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La espiritualidad /5 Instituto Santa Familia:
Instituto San Gabriel
La Espiritualidad /5
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El Gabrielino, empujado por el amor divino que lo habita, se empeñará, con todos los medios posibles a su alcance, a hacer partícipes a los demás de aquello que él ha recibido:
«El Instituto San Gabriel toma su nombre de San Gabriel Arcángel, porque quiere formar y encaminar a sus miembros a una vida de penetración apostólica; profesar en el mundo la total consagración al Señor con la plena dedicación al apostolado; servir y cooperar con la Iglesia en el dar a la humanidad a Cristo Jesús, Maestro, Camino, Verdad y Vida, con la difusión del pensamiento cristiano, de la moral cristiana y de los medios de elevación de la vida individual y social, particularmente con las formas modernas.
Cada uno puede continuar con el mismo sistema de vida que lleva donde vive. El fin especial del Instituto San Gabriel es tal que se puede ejercer en cualquier lugar. Por lo tanto, los profesionales, los empleados, los que ocupan puestos importantes en la sociedad, pueden seguir ejerciendo esas actividades; es más, en ciertas circunstancias es bueno que sigan donde están. La Palabra de Dios, en efecto, está libre de cualquier vínculo y puede penetrar por todas partes, de maneras muy diversas» (Carissimi in san Paolo, 1302-1303). Hoy, en todas las naciones, el laicado de inspiración católica está en gran efervescencia: congresos nacionales, internacionales, convenios, semanas de estudio, reuniones, tomas de posición, contactos directos o indirectos con la jerarquía católica, están indicando la necesidad de nuevos caminos para salvar a la humanidad del materialismo, del ateísmo y de los residuos del anticlericalismo masónico. Por otra parte, hay jóvenes y hombres
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que quieren tender a la propia santificación en una vida estable, organizada religiosamente y guiada por la obediencia, sin la necesidad de entrar en los Institutos tradicionales» (San Paolo, abril 1958).
El Gabrielino ha de comprender bien la palabra del Fundador: «Se puede conseguir la perfección cristiana en el mundo. No se puede pensar que solo en los conventos, en los monasterios se tiende a perfeccionarse en las virtudes y se llega a una santidad distinta. Hay personas que viven en el mundo y que hacen más sacrificios que nosotros; hay personas que viven de Dios, viven en tal dependencia del querer de Dios y, al mismo tiempo, lloran los males presentes de la humanidad, reparan los pecados que se cometen contra Dios, contra Jesucristo, y defienden el honor de Dios, el bien de las almas y el amor a la Iglesia Católica. No porque estemos en un estado de perfección somos perfectos. El estado es una cosa, pero la perfección del alma es otra cosa. Y somo perfectos en cuanto que hay profundidad de fe, profundidad de amor a Dios y a las almas, y en cuanto hay una esperanza firme de (alcanzar) los bienes futuros, un amor firme a los bienes espirituales, una confianza serena en la gracia de Dios para corresponder a nuestra vocación especial» (2 de junio 1958, A las Pías Discípulas III, 180s).
Por lo tanto, el Gabrielino ha de sentir siempre la absoluta necesidad del entrelazar su espiritualidad con la de la Iglesia. Así lo recalca el P. Alberione: “Se tenga corazón de hijos para con Ella [la Iglesia], que tiene corazón de Madre para con nosotros: habiendo nacido del corazón de Jesús cuando dormía el sueño de la muerte en la Cruz. La Iglesia para nosotros no es una asociación cualquiera: sino la única, santa, católica, apostólica, romana Iglesia: indefectible, infalible, visible, instituida por Cristo Jesús”.
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