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Paola Carrillo Viteri Cinco juegos para soñar: cuento fraccionado
Cinco juegos para soñar
cuento fraccionado
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PRIMERO
ME IMAGINO EL DÍA en el que nació el pospretérito. Seguramente, dio sus primeros gritos en la sala de reuniones de la plaza, la cueva o el bosque, donde estaban abarrotados todos esos cobardes que, hace mucho, habían abandonado el pasado y el presente, y vivían en la especulación. –Queda pintado en las tablas de La Ley –debió haber dicho el promotor principal de los sueños expresados–, de ahora en adelante existirá un Optativo, una forma de desear para cada uno de los tiempos. Así, diremos: en presente si yo amase, en pasado si yo hubiera amado y en futuro ojalá yo ame. –¡Bravo! ¡Viva! –en toda la comarca debieron haber retumbado los gritos de celebración de las dos docenas de aldeanos optativos, que giraban en círculo, saltando sobre sus pies izquierdos.
Por suerte, ninguno de los militantes, ahí presentes, viviría para saber que, como escribió Mónica González Manzano, en un artículo, en 2006, “el hecho de que el optativo siempre se haya usado para designar lo irreal provocó que estas formas nunca tuvieran una referencia temporal clara que, desde el momento en que se pierde la idea de qué designa exactamente el optativo, pasa a ser un hecho irrelevante”.
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Como aquellos cobardes, yo me lo imagino todo. ¿Y a quién no le gusta navegar en la duda? Por favor, no me digan que no saben cómo. De inicio, el pospretérito sólo requiere un: Y si…
me sujeto a este tiempo para huir del encierro…
SEGUNDO
OJALÁ YO FUERA ESA GAVIOTA que atraviesa lo profundo del cielo a esta hora de la tarde, cuando las sombras de los edificios a mis espaldas invaden casi toda la terraza. Ojalá yo tuviera sus dos alas pegadas a mi espalda luchando contra las corrientes de pensamientos que me impiden volar. ¿Bastará con tener fe y decir sí creo? o ¿será que esos discursos de valentía solo sirven en Nunca Jamás? De todas formas, si yo fuera esa gaviota de ahí arriba, no tendría que decidir y me limitaría a recorrer el espacio aéreo, viendo cómo las torres de departamentos, del Centro de Barcelona, se convierten en una sola mancha de jaulas de hormigón. Ahí, desde lo alto, inventaría juegos de caída libre y, cerca del suelo, me dejaría vencer por el aire que cruza las callejuelas del barrio Gótico y se dispersa en las encrucijadas, donde descansan fuentes de agua y vendedores de «cerveza, beer». En mi paseo vespertino además… ¿qué más? ¡ah, claro! aprovecharía que soy una gaviota y no una turista que debe reservar tickets para conocer la casa Batlló, de Gaudí y, entonces, camuflada entre mis plumas rozaría las calaveras en forma de balcones y giraría una, dos, cinco , nueve, ochenta veces,
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mientras señalo en la fachada los detalles que ya he visto en algún sueño. Una vez exhausta, me posaría en la punta de la escultura más alta de esa casa y, desde ahí, contemplaría un Paseo de Gracia extraño para cualquiera que lo haya conocido lleno de celulares sacando selfies y manos pidiendo caridad, en ese pasado remoto en el que no nos escondíamos y podíamos salir a desfilar con alguna bandera. Pero esos pensamientos son justo los que debería evitar para permanecer en mi cuerpo de gaviota que desconoce el tiempo humano y que solo vuela y se dispara como flecha hacia las Ramblas, por fin, libres de cabezas, pies, manteles, flores y Messis de bolsillo. Ojalá yo pudiera ser esa gaviota que pasa de largo por los quioscos comerciales y se atreve a explorar los cuerpos de los plátanos de sombra, dispuestos en fila, a lo largo del paseo peatonal. Ojalá yo pudiera imaginar más excursiones en el aire, quizás alguna visita al monumento de Cristóbal Colón para liberar en su cara de bronce los sentimientos vengativos que se revuelven en mi estómago de gaviota latinoamericana. Ojalá yo pudiera imaginar más, pero el viento sopla y en la terraza ya no quedan espacios sin sombras. Es tiempo de abandonar el cielo, aún no es hora de volar.
