¿Podéis concebir la dicha en medio de disgustos y de lágrimas? ¿Os atrevéis a esperar el placer donde solo veréis repugnancias? Así que hayáis consumado vuestro crimen el espectáculo de mi desesperación os colmará de remordimientos. «Justine», Marqués de Sade.
[Preludio]
M
aldigo el día que regresaste. Cautelosa me dejé ver tras la menuda presencia de Giulianna, mi dama de compañía, solo para distinguir con mayor claridad tus ojos de ámbar oscuro. La sala se encontraba repleta de gente. Amigos cercanos a la familia, todos con sus hijas ya en edad de contraer matrimonio intentando llamar tu esquiva atención y la decena de criados emocionados con tu retorno, alineados junto a nuestros padres llenándote de parabienes. Lorenzo, el ser imaginario del que solo tenía vaga información y prácticamente nulos recuerdos, estaba de regreso en nuestra casa. Inexplicablemente conmovida me sentí al descubrir tu desconocida y desconcertante figura tan cercana. Solo en aquel instante caí en cuenta de que jamás había destinado siquiera un breve espacio de mi tiempo para imaginarte. «Tu hermana», indicó mi madre revelando ante ti mi rostro fascinado. El trazo de tus labios esculpidos en el mármol de tu piel, marcó en tus mejillas dos profundas medialunas. Me detuve por un
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momento en ellas y luego bajé la mirada hasta tu mentón de ángulos perfectos, tu rostro despertó en mis ojos aún infantiles, una curiosidad especial. Mientras me sonreías, nuestra madre besaba tus manos y te tocaba el cabello para convencerse de que estabas ahí, después de tantos años, nuevamente a su lado. Titubeante, me armé de coraje y me ubiqué frente a ti para saludar. Tus ojos menguaron un instante y un mechón de tu cabello negro cayó por sobre tu amplia frente cubriendo el pliegue en tu entrecejo. Te acercaste a mí despacio y, al inclinarte, tu cuello desprendió aquel placentero aroma del almizcle. —Hermosa, como quien te dio la vida. —Acariciaste suavemente mi cabello. Mis pupilas se dilataron y mi rostro encendido reveló mi estúpida inquietud. Nuestro padre interrumpió aclarando profusamente su garganta. —Vamos a brindar por mi hijo, el primogénito ha vuelto al hogar, desde hoy otra vida comienza en la hacienda de los Castiglione, como cuando naciste. —Como nacer otra vez —replicaste sonriendo a quienes te rodeaban. Veinticinco años atrás, el 27 de enero de 1816, en esta misma hacienda que alcanza la cúspide de este idílico monte, nuestro padre aguardaba tu llegada.
Uno
[Molto espressivo]
«…irónicos sus labios, los pensamientos que ocultar ansía a su pesar descubren desdeñosos. De sus facciones las marcadas líneas y de su tez cambiante los matices atraen y turban a la par la vista; y parece que ocultos pensamientos en su alma incierta confundidos lidian. Mas su secreto es ese: su mirada los ojos que atrevidos la examinan hace al punto bajar, que el de sus rayos pocos audaces sostener podrían el encuentro fatal que el alma hiela. Vaga en sus labios infernal sonrisa que cólera y espanto al par provoca: y donde su mirada cae sombría las alas tiende la Esperanza y huye, y eterno adiós la compasión suspira» «El Corsario», Lord George Gordon Byron
A
l borde del risco escarpado que corona el Monte Sant’Angelo, a pocos metros del camino de piedra que une la hacienda de Sant’Michele con el brutal declive, Pietro aguardaba la llegada de quien sería su aliado y compañero de lucha, el heredero de la majestuosa estirpe Castiglione: Lorenzo Michele Antonio, el primer hijo del más poderoso político hacendado y terrateniente de la península y la provincia de Apulia.
