Queer blood: Curtis Harrintong

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QUEER BLOOD ,QUEER LOS

CHICOS

NEGRURA

BUENOS

NO

TRABAJAN

EN

HOLLYWOOD

¿QUE FUE DE CURTIS HARRINGTON?

Hay un viejo lema feminista que dice “Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”. Esto también es aplicable a algunos chicos del cine underground o de serie B de los años sesenta o setenta que fueron “malos” o, al menos, intentaron serlo, desde diversas formas de disidencia, concordes con algunas corrientes del pensamiento de la época. Las complicadas relaciones entre el cine de terror y cuestiones como la economía y sus crisis, el capitalismo y sus fases, la raza o el racismo y los cambios sociales en la esfera privada, el género, la diversidad funcional o, en este caso, las diversas formas de vivir la sexualidad no han sido, al menos por estos lares, estudiados con la suficiente vocación, menos aún en el ámbito académico español, con excepciones contadas como Alberto Mira, Pilar Pedraza y otros pocos/as Tampoco su relación con lo corporal como espacio de reinvención o cruce de saberes y poderes, donde lo enfermo y lo malsano entroncan con formas alternativas de encontrar o vivir los placeres, ocultos o no. A


pesar de la lenta introducción de los estudios de género en algunas universidades, estamos muy atrasados y algunos estudios se siguen considerando, cuando menos, extravagantes. Si, efectivamente, hay lecturas psicoanalíticas de “Psicosis” y “Los pájaros” o feministas de “Marnie”, “La extraña pasajera” o “Klute” pero se nos caen de puro previsibles y repetitivas con las herramientas del psicoanálisis tradicional como único horizonte y desde presupuestos bastante básicos.

También comunistas o

anticomunistas de “La invasión de los ladrones de cuerpos” de Don Siegel o “El beso mortal” de Aldrich. Dos filmes que han resistido bien el paso del tiempo sin dejar de ser casi icónicos del momento en el que fueron rodados, con todos sus tics Mundos urbanos malsanos o rurales cercanos a la hora de las brujas. La conexión de las brujas con el diablo o la adoración a Satán o sus sustitutos da también lugar a posteriores equívocos de género igual que el papel de estas y la ciencia médica en la historia de la salud del pueblo en general, y las mujeres y minorías sexuales en particular. La historia de los años 60 y 70, la serie B y el nacimiento de los movimientos sociales en pro de los derechos civiles nos hace descubrir extrañas perlas en el océano del llamado “cine maldito”, o el emergente cine off-Hollywood. Una generación surge harta de la guerra fría y los esquemas caducos. Un nombre misterioso surge de la entonces furiosa marea de las joyas de cine de terror de Serie B. Se trata de Cutis Harrington, que debutó en el largo en 1961 con la sensible aunque algo descompensada “Night Tide” o una década después con la a la vez exquisita y atroz “Aunt Roose” En algunas fotos, no sabemos si deliberadamente, da una imagen la vez aniñada y fantasmal de sí mismo, como un muchacho introvertido pero nada inocente, utilizando ventanas o filtros para verse a sí mismo o dejarse ver. Algo así como una nueva versión de los jóvenes tristes de los cincuenta, menos triste y con una belleza más insolente y bizarra, como las de sus mejores películas y algunos personajes masculinos de su obra. Leo en diversos sitios que fue o intento ser precursor del “new queer cinema” de los noventa y que estuvo cerca del mundo satánico, sadomaso y Homocore de Kenneth Anger igual que de las fantasías truculentas o góticas del prolífico Roger Corman o, en menor medida, Mario Bava. Es curioso que Anger que llegó a la cima de su cine más oscuro en la a ratos fascinante a ratos terrorífica “Scorpio Rising” acabase como cronista oficial de los vicios privados y las públicas virtudes de algunas “estrellas” de su época en su “Hollywood Babilonia”, tan sabroso como prescindible. Cerca de su círculo casi satánico se movieron gente como James Dean,

