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Comida callejera

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Comer para creer

Comer para creer

CHICHARRONES CON CUERITOS La popular botana que consumían en la Ciudad de México los estudiantes de primaria en la segunda mitad del siglo XX se transformó en un platillo que hoy conquista a los no tan niños

a prohibición para vender comida “cha-

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Ltarra” dentro de las escuelas y en sus alrededores alejó de éstas, al menos en las de la Ciudad de México, a un personaje icónico en la segunda mitad del siglo XX, junto con los vendedores de helados y paletas: el chicharronero.

Ese personaje y su bicicleta, a la que aseguraba un canasto con chicharrones acomodados, los cuales cortaba por lo general con una segueta, crema y salsa, todo cubierto con un plástico, se hallaba, además, en mercados, parques y, en general, en lugares frecuentados por niños, quienes no se resistían a un pedazo untado con crema, salsa y/o limón.

Sin embargo, todo cambia, y si bien el chicharrón de harina se vende hoy en “tienditas” cercanas a las escuelas, y encontrar a un chicharronero ya no es fácil, hay establecimientos en los que se aprovecha la nostalgia por la infancia para ofrecer a los ya no tan niños la misma botana adicionada con lo inimaginable.

Esos establecimientos, en los que se forman largas filas de nostálgicos clientes, los chicharrones llevan, además de la crema y la salsa tipo Valentina, lechuga, tomate y cilantro picados, queso fresco rayado, aguacate y cueritos de cerdo curtidos, enteros o picados.

En algunos lugares el chicharronero es el rey del parque, en las tardes, cuando los niños solían salir a jugar, llegaba muy campante con su carga, listo para convertir un pedazo de harina frita en un tentempié. Hay que abrir la boca muy grande para poder dar una mordida en todo su esplendor.

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