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Decisiones
COMPRENDIÓ QUE ELLA NO VOLVERÍA cuando tuvo que aprender a ponerse el protector solar solo. Llegar a la espalda alta entre los omoplatos es siempre complejo. Hay que contorsionarse casi hasta luxarse.
A las dos semanas de vacacionar en Málaga ya comenzaba a cansarse de tantas tardes en las playas. El mar en este lado del mundo es más tranquilo de lo que es entretenido y además, leer en la arena nunca ha sido algo cómodo. Le costó el infinito decidir en qué hotel se hospedarían.
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Ella se fue. Lo abandonó por un francés que leía literatura clásica y que tenía un postdoctorado en Rimbaud, o en Lautréamont, algo serio, de los padres de la Poesía, de esa con mayúscula. Él en cambio leía los mismos autores de siempre, y escribía los mismos cuentos de siempre. Él creía que eran infinitos sus temas, sus argumentos, pero siempre los cuentos terminaban siendo algo para ella. Incluso cuando estaban juntos, él escribía cuentos (o poemas en prosa, no podía elegir entre un modo u otro) sobre el abandono, sobre cómo ella lo dejaba, porque él no se decidía a hacer nada, y ella se cansaba de seguir esperándolo con cara de árbol paciente.
Alguna vez encontró esta forma de comenzar un cuento: “Comprendió que ella no volvería cuando tuvo que aprender a ponerse el protector solar solo” ese inicio era de un conjunto que había titulado solemnemente: Epitafios Tristes. Ese era el primero de los epitafios;
Rubén Nachar 37
el segundo era este: “Solo fue el hueón que la ayudó a ganarse la beca”, el tercero decía así: “Bailó la música que le pusieron, que siempre fue malísima”.
Durante el desayuno en el hotel le era imposible decidirse entre jugo de naranja o de piña, mermelada de frutilla o de mora, y la indecisión que más la enardecía a ella: si tener un hijo o ser antinatalista; todo mientras la fila del desayuno se acumulaba largamente.
Al francés lo conocieron en el ascensor, cuando por culpa del calor extremo del verano se cortó la luz en el hotel. Ahí quedaron los tres. Él con el bolso de playa al hombro y su libro de compilación de novelas por entregas. Ella, con gafas de sol y un bikini azul que hacía que su clavícula se viese como una fortuna. El francés con alguna edición extrañísima de Les fleurs du mal en edición con comentarios y revisiones críticas. Él le comentó a ella que lo encontraba parecido a Thor de los Avengers, o a Spiderman, no podía decidirse. Y ella observó al francés, abriendo los ojos, un poco la boca, mordiendo un segundo la comisura de su labio, y entre ellos comenzaron a hablar, por todo lo que fue ese encierro.
El último cuento que él escribió se titulaba: “Instrucciones para hacer desaparecer dos cuerpos y medio”, un cuento que explora la posibilidad de desaparecer dos cuerpos entre los que se forma un tercero. Era sin lugar a duda lo mejor que había escrito, una prosa descarnada, salida de las vísceras. No se animaba a terminarlo, no aún, aún no podía decidir dónde poner el punto final.
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Desiciones
Flor Braier Kantor
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Flor Braier Kantor publicó dos libros de poemas: Bambalinas (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires) y Los nombres propios (Editorial Caleta Olivia, Buenos Aires). Poemas suyos formaron parte de la antología Poemas y relatos desde el Sur (Ediciones Carena, Barcelona). Como música solista su último disco editado es Duermen los animales.
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