la formación de un paisaje urbano excepcional
ROMA
Roma, en el sentido de ciudad y de la forma y estilo de civilización forjado en ella, fue un soberbio condensado de las concepciones y experiencias de las culturas antiguas y de aportaciones y relecturas propias, que la convirtieron en uno de los más robustos, complejos y ricos cuerpos culturales de la historia . Y una de sus expresiones más relevantes y cargadas de consecuencias fue la forja de un paisaje urbano de vigor y expresividad excepcionales . La cultura urbana o ciudadana, con el alto grado de madurez alcanzado en la antigüedad, con ejemplos como la polis griega, la ciudad feniciopúnica o la civitas romana, trajo consigo una rotunda antropización del paisaje, con centro en la urbs, el núcleo construido principal del territorio de la ciudad .1 Ateniéndonos al modelo de la ciudad romana, la urbe vino a ser la máxima expresión de la condición demiúrgica del urbanita o ciudadano, que había pasado de ser mera «criatura» de la naturaleza a «creador» de una naturaleza nueva, un producto de su «arte» . El urbanita, al que Aristóteles denominó zoon politikón («animal urbano»), pasó a tener un ecosistema nuevo, a su medida, estructurado en la ciudad romana como un territorio con diferentes grados de antropización, articulado en zonas limitadas concéntricamente (urbs,
ARCO DE TRIUNFO DE SÉPTIMO SEVERO Roma, Italia
ager, silva . . .), en lo que destacaba la contraposición — en rasgos, usos y valores— entre el espacio central de la urbs, el más antropizado, y el del ager de su entorno . La urbs era el núcleo sacralizado de la ciudad, obtenido según un ritual fundacional que trasladaba el templum celeste al terreno, dispuesto según la orientación astronómica y acotado por la yunta sagrada que trazaba el sulcus primigenius . Se obtenía así un templum, cercado y limitado por la muralla y la franja del pomerium, que será centro principal, en lo ideológico y en lo formal o material, del paisaje de la ciudad . Una de las funciones principales de la urbe va a ser la de expresar y propiciar el orden social, hacer tangibles los poderes que lo sostienen, entre ellos el de los dirigentes, y, en ella, una expresión principal del poder era la capacidad de creación, la más distintiva de la nueva humanidad urbana, patrimonializada por sus dirigentes . Nada resultaba más demostrativo que construir edificios, renovar o crear ciudades nuevas, porque ninguna otra cosa mostraba mejor la condición superior de los dirigentes . Sentenciaba Varrón (De rerum rusticarum, 3 .1 .4) «divina natura dedit agros, ars humana aedificavit urbes», una comparación que, en la medida en que comparare es «parangonar», «igualar», venía a equiparar a los hombres con los dioses . La conciencia de esa equiparación se hace evidente en una expresiva sentencia de Cicerón (De re publica, I .7): «neque enim est ulla res in qua propius ad deorum numen virtus accedat humana, quam civiL AS L E C T U R AS
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