Lluvia de Cuentos- Lecturas de Yoro.

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Lluvia de cuentos

JORGE MEDINA GARCÍA Y LOS NIÑOS Y NIÑAS DE YORO

LECTURAS DE YORO PRIMER CICLO


EDUCACCIÓN es un programa implementado por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y la Secretaría de Educación de Honduras, administrado por American Institutes for Research (AIR). La elaboración de este libro para las niñas y niños de Honduras ha sido posible gracias al generoso apoyo del Pueblo de los Estados Unidos de América a través de la USAID. El contenido del mismo es responsabilidad de las autoras y autores y no necesariamente refleja el punto de vista de la USAID o del Gobierno de los Estados Unidos.


Lluvia de cuentos

Ilustraci贸n: Elena S谩nchez.

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CREACIÓN ORIGINAL DE JORGE MEDINA GARCÍA Y LOS NIÑOS Y NIÑAS DE YORO Esta edición de LLUVIA DE CUENTOS, JORGE MEDINA GARCÍA Y LOS NIÑOS DE YORO, fue realizada por el PROYECTO EDUCACCIÓN, en coordinación con la Dirección Departamental de Educación de Yoro y la Dirección Distrital de Educación del municipio de Yoro.

ISBN: 978-99926-34-92-9 LLUVIA DE CUENTOS, JORGE MEDINA GARCIA Y LOS NIÑOS DE YORO. © USAID D.R. © SECRETARÍA DE EDUCACIÓN, REPÚBLICA DE HONDURAS 2014 AUTORES Y AUTORAS, ILUSTRADORES E ILUSTRADORAS: Niños y niñas sexto grado de la escuela Mercedes Aguirre, del municipio de Yoro, Yoro.

MEDIADORES Y MEDIADORAS: Emelina Yacenia Urbina, Teresa Zavala, Floridalma Garmendia, Zoila Dolores Peña, Karen Melissa Portillo, Jessica Mejía, Manuela Yanett Oseguera, Ruperto Herrera Puerto, Antonio Hernández, Floridalma Garmendia Lemus. Primera edición, 2014 Diseño de concepto: Proyecto EducAcción Edición: Jorge Martínez Mejía Hecho en Honduras Se permite la reproducción total o parcial de esta producción solo para fines educativos, por medios electrónicos o mecánicos, fotostáticos, por registro u otros métodos, siempre y cuando se respete la integridad de la misma, así como los créditos aquí registrados, mediante solicitud expresa y escrita ante los editores. Se prohíbe su reproducción con fines lucrativos.

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PRESENTACIÓN LLUVIA DE CUENTOS Jorge Medina García (Olanchito, Yoro, 1948) se graduó de Maestro de Educación Primaria en la Escuela Normal de Varones de Tegucigalpa y años más tarde obtuvo un profesorado en el área de Letras y Lenguas en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. Ha desempeñado cargos diversos en la rama educativa a nivel primario, secundario y universitario. Para los estudiosos de la literatura hondureña, Jorge Medina García es uno de los más refinados y profundos narradores y uno de los mejores lectores de las profundas raíces del imaginario colectivo hondureño. Desde la publicación de su colección de cuentos Pudimos haber llegado más lejos (1989) se ha convertido en lectura obligada por el esmero y cuidado con el que elabora su depurada obra. Eso le ha valido el aprecio de la crítica especializada y la inclusión de sus cuentos en importantes estudios de la literatura hondureña y centroamericana. Jorge Medina García es uno de los mejores referentes de la literatura hondureña en cuanto sus construcciones reflejan un profundo conocimiento de lo hondureño, de su historia y su lastimada existencia. Provisto de preciosos recursos de expresión artística, su interés es crear o recrear la paradójica cotidianidad de nuestro entorno con la mayor economía de recursos, con sencillez, precisión, y una intensa franqueza que solo puede originarse en sus atentas lecturas y en la madurez de su responsabilidad artística. En Lluvia de cuentos, Jorge Medina García nos transporta con los mismos recursos —un poco más liviano en su intención crítica y más melodioso en su interés lúdico— una maravillosa muestra de las inquietudes infantiles de los niños y niñas de Honduras. Y vuelve a lograr con su prosa y sus bellos recursos literarios un efectivo acceso a sus lectoras y lectores, que son los más difíciles según creo, los niños y niñas.

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Sin falsas propuestas de fantasía, sin exageraciones inútiles ni menosprecio a la inteligencia infantil, nuevamente su labor confirma que estamos ante uno de los mejores constructores de nuestros mundos imaginarios, y que esta obra rebasa la dimensión regional y se instala como una de las más hermosas propuestas de literatura hecha para niños y niñas en el país. Y para convertir esta magnífica oportunidad de leer a Jorge Medina García en su dedicación a las y los lectores infantiles en una inolvidable experiencia, los niños y niñas de Yoro le acompañan en esta Lluvia de cuentos, para mostrar la vitalidad de su imaginación y corresponder con brillantes y múltiples propuestas creativas. Esta obra es una de esas rara avis in terris que solo se dejan ver para maravillarnos, para que podamos celebrar el prodigio sin necesidad de explicaciones. Ya habrá momento para examinar a fondo esta delicia de texto, por ahora les invito a sacar sus pequeños cestos y salgan a recoger los bellos y coloridos cuentos de esta lluvia…única en Yoro, que tendrá un impacto imperecedero en nuestros niños y niñas, en nuestra escuela, en nuestra vida literaria. Felicidades a los niños y niñas de Yoro, a nuestro célebre amigo Jorge Medina García, y gracias por dotarnos de una inmejorable oportunidad para avivar nuestro hábito lector.

Jorge Martínez Mejía EDITOR DE LA COLECCIÓN SI CREO Y LEO, ME RECREO

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A LOS MAESTROS, MAESTRAS Y ESTUDIANTES Uno de los conocimientos más valiosos con que contamos, es que para aprender hay que leer. Los libros son las puertas al conocimiento y no podemos abrirlas si no sabemos leer. Los libros nos llevan a mundos de imaginación mientras satisfacen nuestra curiosidad natural, nuestro deseo de aprender. Lo primero es aprender a leer, y solo se puede lograr leyendo. Solo la lectura permanente nos convierte en buenas y buenos lectores, por eso hay que leer todos los días. Esta colección de textos escritos por el reconocido escritor hondureño Jorge Medina García y los niños y niñas de Yoro, está llena de fantasía e imaginación, por eso creemos que despertará un gusto especial por la lectura, y logrará divertir a las y los estudiantes y a los maestros y maestras. Fueron hechos para ser compartidos en la escuela, la familia y en los espacios públicos de la comunidad. Debemos hacer de la lectura una empresa común hasta que todos los niños y niñas logren una lectura fluida y comprensiva, con la dicción adecuada, de esa manera lograremos mejores rendimientos académicos. Docentes de español han recomendado que los alumnos y alumnas propongan actividades para fomentar la lectura con este libro, que se realicen actividades no solo en el aula, sino en el patio de la escuela y en la casa. Por ello es recomendable crear un programa de lectura que funcione periódicamente, de manera semanal y mensual. Que se organicen las niñas y niños lectores y se realicen lecturas propuestas por ellas y ellos, que compartan sus experiencias de lectura en la casa y en la escuela y que siempre se comente lo que se haya leído.

¡DISFRUTEN UNA CREACIÓN MARAVILLOSA!

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RECOMENDACIONES PARA LEER EN FAMILIA La lectura en familia es la más recomendable porque en la convivencia podemos compartir dudas, sugerir ideas y solucionar dificultades. Algunas recomendaciones para la lectura en la familia son las siguientes: •

Definir una hora en el día y un espacio en la casa para leer.

El lugar debe ser cómodo y estar iluminado.

Seleccionar juntos o juntas el texto que se va a leer.

A las niñas y niños pequeños hay que señalarles con el dedo las palabras mientras se leen, esto les servirá para relacionar lo escrito con lo que oyen.

Siempre hay que explorar el título, haciendo que la niña o niño lector participe intentando anticiparse al contenido del texto.

También hay que explorar lo que observan en las imágenes haciendo preguntas sobre qué ven y a qué se refiere.

