TOM A LA FERME: LOS SINONIMOS DE LA PALABRA TRISTEZA
“Hoy es como si una parte de mi hubiera muerto, no puedo llorar porque he olvidado todos los sinónimos de la palabra tristeza. Lo único que puedo hacer es reemplazarte” Tom.
Al comienzo de la última película del joven, brillante y controvertido talento Xavier Dolan, la más inquietante y tensa aunque puede que no la mejor (debido, en parte, al estreno de la arrolladora “Mommy”), el protagonista escribe una frase romántica pero que nos suena algo a lecturas del calibre académico de "Mecanismos psíquicos del poder" de Judith Butler. Es posible que tanto Butler como sobre todo el impetuoso Xavi Dolan (Les amours imaginaires), me odiaran por juntarlos -cuando sus lenguajes expresivos y creativos no tienen nada que ver- pero sólo con la lectura de esta teórica universal de desmedido prestigio puedo aplacar, de momento, las obsesiones y heridas extrañas que ha despertado en mi el visionado de la deliberadamente
incómoda, desigual pero impetuosa y amarga "Tom à la ferme". Una película sombría y ácida basada en una exitosa obra teatral homónima de Michel Marc Bouchard y ganadora del premio FIERSCI en el último festival de Venecia. Dolan va ganando puntos en el cine francófono o francocanadiense, ha alcanzado gracias a los premios en Cannes a su colosal “Mommy” una dimensión internacional, pero sus admiradores pueden quedar desconcertados por el tono ingrato y los interrogantes que deja “Tom á la ferme” en su áspero camino hacia el melodrama psicológico y rural. Está claro que desde su incisiva opera prima a Dolan le gusta no solo filmarse a sí mismo, sino que practica la autobiografía como provocación y utiliza aquello que conoce bien de sí mismo o de los otros/as con el objetivo incomodar al espectador, bien sea a través de dramas o comedias negras y familiares, a estudios del comportamiento amoroso de la gente más o menos de su edad, confesiones más o menos impúdicos o utilizando diálogos que revelan tormentas interiores, cuando no claros coqueteos o luchas con la locura y la cotidianidad, choque entre individuo desquiciado y sociedad enferma. Y en cuanto a la forma siempre a la búsqueda inconclusa de una estética propia que oscila entre el hiperrealismo, la experimentación y la fantasía a su aire, la calidez, la fábula y el melodrama kitch. Una fantasía que aquí se vuelve sorprendentemente negra, ya que el protagonista vive experiencias psicológicas y corporales extremas, más penosas incluso que la socialmente costosa transformación de la amarga y colorista “Lawrence Anyways” o su primer largometraje con el asesinato simbólico de la madre de un Dolan joven, insolente
y ya, desde su primer trabajo, en pleno dominio de sus
recursos expresivos, siempre tentados por un tipo de experimentación falsamente improvisada. Su último filme “Mommy” nos vuelve a situar en el terreno de la familia disfuncional, los amigos, la soledad, el desequilibrio psíquico y la irrupción de lo crispado, lo grotesco o lo irreal en un entorno aparentemente apacible o al menos reconocible.
