La hija de ryan de david lean estudio septiembre

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LA HIJA DE RYAN. ¿UN ALEGATO FEMINISTA?

“Vamos Rose, yo no creo que piensen que tú los traicionaste. Ellos querían que fueras tú, porque en cierto sentido, siempre te han envidiado y también han sentido un extraño desprecio hacia mí. Nunca te has sentido muy cómoda en este pueblo”

El gran fracaso comercial y, sobre todo, crítico de la reputada carrera de un director tan irregular y prestigioso como David Lean es curiosamente la que hoy muchos consideran su película más completa y compleja, al menos dentro de su última etapa de grandes y recordadas superproducciones que va desde "El puente sobre el Rio Kwai" a su testamentaria "Pasaje a la india". A Lean le llovieron los Óscar y premios varios por filmes formal y narrativamente mucho más convencionales como "Doctor Zhivago" o, de otra forma, "Lawrence de Arabia", pero este inglés de pura cepa no solo nunca dejó de hurgar en las entrañas de su época y de su sociedad en contacto con


otras sino que

también se atrevió a entrar en el lado oscuro de sus

personajes y de sus motivaciones en un determinado momento y entorno. Cineastas como Trufautt o los jóvenes airados (young angry men) de los sesenta detestaban clásicos como "Breve encuentro" por su gazmoñería y clasicismo formal, por su apego visual a una Inglaterra conservadora, pero Lean nunca dejó de desconcertar con el análisis psicológico de personajes de cada vez mayor complejidad, moviéndose entre la búsqueda del éxito y un estilo muy personal. "La hija de Ryan" fue recibida con hostilidad, "¿Cómo el director de "Breve encuentro" ha podido realizar esa basura?" le preguntó un crítico airado, tras el ansiado estreno en un festival. La prestigiosa columnista Pauline Kaeel desechó el conjunto del filme considerando que era mucho tiempo, pretensiones y escenarios para contar una historia de amor

e

infidelidad tan simple. Obviamente, los críticos del momento no entendieron el filme y arremetieron contra él, y esto llegó a bloquear a Lean que estuvo una década sin rodar y nunca comprendió del todo las razones del fracaso, más crítico que comercial, de su penúltimo filme. No obstante, ya entonces hubo quien vió más allá de la superficie de las grandes olas, los floridos paisajes en hermoso y rutilante Metrocolor y Panavisión y algunos tópicos algo burdos sobre la Irlanda profunda de la época en que transcurre la trama. En esta ocasión la Academia no fue tan generosa como en sus anteriores largos y la película solo obtuvo un Oscar a la mejor fotografía para Freddie Young (colaborador habitual de Lean por esa época, e indiscutible operador de primera, mezclando la luz de los grandes paisajes con los detalles intimistas) y al mejor actor secundario que fue a recaer en el veterano John Mills (habitual de algunos de los filmes dickensianos de Lean) que encarna con maestría a Michael, "el tonto del pueblo", una suerte de intermediario mudo entre el espectador y el drama que se gesta ante nuestros ojos, que vemos y no vemos, que anticipamos y que no da conclusiones fáciles. La ambivalencia del mensaje de las películas de Lean ha llevado a acusaciones de racismo no solo a "La hija de Ryan" sino también a "Lawrence de Arabia" por la posición a la vez heroica y femenina del protagonista, el occidentalismo de la mirada por la fidelidad casi homoerótica del criado racializado que encarna Omar Shariff. Algo similar ocurre con "Pasaje a la India", pero nuevamente es difícil saber cual es la posición exacta del realizador lo que


