La noche de los celta1

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LA NOCHE DE LOS CELTAS

“Hubo un tiempo en el que lo doméstico iba precedido de la palabra muerte” Angélica Lidell


HALOWEEEN, FIRE

Fire, red, summer’s end Yet it shall return Clear and Bright, in the night Burn, fire, Burn Dance the ring, buck to bright When the year’a a turning

Five globs, union slow If the Church demme When the speer`s chated well If the witching fire

Fire spark, When nightmare dark Makes Your winter’s mith Red leves fall Earth take als l

Briwghs them to the birth Fire, air and the heaven´s All bleeds rain


All Blesses, and so va we T-Haloween-Title-Again

Hoy día parece que se ha puesto de moda lo de celebrar las fiestas de Haloween, el 31 de octubre, en varios lugares de Europa y, en concreto, en España. Ya queda menos, en un par de semanas vuelven los fantasmas y los esqueletos, sin nada que celebrar en esta Europa de ilusiones muertas y vampiros sin encanto, políticos vampíricos y empresarios que chupan de aquí y de allá, sin salir de sus tumbas desde las que son reelegidos. Disfrazarse de criaturas de la noche, brujas o resucitadas, espectros o fantasmas, que más da. Lo de las bromas queda aún en un terreno impreciso ante un panorama urbano tan poco alentador. No da risa. Vamos que los ochenta respiraban falsedad y conservadurismo pero algo de esperanza, este tramo del año 2000 da miedo porque estar de noche en la calle para muchos y muchas no es ninguna fiesta, sino una forma de sobrevivir ante la nada, el vacío y el expolio. Algunos, irritados, piensan que eso de Haloween que llena (o llenaba) pubs y discotecas de todo tipo es otra importación cultural más o menos reciente del Imperio Estadounidense, con su permanente invasión cultural y encima cultura devaluada y con sabor a palomitas de caramelo y sangre de quita y pon. Y en lo que se refiere a su parafernalia, al circo de mal gusto que la acompaña, lo es. Celebrar la noche de difuntos de forma festiva no deja de tener su aquél, es una forma lúdica de entrar en contacto con el gran tabú de la muerte, el miedo a la muerte, fomentado por la religión y la medicina, sus grandes custodios en vida. Pero debemos aclarar que “Haloween” no procede de ninguna festividad norteamericana o netamente estadounidense, nunca fue una exportación yankee o un invento de Hollywood sino que es el resultado de algunos ritos ancestrales de los Pueblos Celtas en la antigüedad, coincidiendo con el fin de “La cosecha” (buena o mala) y con el comienzo del la llamada “Estación Oscura”, más o menos oscura según hubiera sido la cosecha y se anunciara el revuelto tiempo en las costas irlandesas. En esa noche para los celtas la línea que separa a la vida de los muertos se desdibujaba, compartían el tiempo y los espacios, de ahí que también se haya asociado a la brujería, los conjuros y el temor a los difuntos que traspasaban esa niebla tan difusa para bien o para mal. No hay nada Disney en el folclore del que viene una fiesta o celebración que se ha ido transformando y cambiando de lugar a lo largo de la historia desde los celtas conquistando Europa hasta los irlandeses desembarcando en EEUU a las brujas, curanderas o meigas perseguidas, también, en nuestro suelo gallego. En Galicia, como en otros lugares, las mas influyentes son las animas del purgatorio con cierta libertad para entrar y salir en busca de rehacer algún entuerto o ayudar o desaprobar algún acontecimiento, es ese espacio que se debilita entre