Los que conozcan el resto de la obra de Dolan quedarán sorprendidos porque por primera vez no estamos en un ambiente urbano y cosmopolita aparentemente anodino donde ocurren cosas que no siempre trastocan en demasía la tranquilidad de sus jóvenes personajes, aunque en otras ocasiones adquieran el estatus de tormentas interiores. No estamos entre la comedia sexual o el drama romántico más o menos inspirados de “Les amours imaginaries”, con sus pisitos y sus encuentros y desencuentros afectivos. Aquí el personaje muerto, como la “Rebeca” de Hitchcock, tiene mas poder que los vivos, al menos al principio. Tampoco estamos ante el retrato familiar y/o generacional de otros de sus filmes. Nos encontramos en el escenario
ideal para una película gore que es sobre todo un melodrama rural lleno de sarcasmo sobre la alienación, la homofobia, la intolerancia, la mentira y la brutalidad, no exento de esas licencias poéticas
y humorísticas
características del cine de Dolan que
distancian un poco al espectador de las tensiones que salen a flote de principio a fin de la cinta, revelando oscuros secretos y, como casi siempre, regiones oscuras en sus personajes principales. También un poema de amor crispado, que roza el horror y el ridículo si entrar en ellos, continuamentente alterado en su reconstrucción cinematográficamente dinámica de una obra de teatro resultona y cercana a la tragedia juvenil. Dolan no escatima buenas dosis de humor negro y se permite de nuevo sorprender al espectador con su imaginario visual y un aspecto que no tiene nada que ver a ese chico díscolo, tierno, arrebatado, algo coqueto y con tupe que veíamos en “J’ai tue ma mère” o “Les amours imaginarios”. Ese chico, como luego el protagonista de “Mommy”, se acerca esta vez al punto límite llevando al personaje a un coqueteo extraño con la idea de la autodestrucción o la redención. El glamour se atenúa, el escenario se torna descarnado como la premisa dramática pero el actor, guionista y director vuelve a mostrarse juguetón, visualmente imaginativo y se dedica unos cuantos planos de una hermosura algo bizarra, sin descartar el ralentí que uso de forma más acentuada en sus anteriores largometrajes. Tom no encaja en la granja hasta que de pronto empieza a encajar porque busca esa parte de si mismo que le arrebató la muerte de su amor ¿secreto? encontrándose con unos personajes mucho más desconcertantes que el ya imprevisible protagonista. Tom sufre, siente dolor y melancolía, pero se encara al sufrimiento convirtiéndose casi en un esclavo de las fantasías incontroladas de Francis, para poder descubrirse a sí y mismo, lo que desconocía de su pareja y esos aspectos que su amado le ocultaba. Una extraña pero creíble forma de interiorizar y exteriorizar la amargura a través de la inclusión en situaciones que no solo son teatrales sino también peligrosas, absurdas, disparatadas, tensas o rocambolescas.
Dolan, amante de sorprender siempre con el tono que va a dar de la secuencia siguiente o el tema al que va a acercarse en su próximo filme, sale más que airoso de cualquier atisbo de sujeción a la teatralidad del original
y realiza su filme más
inquietante y visualmente lleno de nervio narrativo y atención a detalles- como las vacas muertas, o la pala que porta Francis- que van a adquirir resonancias inesperadas en un descenso a los infiernos bastante particular, irregular a la par que fascinante, al menos en algunas secuencias. Irregular porque no sabemos si el
realizador no puede o no quiere responder a demasiadas preguntas, le viene grande o pequeño el texto, parece reinventar a medida que cuenta. Porque ¿qué es lo que Tom busca? ¿Se siente secuestrado o esta haciendo una expedición por el pasado para encarar el futuro, para reemplazar lo que ha perdido? ¿Qué espera encontrar? Tal vez esa parte de si mismo que ha desparecido con el extraño accidente de tráfico de su novio, que cada vez se va haciendo más irreal y que el debe llenar de falsedades y un pasado imaginario, o hecho de medias verdades que incluyen el cambio de género de los nombres y episodios reconstruidos por unos u otras, así como mentiras que deben parecer verdades porque no tienen mucho sentido en el contexto asfixiante donde acaba situándose nuestro protagonista, en una de sus interpretaciones sino mejor más esforzadas.
Butler se pregunta en "Mecanismos...1” ¿Existen otras formas de “perder” al Otro además de la introyección y existen diversos modos de perder al otro?
Tom llega a la granja sin avisar y montado en un majestuoso coche negro que contrasta con el color claro de los campos de maíz. Como su cabello rubio teñido contrasta con los trajes con corbata que se pone para la ceremonia fúnebre de su joven amado, representando un género/sexualidad sin muchas fisuras. En el filme de Dolan, por lo visto con matices autobiográficos, y supongo que en el texto dramático en que se inspira las cosas son mas complicadas porque la madre supone que su hijo muerto es heterosexual y Francis, el hermano mayor (¿padre suplente?) se encarga por todos los medios de que Tom o quien fuere no saquen a su anciana madre de esa ceguera real y simbólica y bien alimentada. Esto propicia secuencias llenas de morbo, crueldad, doble sentido y también una visión irónica de la familia tradicional y de rituales como los funerales o los recuerdos (porque estos son falsos e incluso improvisados) Tom acepta el juego porque Francis, el hermano de su novio muerto juega con él a un juego sadomasoquista que lo acerca al recuerdo de su novio, a esa piel que amó, a un desconocido del que su novio nunca le habló. Tom se pregunta hasta donde llegó con su amado al que, por otra parte, mantenía en el armario rural. Entonces surgen las sospechas. ¿Es el hermano un gay reprimido o un homófobo en el armario? ¿Por qué esas aproximaciones a la vez crudas y sensuales al joven 1
Butler, Judith, Mecanismos psíquicos del poder. Teorías sobre la sujeción Valencia Editorial Cátedra. Colección. Feminismos, 2001.