las convierte en particularmente interesantes. En 1970 "La hija de Ryan" fue rechazada visceralmente desde muchos frentes, llegando a ser considerada como un melodrama romántico y paisajístico más ampuloso que intenso, además de dividir a los personajes en seres con sentimientos y seres primitivos y casi irracionales, conectados con una naturaleza y climatología incontroladas. Como indómitos son los sentimientos de los personajes que traspasan una barrera ¿invisible? de una actitud civilizada plenamente inserta en el modelo del inglés clásico para adentrarse en otros terrenos mentales, sensuales o paisajísticos, aún a riesgo de volver heridos mortalmente de su pequeña-gran aventura, de un incierto carácter transgresor. Así Lean utiliza no solo el clima indómito y cambiante de Irlanda, el contraste entre la naturaleza y la grisura sino también elementos cromáticos como el rojo del pañuelo que lleva la protagonista en su primer encuentro clandestino como el mayor Dorian en el bosque, el rojo de la puesta de sol donde este último ve finalizar su vida y su labor bélica o el contraste entre el tiempo luminoso y la arena brillante de la primera parte – y sus huellas de pisadas- con el viento, la sequedad y la desolación en la huida final del matrimonio protagonista. Así la furia de la naturaleza, sus elementos cobran un sentido simbólico sobre lo que ocurre dentro y fuera de los personajes.

Desde una postura queer (no confundir con querer llevar a un terreno LGTB a un filme que no lo es) la película narra experiencias universalizables como el exilio por motivos de difamación y falta de expectativas, los cuerpos imperfectos y las mentes que buscan un equilibro que no existe, la sexualidad como transgresión y resistencia, la búsqueda de una vida mejor,

la

deshumanización del enemigo. Es posible que la postura de Lean (o la no postura) sea insatisfactoria a nivel sociopolítico pero si hubiera priorizado el tema de las revueltas y revoluciones del momento no hubiera, tal vez, conseguido esa extraña fusión entre lo natural y las construcciones culturales de la diferencia en entornos sometidos a hábitos conservadores que se pueden disfrazar también de posturas revolucionarias (como el papel de la Iglesia en los nacionalismos vascos e irlandés y su mantenimiento del latifundismo clerical y la ignorancia ombliguista, al menos en ciertos sectores) o esconderse en un paisaje natural bello e indómito, agreste y majestuoso.


Hoy las opiniones se han suavizado. Algunos ven una película imperfecta pero interesante y formalmente muy cuidada, con una variada paleta cromática, unos contrastes formidables y unos grandes interpretes. Una obra menor envuelta en una altisonante producción con hermosos paisajes, bellas composiciones y grandes pasiones, infidelidad, revolución y traiciones. Pero la cosa es más compleja y, si hacemos abstracción de que se trata de la superproducción de uno de los adalides del cine británico "de qualité", de que transcurre en la Irlanda revolucionaria de principios del siglo XX, de que hay algunos estereotipos racistas o cuando menos simplistas, una mirada levemente colonial, el filme puede verse como un tímido alegato feminista y hasta de reivindicación de la diferencia y la transgresión frente a la norma, un tema que llega hasta nuestros días y nuestras sociedades. En "La hija de Ryan"; un filme muy distinto a sus primeras películas pero también con implicaciones diferentes a las de sus últimas superproducciones- a pesar de contar con un equipo técnico muy parecido y otro aire de epopeya -hay guiños a su propia obra como "la mota de polvo o arenilla en el ojo" ("Brief Encounter")

con la que la protagonista disimula su llanto en el primer

encuentro con Charles (Robert Mitchum) en la playa o la cerilla que sirve de transición entre planos, brutal elipsis espacial ("Lawrence de Arabia") ante el suicidio del mayor Doryan (atormentado soldado inglés a la cabeza de las fuerzas invasoras), un suicidio que se presenta en "off", pero que tiene como escenario la playa, la puesta de sol- observada con agónica lentitud- y el bunker donde los revolucionarios han escondido el arsenal de armas y que el mayor Doryan, después de separarse de Rosy, elige para morir del todo. Pero aunque se presentara como una historia de amor la película va más allá adelantándose a nuevas formas de ver las relaciones humanas y sentimentales, con lo cual su aire demodé contrasta con la modernidad de sus proposiciones sobre la libertad sexual y el derecho a la diferencia, la emancipación de la mujer y el “enfermo mental”, nuevas posturas frente a las formas de vivir la pasión entre Thomas Hardy y D.H Lawrence con algunos apersonajes más propios del cine de John Ford y el cine costumbrista sobre Irlanda y colosolista característico del realizador de “Lawrence de Arabia”.


