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Páginas Marianas: La vocación apostólica de María

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La vocación apostólica de María

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Describimos algunas actitudes y rasgos que brillan de forma eminente en María y que, por otra parte, son elementos constitutivos de la “vocación apostólica o ministerial”, que se mira en María como en un espejo.

Acogida y meditación de la Palabra. “Virgen oyente”.

De María se nos dice, en momentos especialmente importantes de su vida, que todo lo conservaba y meditaba en su corazón (Lc 2,19-51; cf. 11,28). María es modelo en la escucha dócil y asidua de la Palabra de Dios. Esta semilla divina no ha encontrado en la tierra campo más propicio y abonado. Recepción y veneración, custodia y meditación hacen que la Palabra informe su vida hasta adquirir tal connaturalidad con ella que llega a constituirse en la única norma. Dios irrumpe en su vida, se enseñorea con ella y la expropia para la causa del Reino. La Palabra de Dios es venerada por María con amor, es escuchada con fe, es conservada celosamente en su corazón, es meditada en su mente y es difundida con sus labios.

La verdadera grandeza de María es haberse puesto totalmente en manos de Dios mediante la acogida de su Palabra (Lc 8,21). El que escucha, acoge y se alimenta de la Palabra ciertamente “ha elegido la mejor parte” (Lc 10,38s; cf. 1,38.45). La “Virgen oyente”, que acoge la Palabra y la pone en práctica fiel, obediente y generosamente (cf. Pablo VI, Marialis cultus, n. 17; Juan Pablo II, Redemptoris Mater, nn. 1219) es el mejor exponente de una actitud necesaria en quienes han hecho entrega de su vida por la causa del Reino.

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Respuesta renovada y activa a la invitación de Dios. “Virgen fiel”.

Toda vocación es un diálogo. En el corazón del misterio que es la vocación encontramos esta sorprendente relación dialogal entre Dios que invita y el hombre que responde. El hombre tiene una parte irrenunciable.

En cuanto mujer, María no fue simplemente “utilizada” para la encarnación, sino que fue asociada a dicho acontecimiento con todo su ser y por propia determinación. Ni fue “requisada” materialmente y por un tiempo, como Simón de Cirene, sino que fue invitada por Dios para ser libre colaboradora. Por tanto, no se puede reducir a María a un mero “instrumento” del que Dios se sirvió en un momento para su obra de salvación que luego se realizaría sin ella, sino que es todo el plan de Dios al que se asocia libre y voluntariamente. María comprometió su ser y su vida en un “fiat” que la implicó totalmente.

Esto supone en María una respuesta personal y activa, que no se reduce a un mero consentimiento a la propuesta divina, sino que es una oferta consciente y generosa de su vida para que discurra por los caminos de Dios. María, “Hija de Sión”, dio incondicionalmente a Dios el asentimiento de todo un pueblo para que se cumpliera el plan de Dios sobre ese pueblo y, a través de él, sobre toda la humanidad.

La vocación es un “sígueme” permanente, renovado. María descubrió y reafirmó, paso a paso, esta respuesta personal y activa. La vocación, frente a una presentación simplista y teológicamente poco fiel que ha predominado a veces, no es uno de los acontecimientos de nuestra vida que acontece en un momento concreto y aislado, sino que es más bien un proceso, una invitación que nos sale al paso y se renueva en cada momento. Dios no quiere servidores a la fuerza, servirle es un acto supremo de libertad:

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“¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67; cf. Jos 24,15).

María fue recorriendo y construyendo ese proceso que fue su vocación; no todo ocurrió en ella en el “fiat” de la Anunciación, aun cuando en ese momento inicial se halle el arranque y la pauta de todo lo demás. En María hubo un proceso de conocimiento y clarificación, de entrega y compromiso que ella no determinó, sino que la vida le fue marcando. Lo maravilloso del caso fue la continuidad en la respuesta positiva, la entrega progresiva, la generosidad y confianza que se acrecentaban en cada caso y en cada prueba. Estamos ante la “Virgen fiel”.

La vocación es reiterada invitación que se debe ratificar y se puede ratificar. Las páginas del evangelio nos ofrecen casos en uno y otro sentido: llamadas que no obtienen respuesta (cf. Mt 19,16-22), llamadas que son rechazadas después de haber sido acogidas (cf. Mt 26,20-25; Jn 6,66; 13,21-30), llamadas que han respondido positivamente, pero se ven asaltadas por la duda o el desaliento (cf. Jn 6,67), llamadas en las que se da alternancia entre la respuesta positiva y la negativa (cf. Mt 26,56.69-75). Dios procede así con el hombre, no quiere servidores atrapados por sorpresa ni seguidores a regañadientes; su acción se basa en la libertad siempre activa del hombre. Nos cuesta entender este estilo de Dios, pero sólo así ha sido posible la maravilla de la respuesta-encontinuidad que nos ofrece María. Para todos los llamados, es un ejemplo de perseverancia en su vocación de seguimiento al Dios que invita.

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CONFER, Secretariado de vocaciones

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