protagonista? ¿Si fue capaz de desfigurar a un antiguo pretendiente fraternal porque castiga a Tom pero a la vez lo va iniciando, a instancias maternas, en todos los ritos de ganadería, el vacuno y vida en el campo o la granja, rituales que lo invitan a sustituir al muerto? ¿Por qué Tom no sale huyendo del todo y mantiene esa situación de poder, sometimiento, resistencias femenino en el filme
y confusión? La introducción del personaje
es muy incómoda porque al igual que el fallecido está ya
presente como un fantasma que pone a Tom en una situación en la que juega entre el miedo al potencial verdugo, el cariño de su madre y esa soledad que lo llevan a un estado depresivo de lo que los psicoanalistas llamarían “duelo y melancolía” y del que Butler se ha valido para hablar de los vínculos de género/sexo, y las identificaciones rechazadas de las categorías homo/hetero. Pero Tom no puede llorar a su amado como tal así que debe situarse en un terreno de mejor amigo que desplaza esas connotaciones sexuales y amatorias que no obstante empieza a tener, con mayor o menor interés, con Francis, que se erige, sin serlo, en figura heteropatriarcal y dominante, aunque no es querido con sinceridad por ningún personaje . Dolan juega con fuego, y por eso en el final evita acercarse demasiado al incendio. El personaje de Sarah no acaba de encajar en un plano real aunque se trate de una chica jugando a ser Sarah, interpretando a esa novia de ficción a la que la madre ha desaprobado con fiereza por no acudir al funeral de su “supuesta pareja sentimental”. Es en sus intervenciones casi los únicos momentos en los que la película denota su origen teatral. Así como en “Les amours imaginaries” conseguía hacer buen cine a partir de unas historias, en principio, algo banales o repetitivas, con personajes no siempre interesantes, aquí Dolan no tiene demasiada piedad del espectador o sus personajes aunque la película pueda interpretarse- en algunas secuencias- en clave autoparódica, sin llegar nunca al registro del “gran guiñol” . El filme con su base escénica se prestaba al histrionismo y Dolan no lo elude (algunos secundarios no resultan convincentes siempre) pero sabe gracias a un montaje cuidado que el público pueda ignorar cualquier atisbo de estatismo. Nada de teatro filmado. De principio a fin. Aunque algunos han considerado que la relación de Tom con el irritable Francis acaba convirtiéndose en síndrome de Estocolmo es una interpretación apresurada, ya que Tom no está secuestrado ni retenido a la fuerza por Francis sino por el fantasma de su novio muerto aunque sea el hermano mayor el que, desde su primera aparición nocturna, se encargue de complicarle las cosas.
Como se pregunta Butler ¿Existe una posibilidad de ser en otro sitio y en otra manera, sin negar nuestra complicidad con la ley a la que nos oponemos?