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TERCERO
Ilustración Carlo Celi
Desde que estamos encerradas, hemos recibido muchas más visitas online y –lejos de establecer una dinámica estricta– hemos desarrollado nuestras propias formas de presentar los espacios de la aldea de hormigón, en la que ahora pasamos las horas completas de todos nuestros días. Al menos yo, me he vuelto una experta en recorridos guiados. Por ejemplo, supongamos que a esta hora, las 23:00, llama a mi teléfono una amiga, desde Ecuador, y yo tengo que darle un tour introductorio por la geografía del departamento que comparto con dos amigas, en El Raval, de Barcelona. Para ese caso hipotético he preparado unas líneas que transcribo a continuación:
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Al atravesar el Marco del Triunfo (la única frontera con el exterior), ingresamos al living o plaza principal. A la derecha, vemos una ventana rectangular, cubierta por caracoles, ojos, ramas verdes y flores amarillas. El vitral constituye una de las principales piezas artísticas que se exhiben en las paredes, de forma permanente. No se sabe con certeza qué antigüedad tiene, pero, se puede inferir que lleva aquí varias generaciones de inquilinas. Junto a la reliquia, tenemos la puerta del primer baño, uno de los sitios más utilizados para la meditación sedente. A continuación, si mantenemos nuestra vista hacia adelante, identificaremos el principal punto de encuentro de la plaza: una mesa de menos de 40 centímetros de altura y un sillón para tres personas, iluminado por uno de los tantos soles que aquí yacen sobre estructuras verticales. Muy cerca de allí está la puerta del segundo baño, donde las sesiones bajo el agua caliente se prolongan hasta las madrugadas de bebida y fiesta. Como podemos observar, si levantamos la mirada, la biodiversidad se extiende a lo largo y ancho de la blancura del cielo, conformado por ondulaciones metálicas. Vemos cascadas de grullas de papel meciéndose con el aire y enredaderas de plantas, sembradas en macetas color ladrillo. Bajo nuestros pies está el suelo florecido por mosaicos de hojas verdes y de pétalos rojos y amarillos, capturados en baldosas hidráulicas catalanas que no conocen ninguna estación del año y nunca fueron tocadas por el verdadero sol.
En este punto que están permitidas las fotografías, haremos un descanso para luego continuar con el recorrido por la cocina y sus paisajes de fuego y hielo, y finalizar con el pasillo de las recámaras de los sueños atrapados.¿Alguna pregunta?
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CUARTO
Si esta bitácora de entrevistas a personas en aislamiento habría sido recopilada hace dos semanas, quizás el 10 de marzo, seguramente estaría llena de respuestas irrelevantes. Sin embargo, los testimonios que leerá a continuación son recientes y auténticos, y fueron consultados a cuatro personas que viven en un mismo piso, en la calle Joaquín Costa, del Raval.
Rebeca, la documentalista, es la primera en hablar «Me gusta mucho vagabundear por las calles y creo que lo primero que voy a hacer cuando pueda salir, si puedo salir pronto, será caminar por la ciudad porque siento que cuando voy por las calles me conecto con el resto del mundo y la existencia deja de ser tan solitaria. No sé qué va a pasar si el confinamiento dura más tiempo, no sé cómo será nuestra forma de entender la vida, no sé si vamos a evolucionar y pensar cosas mejores o vamos a tener un espíritu más proactivo para crear o si el sistema tal cual como funciona va a seguir luchando por sostenerse y no vamos a ser capaces de cambiar. La vida dentro de la casa no siento que haya cambiado tanto, fíjate. Sí, estamos pasando más tiempo de lo normal juntos, pero tenemos espacios individuales y eso está bien. La relación al menos como yo la vivo está bastante normal, probablemente, mi teoría es que nuestros vínculos se van a hacer más profundos y eternos (se ríe), en el sentido de que es una experiencia radical e importante que no se olvida por más que no nos veamos en mucho tiempo cuando cada quien siga con su vida, siempre va a estar en tu cabeza que compartimos aquí adentro».