Interrogarlos(as) cada vez que sea necesario para saber lo que imaginan sucederá a continuación.

Solicitarles que cambien el final de un cuento o relato si lo desean.

Al final de la lectura, preguntar sobre qué se leyó, a qué se refirió el texto, qué opina de él, si les gustó, entre otras.

¡LEER EN FAMILIA ES UNA GRAN IDEA!

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ÍNDICE La estatua de la botella más grande del mundo... 13 El cuchi insectívoro...................................................... 14 El pájaro que habla..................................................... 14 El árbol de flores y cucharas....................................... 15 El platovástico.............................................................. 15 Manos que tocan el fuego......................................... 16 Foco lap........................................................................ 16 El multicosas.................................................................. 17 El cucharanejo............................................................. 18 Trins pajía....................................................................... 19 El palástico tapón tástico........................................... 20 El gokuvaso................................................................... 20 La serpiente del volcán............................................... 21 El sombrero del hombre rúlico.................................... 23 La chicharra come bombón...................................... 25 La mano con la corona de la princesa piña........... 27 Moño trinche................................................................ 28 Una abuela sabia........................................................ 29 Lluvia de peces............................................................ 31

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Los aretes de la princesa tolupán.............................. 32 El cinturón mágico....................................................... 33 Un niño héroe............................................................... 34 Rax................................................................................. 35 Teléfono antíguo.......................................................... 36 La rana Mariana.......................................................... 39 Mariluz........................................................................... 41 El partido....................................................................... 43 La Navidad de Tomasito............................................. 46 Los dos amigos............................................................. 49 Jolgorio.......................................................................... 52 La hacienda de don Sebastián................................. 56 El susto de Valentín...................................................... 58 Don Pajero, el coyote................................................. 62 Caramelo y Picarín...................................................... 66 Las elecciones.............................................................. 72 Jaimito........................................................................... 73 Canto a mamá............................................................ 77

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Lluvia de cuentos

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Ilustraci贸n: Elena S谩nchez.

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JORGE MEDINA GARCÍA Y LOS NIÑOS Y NIÑAS DE YORO

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IlustraciĂłn: La estatua de la botella mĂĄs grande del mundo, por Jeison MartĂ­nez.

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LA ESTATUA DE LA BOTELLA MÁS GRANDE DEL MUNDO La estatua de la botella más grande del mundo se encuentra en una aldea lejana. Ahí no hay muchos habitantes; fueron unos científicos los que encontraron la estatua. Se la trajeron a la ciudad y acabó en un museo famoso.

Jeison Martínez. Adaptación de Emelina Yaceniza Urbina.

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EL CUCHI INSECTÍVORO El Cuchi Insectívoro fue una cosa totalmente exterminadora porque tiene una sustancia pegajosa que si un animal la huele o se para en ella, queda pegado. Y no se puede despegar ni mover, porque esta sustancia hace que la presa quede completamente paralizada.

Sagrario Medina.

EL PÁJARO QUE HABLA Una niña andaba caminando por el bosque. De pronto escuchó que alguien hablaba. —¿Quién será el que habla? —se dijo. Soy yo, escuchó que alguien dijo. Soy un pájaro que habla, único en mi especie. Entonces volvió a ver hacia el tronco del árbol, y ahí estaba el pájaro, hablando.

Reina Yanira Sandoval.

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EL ÁRBOL DE FLORES Y CUCHARAS Un día una niña fue al bosque y encontró un árbol de cucharas y flores. Cuando lo vio salió corriendo y les gritó a sus amigos: —¡Vengan, vengan! ¡Encontré un árbol de cucharas! Con sus amigos seleccionaron las mejores cucharas y flores y organizaron una exposición en un museo de arte.

Keren Stéfany Cruz. Adaptación, Teresa Zavala.

EL PLATOVÁSTICO Un platovástico que era el más famoso de todos los inventos, pasaba años y años, hasta que un día llegó un invento mejor. Y ese nuevo invento era ya el más famoso. Al platovástico lo llevaron a reparar y cuando regresó entró a la competencia junto a otros grandes inventos, pero el platovástico ganó.

Melyin Ramos Mejía. Adaptación, Fanny Carolina Valladares.

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MANOS QUE TOCAN EL FUEGO Un hombre quería tener manos que tocan el fuego. Un día, se hizo manos de fuego, eran unas manos de trinches, feas, horribles; hasta daban miedo por las llamas de sus dedos.

Wendy Samira Sandoval. Adaptación de Floridalma Garmendia.

FOCO LAP Una inventora muy famosa creó el Foco Lap, fue su segundo invento. Causó mucho interés en el pueblo porque lo ponés en el sol y él crea luz eléctrica, puede encender radios, televisores, teléfonos y muchas otras cosas. La doctora Ana Paola Cruz da conferencias sobre cómo crear su propio Foco Lap en casa.

Ana Paola Cruz Estrada. Adaptación de Zoila Dolores Peña.

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EL MULTICOSAS El multicosas se usa para comer, beber y medir, por eso se le llama multicosas. Porque aparte se puede usar como cualquier cosa. Muy pronto llegará a nuestro país y será usado por todos. También está el espatulismo, un invento de la doctora Kerin Gabriela Tróchez.

Kerin Gabriela Tróchez. Adaptación de Karen Melissa Portillo.

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Ilustración: El cucharanejo, por Andrea Nicolle Ramírez.

EL CUCHARANEJO Un lindo conejo que vivía en el bosque, fue a la casa de una bruja malvada, a comer zanahorias y repollo. La bruja miró que el conejo siempre iba a comer sus zanahorias y su repollo. Un día el conejo volvió a comer, pero la bruja le lanzó un hechizo; lo convirtió en mitad cuchara y mitad conejo. Desde entonces, los otros animales del bosque lo llaman el cucharanejo. Andrea Nicolle Ramírez Cantillano. Adaptación de Jessica Mejía.

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TRINS PAJÍA Un Trins Pajía que vivía en el bosque estaba triste porque sus dueños lo habían abandonado por accidente. Pero una cucaracha que pasaba por ahí le dijo que no se preocupara, que ella lo llevaría a la casa. El Trins Pajía estaba muy agradecido. La cucaracha lo llevó a su casa con sus dueños y éstos estaban muy contentos y agradecidos. Desde ese día, los trins pajías son grandes amigos de las cucarachas.

Jadeline Jackeline Reyes. Adaptación de Meidy Castellanos.

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EL PALÁSTICO TAPÓN TÁSTICO Un simple palo en la cocina se secó. A ese lindo palo se le cayeron las hojas, y después de mucho tiempo se pegó con otro palo, y luego se vino un cordón y un tapón y también se le pegaron. Así se creó un nuevo palástico. El Palástico Tapón Tástico fue una nueva era en el mundo tapontástico.

EL GOKUVASO

Enrique José Midence. Adaptación de Meidy Cantillano.

El Gokuvaso viene de los pedazos de un luchador llamado Gokú. Una vez que Gokú estuvo peleando, le pegaron un tubazo en el brazo, y otro en la pierna; y un gokuvaso cayó en el planeta conocido ahora como planeta Gokuvaso.

Jonathan Ramón. Adaptación de Reina Yanira Sandoval.

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Ilustración: La serpiente en el volcán, por Enrique José Midence.

LA SERPIENTE DEL VOLCÁN Era un volcán tan grande, que alcanzaba a tocar las estrellas. Era el volcán más grande del mundo. Ahí vivía una serpiente. Y esa serpiente pensaba salir del volcán. Por fin voy a salir, decía. Un día, cuando iba a cumplir los quince años de edad, salió a explorar el mundo exterior y miró aves, flores y árboles. Se sorprendió de ver tantos animales: perros, gatos y otras serpientes. Y los llevó a su casa para que la conocieran, ya que nunca, nunca, la habían visto. Enrique José Midence. Adaptación de Jessica Mejía.

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22 Ilustraci贸n: El sombrero del hombre r煤lico, por Lilia Michelle Urbina.