el espíritu torturado de los vivos y el aún mas atormentado de las ánimas que no encontraron descanso, marcadas por la idea del fin de la estación, de la recolección, de la búsqueda del resposo en una larga noche en la que los difuntos recuerdan que estuvieron allí y quieren ser o poder ser recordados en esas tierras quebrada, en sus labores y en sus errores con o sin solución. Las ánimas de Galicia, ligadas después a la religión, pueden venir con buenas o malas intenciones, en su nombre o representando a alguien o algo, en forma de animal o espíritu antropoide. Manifestarse a través de brujas, meigas, sacerdotes y también seres sensibles a esa capa fina como el agua que se establece entre los vivos y los muertos, esa capa de la que hablaba Joyce en “Dublineses” bajo la nieve de una Irlanda empobrecida. Los celtas estuvieron en Irlanda, Britania y País de Gales (hoy Inglaterra) y también se establecieron en partes de Galicia o la costa francesa. La celebración el 31 de octubre del fin de la cosecha y la noche de difuntos persistió, sobre todo, en áreas rurales sobre todo, donde las estaciones determinaban tanto el desarrollo socioeconómico. Pero la Iglesia Cristiana emergente y metomentodo, en vez de suprimirla, optó por apropiarse de esta festividad pagana convirtiéndola en “El día de todos los santos” que fue seguida del “Día de las Ánimas”, para vender flores, tumbas, tristeza, largos recorridos hacia el pasado y fervor religioso. Aunque esto ha calado en nuestro adoctrinamiento y en la fecha indicada los ritos paganos de la víspera de la noche de difuntos, hogueras, ofrendas a los muertos etc. no cesaron sino que se sucedieron ignorando las maniobras papales. Por su parte en Latinoamérica tenían sus propios días de los muertos (México, Brasil, la República Domicana, esos día que aparecen sin ir más lejos en “Bajo el volcán”) pero el imperialismo colonizador ha convertido la noche de Halloween en una fiesta consumista, imperialista y mimética de la que exporta el vecino EEUU. Una celebración de diseño y maquillajes. Los años 80 que son el tiempo de eclosión mediática de las películas juveniles mas reaccionarias son también la eclosión del terror sin alma, del terror que descuartiza, del lasterror de Reagan y de la nueva moral y la nueva derecha. De Rambo y los valores caducos. Es como si el verano de la protesta social se hubiera quedado congelado por la estación oscura del militarismo global y el paso a una juventud mayoritariamente conservadora, los seguidores de Top Gun, Flash-Dance, Dirty Dancing o Gosth. En los noventa debido a algunos cambios sociopolíticos dentro y fuera de EEUU así como de nuevas luchas contra la pandemia del Sida y por la visibilidad de los llamados “sujetos excéntricos”, la familia de Poltergeist, las colegiales de Haloween o los marines de “Algunos hombres buenos” van a ser cuestionados. Esa sonrisa forzada queda retratada en filmes como “Los asesinatos de Mama” de John Waters y en cambió surgen nuevos héroes o antihéroes, heroínas o anti-heroínas, de los chicos del new queer cinema a las primeras performes de género, grupos de lucha contra el silencio gubernamental y voces que claman contra el gobierno de Bush o Tatcher en materias sociales (Stephen Frears,


Ken Loach, Derek Jarman, Gus Van Sant, Gregg Araki, y algunos filmes aislados que en su momento suponen un giro bastante notable como “Thelma y Louise”, “Drugstore Cowboy”, “M. Butterfly” o “Billy Elliot” además de los mejores trabajos de gente como John Sayles, Iciar Bollaín, Pedro Almodóvar, André Téchiné o Robert Altman) Con la gran hambruna que sacudió Irlanda a principios de siglo muchos se fueron a EEUU en busca de un trabajo o una oportunidad vital que no siempre se materializó del todo. Otros nunca dejaron de creer en la santería (anterior al cristianismo " máscaras. Y allí siguieron celebrando la fiesta de la cosecha y aquella en la que había que hacer ofrendas a los muertos o por lo menos no enfadarlos y volverlos contra los suyos. Pronto sus representantes fueron mendigos y luego niños que pedían caramelos a los habitantes en sus casas, a cambio de librarles de maldición y mala suerte. Truco o trato. Por un favor a unos niños con las caras pintadas como los apaches uno no se va arriesgar a que le amarguen la noche. No obstante, tanto en Europa como en EEUU, la fiesta se les fue de las manos a los más tradicionalistas y se convirtió en un día de bromas pesadas, trifulcas nocturnas, altercados en aumento (que incluyeron un atentado sin víctimas en el centro de Londres)

que

llegaron

a

formas

extremadas

de

gamberrismo

incluyendo

el

descarrilamiento provocado de trenes, la rotura de cristales de museos y la apertura de los corrales en las granjas, entre otras muchas. Viendo que la cosa no iba a cesar así como así el mercado y los valores mercantiles de EEUU se fueron apropiando de “La noche de Halloween”, del fuego y la calabaza, dándole un sentido más blanco, consumista y civilizado y, sobre todo lucrativo, domesticándolo y poniéndolo al servicio de grandes empresas que organizaban eventos, construían parques temáticos y vendían disfraces. También para Haloween. Las costumbres de EEUU, que varían por países, incluyendo la violencia primitiva y el individualismo feroz, vienen de culturas próximas o del desarrollo de las ciudades grandes frente a los terrenos agrícolas, la ocupación de las tierras de los indios y la concentración en metrópolis más o menos verticales, más o menos impersonales. Hoy día nos da rubor que las discotecas hayan convertido algo así en un negocio espectacular, igual que los vendedores de disfraces y accesorios de adorno. Ni rastro de cosechas o ánimas con sentido. Hay muchas historias por contar acerca de los mitos de Halloween, que en definitiva, viene del Shamain céltico. Al menos, saber esto, esto nos reconcilia un poco con una fiesta perteneciente al folklore europeo que si bien hoy se ha convertido en una horterada (no mucho mayor que las Navidades) nunca tuvo su origen al otro lado del óceno, sino en la Europa de estos pueblos poco conocidos que llegaron hasta Galicia con sus hogueras, despertando iras de inquisidores y puritanos que veían en esas reuniones junto al fuego verdaderas asambleas contra los poderes fácticos.