Sal Minero, John Lennon, Andy

Warhol, Roman Polanski, Karen Black o Jack Smith. También Harrington y Dennis


Hooper (que a pesar de ensalzar a sus moteros en “Easy Ryder” los despojaba de sus facetas mas equivocas o sugerentes), que apareció en dos de sus filmes más famosos. También algunos de los primeros rockeros glam y algunos beatniks. Las ciencias ocultas desafiaban los dogmas de fe de la puritana Norteamérica y a la vez constituían un extraño laboratorio para experimentar con cosas como el tarot, las drogas, el budismo, la contra-religión, los viajes mentales o las llamadas prácticas sexuales alternativas. Y la sangre. La sangre en blanco y negro o en color solo se veía en determinados géneros como el cine negro o el melodrama. La sangre ya significativa desde que el conde drácula llegó a los escenarios y luego a la pantalla grande. Vampiros desde Nosferatu al refinado Martin de Romero, desde los elegantes noctambulos a las brutales criaturas de Cronenberg o Carpenter. La sangre de vampiro La sangre a borbotones regresa en el shlaser a partir de la famosa escena de la ducha de “Psicosis”, los ataques de los pájaros o las andanzas de los muertos vivientes. La sangre cobró mucha vigencia a finales de los años ochenta y principios de los noventa a raíz de la pandemia del Sida, sus representaciones y, como diría Susan Sontag sus metáforas. De pronto había sangre contaminada, sangre inocente y sangre mezclada con semen y lágrimas. La necesidad de hacer prevención hizo que se volviese a repensar la sangre como fluido, cuando menos digno de sana prevención Aunque para entonces ya habían llegado los psicópatas carniceros de John Carpenter o los monstruos sedientos de carne nueva de Cronenberg por no hablar de los Zombies que se alimentan de carne humana en los filmes de Romero.


Las películas de Harrington exceptuando su elegante opera prima, revisitación de “Cat people” clásico camp de Jacques Tourneur,-o, de otra manera, de “La mujer en la playa” de Renoir no destacan por una calidad sobresaliente ni unitaria ni una producción de primera. También hay algo de ese halo de frontera entre la fantasía, la ilusión y la cruda realidad que encontramos en toda su potencia en la mítica “Vértigo” de Hitchcock, rodada en los paisajes de un San Francisco irreal, pre-stonewall, misterioso

e

hiperomántico. Son esas costas y esos pequeños pueblos playeros donde poco después se crearan las primeras comunidades gays de la costa oeste. Si “Night Tide” decepciona es porque su argumento no está desarrollado con la suficiente soltura, a pesar de la cuidada ambientación y atmósfera bizarra. Tampoco los intérpretes están especialmente inspirados. Recordamos sobre todo la extraña poesía visual depositada en su primer filme y en algunos fragmentos de sus posteriores películas. “Marea nocturna” surgió al tiempo que otras rarezas del cine fantástico o de suspense psicológico como “El


carnaval de las almas”, “Dementia” o “The inocentes” de Jack Clayton, sobre Henry James, de diversas calidades y estilos. lecturas varias y protagonizado por

Desde su primer filme, un texto abierto a su amigo Dennis Hooper como un joven e

inmaculado, ingenuo y algo inexpresivo marino que parece salido de “La tempestad” de Derek Jarman locamente enamorado una mujer aparentemente fatal, una sirena traída de Grecia, el realizador busco la rentabilidad económica en sus largos, sin dejar de hacer incursiones breves en el cine experimental y visualmente iconoclasta. .No es casualidad que el protagonista sea un joven marinero al igual que lo son en algunos de los trabajos experimentales de su amigo Anger, que unía la sexualidad explícita con las exhibiciones de poesía y lirismo. En esa época los marineros que volvían de guerras o expediciones crearon progresivamente las primeras comunidades gays en San Francisco, o en la Costa Californiana, barrios en reforma

