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Así son ellos
HERNÁN YUPANQUI ESTÁ CONVENCIDO de que están ahí para felicitarlo. Cualquier otro día habría pensado, al ver al final de la calle a los vecinos amontonados en la puerta de su casa, que algo terrible había pasado: otro robo, el asma, problemas con Adelita. Pero hoy no. Hoy Hernán Yupanqui ha salido en la televisión. El mismísimo Ministro le ha dado la mano y una tarjeta con su número personal. Quizá Carmen haya puesto a la niña frente al televisor y las dos lo hayan visto en el noticiero, piensa Hernán Yupanqui. Quizá Adelita lo haya reconocido.
Lo de la tarjeta del Ministro solo se lo va a decir a Carmen, porque si no los vecinos se la arrancharían de las manos para llamarlo a pedirle sabe Dios qué favores. Que arregle la calle, podría ser, porque el Lada sufre con cada hueco, piensa Hernán Yupanqui, y porque sus vecinos, como dice Carmen, son unos flojos y unos conchudos. Seguro le pedirían una pantalla gigante para ver fútbol, y qué vergüenza, imagina Hernán Yupanqui, si al Loco Edson le da por llamar al Ministro todo borracho. Habrá que esconder la tarjeta, quizá atrás del ladrillo suelto que se desprende, o en la cuna de Adelita, piensa Hernán Yupanqui, porque de qué serán capaces los vecinos.
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Cuando apaga el foco del cartel de taxi ve que allí no falta nadie. Están todos. Hernán Yupanqui va más lento por los baches y los charcos y el barro, pero también porque quiere hacerse esperar. Si Adelita está dormida, si Carmen le deja, se va con los muchachos a la cancha y
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cuenta la historia como las cuenta Miguelón: con gracia y parado sobre la caja de cervezas. Y claro que hoy Carmen le va a dejar, está convencido, Hernán Yupanqui.
Imagina Hernán Yupanqui sus caras cuando les cuente cómo reconoció al Ministro en el espejo retrovisor, cómo hablaron de política de igual a igual, cómo se olvidó en su taxi la bolsa de papel con todos esos dólares, y cómo él consiguió devolvérsela. Repite Hernán Yupanqui en voz alta las palabras del Ministro: “representa usted el verdadero espíritu honrado del noble trabajador peruano”. Usted.
El único faro del Lada ilumina primero al Loco Edson y después a Miguelón y después a Carmen, que coge a Adelita de la mano. Hernán Yupanqui se molesta, por que qué hace la niña afuera tan tarde, con esta humedad y sin el oxígeno, piensa Hernán Yupanqui cuando la primera piedra destroza el cristal. Cuando la segunda revienta el espejo lateral y las siguientes caen como granizo, Hernán Yupanqui ya no piensa, pero arrastrándose fuera del carro, entiende: envidia. A su alrededor solo ve pies descalzos y zapatos embarrados, porque así son ellos, piensa Hernán Yupanqui, unos flojos y unos conchudos y unos envidiosos y unos sucios. Pero por qué Carmen también lo mira con tanto odio, con tanta envidia, por qué no abriga a Adelita, por qué en lugar de eso Carmen levanta la piedra más grande sobre su cabeza, es lo único que no entiende, Hernán Yupanqui.
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Sofía Carrère
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Sofía Carrère Oriunda de Santiago de Chile. Licenciada en Letras Hispánicas y Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ilustradora autodidacta y amante de los gatos. Actualmente vive en Barcelona y cursa el máster de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra.
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