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Perros pudorosos

EL SEMÁFORO PASÓ de un amarillo intermitente a un rojo definitivo. La pickup se detuvo antes del cruce peatonal. En el interior, F y B contemplaban silenciosamente la calle. F abrió un poco la ventana y vio a dos perros que pasaron uno detrás del otro y se introdujeron en un callejón estrecho de la colonia San Pedro. —¿Cuándo fue la última ves que viste a unos perros cogiendo? —¿Qué? —Eso, que hace muchísimo tiempo que no veo perros apareándose en la calle, ¿tú? —No digas “coger”, flaca. Se oye muy mal.

Temprano en la mañana F salió a la calle en busca de croquetas para G, su perro pomeranian. Al volver a casa, encontró a G montando y embistiendo su mochila del trabajo, como había hecho en los primeros meses de su adolescencia canina. G, al percatarse de la presencia de F, pegó un brinco sobresaltado, luego gruñó y caminó lentamente hacia la cocina, olvidándose de la mochila.

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F acudió al internet para investigar. Tecleó, “perros apareándose”. Después de encontrar el resultado obvio de videos de perros apareándose, notó que de todos, el último tenía fecha del 2016. Volvió a la página principal y tecleó “Perros pudorosos”. El único resultado medianamente relacionado con lo que la llevaba a la búsqueda, fue un cuadro de un

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pintor yucateco en el que aparecían tres perros antropomórficos con sonrisas juguetonas, cubriéndose los genitales con las manos. Desesperanzada y frustrada, habiendo agotado las opciones detectivescas a su alcance, F abrió twitter y escribió “¿Alguien más se ha dado cuenta de que los perros ya no se aparean en público?” Pronto recibió un corazoncito de B, que siempre estaba al pendiente de su presencia digital.

Al despertar, se encontró con 2 mil likes a su tuit, y 60 retuits, entre ellos, algunas plataformas digitales de la ciudad con un gran alcance de lectores. Pronto empezaron a surgir notas “¿Pueden los perros sentir pudor?” y “Nadie ha visto a perros apareándose en el último año, revela encuesta”. Entre los muchos comentarios e interacciones, había personas que afirmaban que los perros en esa ciudad norteña, con su nuevo sentido del pudor, no podían hacer sus otras necesidades fisiológicas frente a los humanos y que habían comenzado a hacerlo únicamente en cuartos específicos de las casas, en callejones, detrás de tambos de basura, pero nunca en parques y avenidas.

Se formaron bandos. Mucha gente aplaudió esta nueva faceta, lo celebraron como una victoria, el siguiente paso de la domesticación animal. Sin embargo, el partido político en turno, apoyado por la iglesia local, emitió un comunicado en el que decía que haber domesticado animales había sido un error, que era contra natura que un animal pudiera sentir pudor, algo tan humano.

El debate escaló rápidamente. Hubo manifestaciones frente a la casa de gobierno. La gente dejó de sacar a sus perros a pasear. En un intento desesperado, la fracción con el discurso más conservador instauró cursos de reeducación para perros, en los que los instructores desprovistos de vergüenza se exhibían sin ropa en las plazas públicas y realizaban actos sexuales en los kioscos. Mucha fue la convocatoria y grande fue la demostración en el zócalo de la ciudad. La policía, con órdenes de no someter a los manifestantes, se limitó a organizar el

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tráfico. Algunos oficiales, abrumados por la realidad, se despojaron de su uniforme policial y se unieron a las demostraciones públicas. Los perros que estaban atados a los postes, se mostraban indiferentes ante el espectáculo. Un manifestante pensó que había que desatarlos, para que pudieran andar libremente, y así lo hizo. Los perros, memoriosos y avergonzados, volvieron a sus casas y cerraron las puertas.

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