EL SOMBRERO DEL HOMBRE RÚLICO Los investigadores hicieron un sombrero. Tenía cables y era un poco pesado. Los investigadores lo hicieron para la gente loca. El sombrero bailaba y cantaba y se dieron cuenta que el sombrero más bien los volvía más locos todavía. Entonces le pusieron el sombrero a los aburridos y a los perezosos y por primera vez un hombre lo compró porque padecía de sueño y el sombrero le levantó el ánimo y después era un hombre que solo pasaba bailando, cantando y sonriendo. Así nació una amistad entre el sombrero rúlico y el hombre y desde entonces nunca se separan. Por esa combinación les llamaron el hombre rúlico y el sombrero del hombre rúlico. Así los llaman.

Lilia Michelle Urbina. Adaptación de Manuela Yanett Oseguera.

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Ilustraci贸n: La chicharra come bomb贸n, por Osman Yaner L贸pez.

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LA CHICHARRA COME BOMBÓN En una ciudad muy lejana había un montón de chicharras cantando. En primavera hacían sus primeros cantos, cantos hermosos que a las y los ciudadanos les encantaba escuchar. Un día, una gran tormenta echó por tierra todos los árboles de la ciudad. Al día siguiente, cuando la gente despertó, no escuchó el canto de las chicharras. Entonces se preguntaron ¿Por qué no hay canto? Pensando eso estaban, cuando un niño que llegó corriendo les dijo que los árboles se habían caído y por eso las chicharras no cantaban. Entonces decidieron traer árboles de la montaña y sembrarlos en el pueblo; así se volvió a escuchar el canto de las chicharras.

Osman Yaner López Meza. Adaptación de Jorge Martínez Mejía.

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Ilustraci贸n: Las manos de la corona de la princesa pi帽a, por Somaria Betsay Palma.

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LA MANO CON LA CORONA DE LA PRINCESA PIÑA Un buscador de historias se encontró en el camino una corona. Más adelante se encontró con una mano de plástico…parecía de una princesa. Cuando ya estaba a punto de llegar a su casa se encontró una piña y la recogió. Al principio no hallaba qué hacer con todo aquello, no sabía cómo juntarlo, cómo pegarlo. Pensó en pegarlo con cemento, pero en ese entonces aún no se había inventado el cemento. Tuvo que inventar el cemento y comenzó a pegarlo todo, la corona, la mano y la piña. Luego lo pintó con arte y le quedó lindo. Todos en la aldea querían mirar aquel objeto raro y conocer su historia. En la base del objeto decía: La mano de la corona de la Princesa Piña. Y hasta un hombre que era un gran envidioso dijo que aquel era un gran trabajo.

Samaria Betzay Palma. Adaptación de Teresa Zavala.

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MOÑO TRINCHE A un moño trinche que vivía del otro lado de la calle lo invitaron a un cumpleaños. Cuando iba cruzando la calle venía un carro a gran velocidad y no le quedó otra alternativa que sacar un rótulo que decía ¡ALTO! el auto se detuvo y el moño trinche cruzó hasta el otro lado. Llegó feliz al lugar donde se celebraba el cumpleaños y festejaron muy alegres y al moño trinche le aplaudían sus ocurrencias.

Ángela Yanet Martínez. Adaptación de Reina Yanira Sandoval.

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UNA ABUELA SABIA Un día, la abuela sabia caminaba por el bosque y se encontró con una niña perdida. —¿Cómo te llamas? le dijo al verla. —Lisa, le contestó la niña. —No te preocupes, Lisa, le dijo la abuela sabia; yo conozco bien el bosque y te llevaré a casa. — Gracias, le respondió Lisa, cuando iban caminando. Los padres de Lisa estaban muy alegres al verla llegar. Le dieron las gracias a la abuela sabia, y una bolsita de dinero como recompensa.

Jadeline Jackeline Reyes. Adaptación de Jorge Martínez Mejía.

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Ilustraci贸n: Lluvia de peces, por Rosa Mar铆a Castro.

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LLUVIA DE PECES Un día en Yoro, cayó una lluvia de peces. Llovía y llovía muy fuerte. De pronto algo muy lindo se veía sobre las nubes, brillante y plateado. Comenzaron a caer peces sobre los techos de las casas y la gente muy alegre salió a recogerlos en canastas. Todas las familias de todas las comunidades de Yoro estaban muy felices cocinando y comiendo pescado caído del cielo.

Ángela Yaneth Martínez. Adaptación de Ruperto Herrera Puerto.

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Ilustración: Los aretes de la princesa tolupán, por Flora Rosmery Rubí.

LOS ARETES DE LA PRINCESA TOLUPÁN La princesa tolupán tenía unos aretes muy bonitos, pero un día que se estaba bañando en el río, los perdió. Muy asustada se puso a buscarlos y los miró en una piedra, brillaban mucho como el oro. Se los volvió a poner y nunca más se los volvió a quitar. Rosmery Rubí. Adaptación de Antonio Hernández.

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EL CINTURÓN MÁGICO Un hombre se perdió en el bosque y andaba caminando como loco, desesperado por encontrar una salida. De pronto tropezó con un cinturón, y pensó en voz alta que a quién se le habría perdido. Un mono que lo escuchó, le dijo que ese era un cinturón mágico, entonces el hombre se puso el cinturón y dijo: —¡Cinturón, cinturón! ¿Será que me puedes ayudar a salir de este bosque y mandarme a mi casa de un empujón? Cuando acordó, ya estaba en su casa, con sus hijos y su esposa.

Andrea Nicolle Ramírez. Adaptación de Antonio Hernández.

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UN NIÑO HÉROE En una ciudad había un niño llamado Roberto que poseía poderes mágicos, pero él no lo sabía. Hasta que un día, un anciano muy enfermo que tenía que ir a la otra aldea, y cruzar el río cuando el puente estaba roto. Entonces el niño levantó los brazos e hizo un puente con sus poderes mágicos. Toda la gente del pueblo quedó asombrada, desde entonces se convirtió en el niño héroe del pueblo.

Ana Sagrario Medina. Adaptación de Floridalma Garmendia Lemus.

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RAX Es un teletransportador que permite viajar a todos los lugares del mundo. Lo encontré cuando caminaba por el bosque. Es un invento que cayó del cielo y lo llamé RAX. En él venían algunos áliens que me enseñaron a usarlo y me dieron un reloj alienígena. Con el reloj puesto yo también soy un áliens. Ellos me dejaron el reloj y el RAX, con ellos los puedo visitar. Ellos siempre me visitan porque cuentan con otro RAX como el mío. Somos los mejores amigos alienígenas que existen.

Jelder José George. Adaptación de Jorge Martínez Mejía.

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TELÉFONO ANTÍGUO En un pueblo, un muchacho no podía comunicarse con su familia. Unos cholos, jóvenes de la ciudad que llegaron al pueblo, fueron a un hotel y dejaron sus maletas. La gente pensaba que los cholos iban a buscar problemas, pero en la noche comenzaron a pegar carteles en el pueblo, carteles sobre la fabricación de un teléfono. Al día siguiente, los cholos convocaron a una reunión y explicaron cómo fabricar un teléfono. El muchacho que no se podía comunicar con su familia se interesó mucho; los cholos le mostraron el nuevo aparato y así, muy contento, pudo comunicarse con sus familiares. Ana Odixi Padilla. Adaptación, Yanira Sandoval.

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CUENTOS DE JORGE MEDINA GARCÍA

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38 Ilustraci贸n: La rana Mariana, por Ana Medina, Skarleth Cabrera, Miguel Carranza, Bairon R谩palo.


LA RANA MARIANA La maestra sacó de la clase de música a una ranita llamada Mariana porque no cantaba como la maestra quería. No podía cantar tan bellamente como el alumno Zorzalito, ni como el gato Pirruco y ni siquiera como el lorito Sansón. La verdad es que la maestra pensaba que la rana Mariana no sabía cantar. Por eso la ranita nunca cantó en la escuela la canción de El bananero. Tampoco cantó la canción de Aquí estamos los yoreños. Y solo una vez la dejaron cantar ese himno de la madre que a ella tanto le gustaba. El grillo Titú miró a la ranita muy deprimida, escondida detrás de un nenúfar que flotaba en el agua azul de la poza. Entonces sacó su acordeón y le dijo: —Ven conmigo. Te voy a enseñar a cantar. Esa noche, bajo la luz de la luna el grillo y la ranita cantaron como podían muchas canciones. Cantaron entera la noche del viernes. Cantaron la noche del sábado y como también cantaron el domingo, todo el vecindario se quedó sin dormir esas tres noches.