que vieron nacer al autor de “Marea

Nocturna”. Harrington quiso seguir haciendo cine y abandono la experimentación elegante y expresionista opera prima realizando algunas películas fantásticas y de terror de serie B como películas como ¿Qué fue de tía Roo?, una versión poética, incisiva y perversa del cuento clásico de “Hansel y Gretel” con una inmensa y terrorífica Shelley Winters (oscilando entre lo amenazante y lo patético) y reminiscencias de “The night of hunter” y solo comparable a títulos como “A las nueve cada noche” o “El carnaval de las tinieblas” de Jack Clayton en su reconstrucción de los miedos de la infancia y las neurosis de la madurez, con una evocadora fotografía de Desmond Dickinson y una elegante forma de mostrar y no mostrar el espanto. O la mas delirante “The Queen Blood” que surgió de su admiración por obras mas celebradas de la ciencia ficción mas atrevida, inquietante o colorista. Destinada al gran público pero con claves e iconos kitch y camp que empezaban a adquirir doble sentido, adelantándose a la ciencia-ficción de Samuel Delaney o Úrsula K. Leguin. En otros de sus filmes encontramos el eco de “¿Qué fue de Baby Jane?” de su admirado Robert Aldrich, autor de la lésbica y discutida “El asesinato de la hermana George”, reivindicada con reservas por Judith Hallberstram en su ensayo “Masculinidad femenina” .Harrington se mueve en esos terrenos de inseguridad laboral en la meca del cine y desencanto existencial con la sociedad de su tiempo

que tan bien retrató Allen Ginsberg en su mítico

poema

“Aullido” que vuelve a estar de moda en la Europa de la “crisis” y los desahucios . No safe to work. Detrás de la orgía bisexual, la figura de Alistar Crowley, el mago-magoentre los magos. Ecos satánicos. Deambulando por estos cines de barrio es donde pudo ver los clásicos del cine de terror más iconoclasta. La iconografía de su primer filme


debe algo a Genet pero sobre todo a ese canto fetichista al cuerpo masculino del provocador

Kenneth Anger con el que colaboró como actor en el filme gay

underground son resonancias sombrías y transgresoras

“Inauguration of Pleasure

Dome”. El gusto de Harrintong por el cine de terror con grandes estrellas “en decadencia” como Shelley Winters, Simone Signoret, Piper Laurie e incluso la mítica Gloria Swanson (Sunset boulevard)-rozando el ridículo pero sorteándolo con habilidadnos refleja un mundo donde la diferencia sexual a la vez se sublima en la hiperfeminidad o se difraza en modelos de masculinidades entre delicadas y atractivas, en ocasiones objetualizadas y en otras tentadas por cruzar algún margen entre lo que hacen y lo que se espera de ellos. Su incursión en la ciencia ficción más kitch se produjo con “Queen blood” (aquí traducido prosaicamente por “Planeta sangriento”) donde una misteriosa, imprevisible y exuberante extraterrestre (cercana a la imagen de la moderna drag queen) siembra el terror en una aburrida estación espacial. Harrintong descubrió de joven su pasión por el cine más que en la universidad viendo las películas de Browning (Freaks), Whale (La casa de las sombras) Tourneur (Cat People, I walked with a Zombie, Night of the Demon) o algunos títulos del expresionismo alemán que reflejan en sus luces y sombras los contrastes de una sociedad enferma. Pero Harrintong en las antologías de los cinéfilos de terror de culto rara vez aparece como un precursor, a su manera, del new queer cinema de Haynes, Greyson o Jarman, sino como un autor de delicias del terror de serie B tirando a palomitero, que gustan precisamente por su imperfección, igual que algunas comedias negras de William Castle (Homicide) o algunos dramas cercanos al fantástico de serie B de Freddie Francis (Doctor Terror), Terence Fischer o Darío Argento. De aspecto tímido y menudo Curtis Harrintong (actor y director) no triunfó como gran autor aunque consiguió conjugar el cine de miedo, que siempre daba buenos resultados en taquilla, con una forma bizarra y hasta algo perversa de entender las relaciones humanas. Fue asesor de Bill Condon en el filme “Dioses y monstruos” sobre la ordalía homofóbica que tuvo que sufrir el mítico James Whale (amigo personal de Harrintong y director de “Frankestein” y “La novia de Frankestein”) en el puritano Hollywood de los años treinta. Whale como Anger y Hooper estuvo en el círculo entre oculto y desinhibido

donde se movió Carrington como cineasta

francotirador y hombre gay en busca de nuevas formas de expresión del deseo y la mirada homoerótica, muchas veces sublimada en argumentos destinados al cine de masas, de terror a la mode o la serie B.