Así Tom sabe cuál es la canción favorita de su amante ( que suena en el funeral para la madre y el cura del pueblo, “amigo del alma” de la familia ) pero no que tenía un hermano mayor tan particular y es incluso capaz de hablarle a su madre (adoptando la voz enunciativa de esa novia que no es tal) de una carta de la chica en la que ella narra como el semen de su hijo corre sobre el rostro. Tom intuye que, a pesar de que su aspecto no sea el de un lugareño, que la gente siente cierto rechazo por el amigo de su amante, lo que le da una cierta ventaja en ese asfixiante juego sadomasoquista y de suplantaciones de identidades que llevan a cabo hasta ponerse en peligro el uno al otro, situaciones contradictorias donde la rabia puede sustituir al humor, y la violencia de un personaje quedar marcada de forma simbólica en el cuerpo (aparentemente) sumiso del otro. Cada personaje hace una lectura de cada mentira, y una interpretación doble de cada verdad, difíciles de distinguir de principio a fin del relato y la pieza, aquí situada en interiores y exteriores. Si nos vamos al extremo de lo que insinúa o puede llegar a insinuar Dolan en “Tom à la ferme” el homofóbico y
dominante hermano mayor no solo obligó a fingir a su hermano sino que lo sedujo, lo sometió a sus caprichos paternalistas y aparto de otros seres del lugar, como acabó apartándose el mismo. Un ejercicio de vampirización que se repite.
Y se apartó el
mismo con un acto de violencia extrema que lo señalo como un sujeto disruptivo, poco querido en la localidad, aunque se atisba cierta condescendencia en algunas miradas. También lo sometió a un juego de dominación que se repite con la llegada de Tom en escenas con guiños a “Psicosis” o al thriller psicológico, costumbrista y rural. En medio de tanta tensión Dolan, poco ortodoxo, incluye una chocante secuencia de tango en el granero
que empieza siendo divertida pero acaba siendo demoledora porque el
hermano mayor habla con desprecio de su madre sin saber que esta está escuchando sus palabras sobre la música que bailan. Su madre es ciega pero no sorda. Es en ese punto donde el espectador piensa que la madre oye lo que quiere oír y ve lo que quiere ver. Ya su extraña reacción cuando encuentra a Tom dormido sobre la mesa del comedor nos pone ante un personaje bastante imprevisible salvo en un aspecto, una extraña devoción a su hijo muerto y a la historia falsa que le han contado sobre su vida. El buen trato que dispensa a Tom, los autoreproches, la sinceridad de su dolor y sus lágrimas, está fundamentado en una apelación al hermano mayor y al propio Tom: decidme lo que quiero oír y si, podéis, hasta mostrádmelo. Toda una actitud de ternura que contrasta con las formas bruscas, machistas y ambivalentes del hermano mayor que aterroriza a Tom hasta que este se da cuenta de que es la parte fuerte en este enfermizo juego y coqueteo en el que el busca suplantar a su amado muerto para poder incorporar algo de lo que perdió. Una simple foto con una chica no dice nada al lado de los meandros que vamos descubriendo en la extraña comunión y violento enfrentamiento entre Tom y el tiránico Francis (encarnado con credibilidad por Pierre Yves Cardinal aunque Dolan se reserva los planos mas bellos y expresivos del filme para él y para el paisaje que puede volverse familiar, bizarro o siniestro. Y hasta grotesco, peligroso y hostil). Como su pareja fallecida Tom, instado por las amenazas de Francis, debe fingir que es heterosexual como lo fingía su hermano (no sabemos si ante el mismo tipo de presiones, pero luego conocemos una significativa explosión de violencia en público). Dolan pone de relieve la superestructura coercitiva de la familia heterosexual al uso. En el que el gay no existe porque no tiene voz o su discurso esta basado en un fingimiento repetido. La cosa se complica cuando Francis además de enseñar a Tom a cuidar de las vacas empieza un extraño y malsano romance con él, como fantasma o reencarnación de su hermano muerto. Además Tom no solo sustituye aspectos de su pareja masculina sino que también se apropia, en algunos momentos, de la voz de aquella novia ficticia diciendo cosas y callando otras.
Como afirma Butler, de nuevo apoyándose en otros filósofos, “el amor es una “elección forzosa” lo cual sugiere que la idea de un sujeto que “consiente” en arrodillarse y orar tendría como propósito explicar algún tipo de “consentimiento forzoso”. {…] El otro perdido, introyectado, que se convierte en la condición inmaterial del sujeto, inaugura, la repetición característica de lo simbólico, la fantasía interrumpida de un regreso que no es ni puede ser nunca completado”.
Así Tom, en su proceso de incorporación melancólica y suplantación de alguien que no es, no puede articular palabra (logos) en forma de halagador discurso durante la Misa ya que no puede lanzar elogios o hacer confesiones acerca de alguien al que, al menos de un modo simbólico, esta suplantando progresivamente y de forma harto obtusa y, en el fondo, poco convincente.