El filme se sitúa en 1916 en pleno Easter Rising (Rebelión de Pascua) que llevaría al desarrollo del Ira (Ejército Republicano Irlandés) y al claro avance del Sin Fein en el Parlamento y está rodado en 1970, una década de enfrentamientos entre protestantes y católicos, de rearme del ejercito inglés y también del IRA que se prolongaría una década después, con sangrientos resultados por ambas partes. No obstante no estamos ante una película con mensaje incierto pero contrarevolucionario como puede leerse bajo el glamour de "Doctor Zhivago". Más que nunca Lean se fija en sus personajes principales y no parece sentir demasiada simpatía ni por los soldados ingleses ni por los héroes revolucionarios del momento. De hecho en el filme el personaje mas negativo es precisamente Ryan, tabernero melifluo, mentiroso y delator a los ingleses, fanfarrón y cobarde, aunque Lean también muestra a las gentes del pueblo como picaros, ignorantes, arrogantes, inmovilistas

y supersticiosos, con algunos matices (como esa niña que

parece una versión infantil de la protagonista e idolatra a su maestro) y como un coro trágico que les lleva a señalar no a la verdadera traidora, sino a la mujer transgresora de sus códigos vitales y morales reforzados por la tensión política. Puede atisbarse algún rasgo de racismo o esquematismo pero el alegato feminista (de alcance universal) acaba cobrando mayor relevancia y significación en el relato. El filme se rodó en la península de Dingle en la parte Oeste de Irlanda, en pleno condado de Kerry y aunque allí no fue bien recibido (había demasiados ingleses en el equipo) Lean pudo reconstruir un pueblo para rodar la acción de una historia de amor, traición y búsqueda de la identidad individual sobre y bajo las normas sociales implícitas. Las rocas y las costas atlánticas fueron el escenario colosal para un drama social pero, sobre todo, intimista, con unos protagonistas muy definidos, donde los cambios principales se producen en la joven Rose Ryan.


El cuerpo del soldado apartado del servicio es el cuerpo de un hombre al que la guerra ha arrebatado su juventud y su futuro, de ahí su casi total mudez que se ve acompañada por la danza de Michael, cuya tara física los une vagamente en el aislamiento: son cuerpos inapropiados y mentes encerradas en universos claustrofóbicos de los que, como de otra manera todos los personajes, no pueden escapar. El cuerpo del sacerdote y el del maestro son cuerpos amigables pero asépticos, su gran presencia física no significa que trasmitan pasión. Rose Ryan es una mujer llena de ensueños y de desbordante sensualidad ¿"Usted nunca sueña?" le pregunta Natalie Wood a Robert Redford en "Propiedad condenada", siguiendo a Tennessee Williams. Los ecos de Tomas Hardy nos retrotraen a "Lejos del mundanal ruido" o a "Tess", con su atmósfera agreste y provincianismo moral,

pero Lean

privilegia un punto de vista femenino/feminista en medio de una comunidad de héroes y villanos, de enfermos sanos y de sanos enfermos

con

comportamientos de crueldad ante el aburrimiento, la virulencia de los elementos naturales (el viento y las olas cobran un protagonismo insólito en la trama y en la dimensión épica del filme) y la alienación social. Aunque nuevamente Lean compone su relato como una sinfonía de música orquestal,


colores, paisajes y paisanajes, en esta ocasión se adentra en un drama a la vez universal, colosal

e intimista – atento a los pequeños desgarros

emocionales de sus protagonistas- sobre lo singular frente a la norma, escrita o no.