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El lunes, al anochecer, un grupo de animales del bosque dirigidos por una lechuza muy enojada caminaron hacia la casa de los cantantes para pedirles que por favor se callaran, pero en mitad del camino se detuvieron al oír una hermosa melodía que les acariciaba los oídos y les daba ganas de suspirar y de bailar. Cuando la ranita Mariana y el grillo Titú terminaron por fin de cantar aquella noche, se miraron rodeados de animalitos contentos que les aplaudían con todas sus fuerzas. La rana Mariana había aprendido a cantar gracias a la paciencia del grillo Titú. Un día, cuando la maestra se enteró de que la ranita sabía cantar, la mandó a llamar y después de escuchar su nueva y armoniosa voz, la nombró directora del coro de la escuela. Desde entonces, todo animalito que pasa frente a la escuela durante la clase de música, detiene su paso para escuchar las lindas canciones que se cantan y a todos ellos les invade unos terribles deseos de suspirar y de bailar. Y por eso ahora todos suspiran y bailan cuando pasan por allí.

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Ilustración: Marilú, por Dennis Rosales, Jeison Martínez, Katherine Licona, Madelin Hernández.

MARILUZ Más adelante les voy a contar la historia de la preciosa Ciudad de la Vida Perfecta, una miniatura con arboledas limpias y olorosas, con servicios públicos eficientes y donde todos son pequeñitos y muy buenos, pero hoy les voy a contar algo de Mariluz, que es una niña muy chiquita que vive en ese lugar.

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Como a todos sus paisanos a ella le gusta mucho pintar, cantar y bailar y por tanto pinta, canta y baila siempre que hay oportunidad. En las mañanas juega con las flores blancas de los jardines y les trae abejas y mariposas para que las pinten con sus alas de colores. Al mediodía descansa sobre la grama del patio con su perrito Plutón. Por las tardes canta con los pájaros y los últimos rayos de sol que penetran entre las verdes hojas de los árboles. Y en la noche baila con los resplandores que la luna deja sobre los prados de su casa. —Vení acóstate, que es muy tarde —la llaman sus padres. Y Mariluz ríe. Ríe mucho, corre, juega, busca entre los árboles, tratando de agarrar una luciérnaga para dormirse con ella.

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Ilustración: El partido, por Ángela Martínez, Samaria Palma, Kerin Tróchez, Enrique Midence.

EL PARTIDO Un domingo en la mañana, cerca del mar, los animales del campo estaban muy aburridos y platicaban sobre cómo podían hacer para divertirse un rato. En eso pasó por allí un monito buscando una piedra para abrir un coco que traía en la mano. —¡Juguemos un partido de fútbol con ese coco! —dijo el cangrejo muy entusiasmado.

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—¡Si, buena idea! ¡juguemos, juguemos! —dijeron los demás. El monito, que solo quería comerse el coco, no estaba de acuerdo con que lo usaran para jugar, pero al final el jamo y el perico lo convencieron de que lo prestara durante noventa minutos. Para eso le prometieron que después podría comérselo y que además sería el juez del partido. —¡Pero mucho cuidado con darle patadas muy fuertes! — convino el monito. Se formaron los equipos. En un lado estaban el ratón, el perro, el perico, el conejo, el coyote y el jamo y en el otro se veía a un gato, un cerdito, una paloma, una oveja, un burro y un escarabajo. El cangrejo y el tacuazín quedaron en la banca. Se puso el coco en el centro del campo y el mono ordenó que comenzara el partido. El gato se lo tiró a la paloma, la paloma a la oveja, la oveja cabecea para el escarabajo, pero se mete el gato y lo pasa al perico, el perico al conejo, el conejo al coyote, otra vez al gato y después al jamo. Este cae derribado por una coz del jumento, cobra la falta el cerdito y al rechazarla, otra vez el burrito suelta una tremenda patada que quiebra al coco en tres pedazos. El mono, muy enojado por el agua del coco que se derramó, toma sus pedazos y se sube a un árbol para comérselos. Declara desde allí que ha terminado el partido.

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—¿Quiénes ganaron? —pregunta el perro. —¡Todos ganamos, todos ganamos! ¡Hasta el mono ganó porque le partieron el coco! —dicen muy alegres otros ratones que se habían metido a jugar sin ser invitados. —¡Todos ganamos! —anuncia uno de los papagayos que vendía refrescos. —¡Qué chulo es un partido de futbol donde todos ganan! —grita el cangrejo. En animado grupo todos caminan a sus casas muy contentos y van gritando: —¡Sí, sí! ¡Nadie ha perdido! ¡Todos ganamos! ¡Es muy lindo, es muy lindo! Y así terminó aquel partido de futbol un domingo en que los animales estaban aburridos.

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Ilustración: La Navidad de Tomasito, por Johana Lobo, Saydi Lobo, Osman López, Flora Rubí.

LA NAVIDAD DE TOMASITO Era navidad y Tomasito salió de su casa a buscar algo para comer porque su mamá estaba enferma. Allí solo vivían ellos dos. Ni Tomasito ni su mamá tenían dinero, pero el niño salió porque le daba mucha pena ver a su mamá acostada y sin nada que llevar a su boca. En la calle iluminada otros niños reventaban cohetillos y mucha gente entraba y salía de las tiendas con regalos para su familia. Árboles de navidad con

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focos de colores había por todas partes. Todo era muy hermoso y limpio, pero Tomasito no se alegraba tanto porque tenía hambre y su pobre mamá estaba enferma. Se acercó a una venta callejera de baleadas y se entretuvo viendo como la gente compraba y comía tortillas de harina calientes con frijoles, mantequilla y queso derretido. Se le hacía agua la boca y trataba de disimular para que no creyeran que andaba pidiendo. Un señor muy gordo, que se había comido nueve baleadas y bebido cuatro tazas de café de una sola sentada, sacó su abultada cartera para pagar y no se dio cuenta de que un billete se salió de ella y cayó al suelo cerca de Tomasito. El niño le puso un pie encima sintiendo que su corazoncito palpitaba muy rápido. El señor se fue caminando muy despacio con la barriga llena y el niño se agachó a recoger el dinero. Era un billete morado y el niño, que nunca había ido a la escuela, no supo su valía. Durante un minuto Tomasito estuvo pensando en todo lo que tal vez podría comprar con aquel dinero. Medicina para su mamá, comida para los dos. Quizás un juguete. Pero no se sentía bien. Su madre siempre le decía que lo ajeno se ha de respetar y la conciencia no lo dejaba estar contento. Pensando en eso corrió muy duro hasta que alcanzó al hombre y mostrándole aquel papel, le dijo: —¡Señor, señor! ¡Mire, se le cayó este billete de su cartera!

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El hombre detuvo su marcha y observó al niño y al billete con mucha sorpresa. —Es un billete de quinientos lempiras —le informó— muchas gracias. Eres un niño muy honesto. Tomó el dinero y luego siguió su camino. Tomasito se quedó parado en la calle mirando cómo se alejaba y sintiendo una gran serenidad en su corazón. Al cabo de un rato, vio al hombre que venía de regreso y le ponía en su mano el mismo billete. —Tómalo —le dijo— lo mereces por tu honestidad. Es mi regalo de navidad y creo que tú lo necesitas más que yo. Cuando el niño quiso balbucir la palabra “Gracias” el hombre se había marchado nuevamente. Esa Nochebuena Tomasito y su madre pasaron tan dichosos y tan agradecidos que nunca jamás pudieron olvidarla.

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Ilustración: Los dos amigos, por Josselin Banegas, Wendy Sandoval, Rosa Castro.

LOS DOS AMIGOS El niño Tigrillo se hizo amigo en la escuela del niño Conejo y en el recreo compartían su merienda, reían y platicaban y se ponían a jugar. Los maestros y los alumnos cada vez que los miraban, decían “¡Qué grandes amigos son!”.

