad, del estado de ánimo, del sueño, etc. Una óptima educación emocional orientada a la identificación, aprendizaje y función de las emociones a lo largo de la vida, de los diferentes mecanismos y reacciones de los que disponemos para fomentar y perseverar
14 I RECOLETAS RED HOSPITALARIA
nuestra salud a todos los niveles, nos ayudaría a entender que hay situaciones en las que es natural, adaptativo y necesario el estar desestabilizados y sus respectivas sensaciones físicas y psíquicas, e incluso una puesta a punto o una energía para afrontarlas de una manera óptima. Así potenciaríamos habilidades y recursos que mejorarían nuestra autoestima y la seguridad en uno mismo, de manera que ese crecimiento personal ante situaciones de inestabilidad, permitiría percibir las oportunidades de superación, accesibles y superarlas con un alto porcentaje de éxito. La educación emocional tiene como objetivo primordial identificar las diferentes emociones y mecanismos de defensa que subyacen a las mismas para conocer y gestionarlas de una manera saludable. Comprender las emociones y cómo funcionan facilita nuestra autorregulación, ya que éstas fluyen a través de esquemas de pensamiento acordes a dicha emoción, y viceversa. Es decir, cuando por ejemplo nos sentimos tristes, de manera inmediata surgen pensamientos que armonizan y refuerzan esa emoción, e incluso “contaminan” el resto de procesos cognitivos. Y, sobre todo, nos sucede con aquellas emociones que hemos aprendido a etiquetar por desconocimiento como negativas. La educación emocional se centraría en identificar qué sentimos, por qué y cómo reaccionar ante ello, e incluso aceptar que determinadas situaciones (cambios, pérdidas, contratiempos, enfermedades) están unidas de manera inherente a ciertas emociones, pero es necesario y saludable sentirlas, exteriorizarlas, darnos permiso y aceptar que forman parte de un proceso de crecimiento personal.