Plan de viaje. 20 voces trasatlánticas

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Cinco juegos para soñar cuento fraccionado

PRIMERO ME IMAGINO EL DÍA en el que nació el pospretérito. Seguramente, dio sus primeros gritos en la sala de reuniones de la plaza, la cueva o el bosque, donde estaban abarrotados todos esos cobardes que, hace mucho, habían abandonado el pasado y el presente, y vivían en la especulación. –Queda pintado en las tablas de La Ley –debió haber dicho el promotor principal de los sueños expresados–, de ahora en adelante existirá un Optativo, una forma de desear para cada uno de los tiempos. Así, diremos: en presente si yo amase, en pasado si yo hubiera amado y en futuro ojalá yo ame. –¡Bravo! ¡Viva! –en toda la comarca debieron haber retumbado los gritos de celebración de las dos docenas de aldeanos optativos, que giraban en círculo, saltando sobre sus pies izquierdos. Por suerte, ninguno de los militantes, ahí presentes, viviría para saber que, como escribió Mónica González Manzano, en un artículo, en 2006, “el hecho de que el optativo siempre se haya usado para designar lo irreal provocó que estas formas nunca tuvieran una referencia temporal clara que, desde el momento en que se pierde la idea de qué designa exactamente el optativo, pasa a ser un hecho irrelevante”. Paola Carrillo Viteri 163


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