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Paseaban juntos y juntos hacían sus tareas todos los días. Sin embargo, un día, la mamá Coneja llegó a la clase y le dijo a la maestra Garza que no deseaba que su hijo jugara más con el tigrillo. Contó que ya se los había prohibido, pero que no le obedecía ninguno de los dos. —¿Pero, por qué? —preguntó la maestra muy asombrada— ellos son los mejores amigos de la escuela. La mamá Coneja abrió mucho los ojos, por el asombro. —¿Es que no lo sabe? —contestó alarmada— ¡Los tigrillos comen conejos cuando están grandes! Mi hijo corre un gran peligro. La garza, muy triste, no supo cómo responder y solo dijo: —Está bien, Doña Coneja, no los dejaré jugar juntos nunca más. Desde entonces separó a los dos cachorros y no les permitió que estuvieran cerca por ningún motivo. Ellos se pusieron tan tristes que ya ni querían volver a la escuela y sus padres tenían que mandarlos a la fuerza. Una mañana durante la clase de Educación Física, los niños y las niñas jugaban muy alegres en el campo pero en un lado estaba el niño Tigrillo sumamente callado y allá más lejos permanecía, infeliz, el pobre conejito.

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De pronto se hizo un gran tumulto, los maestros, los alumnos, las alumnas y los vendedores corrían en todas direcciones muy asustados. —¡El gavilán! —gritaban— ¡Viene el gavilán! El niño Conejo, que estaba distraído, ni se dio cuenta cuando unas fuertes garras lo apresaron de las orejas y empezaron a elevarlo por los aires. Todos se quedaron espantados, sin moverse, observando el horrible espectáculo. Solo el niño Tigrillo se puso en movimiento. En tres saltos elásticos alcanzó una pata del gavilán y le hundió las uñas con todas sus fuerzas. —¡Ay, ay, ay! —gimió el rapaz, al sentir el doloroso zarpazo, soltando su presa. Asustado pero indemne, el conejito cayó al suelo y corrió a abrazarse con su amigo el Tigrillo, que lo rodeó protectoramente con sus brazos. Todo el mundo aplaudió muy contento. Cuando mamá Coneja se enteró del suceso, corrió a la escuela y besando con amor a su hijo, besó también al niño Tigrillo y le pidió perdón por su tonta desconfianza hacia aquella hermosa amistad. Los cachorros no le escucharon ni una sola palabra porque ya andaban jugando futbol otra vez en el campo, como en los viejos tiempos.

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JOLGORIO En la ciudad de la Vida Perfecta que les conté había un perrito manchado de blanco y de negro a quien le decían Jolgorio. Su dueño, un niño llamado Dimas Andrés, le había puesto ese nombre porque el pequeño can era amistoso y se mostraba muy a gusto cuando husmeaba, movía la cola y ladraba alegremente a todos los que llegaban a su casa. Los visitantes le acariciaban la cabeza y decían que era un cachorro muy amigable. Jolgorio siempre quedaba encantado. Por el contrario el papá del niño no estaba de acuerdo con eso. —Este perro nunca nos va a cuidar la casa —se quejaba Don Gregorio delante de sus demás hijos y de su esposa. Él hubiera deseado que el perrito fuera muy feroz y que mostrara los dientes y ladrara a la gente que llegaba. —Nunca se sabe quién puede llegar a visitarnos —decía. Entonces Dimas Andrés le recordaba que en el lugar donde vivían no existían ladrones ni gente mal intencionada y por tanto no era necesario que nadie cuidara nada.

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—Yo solo sé que los perros deben servir para cuidar las cosas —terminaba diciendo su papá, muy disgustado, mientras se encerraba en una habitación. Jolgorio, entonces, como si entendiera las palabras de la gente, metía la cola entre las piernas y con la mirada triste se iba a echar muy lejos bajo la sombra de los árboles del patio. Allí pasaba mucho tiempo y no quería comer ni beber nada. Un día en que don Gregorio necesitaba firmar unos documentos que le habían traído a su casa unos hombres muy bien vestidos, se enteró de que su bolígrafo ya no tenía tinta. Apurado se dirigió al cuarto de su hijo a buscar otro lápiz y como Dimas Andrés no estaba, se dirigió a su escritorio para ver si había uno en su mochila escolar. Un fuerte gruñido detuvo su movimiento. —Grrr…grrr…grrr… Bajo la mesa permanecía Jolgorio con las piernas abiertas, el lomo erizado y los dientes pelados, gruñendo amenazadoramente. —Grrr…grrr…grrr… —¡Jolgorio! ¿Qué te pasa? —dijo don Gregorio, muy temeroso, chasqueando los dedos de su mano derecha. —Grrr…grrr…grrr… —seguía amenazando el perrito, mientras daba dentelladas al aire.

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—¡Perrito, perrito lindo! ¡Jolgorito precioso! —rogaba el hombre. —Grrr…grrr…grrr… —advertía el cachorro con cara de ferocidad— Guau, guau! —¡Eres un perro muy malcriado! —le gritó don Gregorio cuando se dio cuenta de que Jolgorio lo podía morder y tuvo que retirarse sin poder sacar el lápiz de la mochila. —¡Guau, guau, gurruguau! furiosamente, el perrito.

—le

respondía

Cuando Dimas Andrés regresó y su padre, muy enojado, le contó sobre el comportamiento del perrito, el niño se vio obligado a contestarle: —Eso era lo que tú deseabas. Ya debes estar contento, porque Jolgorio ahora si va acuidar celosamente las cosas de la casa. Después de pensar largo rato en el asunto, don Gregorio respondió: —No, por favor. Claro que no. Me doy cuenta de que yo estaba equivocado. Si sigue cuidando las cosas, no dejará ni que me siente en los muebles de la sala. —Está bien —dijo Dimas Andrés, fingiendo que le costaba aceptar y guiñándole un ojo a su astuto amiguito— mi perro, entonces, volverá a ser como antes.

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Desde entonces Jolgorio se pasa durmiendo las tardes sobre las piernas del señor de la casa y los hijos de éste le cantan una canción que le han hecho para molestarlo un poco: “Guau, guau, gurruguau, Hoy en este territorio, nuestro perrito Jolgorio se duerme con don Gregorio encima de un escritorio. ¡Guau, guau, gurruguau!”.

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LA HACIENDA DE DON SEBASTIÁN Para Florecita, una niña de nueve años, no hay nada mejor en el mundo que el periodo de vacaciones cuando las clases de la escuela se han terminado y sus padres le permiten pasar unos días en la hacienda de su abuelo Sebastián, en compañía de su hermanito Colacho, que apenas tiene seis años. Allá van los niños bebiéndose los vientos en el autobús que los conduce a la hacienda y la misma brisa les lleva los olores de los pinos, de los madreados y de los sanjuanes que vienen de la sierra. Ya les parece ver acercarse a Pomposo, el caballito blanco, con su galope gracioso y sosegado para llevarlos a pasear sobre la suavidad de su lomo y dejarlos a la orilla del río donde se bañan y chapotean con los patos y los gansos de la casa. Con cuánta impaciencia esperan el momento de ver a los ovejitos correteando por los verdes potreros, la hora de sacar los huevos frescos de los nidos de las gallinas ponedoras y de beber huacales de leche recién ordeñada de la vaca morena, con puñados de azúcar y de sabroso pinol, entre la helada neblina de la mañana. ¡Ah, qué delicioso! A Florecita le encanta echarles maíz a las blancas palomas y a Colacho le fascina montarse sobre el lomo peludo de los cabros. Ya le han empolvado la nariz varias veces pero nunca se ha dado por vencido.

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—¡Y los árboles de mangos, de ciruelas y de naranjas que nos esperan! —dice la niña, como soñando despierta. —¡Y las guayabas y los caimitos y la miel de las colmenas! —grita el niño con la boca hecha agua. La señora que los cuida y los pasajeros que viajan en los otros asientos, sonríen también muy contentos, compartiendo la gran felicidad de aquellos niños. Florecita piensa en los brazos abiertos de su abuelo Sebastián y de su abuela Camila que los esperan al final del camino y le parece oír sus risas formidables y cariñosas. Dice algo al oído de su hermanito y éste sonríe con picardía mientras le brillan sus grandes ojos negros. —Sí —le contesta a su hermana en el oído— esta vez nos traeremos un gatito. ¡Cuántas cosas los esperan y cuánto quisieran que corriera el tiempo para llegar a la hacienda de sus abuelos!