El director John Carpenter añadió algo de leña y celuloide al fuego furioso de la fiesta con una película de terror de moderada calidad, resultona a ratos y bajísimo presupuesto (el propio realizador compuso la hipnótica banda sonora) donde un joven psicópata vuelve a su pueblo natal la noche anterior a Halloween. Carpenter retrata esos pueblos provincianos, esas universidades frívolas, esos y esas jóvenes descerebrados, la represión sexual y los miedos domésticos y psicosociales, los casi obligados de paso, ajustando cuentas, como Myers, con una sociedad por la que nunca ha demostrado demasiado afecto, que le hizo perder ¿su inocencia? Un mundo que nunca le sonrió y al que le devuelve, en forma de primitivo shlaser, ese gesto agrio y sangriento hacia las escuelas pobladas de niñatos y jóvenes ligonas, de putas y vírgenes, de calzonazos y conquistadores, todo muy dual, de conquistadores de segunda y de calzonazos objeto de burla, de empollones, de fiestas descerebradas, celos y risitas sin sentido, a esas casitas tan iguales como las mentalidades de sus pobladores, a esos y esas chicas con acné tan dado a las bromas pesadas que a su manera mostró Brian de Palma en “Carrie”, que presagió “La jauría humana” que volvieron a retratar gente como Gregg Araki o Todd Solonz (Bienvenidos a la casa de las muñecas, Happiness) Carpenter detesta a todos sus personajes menos a dos. El asesino y la chica que no “tiene nada que celebrar” que no le interesan las conquistas y ejerce de niñera, viendo en la televisión viejas películas de ciencia ficción, terror de serie B inserto en terror de serie B. Objeto de burla de sus tontilocas compañeras Laurie es el único personaje simpático para el espectador. Nuestras simpatías por Myers son mas complicadas de explicar, y por eso


Carpenter nos mete de por medio a un oscuro y nada tranquilizador psiquiatra interpretado por el veterano Donald Pleasance, un psiquiatra obsesionado por su “mejor-peor y más peligroso paciente”. Porque como el hombre del saco de los cuentos infantiles y de las elucubraciones de Freud, Michael no puede morir, es un no-muerto o un ya-muerto, es un revenant. En todo ese poblado de jóvenes estúpidos, coches enfilados, casitas con calabazas luminosas solo Laurie parece percatarse de que Michael ha vuelto, escondiéndose tras los arbustos y las esquinas, con su terrorífica mascara blanca como el semen y traje de una pieza, que demuestra su fuerza física. Pero solo al final se dará cuenta de que no ha vuelto el Michael que se fue si no “el hombre del saco”, fuerte y astuto, al que solo ella es capaz de hacer frente aunque finalmente se dé cuenta de algo que intuimos Michael no es un psicópata, sino un fantasma psicosexual, un fantasma doméstico más que resurge o vuelve a sembrar el horror que habita en un mundo puritano, falsamente procaz, intolerante, belicoso, patriotero, intelectualmente nulo y basado en relaciones superficiales, codiciosas y celebraciones ostentosas donde los sentimientos se han devaluado a favor de la cultura del las apariencias. . Parece haber corriente de entendimiento (o, al menos, un vago reconocimiento) entre el malvado y despiadado Michael, asesino a sangre fría, y Laurie, interpretada por Jaime Lee Curtis, la joven seria y retraída. Ambos han sido expulsados de distinta forma de un paraíso infernal, ambos luchan por mantener su individualidad, aunque de distintas formas y acaben enfrentándose cuando Michael ve en Laurie a la niñera que dejó atrás. Así hay una bizarra conexión incluso cuando luchan con ferocidad o especialmente cuando lo hacen con extremada crudeza (a vida o muerte) dentro de un gran armario que revela algunos indicios de una fabula perversa que se oculta tras una narración astuta pero ya tan poco original como es la noche de Halloween.


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