También Daphne, la visitante de París, da su opinión «Si pudiera salir iría a la playa, al tiro. Pasaría un día ahí. Lo único que
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me preocupa de vivir la cuarentena como invitada es ¿cuánto molesto yo? en el sentido de que vine un fin de semana y no sé cuánto tiempo me voy a quedar y no quiero pasarme de barsa. El mundo está cambiando muy rápido, la gente se está muriendo, pero no solo eso, todas nuestras relaciones sociales, nuestra manera de trabajar, nuestra manera de convivir, todo eso está en crisis y tiene que morir para después renacer. Mientras tanto, las autoridades se están dando cuenta que no tienen tanto poder como creían. No… no sé si se están dando cuenta, pero creo que ahora la gente está empezando a tomar el poder que tiene. ¿Si es que no hay internet? Ajá, yo creo que nos haría falta la comunicación con la gente que en este momento está siendo vital. El acceso a las noticias. Eso. Si estamos encerrados en la casa y no sabemos qué está pasando afuera me da mucho miedo y si no podemos comunicarnos, si no me puedo comunicar con mi familia en Chile, con mis amigos, con la gente que quiero me da mucho miedo pero creo que es posible que eso pase».
La sonriente Emma expresa su criterio «¿Qué me gustaría hacer? Tirarme al mar, mmm con mis compañeras. Ir a la montaña porque ya lo tenía planificado y perderme un poquito, tomar zetas, bailar… ¡ah! y una última cosa, ir al parque con mi sobrino. Prefiero ver el lado positivo de la cuarentena. Al principio me daba más miedo, pero ahora ya llevo seis ¿siete? días estoy bastante sorprendida de mí y de nuestra pequeña comunidad que se ha formado, ya veremos qué pasa después. Creo que en parte el virus es una especie de karma que les ha tocado a los políticos, que se están quejando de una guerra sanitaria, pero hasta ahora lo único que han hecho es recortar en sanidad. Lo veo así como una bofetada. La gente cuando salga, no sé, no se sabe qué va a pasar porque nunca ha vivido esto, quizá aumente la violencia, quizá no. Supongo que estamos todos en una situación desconocida.
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los políticos también y yo creo que están un poco cagados de miedo y al mismo tiempo estarán intentando buscar todas las grietas para ganar pasta. Como estoy con vosotras creo que si falta algo lo llevaría bien, estoy segura de que haríamos todo para llevar lo mejor posible esa adrenalina de vivir como nuestras antepasada».
Rocket, el fantasma, responde unas preguntas -¿Qué harías si hoy se terminara la cuarentena? -Seguir haciendo mi vida. -¿Alguna actividad en particular? Andar en skate, sí, haría eso. Podría ir a la montaña que es lo que tenía planeado. -¿Qué extrañas de estar afuera? Estar en la calle, estar sucio, poder tomarme una cerveza tranquilo en la calle, patinar, correr. -¿Qué crees que están haciendo las autoridades durante la cuarentena? Metiendo miedo y no tomando las medidas que de verdad deberían tomar po, si es algo tan grave no están tomando las medidas como debería ser. -¿Qué pasaría si la cuarentena se alarga por tres meses? -¿Tres meses? no me lo puedo imaginar, de verdad, si estando cinco días ya es como harto, lo puedo resistir y todo, pero uno nunca sabe, por cosas de comida o de salud, o quizá me enferme antes u otra persona o seres queridos que estén infectados, no sé cómo podría reaccionar. -¿Cómo sería salir después de ese tiempo? -Una fiesta gigante -¿Cómo es la vida reducida a un departamento, pensaste que podía pasar? -Sí, últimamente sí, pero con menos gente he pensado esas cosas, pero como si estuviera en una situación en la que de repente podí salir con
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una única persona a recolectar comida, después tener que entrar sin que te vea la policía, así de película, eso la verdad me imaginaba no por el virus, sino que a veces solo me lo imagino. -¿Sería como huir de algo? No, sería algo como sobrevivir estando todo muerto. -¿Como peli de zombis? Ma o meno, sí como esas películas de zombis que tení que salir con un huevón así con una metralleta, la otra persona vigilando, con otra forma de comunicación, walkie talkie, radio o alguna huea así.
QUINTO
01:02. Llega a mi whatsapp un video en el que aparece mi abuelita moviendo las manos frente a la cámara. «Sólo diga hola», le dice mi prima, afuera del cuadro. «Hola Paolita, ¿cómo estás? estás hablando con tu abuelita». Los agudos de su voz me traen el calor de las 12 del día, el humo de las ollas sobre la estufa y la felicidad del jugo de la caña de azúcar chorreando por mis dedos. Cuando vine a España no me despedí de ella. No me despedí casi de nadie. Le doy play al video una y otra vez. Cuando se termine la cuarentena iré a visitarla, o quizás no.
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