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EL SUSTO DE VALENTÍN Era Valentín un jolote que se las llevaba de valiente. Pendenciero y de mal carácter, le gustaba organizar peleas públicas con otras aves de la granja donde vivía y contar a todo el mundo durante muchos días las palizas que les daba a sus oponentes, mientras se burlaba de ellos entre grandes convulsiones de risa. —Jor…jor…jor… —se carcajeaba. Sus triunfos se debían a que los contrincantes que enfrentaba eran muy pequeños mientras que él, cuando se inflaba y esponjaba sus oscuras plumas se veía como un gigante. Ya había derrotado a cuatro gallos, tres patos, cinco pericos, un canario y a dos pavos reales. Su estrategia era muy simple: nada más se echaba sobre ellos y los aplastaba con su gran cuerpo. —¡Me rindo, me rindo! —se oían las vocecitas apagadas de sus oponentes desde abajo de aquella enorme barriga, a punto de ahogarse. Y el pavo Valentín reía y reía, encantado de la vida: —Jor…jor… jor… Una vez que le presentaron como adversario a un ganso casi de su mismo tamaño, no quiso pelear porque manifestó que eran primos hermanos y no le gustaba pelear con su propia familia. El ganso dijo que no tenía conocimiento de ese parentesco, pero aceptó la decisión en forma muy educada.

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Algunos sospecharon que el jolote tenía miedo porque con los delgados pavos reales resultó que no eran parientes, pero no dijeron nada por temor a ser aplanados. Así siguió la vida en la finca y Valentín continuó peleando y burlándose de todos. Un 24 de julio de ese año apareció por allí cerca un circo extranjero y todos los habitantes de la granja se alegraron mucho. Los que tenían dinero se aprestaron para ir a ver el espectáculo y otros como Valentín y sus amigotes de quedaron para organizar más peleas contra las aves pequeñas. Al día siguiente, muy temprano, el perico Tobías y algunos más que habían estado en el circo la noche anterior llegaron a la casa de Valentín y lo retaron a una pelea con un nuevo oponente que llegaría aquella misma tarde. Valentín se mostraba muy cauteloso: —Con tal de que no seamos familiares… —dijo. Tobías, que ya había sido revolcado por el jolote, era el más interesado en concertar la pelea: —Estamos dispuestos a darte una arroba de maíz tierno, si tú ganas —le propusieron. El pavo, al cabo de pensarlo mucho, dijo que estaba de acuerdo. Así pues, esa tarde todos los animales se reunieron en la plaza de la finca, haciendo un círculo. Nadie quería quedarse sin ver la pelea y pagaron la entrada que cobraban los amigotes del jolote.

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Un mono llegó en una carreta y con ayuda de otros animales bajaron una caja de cartón de tamaño mediano que pusieron en el centro de la rueda donde ya estaba Valentín en calzoneta, haciendo calistenias. —¿Qué traen allí? —quiso saber el jolote, mirando a los cargadores con desprecio. —Es tu oponente, que viene dormido —le informó Tobías. —Pues vamos a darle —dijo el pavo Valentín, con aire de suficiencia, al notar que él era mucho más grande que la caja entera. El papagayo Casimiro, que era el juez de la pelea, tomó un micrófono y dijo con voz fuerte y chillona: —¡Señoraaaas y señoreees! ¡Pelea a cinco asaltos por el campeonato local de boxeo de Granja La Esmeralda! ¡En este lado, con calzoneta verde y con un historial de 15 peleas ganadas, 0 empates y 0 derrotas, el invicto pavo, Kiiid Valentííínnn! Valentín hizo un saludo al público y éste le contestó con una tremenda rechifla. El juez se dirigió a la caja de cartón y comenzando a abrirla, continuó: —¡En esta caja, con historial desconocido, el retador: Gumaro, el avestruuuuz! El gigantesco cuerpo emplumado que venía hecho un ovillo comenzó a desplegarse poco a poco, saliendo de aquel recipiente de cartón como un dinosaurio que brotara de un huevo. Cuando terminó de salir y

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se estiró con un duro sonido de huesos todos vieron, con los ojos pelados por el asombro, que aquel avestruz era casi del tamaño de un burro. Valentín tenía el moco más blanco que un papel y estaba a punto de desmayarse, sumamente asustado. Ni siquiera tuvo tiempo de correr cuando sintió que aquella mole se le vino encima como si fuera un tractor. —¡Es mi tío! —Se oía su vocecilla bajo de aquel montón de carne y de plumas que lo comprimía dolorosamente contra el suelo de la plaza— ¡Me rindo! ¡Es mi tío! ¡Ay, ay, ay, ay, sáquenme de aquí! Al día siguiente, era de noche y todavía se oían las risas de los animales de la finca, imitando al jolote, que en ese momento estaba arropado de pies a cabeza, en una cama del hospital, enyesado, con calenturas y jurando que jamás se volvería a pelear con nadie. —¡Es mi tío, el avestruz! ¡Es mi tío, el avestruz! —remedaba el perico Tobías y todos los demás animales de la granja lo celebraban con largas y escandalosas carcajadas.

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Ilustración: Don Pajero, el coyote, por Lilia Urbina, Jadeline Reyes, Gabriela Tróchez.

DON PAJERO, EL COYOTE Cada vez que llegaba de visita al pueblo “La Vanidad”, un coyote de “Las Lomas” llamado Don Pajero, sabía cómo obtener comida, diversión y hospedaje gratis. Eso era extraño porque en aquel pueblo la mayoría de los vecinos eran muy arrogantes y no eran muchos los visitantes que se consideraban bienvenidos.

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Lo que hacía Don Pajero era que se vestía con sus mejores ropas, se cortaba las uñas, se peinaba, se echaba encima mucho perfume y procuraba llegar a cada casa en horas de comida o de merienda. —Buenos días, hermosa señora —saludaba con una reverencia a Doña Mula, cuando llegaba a su hogar. Luego continuaba: —¿Cómo ha amanecido tan preciosa dama? Pasaba aquí por casualidad y me he dicho: “Voy a saludar a esa generosa señora para ver si le aprendo alguna de sus refinadas costumbres o algo de ese cuidado que ella tiene con nuestro ambiente”. Doña Mula que cuando descansaba no hacía otra cosa más que echar basura en la calle de enfrente y tirar patadas a los que pasaban, se estremecía de gusto. —Pase adelante, Don Pajero. Haga el favor de sentarse. ¿No quiere una taza de café con leche y unas galletas de chocolate? Y mientras se zampaba todo lo que Doña Mula, encantada, le iba poniendo delante del hocico, el coyote le hablaba sobre lo lindas que eran sus orejas y de lo aseado y brillantes que mantenía sus cascos. Cuando sentía que su panza estaba a punto de reventar, pedía permiso para descansar en una hamaca que había en el corredor y al mediodía cuando despertaba, aceptando un refresco de Doña Mula, se despedía con mil halagos y se marchaba hacia la casa de Don Burro.

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—¿Cómo está mi querido Don Burro? ¿Cómo se encuentra esta joya del canto y de la melodía? Es tiempo ya de que grabe su primer disco. ¡Su maravillosa voz debe quedar eternizada para que la disfruten las generaciones del futuro! El burrito, satisfecho y contento, soltaba un rebuzno tan potente que ponía los pelos de punta a todos los vecinos y de inmediato invitaba al coyote a degustar una sopa de caracol con abundantes elotes y verduras. Allí se quedaba el coyote un buen rato aplaudiendo los rebuznos del asno y tragándose todo lo que éste le ofrecía. Al llegar la tarde se despedía con muchos elogios de su anfitrión y se iba a la residencia de Míster Gallo donde, después de alabarlo diciéndole que era un buen cantante, un gran pacifista y un leal esposo, cenaba y bebía como un rey hasta que llegaba la noche y se marchaba con rumbo a la lujosa mansión del mono Quintín, a quien decía que venía en busca de su consejo, por tratarse del ser más sabio, más serio y más responsable que había en todo el mundo. Allí se dormía sobre una gran cama entre las grandes almohadas y las sábanas suaves que le ofrecía el mono. De esta manera Don Pajero pasó muchos momentos felices en el pueblo “La Vanidad” sin gastarse un centavo.