El protagonista falta a las expectativas
cuando se niega a exponer esas palabras elogiosas sobre su amigo. Tom ha empezado a navegar entre ocultar su amor por la piel de su novio (a la que hará referencia en una carta imaginaria), su necesidad de fingir (bajo amenazas) ser un amigo íntimo e irremplazable y comenzar a conocer de otra manera el extraño ambiente en que ese chico creció, incorporando algunos de sus accesorios, como el perfume que enseguida olisquea el ominoso Francis. Como dice Freud “En el duelo, el mundo aparece desierto y empobrecido ante los ojos del sujeto” “¿Cómo sucede pues, que en la melancolía se convierta el superyó en una especie de punto de reunión de los instintos de muerte?” […] Freud destaca la conducta social del melancólico poniendo de relieve su exhibicionismo impúdico. El individuo melancólico no se conduce como un sujeto normal. Carece, en efecto, de todo pudor ante los demás…
Vaya por delante que no soy amante de la aplicación del psicoanálisis al cine porque, aunque ha dado muchos frutos, incluso del lado del feminismo y el contra-cine y la teoría queer, supone un campo especulativo dominado por discursos masculinistas, esencialistas, edípicos, oníricos y fálicos que a veces simplifican o excluyen otro tipo de lecturas de la película, dando por sentado supuestos teóricos que enclaustran la magia de una película y la apertura a lo que Barthes denominó “El placer del texto” Pero en este caso, y no solo para aplacar la desazón que busca producir Dolan, el director parece consciente de que está usando elementos que la crítica de cine tradicional, con la que mantiene una postura ambivalente como todo “nuevo talento”, jugar con elementos que beben de gente que, cada uno a su manera, estuvieron cerca del surrealismo o la influencia como los guiños al cine de Hitchcock (Psicosis, Los pájaros) ,o al mundo del terror rural (Carpenter, Romero, algunas historias de Stephen King)
muy de moda en los años ochenta, a las teorías sobre el doble, el
desdoblamiento y a su propia visión de las relaciones humanas y las sexualidades negadas. Tom à la ferme es una película sobre un fantasma, en torno al que giran una serie de personajes inquietantes. Un pasado que determina el presente es lo que mas lo acercan al teatro original que busca una especie de catarsis. No sabemos muy bien como ocurrió la trágica muerte del joven amante de Tom (¿accidente o suicidio?) pero al conocer a sus parientes (en particular a su ominoso y psicopático hermano-incestuoso) es fácil adivinar alguna cosa turbia, otro cabo suelto, algo doloroso y terrible. Pero Dolan no da nada por supuesto y menos que nunca
atado. No obstante se guarda una carta final, algo forzada, en la que el protagonista (encarnado por él mismo) se encuentra en la estación donde huye de la persecución de Francis con ese chico de la cara desfigurada por un cristal de botella a manos de ese hermano mayor cruel, sádico e intolerante que, no obstante, se comporta de forma contradictoria con su nuevo inquilino, al que dice que esperaba secretamente y secretamente seduce o tortura. Así, adivinamos que el chico al que Francis seccionó salvajemente el rostro en el bar (lo que llegó a oídos de todo el pueblo y lo sumió en una especie de ostracismo comunitario, por una violencia que vemos repetirse ante nuestros ojos) es también ese muchacho al que no dejaron entrar en la iglesia, por pertenecer a ese pasado que ahora reside en Tom, sin poder ni residir del todo ni escapar fácilmente. La homosexualidad queda fuera del espacio simbólico de la misa funeraria. Tom no canta, Tom no ha hecho mas que empezar el doloroso sendero del duelo. Aunque cuando aparece
la chica, visiblemente incómoda en ese cuadro
familiar forzoso, rígido, patético y asustada por la prepotencia de Francis, avisa a Tom de que el hermano de su ex amante es un peligro potencial pero será solo cuando Tom recupere de verdad su miedo propio, apego a la integridad física o psíquica y sus ganas de vivir cuando podrá escapar realmente de esa trampa familiar asfixiante y obsesiva. Las escenas con la novia ficticia del joven muerto son las unas con cierto regusto teatral de un filme sólido y vigoroso, aunque no nos guste demasiado la morbosa historia que cuenta.
