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BALONES AL ALA
Mi primera reacción hacia el rugby fue echarme a un lado. En las noches invernales de los primeros 80 solíamos compartir el patio del colegio de Lourdes los del balón oval y nosotros, los del baloncesto. Estábamos entrenando cuando caía un melón. Tras él, una tropa invasora que ignoraba los límites entre campos. Bombardeo por error, riesgo de atropello, bronca entre los entrenadores. Del roce nace el cariño.
Cuando el basket me dejó por razones de altura –apenas mido 1,60– salté al fútbol sala. Ya en Filosofía y Letras, un día fui con Chema, compañero de clase, al tablón de Deportes. Un cartel reclutaba jugadores para formar un equipo de rugby. Lo firmaba Fernando Sanzo.
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Nos recibió con amabilidad. “Si conocéis a alguien, a más gente…” Años después confesó que su pensamiento real fue “¿de verdad no hay nadie más grande?”. Debu - tamos con abultada derrota ante los archirrivales de Derecho. Llegaron entonces nuevos voluntarios dispuestos a vengar la afrenta. Ganamos amigos.
Al cuerpo técnico de Sanzo se unieron Pusi Candau y Félix Villegas. Creo imposible enseñar rugby a quien, ya mayor –salvo Manu Mora–, no tiene una mínima noción. Pero nos transmitieron lo esencial. La pasión. En la Liga Universitaria disfrutamos divertidísimas tardes de “rugby calimocho”, según definición de un arqueólogo soriano reconvertido en pilier.
“Vas a un partido y te fijas en tu posición”, insistía Sanzo. En un choque de División de Honor en Pepe Rojo los visitantes llegaron justitos de efectivos. De la grada brotó un grito. “Colgadle balones al ala, que es el conductor del autobús”. Al aludido le cayó un chaparrón de cachondeo. Sentado en la grada, me identifiqué con él. ¿Qué
Santi Sáiz Periodista de El Mundo
hacer con alguien pequeño, rápido y sin experiencia? Explotar su instinto de salir corriendo. Pero es un puesto ingrato. Si tu equipo es inferior, apenas tocas un balón propio; si es superior, tampoco muchos. Un mes de septiembre mi amigo Teto Torres me invitó a entrenar con El Cotanillo. Sólo quería estar en forma, pero con ellos, experimentados y duros, aprendí que podía correr mucho y a la vez entender muy poco. Lo dejé a los meses por “la mili” pero ya estaba enganchado. He cumplido 35 años como espectador y en los últimos he sido hasta cronista. Minutos después de que Patino me invitara a escribir, sentí que era un gran balón para un aspirante a ala. Gracias. (Aclaro que no sé conducir un autobús).