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Pero como nada dura para siempre, la buena vida se terminó una tarde en que llegó a visitar a Don Cerdo Feliz y comenzó a felicitarlo por su excelente forma física y por la delicadeza con que se alimentaba. Don Cerdo Feliz, a quien nunca importó lo que opinaran los demás, no se creyó lo que le decía el coyote y le contestó riéndose a carcajadas: —Júa, jua, juar… ¿Quién te va a creer eso? Yo soy gordo, nunca he tenido ni cintura y… ¡No como, sino que me harto todo el día! Júa, jua, juar… ¡Qué buen nombre te pusieron! De ahí en adelante todos los animales comenzaron a sospechar de las mentiras de Don Pajero y ahora cuando éste se atreve a visitar el pueblo, todos lo reciben con muchas patadas y grandes ollas llenas de agua caliente sobre su lastimado lomo.

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Ilustración: Caramelo y Picarín.

CARAMELO Y PICARÍN En un tiempo hubo por aquí cerca una ciudad de gente pequeña que vivía en casas muy bonitas y aseadas del tamaño de una caja de zapatos. Tal como les dije antes, este sitio se llamaba La Ciudad de la Vida Perfecta. Por supuesto que allí había edificios mayores como la Iglesia o el Palacio Municipal pero apenas llegaban a ser tan grandes como un televisor.

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Allí todo era pequeño: Los más chiquirringos eran los gatos, los perros, las gallinas y otros animalitos, luego seguían los niños y las niñas y por último la gente adulta que no era más alta que un lápiz con borrador. De los pajaritos y los insectos ni hay que hablar. Todos vivían muy contentos, leyendo libros hermosos, escribiendo historias, dibujando, regando las plantas, barriendo las calles, construyendo muebles y aparatos, reuniéndose bajo los árboles diminutos para divertirse cantando o bailando en las noches a la luz de las fogatas. Los domingos unos se dedicaban a jugar todos los juegos que sabían y otros se iban a mirar los pececitos de colores que adornaban una clara quebrada que pasaba por allí cerca. Como no tenían con quien compararse ellos se creían grandes y normales. Picarín, un niño travieso de pelo encrespado y ojos negros, que le gustaba perseguir mariposas y saltamontes cuando iba rumbo a la escuela, a veces trataba de trepar alguno de los enormes peñascos que rodeaban la ciudad pero siempre era sorprendido por alguien que lo regañaba porque eso era muy peligroso, y cada vez que eso ocurría le recordaban que también estaba prohibido por las autoridades del lugar. Picarín, que no era resentido, se sacudía las manos y los pantalones y de inmediato continuaba su camino hacia la escuela corriendo atrás de las mariposas y los chapulines.

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El mejor amigo de este niño era otro de su misma edad, gordito, sonriente y de mejillas coloradas llamado Caramelo que casi siempre jugaba con él y lo acompañaba un trecho de regreso a sus casas. Un día comenzaron a pensar en lo que habría detrás de aquellos peñascos y otro día se preguntaron lo mismo y del día siguiente en adelante ya no pudieron quitarse esa idea de la cabeza. Se obsesionaron tanto con el asunto que cierto sábado en que no tuvieron clases decidieron pasar al otro lado. Consiguieron una cuerda que para ellos era larguísima, aunque a nosotros quizás nos hubiera servido para bailar un trompo y con un anzuelo en la punta, la fueron lanzando hacia arriba hasta que se detenía en algún hoyito y apoyándose en ella fueron alzándose poco a poco, con grandes esfuerzos hasta que se vieron en la cima de aquel grandioso peñasco. Caramelo y Picarín contemplaron maravillados el inmenso panorama que los rodeaba. Vieron árboles enormes que se elevaban hasta el cielo, animales gigantescos, zopilotes descomunales que volaban muy alto y muchos gigantes, hombres, mujeres y niños, que caminaban a lo lejos por las veredas, entre grandes zancadas. Pueda ser que hayan visto a alguno de los que están leyendo esta historia, pero no lo sabemos todavía. —¡Guau! —dijo Picarín, como si fuera un perro. —¡Ayayay! —contestó Caramelito, abriendo sus ojos como un par de huevos estrellados.

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Los de su compañero parecían dos rosquillas de a cinco lempiras. —¡Guau! —dijeron juntos, asombrados completamente. De repente, cuando estaban pensando en bajar al otro lado, vieron algo que los dejó paralizados de miedo y tan pálidos como si la sangre se les hubiera escapado de sus venas. Era una multitud de animales tan grandes como los perros que ellos conocían, resecos y duros, de muchas patas que las movían incansablemente pretendiendo subirse hasta donde ellos se encontraban con la boca abierta y los pelos parados. Despacio se fueron dando cuenta de que estos animalejos eran zompopos enormes de filosas mandíbulas en forma de tenazas y como sabían de la mordida de los pequeños que habían en su pueblo, imaginaron que cuatro de estos serían suficientes para comérselos enteros con todo y ropa. Afortunadamente los grandísimos insectos no lograban afianzar sus patas en la superficie lisa y pulida de las piedras, se estorbaban unos con otros y se deslizaban para caerse patas arriba en el suelo una y otra vez. Ese momento fue aprovechado por los azorados muchachos para deslizarse ellos mismos por el peñasco, en sentido contrario, y volver corriendo a sus casas para contar a sus padres el gran susto que llevaban, aunque supieran que estos se pondrían muy enojados y posiblemente los castigarían con severidad.

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Después de aquella aventura Caramelo y Picarín se volvieron obedientes por un tiempo pero siempre que miraban hacia los peñascos una leve corriente de frío corría por su columna vertebral. Sus padres, de común acuerdo, les habían impuesto el castigo de no cantar “La balada de las flores de mayo” ni bailar “El reguetón de los sapitos” durante dos meses. Ese era un gran castigo para toda aquella población que no podía vivir feliz si no bailaban o cantaban en cualquier momento y en cualquier lugar. Ambos hubieran preferido que los dejaran mucho tiempo sin trabajar, que era otra de las formas de castigar que tenía aquella pequeña gente, pero eso no sucedió. El abuelo de Caramelito, sin embargo, un día los llamó y cuando se sentaron a su alrededor, les contó lo siguiente: “Hace mucho tiempo, la Maldad se fue haciendo muy grande en estos lugares y la Bondad se volvió muy pequeña. Había muchos robos, secuestros y asaltos; quemaban llantas, cortaban árboles y botaban desperdicios en la calle casi todos los días, mientras que eran muy pocos los actos de caridad, de misericordia y de amor hacia nuestro prójimo. “Al ver esto la Bondad, con mucha tristeza, tomó a la gente que estaba de su lado, la volvió pequeñita y la colocó en esta zona escondida en medio de un gran zompopero donde puso enormes piedras lisas alrededor para que nadie pudiera entrar ni salir”.

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—¿Quiere decir que los que están afuera solo son gente mala? —preguntó Picarín. —No —dijo el honorable anciano. Ha vuelto a nacer mucha gente buena entre ellos pero la Bondad no encuentra como separarlos porque los malos, aunque son pocos, tienen muchas mañas para confundirse con los buenos. Así que lo mejor para todos es que sigamos aquí y continuemos tranquilamente con nuestras vidas. Los amigos entonces comprendieron la situación y se despidieron del abuelo con un abrazo, prometiéndole no volver a tratar de pasar al otro lado. Picarín, de regreso a su casa, se prometió que cuando fuera adulto y ya hubiera caducado su promesa, trataría de salir nuevamente para encontrar una forma segura de reconocer a la gente bondadosa e invitarlos a que vinieran a vivir en su pequeña ciudad. Con estos pensamientos en su cabeza emprendió una veloz carrera en pos de una bella mariposa azul y plata que volaba sobre las florecillas silvestres de la orilla del camino.

