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Instituto Virgen de la Anunciación: Vocación al apostolado /1 Instituto Jesús Sacerdote:

Instituto Virgen de la anunciación

VOCACIÓN AL APOSTOLADO / 1

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Amar a Jesús no sólo como lo piden los mandamientos, sino amarlo más, hasta consagrarse totalmente a Él, y amar a las almas hasta dedicarse a ellas en esos ambientes y esos apostolados que son difíciles

El Papa Pío XII escribe: “El gran cuidado y maternal afecto con que la providente Madre Iglesia se ha esforzado porque sus hijos predilectos los que, entregando toda su vida a Nuestro Señor Jesucristo, le siguen con libertad y valentía por la senda de los consejos, se hicieran plenamente dignos de tan celestial propósito y angélica vocación, y por ordenar con sabiduría su reglamento de vida, lo atestiguan los frecuentísimos documentos y monumentos de los Papas, Concilios y Padres, y lo demuestran ampliamente todo el curso de la historia de la Iglesia y toda la orientación de la disciplina canónica hasta nuestros días” (Provida Mater Ecclesia, n. 1).

Es decir, en todos los siglos ha habido almas ardientes de amor a Dios e hijos apegados que aman a la Iglesia de Jesucristo y a las almas; y por ello se dedicaron a hacer el bien y han convertido su vida en consagración a Dios, con la observancia de los consejos evangélicos. Amar a Jesús no sólo como lo requieren los mandamientos, sino amarlo más, hasta consagrarse totalmente a Él, y amar a las almas hasta dedicarse a ellas en esos ambientes y esos apostolados que son difíciles. Entonces el Papa ofrece la posibilidad a estas almas que arden de amor a Dios y que desean cumplir el apostolado, adquirir la perfección en el mundo y tener los mismos méritos de la vida religiosa y al mismo tiempo los méritos del apostolado. ¡Qué preciosa es esta disposición del Papa! Es por esto

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que nacen muchos Institutos según las necesidades de la Iglesia y de la sociedad. Por eso el Papa dice que se predique que el vivir en virginidad, según los consejos evangélicos, es mayor bien que alcanzar el matrimonio y tener la responsabilidad de ser buenas madres, de ser buenos padres de familia, porque es un tipo de vida que imita más de cerca la vida de la Virgen María, de san José, de Jesús. El cristianismo ya estaba completo en la minúscula Sagrada Familia, había la cabeza y había dos preciosos miembros de la Iglesia, es decir la Virgen bendita y san José. Eran vírgenes y totalmente consagrados a Dios y a la redención de la humanidad. El Señor se escogió a lo largo de los siglos muchas almas generosas. San Pablo, en sus Cartas y en los Hechos de los Apóstoles, recuerda a unos sesenta amigos y colaboradores, entre ellos una cantidad de mujeres que habían cooperado con él en la predicación del evangelio y en la asistencia de los primeros cristianos en sus necesidades.

El Papa afirma que hay algunos que piensan que es mejor trabajar en la Acción Católica en vez de entrar en los Institutos y, por tanto, consagrarse a Dios. En la Acción Católica puede haber, ciertamente, miembros que viven el celibato; pero es diferente vivir en celibato y trabajar en la Acción Católica a ser miembro de un Instituto Secular, porque aquí hay piedad, formación, espiritualidad; es una vida regulada, ordenada, reconocida por la Iglesia. Es decir, es pertenecer a un estado particular.

Los estados de vida sobre la tierra son tres: el estado conyugal, el estado sacerdotal, el estado religioso. Los miembros de los Institutos Seculares pertenecen al estado religioso. Entonces, he aquí lo cierto: el Sacerdote ya hace bien, pero puede dar un paso más entrando en los Institutos Seculares.

Además, el Papa dice que todos los fieles, todos los miembros de la Acción Católica, todos los sacerdotes deben apoyar las vocaciones a los Institutos Seculares: descubrirlas, ayudarlas, llevarlas adelante para que lleguen hasta la emisión de sus votos. Y concluye exhortando a los miembros de las asociaciones católicas a ayudar a quienes muestran cierta vocación, para que entren a los Institutos Seculares, si esta es su tendencia.

Beato Santiago Alberione, meditaciones para consagradas

seglares, pp. 28-84 Alégrate 11

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