La transgresión de la protagonista no es tanto la infidelidad -que el espectador y su marido adivinan casi antes de que se consume- como sus ansias de una vida distinta a la del resto de los lugareños, una vida que no existe o no tiene cabida en el lugar que la vio nacer. Rose al principio, siguiendo la

forma pensar del resto del pueblo, se aleja de Michael,

estigmatizado como el "tonto del pueblo", y no solo se acerca en un plano puramente físico a un soldado inglés sino, sobre todo, a un perdedor de una guerra absurda y desigual (retirado allí después de su baja en la Primera Guerra Mundial)l, herido profundamente por recuerdos visuales y auditivos de los bombardeos donde perdió la pierna. La ambivalencia de Lean hacia el problema irlandés y el presentar a los "revolucionarios" como héroes o pícaros de segunda es tal vez desafortunada o superflua (evitando, no obstante, posicionarse o entrar demasiado en el conflicto anglo-irlandés) pero la intensidad del filme reside en los contrastes y la ambivalencia de los principales puntos de vista: el paisaje interior de Rose y el paisaje enfurecido y a la vez idílico de una Irlanda rural, empobrecida y sometida no solo a los dictados ingleses sino a su propio fanatismo, superchería y falta de horizontes vitales Horizontes en búsqueda de un mundo distinto que simbolizan primero Charlie, el tierno y sereno profesor de primaria entrado en años (una suerte de padre o hermano mayor) que encarna Mitchum sino también el cuerpo deseable y la hierática belleza de un desplazado de la guerra, que, a pesar de su visible juventud, ha envejecido por dentro y se va a morir casi, como un elefante, a ese cementerio vital donde se escoden armas y militarismo, ese lugar de resistencia y delaciones que también acaba convirtiéndose en trampa para Rose Ryan, incapaz de conjugar razón y pasión. El tonto del pueblo, el cura, el tabernero, los arrogantes soldados, los mal encarados y algo burdos lugareños, e incluso los héroes de la revolución del momento,

pueden estar definidos con demasiado esquematismo y


brocha gruesa, pero el filme no escatima medios para un retrato a la vez coral y de gran hondura psicológica, sensual hasta la médula, de unos personajes frente a un medio natural y humano hostil. Esa belleza terrible a la que hacía referencia Yeats en uno de sus poemas. Hoy en día "La hija de Ryan" no sólo se erige como uno de los títulos más personales y arriesgados de David Lean (con guión de Robert Bolt escrito expresamente para su mujer, Sarah Miles) sino también como

una rareza dentro del cine cambiante de los

setenta, dotado de una extraña mezcla de tipos clásicos, apuntes de modernidad, aires de superproducción y poesía bizarra.

Rosy (Sarah Miles, en su mejor interpretación en el cine) encarna a la hija de un delator a los ingleses, casada con un maestro de escuela mayor que ella (interpretado con sobriedad admirable por un maduro Robert Mitchum) que no calma sus aspiraciones vitales - ni personales, ni amorosas, ni sexualesen una aldea donde se respeta al cura (Trevor Howard), se humilla al tonto del pueblo, y se vigilan las transgresiones "morales" o "sociales" frente al provincianismo y un impreciso sentido nacionalista reforzado por la revuelta


nacional de 1916 que llevaría años después a importantes cambios políticos y convulsiones sociales.

Aunque Lean presente como a un coro nada

agradable a los hombres y mujeres que, en cierto modo, envidian a la protagonista y a su marido, el filme es más complejo que todo eso. La llegada de un soldado inglés con una pierna ortopédica y lleno de heridas (psicológicas) de guerra (al que da vida un seductor y hierático Christopher Jones) despierta las fantasías de Rose, sexualmente insatisfecha en su matrimonio a pesar de que (como una Madame Bovary de las encrespadas, hermosas y furiosas costas irlandesas) su

