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Instituto Virgen de la Anunciación: Preparación a la Navidad Instituto Santa Familia:
Instituto Virgen de la anunciación
Preparación para la Navidad
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Durante el año litúrgico la Iglesia nos presenta la redención operada por el Hijo de Dios encarnado, Jesucristo, y la aplicación para nosotros de esta redención.
La celebración de la Palabra de Dios en el Adviento puede ser reducida a tres pensamientos especiales, o sea a tres personajes que nos enseñan cómo prepararnos a la Navidad. Primero, Isaías, de quien leemos sus profecías en el Adviento con frecuencia: “Una virgen concebirá un hijo, el cual será Dios con nosotros” (Is 7,14). ¡Y eso lo escribió siete siglos antes de que el Hijo de Dios se encarnara!
El otro personaje dominante es san Juan Bautista, el cual tuvo la misión de preparar, con la predicación, la llegada del Mesías, Jesucristo: “Preparen sus corazones para recibir al que viene después de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias. Y si yo bautizo, bautizo con agua; pero detrás de mí viene uno que bautizará con agua, pero también con el Espíritu Santo” (cfr. Jn 1,15 ss). Por tanto, ha preanunciado el bautismo cristiano instituido por Jesucristo.
Y, tercero, el personaje más grande que es María. María quien recibió el anuncio del Arcángel Gabriel: “La virtud del Altísimo te alumbrará, y el que nacerá de ti será el Hijo de Dios encarnado”. Respondió entonces María: “He aquí la sierva del Señor, sea hecho como me has dicho” (Lc 1,26 ss). O sea, María es declarada la Madre de Dios. María se humilla: “Ecce ancilla Domini”, soy la sierva de Dios. Entonces el gran día, el día principal, el más rico y afortunado de todos los días del mundo: “Verbum caro factum
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est”, el Hijo de Dios [el Verbo] se encarnó. María se humilló, pero al mismo tiempo ejercitó la fe: “Fiat mihi secundum verbum tuum” [hágase en mí según tu palabra]. Si bien se trataba de un prodigio excepcional, María dijo: “Se haga. Has dicho que la virtud de Dios podía hacerlo”, y esto es que naciera de ella, Virgen, el Hijo de Dios encarnado.
Y quien quiera, se prepare a la Navidad como María y con María, o sea, con la humildad de María, con la fe de María. La humildad. María no podía responder: yo soy pecadora; no, no podía, no tenía ni siquiera el pecado original, pero nosotros tenemos que decir: somos siervos de Dios pecadores. Segundo: fe. Fe en Jesús que nos ha traído la gracia; y nosotros podemos recibir y adquirir mucha gracia hasta ser santos. Nosotros, pobre gente, muy inclinada al mal, viviendo en este mundo, tan malo y con muchas tentaciones del demonio, creemos, sin embargo, poder llegar a la santidad, con tal que lo queramos. ¡Fe! ¡Fe! “Por mí nada soy, pero con Dios lo puedo todo”.
Por eso estas dos disposiciones, humildad y fe. Una nos lleva especialmente al examen de conciencia, y particularmente al sacramento de la penitencia, justo para acusar nuestras miserias. Y luego: fe en que Cristo nacerá en nosotros. No es ya sólo una celebración de un advenimiento grande como en el pesebre. Dios entre los hombres: “Gloria a Dios y paz a los hombres”; no es sólo un advenimiento histórico; sino el nacimiento espiritual de Jesucristo en nosotros. Por tanto, no sólo una celebración exterior de felicitaciones, de pesebres y alabanzas, sino justamente el nacimiento espiritual de Jesucristo en nosotros, o sea su gracia, el aumento de gracia. Es paso decisivo: quiero seguir el camino de Jesús. Vida privada como hizo Jesús: vida pública, o sea el apostolado y, en fin, el sufrimiento que acompaña siempre la vida y se cierra con la muerte: los “con-muertos”, o sea los muertos con Jesús, como dice san Pablo (2Tm 2,11). Hasta que Cristo viva en nosotros, nazca en nosotros, crezca en nosotros: Donec formetur Christus in vobis: hasta que Jesucristo se forme en nosotros (Gál 4,19).
P. Santiago Alberione, MCS, págs. 465-68
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