Decisiones
COMPRENDIÓ QUE ELLA NO VOLVERÍA cuando tuvo que aprender a ponerse el protector solar solo. Llegar a la espalda alta entre los omoplatos es siempre complejo. Hay que contorsionarse casi hasta luxarse. A las dos semanas de vacacionar en Málaga ya comenzaba a cansarse de tantas tardes en las playas. El mar en este lado del mundo es más tranquilo de lo que es entretenido y además, leer en la arena nunca ha sido algo cómodo. Le costó el infinito decidir en qué hotel se hospedarían. Ella se fue. Lo abandonó por un francés que leía literatura clásica y que tenía un postdoctorado en Rimbaud, o en Lautréamont, algo serio, de los padres de la Poesía, de esa con mayúscula. Él en cambio leía los mismos autores de siempre, y escribía los mismos cuentos de siempre. Él creía que eran infinitos sus temas, sus argumentos, pero siempre los cuentos terminaban siendo algo para ella. Incluso cuando estaban juntos, él escribía cuentos (o poemas en prosa, no podía elegir entre un modo u otro) sobre el abandono, sobre cómo ella lo dejaba, porque él no se decidía a hacer nada, y ella se cansaba de seguir esperándolo con cara de árbol paciente. Alguna vez encontró esta forma de comenzar un cuento: “Comprendió que ella no volvería cuando tuvo que aprender a ponerse el protector solar solo” ese inicio era de un conjunto que había titulado solemnemente: Epitafios Tristes. Ese era el primero de los epitafios; Rubén Nachar 37