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Confiaba en que fuese un varón. Aquello auguraría mayor fortuna para la familia, pues su posición, legado y misión no acabarían con la muerte propia. Casi un año antes de la llegada al mundo de su hijo, luego de la derrota del imperio napoleónico, los Habsburgo tomaron parte importante de la península, motivo por el cual la familia debió salir del reino Lombardo Véneto, arrastrando consigo historia y abolengo en un deshonroso peregrinar hacia el sur, estableciéndose en Apulia, hasta entonces perteneciente al reino del Nápoles. Pietro se entregó a la lucha contra el orden decretado por el congreso de Viena, tomando como propias sus arraigadas raíces nacionalistas y de impetuosos agitadores políticos, incluso ya desde que la Revolución Francesa en 1789 erradicara algunos estados italianos, reemplazándolos por otros dependientes de Francia. Su extrema convicción en el patriotismo, en la unidad de la península, erigida contra todo dominio extranjero, en especial el austríaco, lo transformó en un portavoz de la libertad y unidad de una misma entidad nacional, adhiriéndose enérgica y activamente al movimiento político de la Carbonería. Lorenzo nació a las dos con treinta minutos de aquella lluviosa tarde de invierno, luego de interminables horas de trabajo. Surgió fuerte, huraño y con los ojos abiertos de par en par. Desde entonces, ella lo venera, adora su existencia como si fuese un ser milagroso surgido desde su vientre como una divinidad. En su juventud, Pietro Castiglione, nuestro padre, fue un hombre de muy difícil trato, muchas veces arrollador, no existía en él consideración ni cortesía cuando el control y dominio de sus «pertenencias» se encontraban en otras manos. —Señor, usted no debería estar aquí ahora mismo. —Se interpuso en su camino la partera, impidiendo momentáneamente su paso hacia la habitación—. La señora ha perdido mucha sangre y se encuentra muy débil. —Encárgate de ella entonces, mujer, yo quiero ver a mi hijo —alegó apartándola bruscamente con el brazo. Lorenzo fue hijo único durante los primeros quince años del matrimonio, criado bajo la estricta disciplina del patriarca hasta que tuvo edad para decidir por sí mismo y buscar su rumbo en otros lares.
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Creció viendo a nuestro padre como la representación de liderazgo y autoridad en Foggia, en cuyo semblante la rudeza y el poder gestaban el gran respeto de sus pares y con mayor razón de la gente del pueblo, aun dentro de la insurrección de la que fue activo propulsor. Su mundo debía mantenerse bien estructurado, metódico, era él quien imponía estrictamente los lineamientos y reglas para que nada perturbase el propósito de la lucha que aún, a pesar de los años, defendía con tanto honor. Por ello Lorenzo deseaba desde niño alcanzar el lugar de invictus que reconoce en su progenitor y coronar así la historia de su vida. Por convicción y herencia familiar, Lorenzo era un tenaz patriota, miembro activo de la associazione nazionale italiana, una restaurada «Giovine Italia» gestora de unidad mediante la insurrección de la revolución. El banquete ofrecido por nuestros padres la noche de su regreso al Monte fue fastuoso, el menú había sido elegido por nuestra madre en concordancia a sus gustos de antaño. —Y bien, ¿qué te ha parecido el regreso, hijo? —Todo está exactamente igual que cuando me fui, salvo Antonia, ella sí que ha sido una gran sorpresa para mí —dijo llevando a sus labios un pequeño rollo de carne relleno con pecorino. Me sentí avergonzada. Él me sonrió y le devolvió la atención a nuestro padre. —He estado colaborando con Mazzini en Londres, desarrollando algunas estrategias políticas que logren «atrapar» de cierta forma a la clase trabajadora. —Todos aquí hemos permanecido atentos a lo que pueda suceder, esperando el momento de actuar de forma concreta —interrumpió mi padre. —Debemos educar al pueblo, divulgar nuestros principios acentuando el sentido patriota, dejando florecer con fuerza la «misión» de la nación, padre, debemos arraigar y reafirmar en nuestro pensamiento que somos italianos y que no habrá mano extranjera ni opresora capaz de doblegarnos, mucho menos existirá quien no siendo italiano luche con real valor y convicción por nuestra nación. Es nuestro deber mostrar aquel norte y señalarlo como meta: «Patria y unidad». Sabernos autosuficientes en nuestra lucha.