La parte central de su carrera se sitúa entre los sesenta y los setenta donde realiza algunos filmes de horror o suspense con bastante ritmo o colabora en proyectos con sus amigos y entonces icónicos Anger, Dennis Hooper, George A. Romero (que realizó la fascinante “Martin”) o Roger Corman, adaptador muy personal de la obra de Poe, obteniendo, como después Cronenberg o Carpenter, lo mejor o más atractivo de pequeños presupuestos, con la productora American detrás. Harrintong mostró grandes mujeres a las que la madurez las ennoblecía, jóvenes de ambos sexos con relaciones extrañas, sobre todo ese núcleo familiar blanco, civilizado y heterosexual en el que Harrintong, como Genet o Anger, en el que fue un proscrito de lujo, de un niño malo con cara de bueno y talento desobediente . Un ambiente –la familia estadounidenseque llenó de fantasmas, amenazas, sangre y crímenes, no dejando nunca de lado el humor negro. En “Tía Roo” y ¿Qué fue de tia Rose” ambas con una guiñolesca Shelley Winters al frnete nos ncontramos con dos de sus películas mas equilibradas entre el fondo y la forma en las que Harrintong sin demasiados aspavientos logra mostrar el lado mas perverso de los cuentos de hadas y las historias del espectáculo de época adelantándose a títulos como “En compañía de lobos” o “Déjame entrar” y con reminiscencias de clásicos del cine gótico y de la imaginería de gente como Robert Aldrich. Algunos de sus filmes contienen parte de esa carga combativa que vemos en algunas películas de Jack Nicholson aunque la mayoría se pliegan a algunas convenciones del cine de terror y fantasía en transición con algunos apuntes homo, kitch


o camp, que incluyen la participación de “viejas glorias” y la crueldad en el seno del núcleo familiar o un entorno social poco plácido. El realizador de “Night Tade” y “Aunt Roo” no llegó nunca al exhibicionismo gay y fetichista con ribetes satánicos de moda en la época y que tanto llamaron la atención sobre el cine surreal o hiperrealista de Kenneth Anger, pero nos coló pequeñas joyas del cine de miedo convencional llenas de elementos no convencionales y con irónicos puyazos a la Norteamérica conservadora y sus doblezes. Miradas inocentes y miradas perversas que se confuden bien sea en cuentos para niños a los que se ha devuelto su carga terrorífica o fabulas sexuales y fantasmagóricas sobre juventudes sin suerte. En este sentido “Martin” vence a Harrington y su evocadora “Night Tide” aunque creo que ni el uno ni el otro podrían haberse intercambiado al realizar sus obras mas perturbadoras y curiosamente las menos truculentas. Harrintong, maravilloso como creador de imágenes a pesar de argumentos pedestres o insustanciales, abrió el campo a la revisitación del masculinismo género de la ciencia ficción hacia la distopía subversiva que encontramos en filmes como “La noche de los muertos vivientes”, el primer Cronenberg, o la ciencia ficción que cuestiona los roles de género como “Alien” o el musical trans y frankesteniano “Rocky Horror Picture Show” de Jim Sherman. Carrington que consiguió acercar el cine de miedo de los auto-cines a los bares, los disfraces especiales a la imaginería trans, sigue siendo una figura enterrada en la historia, incluso en la historia de los amantes del cine de terror de la época o de la serie B más rimbombante. Con su aspecto taciturno, que recuerda a imágenes de Maya Deren, Harrington murió en el 2007 por complicaciones cardiovasculares. Su biografía, publicada en el año 2013 y sin traducción al castellano se tituló irónicamente “Los chicos buenos no trabajan en Hollywood”