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LAS ELECCIONES En la ciudad de la Vida Perfecta podía haber elecciones cualquier día para nombrar las autoridades que necesitaban. El único requisito para votar era saber leer y escribir muy bien y como allí no había nadie que no supiera hacerlo así, votaban hasta los niños y las niñas. Cada uno de sus habitantes bien podía ser un candidato. Y ya que todos eran buenos y trabajadores y les daba igual ser o no ser autoridad, ninguno daba discursos ni se hacía propaganda. En el centro de la plaza, dentro de una glorieta, se levantaba una urna grande de metal, totalmente sellada y vigilada por un anciano denominado Astul, durante los seis días de cada semana laboral. Si un niño no había votado y quería hacerlo, solo le bastaba tomar un pedazo de papel y escribir por ejemplo: “Voto por Pancha Martínez para Alcaldesa”. Luego doblaba cuidadosamente el papel, lo echaba en la urna y dejaba que don Astul apuntara su nombre en el libro de votaciones que siempre llevaba consigo a todas partes. El niño sabía que no podía volver a votar hasta que se contaran los votos acumulados y por eso se ganaba un caramelo. Cuando la urna se colmaba al cabo de tres o cinco años, se rompía en presencia de todo el pueblo y don Astul escogía al azar seis ayudantes para que contaran los sufragios. De esta forma se elegían las autoridades de La Ciudad de la Vida Perfecta.

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La verdad es que con estas normas electorales se obtenían resultados divertidos. Cierta vez un venado cola blanca que acostumbraba entrar al parque a comerse la mala hierba salió electo Regidor y en otra oportunidad un frondoso árbol de aguacates que había en el patio de la escuela fue elegido Alcalde Municipal. Y por cierto, éste daba tan buenas cosechas que los libros de historia de la ciudad de la Vida Perfecta lo recuerdan como un Alcalde fenomenal.

JAIMITO Jaimito era un niño de diez años que también vivía en la ciudad de la Vida Perfecta. Su familia y sus amigos estaban muy orgullosos de él porque era muy laborioso, muy amable y cooperador, aseado, obediente y también muy buen estudiante. Todo el mundo lo quería y se preocupaba por él cuando estaba enfermo o cuando no lo encontraban en ninguna parte, como a veces ocurría. Hay que decir que Jaimito era un gran muchacho. Le encantaba jugar al baloncesto y salir en solitarias excursiones al bosque, a la represa de agua o una gran laguna que había en los alrededores. Sin embargo, cada vez que salía, tenía la mala costumbre de no decir nunca a nadie, ni siquiera a sus padres, a que parte de esos lugares iba exactamente.

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En esos casos abandonaba la casa sin decir nada y sus padres o sus tíos, sus hermanos o sus amigos, cuando notaban su ausencia terminaban preguntándose ¿Dónde está Jaimito? ¿Han visto a Jaimito? ¿Alguien sabe para dónde se fue Jaimito? —¡Este niño me va a matar de la preocupación! —declaraba su madre, apretándose la cabeza, mientras lo buscaba en todos los rincones del patio. Por supuesto, cuando al buen rato aparecía, sudoroso y ruborizado, lo llenaban de recriminaciones, lo regañaban y lo aconsejaban, diciéndole que ese proceder era muy peligroso y bastante desconsiderado con la gente que lo amaba. —¡Un día te vas a arrepentir de esa horrible costumbre! —le espetaba su padre, prohibiéndole bailar el reguetón de los sapitos durante una semana. Jaimito se arrepentía de sus actos y prometía avisarles cuando volviera a salir pero la verdad es que al cabo del tiempo se olvidaba de su promesa y creía que si paseaba cerca de su casa no tenía la obligación de decir nada. Cierta vez, aunque no tenía planeado salir de paseo, anduvo caminando despreocupadamente por el parque de la ciudad, donde encontró a una ardillita y corriendo, gozoso, tras de ella, se encontró de repente que se encontraba otra vez en el bosque. Ya puesto allí, los colores de las hojas de los árboles, las flores hermosas, los coloridos insectos voladores y la brisa que jugaba entre sus cabellos lo entusiasmaron tanto que caminó mucho tiempo embobado,

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admirando las maravillosas telas de las arañas, los nidos de las oropéndolas, los dulcísimos panales de las abejas y así llegó hasta una gran barrera de piedras enormes que le cortaron el paso. Había llegado a los límites de población. Pensaba volver sobre sus pasos, cuando uno de sus pies se introdujo en un estrecho agujero que estaba al costado de la enorme raíz de un gran árbol y con un grito de dolor cayó al suelo. En el bosque se escuchó un sonido de huesos que arrancó desde el tobillo del niño. El dolor era insoportable y por más que se esforzó, el pobre no logró sacar el pié de aquel hoyo que parecía apretarlo como una mandíbula. El niño lloró y se desesperó gritando: —¡Auxilio! ¡Ayúdenme! Pero solo unos pericos lo miraban con curiosidad desde la rama de un cedro. Jaimito lloró tanto que se le secaron los ojos y tanto gritó que se le fue la voz y se volvió ronco, pero fue inútil. Lo peor de todo era que la noche se acercaba. Allá en su casa, sus padres, sus hermanos y sus vecinos andaban como locos preguntando por él y buscándolo por todos lados. Cuando llegó la oscuridad de la noche unos consiguieron unas linternas y otros unos hachones de ocote encendido y siguieron revisando cuidadosamente las orillas de la laguna, los escondrijos de la represa de agua y los rincones del bosque, sin hallarlo.

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Era noche cerrada y el niño seguía acostado, temblando de frío y de miedo, con el tobillo hinchado y doloroso, rezando arrepentido para que pudieran encontrarlo. “Si hubiera dicho hacia donde venía, ya me hubieran encontrado” pensaba con amargura. Cantos de lechuza y aullido de coyotes que brotaban de la espesa negrura, llegaban constantemente a erizarle los nervios. Siseos que podían ser de culebras pasaban cerca de su cuerpo. Jaimito se sentía muerto de miedo. Transcurrieron casi tres horas más cuando los ojos abiertos y desorbitados de Jaimito vieron unas luces que se acercaban. Trató de gritar otra vez pero no le salió sonido alguno. Apenas una lágrima se deslizó entre uno de sus ojos. Cuando sintió que su madre lo tomaba entre sus brazos y su padre le sacaba el maltrecho pie del agujero, se desmayó por completo. Al día siguiente se despertó sobre la tibieza de su cama y se enteró de que tenía un tobillo enyesado. Nadie lo regañó, nadie lo castigó, nadie le aconsejó nada. Todos sabían que no era necesario eso. Jaimito había aprendido una lección.

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CANTO A MAMÁ Quiero escribir para ti un verso azul o amarillo, rosa, celeste, sencillo, de los que hiciera Martí. Decirte que eres rubí, nube, estrella, pajarillo, perla del mar, duendecillo de una montaña turquí. Ayer noche yo leí de las estrellas al brillo que cada reina un castillo debe tener, porque si. ¿Y sabes lo que sentí al leer el cuentecillo? —Un inquieto dolorcillo. ¡Construiré uno para ti!

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LLUVIA DE CUENTOS se terminテウ de imprimir en PUBLIGRテ:ICAS, en el mes de diciembre de 2014, Tegucigalpa Honduras. Su tiraje consta de 8,150 ejemplares.


SI CREO Y LEO, ME RECREO Que los niños y niñas creen sus propios libros, que lean, jueguen y se diviertan construyendo un mundo a la altura de su imaginación. Que quien mire las imágenes y sus palabras en cada uno de estos cuentos, relatos y poemas de la colección SI CREO Y LEO, ME RECREO, tenga una invitación, una puerta abierta al increíble y fantástico universo de la imaginación infantil hondureña. El propósito de la colección SI CREO Y LEO, ME RECREO, es contribuir a fortalecer habilidades de lectura, que haya más libros en las escuelas de Honduras, más niños y niñas leyendo. Que la niña y el niño, en ese momento clave de la lectura, interrogue, reconozca su entorno, lo piense, lo invente y lo exprese; en fin, que se transforme en un buen lector, un estudiante sin limitaciones para entrar y salir de todos los mundos que ofrecen la escuela y la vida.

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