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Cada persona en torno a su presencia en la mesa, lo oía atentamente. Todos deseaban enterarse de sus historias en Inglaterra, especialmente las acaecidas con Giuseppe Mazzini, el líder y cerebro político de la asociación nacional italiana, a quién el pueblo republicano siguió con idealismo y total convencimiento. Durante cinco años, mi hermano estudió abogacía en la Università di Bologna, luego emigró a Inglaterra, en donde durante dos se dedicó a combinar sus estudios con la filosofía, otra de sus grandes pasiones. Fue en Londres donde se afianzó aún más su convicción por una Italia unificada, al contribuir directamente con Mazzini y su ideología gestora de insurrección como único camino para la anhelada unión y libertad. Al mismo tiempo, la Universidad de Cambrigde le concedió la oportunidad de conocer y admirar de cerca la obra de quien fuese igualmente uno de sus inspiradores en la vida: Lord Byron. Terminada la cena, nuestro padre instó a sus invitados a pasar al salón de piano, que hasta ese momento funcionaba como el lugar donde se realizaban discretas asambleas con sus amigos y camaradas patriotas. Mientras, un poco más apartado de la tertulia, Lorenzo levantó la tapa del pianoforte, lo que a nuestro padre incomodó visiblemente. —El señor va a tocar el pianoforte —murmuró Giulianna en mi oído. La miré con asombro. Para mí, aquel instrumento era solo un adorno al que jamás tuve oportunidad de acercarme. Alguna vez incluso llegué a imaginar que había algo muy malo allí. Sentí curiosidad de oír. Nadie durante todos esos años tuvo el arrojo de sentarse en aquella banqueta que perteneció desde siempre a Lorenzo. —Ven aquí. —Me extendió una de sus manos. Me aproximé, tímida aún y sus labios reprimieron una sonrisa. —¿Sabes tocar? —No —respondí ruborizada. —¿Nadie ha sido capaz de enseñarte algo de música? —Miró a nuestro padre arqueando de forma exagerada una de sus cejas. Me devolvió la mirada y tomó mi mano para ubicarme a su lado.
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Al instante surgió de aquel piano una melodía estremecedora. Acercó su rostro al mío intentando no ser oído del todo. —¿Sabes leer? ¿Escribir quizás? Miré sus dedos moverse lentamente sobre las teclas del pianoforte y alcé mis hombros en señal de inseguridad. —Solo reconozco algunas palabras. Era indudable que debido a mi carácter tantas veces impertinente, lograba saber mucho más de lo que se me estaba permitido, tanta limitación me desesperaba y más de alguna vez me oculté en el despacho de nuestro padre para espiar mientras Carlo, uno de nuestros criados principales, aprendía a leer con el fin de aportar algo de asistencia ante tantos asuntos que atender. —Vamos a buscar una institutriz. —Nuestro padre no lo va a permitir. —Lo miré intentando disimular. Lorenzo susurró una risa ante mi rostro cohibido. —Él no va a oponerse —dijo sin mirarme—. Vas a aprender mucho desde ahora, pequeña, ya nada va a ser como hasta hoy, estoy convencido de que es la educación la que puede enaltecer o envilecer por la ignorancia a una persona, y tú no vas a ser como todas las niñas de este Monte, eres una Castiglione —pausó su voz con una sonrisa—, eres mi hermana. Continuó ondulando sus dedos sobre las teclas del pianoforte, mientras yo, absorta en la melodía, sentí algo de ansiedad ante aquella inesperada promesa de «otra vida». En menos de un día de conocerlo, Lorenzo se presentó en mi mundo como una especie de libertador, un héroe que, sin pensarlo y de un momento a otro, tenía mi absoluta admiración. Cuando las velas estaban casi consumidas, se dio por terminada la primera de las muchas reuniones en las que mi hermano sería protagonista absoluto. Desde niño conoció el espíritu y la pasión de los revolucionarios, y es aquella realidad la que marcó su vida de implacable idealismo. Mi hermano regresó a casa convertido en un líder liberal, tal y como mi padre deseaba, un demócrata, un mazziniano. Para él, Mazzini era fundamental en toda aquella lucha. Aun así, en ocasiones se encontraba en contradicción con ciertos puntos en los que el paladín de la unidad italiana no se advertía tan coherente.
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A pesar de seguir un camino en línea recta hacia la unión de su ansiada patria unificada, Lorenzo jamás se dejó seducir por ideas absolutas, como buen filósofo ninguna ideología fue suficiente y verdaderamente fuerte para influir en sus propias reflexiones, aun cuando la revolución parecía ser el único principio inamovible dentro de sus convicciones.
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