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Mariana Toro Nader Ojitos empijamados

Ojitos empijamados

NO ME PONGAS ESA CARA. A ver, una sonrisita. No estés triste, Ali. ¿Y si te cuento un cuento? Negar tanto va a hacer que un día de estos se te desencaje la cabeza y salga volando y no vuelva por ti. Eso, una risita. ¿Estás cabeceando? Bueno, deben de ser los analgésicos, te dejo dormir, aunque no sé cómo haces con este olor a desinfectante. En fin, vuelvo más tarde.

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Alicia… Despierta… ¡eso! Uf, tienes los ojitos empijamados, pero el doctor pidió que intentaras mantenerte despierta. Bueno... un ratito más.

Listo, señorita, ya estuvo bueno. Espabila que tienes que tomarte las pastillas. Está bien, tenemos que tomarnos los pastillas, aunque sepan a óxido. Sin renegar. El doctor nos dijo que si no seguíamos el protocolo… bueno, para qué repito lo que dijo si tú viste cómo se desmoronó mamá. Pero no más, hablemos de cosas felices, ya sabes lo que dice papá, que estuvo leyendo de metafísica y esas cosas, uno solo se mejora si le pone ganas. Por favor… ¿por mí? Bueno, duerme que tenemos tiempo… o eso es lo que me gustaría creer. ¿Te dormiste?

Preciosa, mientras tú te desperezas yo voy a empezar. Había una vez una niña muy fuerte que siguió el tratamiento experimental y, aunque las probabilidades eran bajas, mejoró ante la sorpresa de los médicos. Volvió al colegio y sacó las mejores notas. Tenía muchos amigos, incluso algunos que le han durado toda la vida. Un día conoció a Camilo, y el

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mundo se le puso patas arriba porque… Ali, ¿me estás oyendo? No te veo bien, Ali, me mareo. ¿Ali?, me estoy yendo. Dios... que vengan rápido las enfermeras.

Hola, chiqui, ya estamos conscientes otra vez. ¿Sigo con la historia? ¿Por qué no? Ah, porque te gusta que diga nosotras. En qué iba, ah sí: cuando estábamos ya grandes, como yo, no chiquitas, como tú, con Camilo nos temblaban los tobillos, y fue igual cuando conocimos a Felipe en la universidad. De él no te cuento más porque lloramos muchísimo cuando nos terminó y su regreso fue patético, hasta con serenata llegó. Pero por la tusa nos fuimos de viaje y montamos en elefante en Tailandia y saludamos a las vacas en la India. Allá empezamos a tomar fotos muy bonitas que se vendieron bien y así empezó nuestra carrera de fotógrafas. Con los años aparecieron Pablo, y Alejandro, y Juanjo, el más importante, que, aquí entre nos, está cerca de pedirnos matrimonio. Es que ahí donde nos ves nos va bien con los hombres, como que el perfume de vainilla y los rizos rojos los enloquecen. ¿Es eso una sonrisa triste? Tranquila, que el doctor dijo que en la fase tres del tratamiento nos vuelve a crecer el pelo. Ali, no, no llores así, por favor. Acuérdate que eso nos da taquicardia y hace pitar las máquinas y nos podemos volver a desma…

Ya nos quitaron el suero. Muñeca, no sé si está siendo peor el remedio que la enfermedad. Para curarte tienes que estar tranquila, comer bien, descansar y, sobre todo, tener ganas de sobrevivir. ¿Estás cansada? Acuérdate que yo soy solo una posibilidad cuántica, esas cosas que te explicó papá. Vine a mostrarte lo que nos esperaría si luchas. Esto que ves, un poco borroso por el sedante, es lo que serías dentro de veinte años. ¿Te gusta cómo se ve la Alicia

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de veintiocho, cierto? Estaríamos bien, chiqui, nos iría muy bien, te lo prometo. Pero como se repite mamá: la vida se gana a pulso. Por favor, no vuelvas a llorar. ¿Te hace daño que yo venga? Es que si te desmayas yo no existo. ¿Ali? Tienes los ojitos empijamados… ¿y si mejor te duermes otra vez?

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Patricia Infanzón Rodríguez

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Patricia Infanzón Rodríguez es una escritora oriunda de Puerto Rico. Por lo general, le gusta jugar con su jerga natal a la hora de escribir (o hablar), o simplemente presentar escenarios de realismo mágico. Con esto espera transmitir mensajes necesarios para el corazón mientras intenta hacer sentido de lo que existe y lo que tal vez exista.

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El claro

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