(En” El yo y el ello” Freud sugiere que la identificación melancólica puede, sobre todo en el caso de vínculos amorosos y/o eróticos, un “requisito previo” para separase del objeto.)
Obviamente por mucha paz que me otorgue este armazón o marco teórico- crítico la fuerza de “Tom a la ferme” reside en su montaje, su puesta en escena, su atmósfera turbia, suspense sostenido, su humor negro, su afilada ironía, sus enigmas
y en una
esforzada interpretación de Dolan, sin miedo a caer en el narcisismo ya que su personaje, en cierto modo, lo necesita. Dolan se tiñe de rubio para encarnar a un joven publicitario que asiste entre asustado y gozoso a una función familiar donde se arriesga demasiado. En las conversaciones durante las comidas se palpa tensión por lo que se dice y lo que se calla, lo que son verdades a medias o mentiras incompletas. En las escenas con el ganado se ve palpa la extraña humanidad de Tom frente a la fría –aunque algo crispada- actitud de Francis, que ha vivido toda su vida en el espacio
de la granja. Dolan se encarga de que no sepamos si va a usar la ironía o el suspense en una película llena de buenos momentos pero sin un final a la altura del resto. Quizás sin quererlo el imprevisible Dolan abandona el kitch para hacer su película sino más didáctica al menos más virulenta contra estructuras heredadas y silencios pactados. La película en que el personaje que él encarna sufre más sin abandonar cierto sarcasmo y ese gesto entre tierno e impertinente que le gana admiradores pero también detractores, que ven demasiados fuegos de artificio en algunas de sus obras. Algo que le pasó también al primer Ozon. Dolan como Ozon, en algunas de sus obras, busca dinamitar, desde dentro, algunos de los lamentables presupuestos en los que se basa un núcleo familiar solo aparentemente cambiante. Pero su dinamita revela también las contradicciones de su mirada. La crítica se ha divido ante la última apuesta del joven director y protagonista de “J’ai tue ma mère”. Si las comparaciones con Hitchcock le vienen obviamente grandes en términos puramente fílmicos las comparaciones con Lynch no resultan convincentes. Estamos mas cerca de un Ozon canadiense y campestre, de un cuento triste y descarnado, una historia muy personal, de una adaptación casi invisible de un texto dramático-gracias a su dinámica puesta en escena-de algunas películas recientes sobre la crueldad, la familia y el mundo rural, siempre con las claves homoeróticas, sorprendentes y autoparódicas del mal llamado “enfant terrible” del cine canadiense. El joven actor, guionista y director canadiense ha conseguido la que es junto con la de su compatriota Bruce La Bruce “Gerontophilia” (en un registro más calido, optimista e iconoclasta y también mas redondo) la película ¿gay? más perturbadora de la temporada. Es curioso que viejos maestros y nuevos nombres sigan sorprendiendo desde subjetividades nada comunes porque aunque ruedan pensando en el público no hacen concesiones que quiten pólvora o incomodidad a sus relatos ya sean en clave de humor y valentía (“Lawrence Anyways”) o como, en este caso, en clave de drama psicológico, la comedia negra o el áspero thriller rural cada vez más sombrío en su retrato de personajes y costumbres heredadas y enraizadas en mentes cerradas como ese granero-armario simbólico en el que juegan Tom y Francis sin nunca delatarse ante una mujer mayor ni ante un pueblo y unas gentes tradicionales, cerradas e ¿ignorantes?.
El “ideal del yo” tiene, según señala, una vertiente social: “es también ideal de una familia, de una clase social o de una nación. Además la libido narcisista, atrae a sí gran magnitud de libido homosexual, que ha retornado al yo. La insatisfacción
provocada por el incumplimiento de este ideal deja eventualmente en libertad un acopio de la libido homosexual, que se convierten conciencia de culpa (angustia social). La transformaci贸n de la homosexualidad en sentimiento de culpa y, por consiguiente, en la base de los sentimientos sociales, tiene lugar cuando el temor al castigo parental se generaliza, convirti茅ndose en terror a perder el amor de los semejantes.