marido

se muestra en todo

momento atento con ella, aunque demasiado inhibido, mayor y carente de pasión como para satisfacer sus ensueños y su hambre de vida y contacto con un joven como ella, un joven que- por razones bien distintas- también ocupa un lugar a la vez privilegiado y marginal en el que transcurre esta historia que deja un sabor a tristeza a pesar de su apabullante belleza formal. El cura del pueblo (Trevor Howard, como siempre excelente aunque en una bondadosa caracterización solo a medias creíble) intenta llevar a Rose Ryan a la realidad, al mundo en el que vive inserta, mientras ella no puede evitar embarcarse un romance clandestino y de una extraña fisicidad con esa figura a la vez atractiva y patética que representa el soldado mutilado, triste pero deseable, una mente derrotada que es sobre todo un cuerpo joven y atractivo, con un punto de mutilación que lo convierte en otro “ousider” Un hombre y un cuerpo jóvenes, presentados como objeto de deseo y fantasías, que pueden aplacar los deseos insatisfechos de la protagonista. Sin duda algunas de las composiciones estéticas del filme puedan parecer hoy algo relamidas, de un difuminado panteísmo y su clasicismo lo enfrentó especialmente a los nuevos cines, aunque sus ideas sobre el amor, el sexo, la fidelidad, el antibelicismo y la emancipación femenina estuvieran más de acorde con los nuevos tiempos.

Pero "La hija de Ryan" no es solo una

historia de infidelidades sino del precio que pagan los diferentes al grupo, los que sobresalen o se apartan del resto la chica soñadora, el maestro reservado,

el

"tonto

del

pueblo",

el

soldado

mutilado

con

estrés

postraumático, condenados al ostracismo, el asilamiento, la burla, la muerte, el escarnio o el exilio por una masa furibunda que considera que Rose, y no su padre, los ha vendido a los ingleses. En la secuencia de la boda se diría


que los asistentes desean, contra la voluntad de Rose, someterla a las costumbres algo burdas del lugar, tratarla como a una más sin considerar ni de lejos que ella no es una más. A Rose, después de ser humillada por casi todo el pueblo (que rapa su hermosa cabellera) y después del suicidio de su joven amante (con el que mantiene una relación casi sensorial) no le espera un futuro halagüeño, aunque su marido duda si dejarla o no y ambos se alejan en un autobús de ese pueblo que ha mostrado su intolerancia ciega, su fanatismo y su solapada envidia. No obstante el personaje femenino parece estar en concordia con la idea de la resistencia al ejército ingles, es más intuitiva que astuta, y, a pesar de la animadversión casi personal de algunos vecinos, resulta ser su padre, que regenta una importante taberna en un lugar pequeño el verdadero impostor y el personaje más cobarde de esta historia a la vez épica, dramática e intimista. Finalmente solo Michael (John Mills) y el cura (al que la gente teme con una superstición casi irracional) acompañan a los dos personajes principales a la parada de autobús donde emprenderán el viaje que los lleve lejos del pueblo.

La idea de la sexualidad primitiva frente a los corsés de las normas sociales vuelve a aparecer en la impresionante secuencia de la muy inferior "Pasaje a la india" (sobre E. M. Foster) donde Judy Davis tiene fantasías con los grabados sensuales de la India y es atacada por un grupo de monos salvajes de los que huye sofocada. "Ryan Daughter" a pesar de su factura clásica, su ritmo cambiante y su larga duración, plantea, con solidez y atención a cada detalle visual, problemas universales y que estaban en la sociedad de los años setenta, como la razón y la pasión, la emancipación sexual de la mujer, el valor simbólico de ritos sociales como la boda, además de la fidelidad a las causas contra el opresor. También la extraña fusión entre el paisaje y el paisanaje con las olas que invaden, esas huellas delatoras en inmensas playas, las rocas que sirven para ocultarse o espiar, los árboles que señalan la comunión entre los cuerpos. Puede que, a pesar de sus lugares comunes y su exceso de notas de Maurice Jarre, a pesar de cierta tendencia a la cursilería, "La hija de Ryan" sea el filme más sólido de Lean, que hoy nos decepciona en sus grandes éxitos (como "Doctor Zhivago") y nos sorprende por la modernidad de algunos de sus títulos menos celebrados: no solo


"Ryan´s Daughter" sino también filmes como "Madeleine" o la más animada pero igualmente melancólica "Locuras de verano" donde también se presenta a una mujer enfrentada a sus sentimientos y cuya vida queda condicionada por un paisaje o entorno que se muestra intolerante contra los que no se someten al provincianismo mental y a la mediocridad ambiental.


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