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El claro

EL AIRE DEJÓ DE LLEGARLE a los pulmones, se le quedaba en la boca. Los pies le ardían. Casi se tropezaba con las raíces que sobresalían de los árboles. Pero retomaba el balance como podía, aunque ya el cuerpo se le caía.

Los gritos alcanzaban los oídos. Estaban detrás. Los sentía amarrarse a las piernas, los brazos, el pecho. Jadeaba y las lágrimas le volaban por los cachetes. Sin razón alguna, se imaginaba que estaría a salvo si llegaba a aquel claro. Allá donde se despejaban los árboles y las ramas secas no le cortaban la piel, el claro la protegería. Se lo quería creer, se lo quería creer.

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Tiraba los pies al correr, empujando su cuerpo adelante, los brazos apenas agarrando la brisa que la llevaba a ese campo despejado. Un pie, otro pie, un pie, otro pie, ay Santo no puedo me muero no, un pie, otro pie, un pie, voy a morir, me voy a morir. Los gritos se acercaban. Me van a matar. Sentía las venas palpitando desde las plantas de los pies hasta la corona de la cabeza. Me debería dejar matar.

Cuando empezó a ver borroso, una raíz la agarró de la punta de la bota. Sintió el cantazo en la palma de las manos y un golpe en la cadera. Antes de darse cuenta, se había caído. El pecho se le iba a explotar tratando de coger aliento. Miró atrás. Vio las personas gritando por su muerte y las lágrimas se le cayeron a borbotones. Voy a morir.

Arrastró la mirada al frente. Se quedó quieta.

Patricia Infanzón Rodríguez 79

Ahí estaba el claro, a un pie de ella. En su centro tenía tres columnas de humo, fuego y nieve. Apretó fuerte los ojos y vio siluetas bajo un velo negro, otro rojo y la última de blanco. Estoy viendo fantasmas. Ya morí.

La miraban. Ni se había dado cuenta que se acercaba al centro, sólo dejó de sentir sus piernas. Estoy muerta, ya me mataron y por eso veo fantasmas. Llevaban la piel pálida bajo aquellos velos, cada una con un traje del mismo material, negro, rojo y blanco. Le miró en las manos un hilo grueso, aguantado entre ellas para formar un triángulo. Seguía convencida de que estaba muerta, pero ¿por qué seguía escuchando los gritos atrás? ¿Y por qué aún estaba asfixiada por su corrida? El humo y la nieve le ofrecieron una mano cada una, aguantando el hilo con la otra. El fuego sostenía la punta del medio.

Se encontró entre ellas. Sus miradas estaban tranquilas, con las manos todavía ofrecidas. Escuchaba los gritos clamando su hoguera. Pero sintió sus piernas y el cuerpo sin el cansancio, ni el dolor, ni los rasguños y ni los pies ardiendo. Su pecho pudo finalmente llenarse de aire cuando les tomó las manos. Le dieron su parte del hilo. El humo y el fuego y la nieve le sonrieron. Los gritos llegaron, «¡Vas a morir, maldita bruja!» Pero en el claro sólo quedaba tierra quemada.

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El claro

Nicole Yanine Said

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Nicole Yanine Said (Santiago de Chile, 1989) es guionista de cine y televisión. Estudió Comunicación Audiovisual y se especializó en la escritura de ficción en universidades de México, Chile y España.

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