MARTIN: GEORGE A. ROMERO Y LA PERSONALIDAD SOFOCADA

“Martin” era la película favorita de su director George A. Romero hoy conocido por sacar a los muertos de sus tumbas y alimentarse de carne humana en su clásico de fines de los 60 “La noche de los muertos vivientes”, con una contrastada fotografía en blanco y negro y una dirección sólida, a pesar de la inexperiencia de los intérpretes y, sobre todo, de la escasez de medios con la que fue realizada. El realizador a pesar de que su opera prima sigue siendo uno de los grandes filmes de culto de los años 60 nunca fue considerado un autor, salvo por los fanáticos del género fantástico, aunque algunos de sus filmes como “Martin”, “Atracción diabólica” o “The Crazies” se conservan prodigiosamente como ejemplos de terror bizarro, por encima de sus irregulares pero interesantes secuelas de los Zombies que salen iracundos de sus tumbas. Entre el entretenimiento morboso, el cine de sustos y la alegoría política la película es eso que llamamos sin saber muy bien “un clásico de culto”, y una la aparece citada en filmes tan brillantes como el melodrama queer “Mysterious Skin”, la obra maestra de Gregg Araki. El cine de miedo desafío subrepticiamente a la censura en esa década con películas que hoy siguen asustando como el citado debut de Romero, “Psicosis” de Hitchcock o “La semilla del diablo” de Roman Polanski. Reflejan, en ocasiones, el lado putrefacto de los EEUU, en otras ocasiones se hacen eco de epidemias o ataques de histeria colectiva. Hoy todas ellas pueden dar miedo y también una sensación de estar asistiendo a algo bello que fue considerado de mal gusto en su época, pero que hoy podemos contemplar casi como productos ingenuos o clásicos campy. Coquetear con la muerte puede ser una forma de perderle el miedo, pero no siempre los resultados son los esperados.


Romero es conocido por “La noche…” y sus variopintas secuelas, algunas de ellas dotadas de un suave mensaje antifascista, como ocurre en la primera de todas en la que unos lugareños armados asesinan al joven negro, el único superviviente de la matanza de los resucitados caníbales. Romero realizó en 1979 su película más digna y sensible, coqueteando más con el thriller psicológico

que con el cine gore o

terrorífico que se esperaba de él. Romero ponía mucho sentido del humor a sus filmes pero no los parodiaba como llegaron a hacer Sam Raimi o Wes Craven, pensaba – como Hitchcock- en atenazar al espectador en su butaca. “Martin”, a pesar de su halo romántico y sus guiños a los clásicos del género, es un filme terrible, incisivo y perturbador. A pesar de algunas secuencias en las que Martin se deja llevar por sus impulsos eróticos sublimados, sus pulsiones homicidas y de posesión del otro/a, el filme esta cuidadosamente fotografiado, mezclando texturas, blanco y negro y apoyándose en una misteriosa interpretación del entonces bellísimo y seductor John Ampas al que Romer0o dedica una serie de planos tan contradictorios, con actitud pasiva pero miradas inquisitivas, como la personalidad entre retraída y compulsiva (con arrebatos dignos de un psicópata) de este joven extraño que es para su primo un vampiro legendario además de la vergüenza de su apostólica familia. El realizador solo recupera su buena forma en su sólida adaptación de “La mitad oscura” con Timothy Hutton, como un escritor con doble personalidad y capaz, como Martin, de conjurar fantasma reales o imaginarios. Aunque en “Martin” no se señala la homosexualidad del protagonista, tiene algo de anti-héroe americano de finales de la década de los 70, y su forma pasivo-agresiva y lánguida o atroz de obtener “sexo” es cuando menos digna de sorpresa o inquietud. En algunas secuencias Romero permite que el actor se luzca en su esplendor juvenil y su situación en la familia de acogida es la de un “pariente” indeseable, una oveja negra que parece tener más miedo del que provoca en algunos momentos, no siempre igual de conseguidos.


Junto a “Martin” otro de sus filmes injustamente olvidado es la comedia negrísima “Atracción diabólico” sobre un atractivo deportista y brillante estudiante de derecho que, como consecuencia de un accidente, queda invalido. Un amigo doctor, que experimenta con animales, consigue una inteligentísima moda para que le ayude en sus quehaceres cotidianos mientras su novia lo abandona por un médico.

A Martin le ha tocado el San Benito de vampiro y, hay secuencias aisladas en las que se comporta como tal, pero igual que el acomplejado y obseso protagonista de “El fotógrafo del pánico” revela una conmovedora vulnerabilidad y una incierta capacidad de seducción (desde su suavidad y masculinidad tímida) que lo convertirán en el amante desdichado de una mujer de la localidad. Aunque la heterosexualidad de Martin parece, en principio, fuera de toda duda, se trata de un ser a la vez hermético y violento, con arrebatos de furia psicosexual y otros de extraña timidez que lo llevan a una mudez que asusta pero sobre todo enternece y seduce. El fantasma de la locura pesa sobre Martin (los que no lo creen monstruo lo creen trastornado) aunque en la mente de su primo (un personaje algo grotesco) y de los sacerdotes del pueblo (algo buñuelianos, codiciosos y nada simpáticos) lo consideran una criatura de la noche y un potencial asesino en serie o reencarnación de lo diabólico destinado a poblar el infierno.

“Martin” está dotado de la estética de los años setenta en sus mejores

trabajos, con una fotografía cuidada y una melancólica banda sonora que lo acercan más a algunas películas de Jack Clayton, Freddie Francis, Terence Mallick, el cine de la Hammer o incluso el homoerótico Paul Morrisey antes que al cine más comercial de Romero, que aquí, sin escatimar detalles morbosos, se ríe de y con su personaje de la mediocridad ambiental y de ese halo de magia que lo condena a un destino fatídico en manos de sus parientes, particularmente su despótico y absurdo primo.

Romero consigue un montaje abrupto con imágenes refinadas que se unen a otras más crudas o prosaicas del joven buscando sentido a su vida en una nueva localidad y en una familia llena de tensiones y recuerdos sombríos. Martin es algo más que la oveja negra y su primo lo interpela como Nosferatu, pero ninguna de las armas habituales contra los vampiros impresionan al joven y delicado Martin en lo más mínimo. Martin llama a un programa de radio donde cuenta medias verdades sobre sus andanzas más arriesgadas y seduce a un público sediento de criaturas extrañas e


historias truculentas. El pesimismo romántico de Romero alcanza aquí su máxima expresión logrando una gran interpretación del protagonista masculino y un retrato, en ocasiones poco o nada amable, de los secundarios o del ambiente doméstico algo carcelario en el que se ve envuelto .Ese núcleo patriarcal y poblado de supersticiones del que escapa su prima y que acaba anulando sus atisbos de cordura y acentuando una personalidad extraña, lánguida y seductora, agresiva a ratos pero que no busca imponerse de una forma convencional.

El lugar de Martin en la familia patriarcal es, con algunas diferencias y concesiones al género, una posición similar a la que han ocupado (y, en algunos lugares determinados) la chica sexualmente activa, el gay que no lo oculta, las personas con diversidad funcional o enfermedad mental, los que prefiere el arte a los negocios, el soñador, el que se niega a adaptarse a un mundo gris e intolerante, la mujer que aborta, la que ha perdido su independencia, ha descubierto la soledad o busca un nuevo amor, la chica que quiere ser un chico, el que no se parece a sus parientes, ni en el fondo y en la forma, etc. Una galería de gente sola, un montón de ovejas negras cada vez más numerosas que ya constituyen un rebaño de dimensiones a tener en cuenta. Martin es el “niño rarito” de una estirpe orgullosa, otro eslabón que se resiste a la normalidad desde el mutismo o los bruscos cambios de actitud. Visto con cariño por


unos personajes, deseado por algunos y odiado con furia por otros “Martin” no es un chico nada “normal” pero tampoco ese monstruo sediento de sangre en que se empeñaron que fuera. Como se muestra desde el comienzo del filme, tiene ataques o arranques de locura o delirio que lo vuelven potencialmente peligroso o amenazante, armado de jeringuillas y haciendo uso de cuchillas.

Romero nos cuenta la historia de la soledad de este joven desarraigado y obsesivo en un microcosmos donde se mezcla la superchería, la religiosidad y sus absurdos y pequeños gestos de rebeldía, desde el silencio o las apariciones inesperadas. En sus recuerdos en blanco y negro vemos que a Martin se le ha educado para verse como un monstruo y eso determina su incapacidad para relacionarse con naturalidad con las nuevas personas que conoce, prefiriendo los encuentros violentos o la total pasividad ante un mundo provinciano y sacudido por el fanatismo. Gran mezclador de texturas y colores, “Martín” huye de la vulgaridad o crudeza (no exenta de humor negro) de otros títulos de Romero en aras de una fábula irónica sobre un joven desequilibrado al que intentan hacer creer que es una criatura satánica, con fatales consecuencias.

Estamos ante un cuento triste y hermoso sobre el precio de ser o parecer “diferente”, el aislamiento buscado o no, una reflexión paradójica, irregular pero intensa sobre la alteridad como forma de vida y una de las más sutiles reflexiones de la frontera entre la locura y las manifestaciones convencionales de la violencia o lo sobrenatural.



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